oidos sordos en la Casa Rosada..

Una vigilia que ya dura siglos

Fernando Herrera (INFOSUR)

 20121204-pueblos-originarios-la-plata-ser-sede-de-encuentro-internacional

Las comunidades originarias se manifiestan: en su voz, el eco de una historia de violencia que ha de ser redimida si queremos transformar la dependencia en liberación.

 En una extensa vigilia, nuestros hermanos originarios se manifiestan en Plaza de Mayo observando en el abismo de la historia una herida cuya profundidad llega a penetrar el corazón de la propia nacionalidad argentina. Sobre todo, porque durante nuestros dos siglos de existencia como país la política apenas ha estado a la altura de las circunstancias respecto de los Pueblos Originarios: pero su violenta exclusión de la vida social, de la cultura y de las instituciones, constante desde las independencias del siglo XIX, es un hecho que ha de ser revertido de manera contundente si queremos, alguna vez, emanciparnos de manera definitiva.

 La historia es muy conocida: a partir de la primera emancipación, el cuerpo civil de los criollos o nuevos hispanos -luego latinoamericanos- no sólo resultó dominante en lo político, sino que, traicionando la hermandad del frente independentista, se asumió como centro y llegó a convertir en hecho natural una determinada visión antropológica de los sectores populares e indígenas. El pueblo propiamente dicho, el bloque social de los oprimidos, terminó siendo desahuciado como en tiempos del “descubrimiento”. Pero ahora no fueron solo las armas, sino también la cultura del occidentalismo y las ciencias positivas quienes se encargaron de clasificar al nativo como inferior, llegando incluso a negársele el acceso a nuestra nacionalidad.

 Con la conformación de las nuevas nacionalidades, las oligarquías fabricaron un conjunto de representaciones destinadas a legitimar su hegemonía mediante el desprecio racional e ideológico de la extracción amerindia de nuestro continente: de su faz mestiza, negra e indígena. Se instala así la dicotomía “civilización o barbarie”.

 No podemos pasar por alto que en América Latina las guerras de independencia significaron el paso de la colonia a la neocolonia. A pesar de la revolución emancipadora, y de los nobles fundamentos que la legitimaron en un primer momento, después de 1826 se produce el pasaje del colonialismo hispano al inglés. El espejismo del poder y los dictámenes eurocéntricos del progreso indefinido llevaron a las élites criollas a absolutizar su propio proyecto histórico, mercantilista y modernizador, dejando afuera a las mayorías populares de la antigua colonia.

 Lo indudable es que, hasta hoy, nuestra dirigencia política no ha querido romper con la “colonialidad del poder”, con su implantación cultural, económica e incluso espiritual. Es más, su complicidad y usufructo de la dominación sigue siendo -en líneas generales, salvo honrosas excepciones- una constante. El resultado lo padecemos cada día: y con mayor dramatismo lo padecen quienes llevan la cruz se los siglos sobre sus espaldas, nuestros hermanos originarios. De la reparación plena de su situación actual, de la restitución histórica de sus tierras y posibilidades de realización comunitaria, depende en gran medida nuestro futuro como país.

 En otro plano, podemos decir que el que aún no hayamos incorporado a nuestras instituciones culturales y educativas lo mejor de las sabidurías náhuatl, maya, quechua, mapuche o guaraní -entre muchas otras-; que no tengamos políticas de Estado fomentando las maravillosas lenguas originarias que se hablan en nuestro suelo y el continente; que en nuestras universidades apenas se estudie a los amautas andinos, a los tlamatinime aztecas, a figuras invalorables como son el poeta chichimeca Nezahualcoyotl, el filósofo Tlacaélel o Guamán Poma de Ayala (por nombrar solo a unos pocos exponentes de nuestra historia cultural); todo ello ha de provocarnos una seria reflexión crítica sobe el origen y el destino nuestros como sociedad y civilización.

 El “pecado original” de la nacionalidad argentina y de América Latina sigue pasándonos factura. Por ello, asumiendo la complejidad del poder y de su ardua construcción en los tiempos que corren, es vital que comencemos a revertir la historia. La tragedia es de tal magnitud, que apenas hay tiempo. Debemos intentar, por todos los medios, que nuestro país abandone la senda del absurdo social, de la pobreza y el continuo saqueo y expoliación de la Naturaleza. En tal sentido, escuchar con atención a nuestros pueblos originarios, y acompañarlos con una estrategia de poder y de transformación íntegra de su situación, es algo imprescindible para iniciar una nueva etapa política que deje atrás el neocolonialismo que a los argentinos nos oprime desde hace ya demasiado tiempo.

 

Esta entrada fue publicada en POLITICA. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario