Lecturas

ARGENTINA, 1922/23 – LA POLÍTICA LIBERAL Y LA JUBILACIÓN: EL DERECHO A UNA VEJEZ SIN HAMBRE
Ester Kandel

La protesta del movimiento obrero representado por la Unión Sindical Argentina (USA) contra la aplicación de la ley 11.289 (1), de jubilación de empleados y obreros de la marina, Industria, periodismo y comercio que condujo a su suspensión primero y derogación (2) luego amerita un análisis.

El derecho a una vejez sin hambre proclamaba la USA en la misiva dirigida al Presidente Alvear por la cual pedía que los patrones pagaran el aporte obrero para la jubilación: partiendo del principio de que el capital es trabajo acumulado no pagado, los capitalistas son los que tienen la obligación de ceder una parte del producto de nuestro trabajo , que ellos retienen para su exclusivo beneficio. (3) Varios fueron los actores presentes en ese período y desde distintos lugares: el parlamento, el movimiento obrero, los partidos políticos, las patronales y el gobierno.
La experiencia de vaciamiento de la caja de jubilaciones con las sucesivas reformas, con la complicidad de la patronal y el gobierno y sus legisladores afines fue creando un clima de desconfianza en la población sumando al no cumplimiento de la integración de los trabajadores en el directorio y las cláusulas de prohibición de huelgas.
En un contexto internacional de disputa, entre la mayoría de los gobiernos europeos empujaron la creación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ante el peligro que entrañaba el triunfo de la primera Revolución Socialista de 1917. El debate se hizo carne en el movimiento obrero organizado; dada la explotación laboral, elaboraron propuestas tácticas y estratégicas que apuntaban a la esencia del sistema capitalista.
Intentaremos abordar mediante una serie de artículos, las distintas posiciones, recurriendo a fuentes confiables de la época, así como a una reflexión sobre las mismas. Se puede considerar este debate como un antecedente de la seguridad social, y como parte de las batallas que venía librando el movimiento obrero desde fines del siglo pasado, en una correlación de fuerzas desfavorable con los representantes de las clases dominantes: el poder ejecutivo, parlamentarios que en connivencia con la policía garantizaban la extracción de plusvalía. (4)
Según Julio Godio (5) desde el punto de vista sindical, en 1922, se cierra un período. Señala este autor la decadencia irreversible del anarcosindicalismo (6):
En 1922, con la finalización del primer gobierno constitucional radical y su sucesión por otro gobierno radical constitucional, se cierra un período de transición de un régimen político liberal oligárquico excluyente a un régimen político liberal incluyente de las masas populares. (…)
Aunque el gobierno de Marcelo T. de Alvear, elegido por Hipólito Irigoyen para sucederlo, representaba el repliegue del radicalismo hacia posiciones de centro derecha; era el esfuerzo del partido por promover un “un compromiso histórico” sólido entre la élite conservadora modernizante y el pueblo. Pese a que Irigoyen no deseaba un repliegue profundo, objetivamente Alvear significaba un paréntesis del populismo y nuevos límites al acercamiento con el sindicalismo moderado. (…) La UCR se había rendido frente al modelo agro-exportador latifundista. (…)
En el contexto internacional la dependencia no es sólo con Inglaterra, sino también con los Estados Unidos. (7)
En el movimiento obrero lograron adecuarse mejor aquellas corrientes que formaron parte de ese proceso político. Estas corrientes obreras fueron el sindicalismo y el socialismo porque sus prácticas sociopolíticas ensamblan con el sistema político: el sindicalismo, porque aunque en su discurso seguía siendo formalmente revolucionario, la práctica concreta se ajustaba al objetivo de lograr mejoras para los trabajadores a través de las negociaciones obrero-empresariales y la búsqueda de un Estado “protector.
Desde el punto de vista de José Panettieri (8), el radicalismo como parte de la clase media no introdujo reformas de orden estructural en el país: “el primer gobierno radical no hubiera podido hacerlo por intermedio del parlamento, ni tampoco fue su intención realizarlo”.
Citando a Sergio Bagú, agrega: “los estratos sociales que sustentaban al radicalismo no sentían, en aquel momento la necesidad de ningún trastorno estructural auténtico y por el contrario, pensaban que la readaptación institucional que se operaría en el país era todo lo que urgía para corregir los inconvenientes que afloraban en una época de prosperidad económica general”.
La situación política en el año 1922, con la presidencia de Alvear, el radicalismo según Mario Rapoport (9): “parecía sólido y la amenaza electoral de los conservadores había disminuido.
En el plano de la economía, los obreros sentían los efectos de la carestía de la vida. Las maniobras patronales de los cerealistas en la provincia de Santa Fe eran denunciadas por la FORA (10).
En el año 1922 se produce un intenso debate alrededor de una propuesta de modificar la ley de jubilación de los ferroviarios, para beneficiar “a los altos empleados de las empresas, aun a riego de poner en peligro la estabilidad de la caja de jubilaciones”. (11) Haciendo referencia a este tema La Vanguardia del 21 de septiembre de 1922 comentaba bajo el título Las jubilaciones antisociales, que el día anterior se había logrado derrotar la propuesta en la votación.
También se denunciaba la corrupción que había con los fondos de los empleados públicos y otras políticas que sólo beneficiaban a las empresas.
Los usos indebidos de estos fondos, la estabilidad de las cajas de jubilaciones, eran temas que ya preocupaban a los/as trabajadores/as; de ahí las propuestas para que los beneficiarios directos participarann su administración.
Los debates
Ya en 1915, los socialistas polemizaban con los radicales, al denunciar su connivencias con las empresas de tranvías a través del proyecto presentado por el diputado Veyga. En cambio el diputado Repetto incluía la jornada máxima, el salario mínimo, la reglamentación higiénica del trabajo y el reconocimiento del derecho de asociación para los obreros tranviarios. (12)
También criticaban los discursos de los radicales cuando describían los “cuadros tétricos que se hacen con un palabrerío sentimental de la vejez desamparada, para distraer la atención de los problemas previos y más urgentes”.
En el año 1922 se inicia el debate sobre el contenido de los proyectos jubilatorios, tanto dentro del Congreso de la Nación como fuera de ese ámbito.
Los socialistas proponían una ley de seguro social que incluía maternidad, desocupación, retiro involuntario por invalidez, accidentes de trabajo o fortuitos y pensiones de ancianidad.
Una de las críticas que se hacía a la ley nacional y municipal, era su liberalidad: “con frecuencia se ve a hombres jóvenes en pleno vigor intelectual y físico, pensionados constreñidos a vivir ociosos por largos años.” (13)
Manipulación de una consigna justa
El 8 de julio de 1922 La Vanguardia denuncia que en el día de la fecha se hará:
una manifestación organizada por una “Comisión pro jubilación de empleados y obreros de comercio, industria , periodismos, etc. para presentar al presidente de la república y al congreso nacional el petitorio de la pronta sanción de una ley de jubilaciones y pensiones para los gremios citados. (…)
¿No es absurdo, dejar que aspiraciones obreras de tal magnitud sean manoseadas por policastros burgueses o que se apoderen de ellas personas que las agitan en la forma que les place o les conviene, sin la responsabilidad que para esos asuntos tiene una colectividad, mayormente si la componen los mismos interesados?
La manifestación se realizó con las siguientes características: “los periodistas estuvieron ausentes. Sólo se vio en el desfile un cartel del diario La Razón, seguido de unos pocos obreros”. Es evidente que la patronal estaba impulsando esta movilización, cerrando y obligando a los obreros a participar, según la crónica de La Vanguardia del día posterior. También se observó la presencia de mujeres, empleadas de las grandes tiendas, fábricas de tabacos, dulces, etc. Presentaron un petitorio al Presidente de la Nación. (14)
A pesar de las intenciones que impulsaron a esa movilización, el acto fue importante, pues propiciaban la sanción de ese proyecto de jubilación. En la sesión del 28 de septiembre de 1921, aprobó la orden del día 202, por lo que queda de hecho reconocido el derecho a la jubilación (llámese seguro nacional, subsidio, pensión, etc).
No faltaron críticas pues ese acto fue concebido como un apoyo al gobierno radical con el apoyo de las patronales. La Vanguardia del 10 de julio, volvía sobre el tema:
En un país de instituciones democráticas como el nuestro no es necesario el apoyo de los patrones para la sanción de leyes obreras; basta que los trabajadores manifiesten enérgicamente su voluntad de obtenerlas para que los poderes surgidos del sufragio popular se apresuren a darles cumplida satisfacción.
Lo que subyacía en ese momento era la negativa del gobierno a un seguro nacional “mediante el que se garantizaba el mismo beneficio pero con carácter amplio, a todos los que trabajan sin distinción de gremios” (15). En cambio el gobierno intercambiaba favores otorgando las jubilaciones a algunos gremios.
El gremio ferroviario se opuso a un proyecto de jubilación presentado por el diputado Bas (clérigo-radical), por considerarlo peligroso, ya que eliminaba el límite de edad, aumenta el porcentaje de los beneficios e incorporando a la ley los sueldos de pesos 1000 y 1500 pesos.
Era una propuesta que “conspiraba” contra la estabilidad de la caja de pensiones civiles, tal cual como se encontraba en ese momento beneficiando a algunos altos empleados que eran los que podían jubilarse relativamente jóvenes. (16)
El seguro nacional
La propuesta del seguro nacional la había presentado en la comisión de legislación del trabajo el diputado Augusto Bunge podía extenderse a más de un millón de obreros y empleados. Los beneficios contemplados eran: seguro de enfermedad integral; maternidad, pensiones de invalidez, pensiones de vejez, pensiones complementarias y de viudas y huérfanos y grandes obras sociales con los fondos y con una propuesta organizativa. Los radicales y los católicos se opusieron.
En el debate parlamentario del 10 de septiembre de 1922, en el que se discutieron las reformas proyectadas a las jubilaciones y pensiones ferroviarias, el diputado Enrique Dickman ratificó y amplió la propuesta de los socialistas. Básicamente señaló la oposición a discutir las jubilaciones por gremios en forma aislada, pues obturaba la propuesta de implantar el seguro nacional.
Se dice en torno al surgimiento del primer proyecto de jubilación de los ferroviarios: luego de la gran huelga de obreros del riel, principalmente de los maquinistas y foguistas, que fue quebrantada arbitraria e ilegalmente por el poder ejecutivo de la nación de aquel entonces (17). Está todavía en la memoria sobre todo de los ferroviarios la actitud abusiva e ilegal de ese ministro de obras públicas, doctor Ezequiel Ramos Mejía que ha malogrado un gran movimiento de los ferroviarios del país, solicitando mejoras en sus condiciones de trabajo.
La ley que se sancionó establecía el aporte de los obreros y empleados y de las empresas ferroviarias, las cuales desconocieron la ley y no realizaron los aportes, deuda que fue eximida por la ley orgánica. Además se les otorgó el privilegio de no pagar los servicios municipales de luz y barrido en toda la república, y se les autorizó aumentar las tarifas.
El interés de las patronales en la reforma residía, en los beneficios que alcanzarían los altos funcionarios con sueldos de 1500 ó 2000 pesos.
El gremio ferroviario en asamblea debatió y defendió la posición de no aceptar la propuesta. Sus conclusiones fueron leídas en la sesión por el diputado Dickman, ante la presencia de éstos en el Congreso:
Frente a los empleados burocráticos, jovencitos todos, que nos han llenado la barra el otro día y que cuando se hablaba de jubilarse a los 37 años aplaudían a rabiar, nosotros tenemos a los obreros robustos de cuerpo y sanos de espíritu que a los 50 años son todavía los mejores maquinistas del país y que creen que jubilarse a la edad de 37 años es una inmoralidad y una corruptela.
El debate continuó alrededor del concepto de trabajo proveniente de la concepción católica, como “castigo” o “maldición”, contenido en la expresión bíblica “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. El debate era puntualmente con el diputado Bas. El diputado Dickman, expresó que en el proyecto subyacía esta concepción, la cual proponían jubilarse a cualquier edad, para “librarse de la maldición bíblica”. Contraponiéndose a esta visión del trabajo, pone el acento en la salud, la alegría, el orden y el método que adquieren las personas.
Otra diferencia se estableció en cuanto al significado del término jubilación, concebido como seguro social que acompaña el retiro de la vejez, es el seguro social. En cambio de la propuesta legislativa de la cual se infiería “corruptela”.
La otra incoherencia era la diferencia entre el jornal y el haber jubilatorio: el primero era inferior al segundo. La propuesta era de una jubilación de $120, mientras el jornal era de 40, 50 ó 60.
El problema del vaciamiento de la caja de jubilación (17) se retrotrae a 1907 – 1910, es decir a finales del gobierno de Figueroa Alcorta. Se suprimieron los límites de edad, desde 24 de septiembre de 1907; en 1.908, por ley 6.100, se eleva el monto de la jubilación y se suprimen los límites de edad para todos los funcionarios. El 30 de septiembre de 1910 se sanciona la ley 7.497 que establece que la jubilación se calcularía sobre el promedio del sueldo de los últimos doce meses.
Estas modificaciones derivaron en muchas situaciones irregulares cuyos beneficiarios las percibían a costas de los fondos de jubilación.
Reafirmando la posición del diputado Dickman, su compañero de banca, el diputado Repetto (18), se refirió al sentido de la representación y defensa del interés público, concibiéndolo de este modo:
No consiste solamente en interpretar todos los anhelos que a veces son confusos, que a veces son injustificados, que a veces son hasta inconcientes. La representación del pueblo no consiste en interpretar servilmente sino en interpretar aclarando, haciendo la conciencia del pueblo, iluminándola y teniendo siempre presente que cualesquiera que sean los intereses parciales, de gremios que nosotros representamos en la cámara, hay siempre un interés general que es superior a todos los intereses.
Aclaraba que el interés general no era otorgar prebendas y regalías a los empleados superiores.
Teniendo en cuenta la organización sindical de los ferroviarios, La Confraternidad presentó su propio proyecto, en contraposición al de la Asociación ferroviaria nacional, alineándose con la empresa y los diputados aliados a ella.
La situación en las provincias refutaba los discursos pronunciados en la capital, dada la falta de fondos para pagar los haberes jubilatorios de San Juan, Santa Fe.
Otro tema que ocupó el debate fue el artículo 11 de la ley ferroviaria. El diputado Dickman, explica su contenido y origen:
Como el origen de la ley fue amarillo, se ha quitado en cambio de la promesa de una jubilación, el sacrosanto derecho a la huelga, la base fundamental de todo el movimiento gremial, no para ejercitarlo sin tasa ni medida, sino como un derecho potencial en manos de los trabajadores para conseguir sus elementales reivindicaciones. Todavía hay quien sostiene que el artículo 11 no ha desaparecido y sin embargo los actuales defensores de la reforma no lo han combatido, ni esa pretendida asociación nacional de ferroviarios lo ha denunciado. (…)
La caja tiene hoy un directorio ilegalmente constituido. Han pasado tres años y todavía no se ajusta a la prescripción de la ley.. Se ha dicho (…) que los fondos de la caja pertenecen a los empleados y obreros ferroviarios y, sin embargo a estos empleados y obreros no se les ha dado ninguna intervención en la composición del directorio.
Estos temas quedaron pendientes para ser reformulados. Las reflexiones y las denuncias continuaron responsabilizando al gobierno del Presidente Irigoyen, calificándolo de “obrerismo” (19) y considerándolo una “especie de filantropía, que se asemeja demasiado a la caridad burguesa y que resulta tan intermitente e innocua como ella. No puede extrañarnos, entonces que los pretendidos benefactores (…) sean los mismos que los entregaron a las empresas atados de pies y manos sancionando con su voto el artículo 11 de la ley básica de las jubilaciones que condena la huelga como un delito (…)
A modo de cierre sobre el estado de la cuestión que nos ocupa, parece pertinente resaltar estas afirmaciones del Partido Socialista (20):
En un país donde las jubilaciones de los empleados públicos son el símbolo de la corrupción oficial, es fácil imaginar la influencia que tan desgraciado ejemplo habrá de tener sobre todas las iniciativas similares. Nada hay más peligroso que la corrupción de arriba y los casos frecuentes de robustos jubilados como miles de pesos mensuales que se dedican a toda clase de empresas comerciales, constituyen una verdadera fuente de contagio.
El déficit calculado al 31 de diciembre de 1920, de la caja de jubilaciones era de $105.963.515,97 m/n.
Para cumplir con su deber, los socialistas proponían que el concepto de jubilación no degenerara, para que “las cargas con que se las costee no resulten, como las creadas hasta aquí, un gravamen para el público, cuando no una ganga para las empresas como es el famoso 5% de aumento de las tarifas ferroviarias para el fondo de jubilaciones. (21)
En la caja de jubilaciones oficiales, en apariencia con superávit. Analizando las estadísticas, al comparar el capital con de las jubilaciones y pensiones existentes el valor calculado al 31 de diciembre de 1921, más las pensiones a acordar a los deudos de los jubilados, por $201.191.201 m/n contra $78.375.001,25, lo que muestra un déficit de $122.816.200,57.
Otro dato que se analiza en La Vanguardia del 18 de diciembre de 1922, es la edad de los jubilados: resulta inferior a los 50 años y de esa edad sólo figuran 4606 jubilados. Así confirmaban todas las denuncias de los manejos indebidos de los fondos por los funcionarios.
En el año 1923, en las tiendas Gath y Chaves, se denunciaron casos de jubilaciones a empleados. Uno de ellos con 28 años de servicio cobró una “insignificante indemnización.
Ese año continúan las denuncias, llamando a los argumentos radicales farsas electorales. En las calles habría ancianos que ejercían la mendicidad. (22)
En el mes de abril, los trabajadores tranviarios estaban movilizados, organizándose por subcomités por el tema de la jubilación.
Por último, las empresas estaban interesadas por la jubilación. Tomaban esta iniciativa, que podría beneficiar a los trabajadores, como un instrumento contra las reclamaciones de salarios. Esto quedó en evidencia con la delegación de telefonistas organizada por la patronal, cuando se entrevistaron en el Congreso con algunos diputados. (23)
Los obreros se oponen a la ley de jubilaciones 11.289
El Primer Congreso Ordinario de la Unión Sindical Argentina – USA, realizado el 16 de abril de 1924, resolvió oponerse a esta ley y ratificar la declaración de huelga general hecha por el comité central, debido al descuento de los aportes que establece la misma. Votaron 66 sindicatos y se abstuvieron 24 .
La ley 11.289 – Jubilación de empleados y obreros de la marina, industria, periodismo y comercio. (B.O. 19/XII/1923). En su artículo 1º ratifica la creación de estas cajas y en el artículo 2º adjudica al PE las definiciones de establecimientos mercantiles e industriales. La caja de periodismo incluía a las empresas editoras, artes gráficas, publicidad y propaganda. En estas empresas se reconocían los años previos trabajados a la sanción de la ley. Se contemplaba la situación de los empleados de mutualidad y de la marina mercante.
El artículo que despertó mayor conflicto fue el 8º, donde se establecían los descuentos a los trabajadores. A continuación publicamos el resto del texto.
Analizando el espíritu de la ley, Sebastián Marotta destaca los siguientes temas:
– el régimen previsional se ampliaba incorporando más cajas: obreros y empleados mercantiles, industriales, periodismo, artes gráficas y de la marina mercante;
– el PE debía determinar las características del establecimiento mercantil o industrial, monto de capital invertido y el número de su personal,
– debía asegurar a los afiliados: a) jubilación ordinaria; b) jubilación extraordinaria por incapacidad para el trabajo; c) jubilación extraordinaria al empleado que se incapacitara para el trabajo por acto de servicio; d) pensión, por fallecimiento a la familia del obrero o empleado.
– Capital de la caja: descuento del 5% del sueldo hasta un total de de $1500 y con otro mes de sueldo asignado a su ingreso en el trabajo, deducible en diez cuotas mensuales y con el otro mes de sueldo al sancionarse la ley orgánica hasta 1500, a descontar en veinticuatro meses y 8% de contribución mensual de los empleadores; con los intereses o renta que devengase el fondo de la caja; multas conforme a la ley y con otros aportes a establecerse en la ley orgánica.
– Inclúyanse en el concepto de sueldos o salarios las prestaciones suplementarias de habitación o alimentos.
– Con los fondos recaudados la caja se atendería los gastos administrativos. En ningún caso los fondos se dispondrían para otro objeto. Hasta el 50% se colocaría en títulos de rentas nacionales;
– Administración de la caja: un directorio formado por un presidente designado por el Poder ejecutivo con acuerdo del Senado, cuatro representantes titulares de las empresas, cuatro de los afiliados y otros tantos suplentes. ()
– Duración del directorio: tres años y gozarían de la remuneración que fijase el presupuesto. Se especifican tareas.
– Reconocimiento: se computarían los servicios prestados en otras actividades.
El 3 de enero de 1924 el Poder Ejecutivo dicta un decreto provisorio enumerando las entidades comprendidas en las disposiciones de la ley.
Excluía a los obreros o empleados accidentales.
Estas leyes fueron tramitadas durante dos períodos parlamentarios sin la intervención de los gremios. El comentario realizado en La Vanguardia del 24 de enero, saluda la actitud decidida y enérgica de los principales gremios obreros en la resistencia a esta ley, aunque la considera tardía. Se reproducen las declaraciones de la USA.
Fundamentos de la oposición obrera – Opinión de la USA
– “Tendía a dividir en jubilados y no jubilados, en categorías que disfrutarían de la jubilación y en subclases relegados al papel de contribuidores, sin más esperanza que la de morirse una vez alcanzado el límite de edad a ser fijado por el gobierno, que únicamente alcanzarán los altos burócratas de empresas capitalistas. ()
– No legalizaba un derecho ya impuesto por los trabajadores en su medio natural.
– En su faz concreta lesionaba los intereses del proletariado por cuanto disminuirían con los aportes a las cajas, sus exiguos salarios. No estaban en contra de la jubilación sino de “un problemático bienestar futuro a cambio de una sensible agravación de su constante zozobra económica en el presente.
Memoria y Balance – USA – 1924
En las consideraciones finales sobre el tema aconsejaban resistir el descuento del aporte por ser: una exacción inicua y un medio inmoral del que se vale la burguesía para engañar al proletariado con el señuelo de la jubilación.
También alerta sobre la administración de los aportes, “desechando todo intento de substituirlos en su función burocrática y de beneficios engañosos para la clase trabajadora.
Aprovechando la agitación que se produjo, debido al propósito capitalista de reducir los salarios, se constituyó un Comité con la misión de difundir los principios de la organización sindical entre los trabajadores y facilitas a las Uniones Locales patrocinantes de la agitación los elementos de propaganda necesario al buen éxito de su labor.
Repudio de los sindicatos
Los sindicatos habían declarado su repudio y señalando la constitución de dudosos comités “por los que pululaba una multitud de candidatos a los puestos de las cajas.
Oposición condicionada de la Federación Obrera Marítima
Una asamblea realizada el 20 de enero de 1924, después de un extenso análisis, rescataba por un lado su “tradición revolucionaria y clasista, como también los intereses inmediatos de sus componentes y de la oficialidad que habían “exteriorizado siempre opiniones favorables a la jubilación.
Para oponerse a la llamada Mala ley de jubilaciones se hicieron numerosos actos, huelgas, donde participaron numerosas organizaciones y partidos políticos.
Se suspende por 60 días la aplicación de la ley de jubilaciones
El decreto de suspensión emitido el 28 de enero de 1924 es considerado como una respuesta del gobierno a la reacción popular contra este instrumento legal. El Partido Socialista señala: “contra la demagogia electoral y “ahora nadie quiere aparecer como padre del nacido muerto.
En el mes de marzo el gobierno resuelve hacer efectivo los descuentos a partir del mes de abril. En septiembre de 1926 la ley fue derogada por una nueva ley del Congreso que mandaba suspender sus efectos y disponía devolver los aportes.
La USA reitera que deberán recurrir a la huelga si no se puede eludir la exacción a los salarios. En un contexto de desocupación parcial en distintas industrias y de merma en los salarios y con el alto costo de la subsistencia y la vivienda.
Las organizaciones continúan con acciones contra “la mala ley de jubilación.
Actos, conferencias, asambleas, huelgas -1924
Organizaciones
13 de enero: Conferencia del dr. Juan B. Justo Partido Socialista
30 de enero: acto en el Parque de los Patricios Federación Socialista de la Capital
1º de febrero: acto en La Boca Partido Socialista
3 de febrero: participaron alrededor de treinta mil trabajadores. Unión Obrera Local.
10 de febrero. Conferencia del Dr. Repetto en la sociedad Italiana Partido Socialista Conferencia del Dr. Bunge Unión Obrera cortadores, sastres, costureras y anexos
16 de febrero: Manifiesto a los trabajadores Unión Sindical Argentina
23 de febrero: asamblea de trescientos vecinos, envían memorial al Ministro de Hacienda Vecinos de Mercedes
16 de abril: conferencia del Dr. Repetto Partido Socialista
20 de abril: acto en Triunvirato y Gurruchaga, en la plaza Flores y en la Plaza Once. Partido Socialista
27 de abril: acto en Boedo y San Ignacio, Plaza Italia y Plaza constitución Partido Socialista
Esta intensa agitación se dio junto a numerosos argumentos, con los cuales adhería la concurrencia. Cada orador desarrollaba un aspecto en especial y a su vez polemizaba con otros actores, que trataremos seleccionar según su importancia.
Temas en debate
• El concepto burgués de jubilación como una limosna: “una dádiva que otorgan a los obreros y por lo cual se consideran en el caso de explotarlos sin conciencia durante toda la vida. Estos conceptos fueron desarrollados por los militantes socialistas Creati y Joaquín Coca, el 1º de febrero en La Boca. El diputado Dickman señalaba entre otras consideraciones que “las condiciones actuales de trabajo son más importantes que la preocupación de una futura jubilación. Estas leyes tienen un gran parecido con doctrina católica que aconseja llevar la vida terrenal en un valle de lágrimas, reservándose la consumación de sus aspiraciones en la otra vida.
• La seguridad social era la propuesta del Partido Socialista, expuesta en varios eventos por sus dirigentes ante la situación planteada. Por ejemplo señalaba el Dr. Juan B. Justo:
Los obreros deben procurar mantener sus salarios intactos y si les es posible, no deben dejarse descontar los aportes a la caja. Consideraba que es una “ley de favor y corrupción, en la que tuvo incidencia el gremio de periodistas. También consideraba calcada de la ley nacional de jubilaciones, escandalosa por muchos conceptos porque hay “jubilados sin trabajar. Pero agregaba, “si se aplicara con honestidad, representaría un alza en los salarios del 3%, monto de la contribución patronal y representaría apreciables beneficios para los trabajadores. Pero debemos tener en cuenta que estamos en el país de la lotería y la moneda depreciada ()
• Cajas de seguridad: otros oradores recogían la experiencia europea, que se inició con las sociedades mutuales de socorros mutuos al verse los obreros abandonados en caso de enfermedad. Pero esas cajas no podían dar a los asociados los recursos que demandaban sus dolencias, debido a la dificultad para acumular los fondos necesarios, orientados con el proyecto hacia el seguro nacional. A partir de 1917 se tuvo en cuenta la experiencia de la Revolución Rusa.
En nuestro país las leyes gremiales de jubilación presentada por el Dr. Carlos Carlés después de la huelga de maquinistas de 1912 se asimilaban a los obreros y empleados públicos con el objeto de quitarles el derecho de huelga. Por este motivo las empresas lo aceptaban y era rechazada por los obreros a pesar de ofrecérceles la jubilación con sueldo íntegro a los 25 años de trabajo.
• La propuesta socialista presentada por el diputado Bunge en el parlamento era la siguiente:
a) Prestaciones ordinarias del seguro de enfermedad: asistencia facultativa u hospitalaria por las afecciones del embarazo, el parto y sus complicaciones eventuales; dotación de maternidad de 50 pesos exigible con motivo del parto; subsidio de lactancia de dos pesos diarios pagaderos semanalmente durante doce semanas con motivo del parto y exigible desde seis semanas anteriores de la fecha certificada probable del mismo.
b) Los seguros de invalidez y ancianidad forman el seguro de pensiones y comprenden como prestaciones una pensión básica de 300 pesos anuales pagaderos por meses que acrece por tasas proporcionales al numero y categoría de cotizaciones eventualmente acreditadas, exigibles mientras dure la invalidez o vitalicias y la asistencia social en sanatorios, hogares o a domicilio en relación a los recursos disponibles y con preferencia preventiva.
c) El monto de la jubilación no debe ser el monto total del salario porque deben ser costeadas por los que producen.
d) Se crea la tarjeta de trabajo en la cual se anotan con estampillas los aportes obreros, así los trabajadores asegurados pueden en cualquier momento y localidad exigir la prestación de los servicios de seguro.
e) Se basa en las mutualidades existentes en el país, lo cual permitiría incorporar de inmediato al seguro a medio millón de trabajadores. El sistema contempla que los patrones hagan el aporte que les corresponde.
f) Administradas y dirigidas por los obreros, lo que los educa y los independiza de la influencia patronal. Se contempla la inspección.
g) Alberga a los obreros permanentes y transitorios.
En relación con la ley, el diputado socialista hizo propuestas ante la situación creada: crear un frente único para exigir cambios a la ley 1.289: los beneficiarios, deben ser empleados que ganen hasta 500 ó 600 pesos mensuales como máximo. Los que ganen sueldos mayores deben procurarse ellos mismos la jubilación. Debe establecer como único aporte el 5% del sueldo. Devolución de aportes si el trabajador viaja se marcha del país. Vigilar la administración de las cajas. Conseguir de la clase patronal un aumento correspondiente al aporte a efectuar. Se cita como ejemplo de la cooperativa del “Hogar Obrero, que realiza el aporte de los obreros.
Esta propuesta iba al encuentro de la disparidad que existía en los haberes jubilatorios. Uno de los ejemplos, de dos, en uno de los actos es el siguiente:
En el presupuesto aprobado por el PE el 25 de febrero de la “cajita de jubilación de los bancarios: presidente $1600; secretario general $700; un secretario de despacho $530 hasta la telefonista que cobraría $ 140. La desconfianza de la población se basaba en estos hechos y muchos obreros creían que el destino era aportar y no poder gozar de los hipotéticos beneficios que se proclamaba.
La organización de los trabajadores, USA al finalizar su manifiesto , orienta la acción de este modo:
La primera etapa de la lucha contra la resolución de los salarios señala una victoria de vuestra acción. La acción será la que reporte la victoria definitiva si ella se manifiesta concertada y firme. Para lograr esos dos aspectos importantes de la próxima lucha es menester ingresar de inmediato a los sindicatos en la confianza de que sólo ellos sabrán proporcionar la victoria que el enemigo intenta arrebatar.
Sólo desde allí serán fuertes los trabajadores como lo son los capitalistas desde sus organizaciones de clase y únicamente ese baluarte puede ofrecer garantías de triunfo a esa lucha que avecina y en la que cada trabajador está obligado a ser un decidido soldado.
El debate con los anarquistas, también se dio en relación a este tema quienes se oponían desde hace tiempo al proyecto del seguro social y los comunistas “criollos se oponían a diferencia de la República del soviet en 1918.
Sobre la desconfianza a los políticos, Américo Ghioldi, también orador en el acto de Parque Patricios, señaló: muchos obreros dicen que no quieren meterse en política, pues encuentran que todos los políticos son malos, más la política se mete con ellos, en la forma que pueden apreciarlo diariamente.
Merece destacarse la organización del mitin de la Unión Local realizado el 3 de febrero: cinco columnas que partieron de almirante Brown y Olavarría, Parque Patricios, Canning y Triunvirato, Rojas y Rivadavia y Plaza Lavalle convergieron en Plaza Congreso con designación de oradores en cuatro tribunas. Entre los gremios mencionados en la crónica figuraban la Federación Gráfica Bonaerense, el Sindicato de cartoneros, la Federación O. Marítima, el Sindicato Obrero de la Industria metalúrgica, la Unión Obreros Municipales, Mozos y anexos. Participaron jóvenes y obreras.
Los manifestantes portaban carteles con estos textos: cadenas nuevas, pero al fin cadenas, es lo que nos dan con la ley de jubilaciones; protestamos contra la ley de jubilaciones. Los armamentos se pagarán con los aportes a la ley de jubilaciones.
Este acto finalizó en la Plaza San Martín.
Las maniobras del gobierno
En la Vanguardia del 28 de marzo se anuncia que el gobierno está dispuesto a reglamentar definitivamente la ley 11.289 del personal de empresas comerciales, industriales, periodísticas, de las artes gráficas y la marina mercante nacional. Cuenta con el aval del gremio de periodistas, “ya se sabe que todos los gobiernos sienten verdadera debilidad por lo que se llama el cuarto poder del Estado.
Sin embargo, en la entrevista realizada entre el presidente Alvear e integrantes de la UIA, el primero manifestó signos de preocupación al tener que suspender esta ley, pues “quebraría el principio de autoridad. Estas reflexiones en respuesta a la decisión de los industriales de realizar los descuentos observaban la resistencia obrera a los mismos. Esta información de La Vanguardia del 12 de abril iba acompañada de una resolución de la USA del 8 del mismo mes, la cual recomendaba la resistencia al aporte “apelando a todos los medios, inclusive el de la huelga. La Unión Obrera Local coincidía con esta resolución, encargando a una comisión la agitación del tema.
Se agregan las resoluciones de los sindicatos de Constructores de carruajes, obreros Fosforeros y anexos y la programación de asambleas en otros gremios como en la de Fideeros y de la Industria del Calzado.
Además se reglamentó que los empleados y obreros permanentes de mutualidades podían acogerse a esta ley, siempre que contribuyeran con el aporte del empleados, incorporándose a la caja de establecimientos mercantiles.
Se definía el concepto de empleado permanente incluyendo “además de aquellos obreros que tengan dicho carácter a los que tuvieran más de 6 meses de servicio continuado a las órdenes de un empleador
Se establecían las normas para la inscripción en los registros y las pautas para hacer los descuentos.
Desde el 3 de mayo hasta las 6.00 del día 8 de mayo se extendió esta huelga, declarada por la Unión Sindical Argentina.
Al día siguiente se estimaba que la adhesión había sido de 80.000 trabajadores. Desde La Vanguardia diariamente se informaba sobre el tema. Así, el 4 de mayo, describía la situación en numerosos sindicatos.
En el acto realizado en Plaza Lavalle se propuso continuar la lucha hasta conseguir la derogación total de esta ley. También se realizaron críticas al gobierno y al parlamento por no haber consultado a la clase obrera organizada, antes de sancionarla.
Se detuvo al secretario general de la Federación Obrera Marítima, Francisco García. Según la declaración emitida por esta organización,
Los señores del cabotaje Roque Suárez y Dodero, procedieron a la detención de García, creyendo así asestar un golpe a la Federación Marítima () maniobra urdida por los patrones () condenan la conducta infame asumida por los señores representantes del cabotaje nacional ().
La Federación Gráfica Bonaerense, en asamblea, reconocía “la verdadera conciencia de clase al paralizar las tareas en esta emergencia en que están en juego los salarios de todos los trabajadores y empresas como Kraft, Peuser, C.G. de Fósforo, Rosso, Bianca, Editorial Atlántida, Empresa Haynes, Caras y Caretas, Colombatti, Rodríguez Giles, etc, se plegaron a la medida.
Aquel gremio se había opuesto al texto de esta ley en el período de debate parlamentario. En la provincia de Mendoza, los gráficos habían comenzado la huelga un mes antes, pues las patronales habían aplicado de la ley, realizando los descuentos salariales.
Otros gremios y federaciones adherían y enviaban resoluciones de asambleas:
– Empleados de comercio;
– Unión obreros sastres cortadores, costureras y anexos;
– Adhesión del Sindicato Único de Obreros municipales;
– Constructores de carruajes, carrocerías y anexos;
– Obreros del mimbre;
– Estibadores del puerto de la Capital
Aspecto de la ciudad
El paro fue absoluto y general según afirma La Vanguardia del 6 de mayo. Después de haber recorrido la ciudad, el día anterior, de norte a sur y de este a oeste, la nota titulaba: AYER EL PARO FUE COMPLETO – CARGAS POLICIALES EN LA PLAZA DEL ONCE Y EN LA AVENIDA DE MAYO.
El abastecimiento de la ciudad fue escaso. Faltó pan, leche, carne y otros elementos para “el normal abastecimiento de la población. Así se describe desde La Vanguardia del 7 de mayo el panorama de la ciudad, observándose la venta de productos de mala calidad y a precios más elevados.
Actitud de resistencia
La impresión que recogen de los locales sindicales es “que la resistencia y la de decisión de los obreros en esta emergencia como digna del mejor elogio por la unanimidad con que se ha manifestado.
En el local de la USA se recibieron despachos telegráficos que provenían de Tandil, Mar del Plata, Bahía Blanca, Rosario, Ibicuy, Cañada de Gómez, Tucumán, Mendoza, Tres Arroyos, Firmat, 9 de julio y Chacabuco. En esta última ciudad se plegaron trabajadores que no estaban organizados, como los gráficos, molineros y empleados de comercio.
El día anterior una comisión de la USA estuvo en la Casa Rosada y aunque el Presidente Alvear no los recibió, entregaron una nota cuyos conceptos principales apuntan a las reivindicaciones de los trabajadores:
Entendemos que después de entregar nuestras energías al trabajo, tenemos el derecho a una vejez sin hambre, y partiendo del principio de que el capital es trabajo acumulado no pagado, los capitalistas son los que tienen la obligación de ceder una parte del producto de nuestro trabajo, que ellos retienen para su exclusivo beneficio.
Se propone la postergación de la ley hasta tanto el congreso considere los intereses de la clase productora.
En la Unión Obrera Local se informa que la policía realizó detenciones:
En la comisaría 27 se hallan alojados 45 obreros y obreras pertenecientes a la sociedad obrera de los sastres. En la comisaría 8ª, se encuentran alojados 12 huelguistas. En la seccional 7ª están 8 obreros. ()
El comité pro-presos de la USA ha efectuado diversas diligencias para lograr su libertad y facilitarles alimentos, logrando que dos trabajadores sean puestos en libertad.
La policía disolvió una reunión de obreros en la esquina de Boedo y San Ignacio.
Esta organización también publicó un boletín y asimismo anunció varias conferencias en distintas esquinas.
En el Puerto sólo trabajan algunos vapores con personal reducido. El tráfico marítimo se vio limitado y han reclutado crujiros y “personal libre, personal que no tenía libreta de navegación.
La Asociación del Trabajo Ajeno, institución de rompehuelgas, presidida por el señor Anchorena, reclutaba gente con antecedentes policiales y algunos inmigrantes llegados del exterior en esos días.
La Federación de Constructores Navales realizó asambleas y continuó con el paro. El diario la Razón, opuesto al movimiento huelguístico, informaba distorsionando la realidad del trabajo en el Puerto.
En los establecimientos situados en los barrios de La Boca, Barracas y Avellaneda, el paro fue total. Asimismo en los astilleros, varaderos y fábricas.
La USA da por terminada la huelga general
El comunicado emitido a las 14.00 del día anterior rezaba lo siguiente:
El comité central de la Unión Sindical Argentina, entendiendo que los trabajadores han demostrado ampliamente ante el capitalismo y el Estado su hostilidad hacia la ley 11.289, como asimismo las razones en que se fundamenta esa oposición, resuelve:
Dejar en suspenso la continuación de la huelga general, aconsejando a los trabajadores la vuelta al trabajo el día 8, a las 6 horas.
Concitar a los sindicatos adheridos a resistir por todos los medios la efectividad de los descuentos.
Varios gremios, por ejemplo los empleados gráficos, tuvieron que promover acciones para que para que se cumpla esta última indicación de la USA. Aunque, cabe destacar que la UIA, después de la movilización, en una reunión a la que asistieron 1.500 socios, resolvió mediante un intenso debate, no hacer los descuentos y aportes.
Al cuadro de situación, es pertinente agregar el descuento jubilatorio de todos los empleados públicos, según la ley 11.260, a partir del 1 de septiembre de 1923. Se eliminaba la exoneración de los descuentos para los sueldos hasta $120 fijados desde 1921 , mientras el salario mínimo era de $160.
Un debate no saldado
En el mes de junio la Confraternidad Ferroviaria emite un manifiesto , del que por su extensión sólo haremos referencia a algunas de sus consideraciones. Inicia el mismo reconociendo: pasados los instantes de incertidumbre porque atravesó hace algunos días gran parte del proletariado de la república, por virtud de la intransigencia del poder ejecutivo nacional en el asunto de la aplicación de la ley 11.289 sobre las causas que motivaron el que su actitud fuese pasiva en la emergencia ()
La crítica apunta a la USA, pues ésta no ha participado ni directa ni indirectamente en el proceso de debate parlamentario. La crítica apunta a su concepción cristalizada en su carta orgánica y a renglón seguido, el manifiesto rescata la experiencia ferroviaria, cuando estuvo “de por medio el interés de los trabajadores:
Cuando por primera vez en el parlamento argentino, se habló seriamente de jubilaciones, fue en el año 1912 a poco de terminada la huelga que durante 52 días sostuvo valientemente el personal de máquinas afiliado a La Fraternidad. Tanto la CD de esta sociedad como el CF de la ex Federación Ferroviaria, cuyos estatutos tenían disposiciones esencialmente revolucionarias, como la carta orgánica de la USA, que es antiestatal por excelencia- se preocuparon preferentemente de que ley básica que se discutía, que luego llevó el número 9653, no llegara a vulnerar los legítimos derechos e intereses de los obreros y empleados de la industria ferroviaria.
Debe estar fresco en la memora de la mayoría de éstos la actitud francamente hostil a la sanción del célebre artículo 11 –que coartaba en su fondo el derecho de huelga- observada por las organizaciones precitadas.
El relato recuerda la participación activa y eleva comunicaciones en repudio a dicho artículo. Consiguiendo que de “una manera velada se desconociera el derecho inalienable que asiste a todo productor para lograr cuando se le antoje ().
Se dedica a la USA un párrafo especial y directamente señala que en el caso de la ley 11.289 no ha tenido en cuenta los intereses del proletariado, recordando que quienes iniciaron la protesta habían sido los obreros gráficos (Federación Gráfica Bonaerense), gremio afiliado a la USA.
El texto finaliza señalando: habría sido suficiente un alejamiento relativo del puritanismo revolucionario de que hacen alarde teóricamente y haberse concretado a trabajar tesoneramente con el fin de evitar que las cámaras sancionaran semejante bodrio con cuya actitud no hubiera perdido ni un átomo de tal pureza ()
La huelga contra la ley de jubilaciones en 1924
Algunas reflexiones
Analizados los debates parlamentarios y la justificación de la medida de lucha por la Unión Sindical Argentina – USA, nos cabe profundizar en torno a la línea de política sindical de las organizaciones obreras y su visión sobre la resolución de los problemas del sistema capitalista.
La práctica dominante en esa época era la negociación obrero-patronal y en algunas ocasiones se buscaba el apoyo del Estado en los conflictos, por medio del arbitraje. Persistía la idea anarcosindicalista de que el Estado interviniese en forma permanente en las relaciones laborales, oponiéndose a las regulaciones legales. Tal es así que durante el período parlamentario de discusión de la ley de jubilaciones, el movimiento obrero mantuvo ajeno al mismo. Para comprender más cabalmente su pensamiento agregamos las siguientes consideraciones, dentro de un marco conceptual, públicamente en debate que atravesaba las acciones cotidianas.
Con motivo de las invitaciones recibidas en las reuniones internacionales a realizarse en Moscú y en Berlín, la USA respondió con amplias consideraciones sobre:
– la unidad de la clase obrera;
– el valor revolucionario de los partidos políticos;
– el papel de “vanguardia del P. Comunista;
– al papel de los sindicatos:
son los únicos órganos del proletariado con capacidad para realizar la revolución y reconstruir la economía de la nueva sociedad sobre bases igualitarias y que en tal sentido los partidos políticos cualquiera que sea su carácter y definición no tienen ningún valor revolucionario y antes bien representan un obstáculo al libre desenvolvimiento del proletariado organizado sindicalmente y un serio peligro para su orientación libertaria.
Esta respuesta al comité ejecutivo de la Intersindical Roja, se realizaba con el reconocimiento de que las relaciones internacionales solamente informativas. Este era el pensamiento de la mayoría de los sindicatos, evaluados en una votación para resolver el envío de delegados a las reuniones internacionales. (25)
En este documento señala estar más cerca de algunas posiciones de los sindicalistas de Berlín, tal es como cuando dice que “la unidad proletaria es la condición indispensable a la emancipación de nuestra clase.”
Sosteniendo esta posición rechaza la invitación del Partido Socialista del 17 de abril de 1922 para realizar el acto del 1º de mayo, tal como lo había acordado los representantes de la Internacional de Moscú, la Internacional de Viena y la Internacional de Londres. El argumento del rechazo consideraba que ese acuerdo “carece de valor para una entidad que, cual la USA desarrolla sus actividades al margen de los partidos políticos y con arreglo a una disciplina propia”.
Desde la óptica de la Internacional Comunista la situación se evaluaba de otro modo; tomaba en cuenta la correlación de fuerzas de clases en el plano internacional, la situación de cierto “equilibrio relativo e inestable” y el papel de la II Internacional y la Internacional y media. Sobre estos temas, V. Lenin (26) interviene sosteniendo que:
– La burguesía internacional, privada de la posibilidad de hacer abiertamente la guerra contra la Rusia soviética se mantiene a la expectativa, acechando el momento propicio para reanudar la guerra. (…)
La democracia pequeñoburguesa de los países capitalistas representada en su sector avanzado por la II Internacional y por la Internacional II y media, constituye en la actualidad el principal sostén del capitalismo, porque sigue ejerciendo su influencia sobre la mayoría o sobre una parte considerable de los obreros y empleados de la industria y del comercio, que temen perder en en caso de revolución , su relativo bienestar pequeñoburgués, creado por los privilegios que les otorga el imperialismo. Pero la creciente crisis económica agrava en todas partes la situación de las grandes masas, cosa que, juntamente con el hecho cada vez más evidente de que son inevitables nuevas guerras imperialistas si subsiste el capitalismo, hace que sea cada vez más inseguro el puntal que venimos hablando. Desde esta organización se concebía que para derrotar al capitalismo, debía funcionar como un “partido único en el mundo entero” y los “partidos que trabajaban en los distintos países no son sino sus secciones separadas”. (27)
Según S. Marotta, protagonista de la época, reconoce que la ley 11.289 adolecía de serias deficiencias pero también tenía sus virtudes:
La principal, incuestionablemente, en cuanto tendía a instituir en el país un principio de universalización de la legislación provisional hasta entonces limitada a escasas actividades. (…)
El problema de los aportes, base de la campaña y de las huelgas parciales y generales, pudo haber sido enfocado desde otro ángulo; se nos ocurre, a la distancia, que habría correspondido realizar en tal circunstancia un vasto movimiento nacional con vistas a la elevación de los salarios y sueldos. Los trabajadores y empleados habríanse colocado en condiciones de compensar sus disminuciones y evitado, presumiblemente, el extraño suceso de su coincidencia con los empleadores para sepultar una legislación que con el andar del tiempo iba a imponerse en el país”.
En esta apreciación, el autor cita al dirigente socialista Juan B. Justo en la conferencia pronunciada para los afiliados a la Unión Cortadores, Sastres, Costureras y Anexos, quien entre otros conceptos expresara que: si los obreros consiguieran elevar sus salarios en el 5%. Sumando ese porcentaje al 8% de la patronal – constituiría un alza del 13% de los salarios lo que no vendría mal viniendo de la ley. De no mediar esta circunstancia, su beneficio para los trabajadores sería hipotético.
De otros discursos (28) pronunciados el día del paro en la Unión Obrera Local, el autor cita otros argumentos que fundamentaban la oposición a la ley 11.289:
– el gobierno quería cubrir “los fabulosos empréstitos contraídos con la banca norteamericana para poder hacer frente a la alocada competencia armamentista (…);
– propósito “artero de asestar un golpe a la organización obrera ocultado tras una serie de artículos engañosos”; aspiraba a “crear una nueva y frondosa institución dónde poder ubicar a miles de parásitos-burócratas que recrearían con puestos jubilatorios”;
– “los procederes de coacción y de violencia puestos en práctica por las autoridades al servicio del capitalismo naviero”.
Desde principios de siglo el Partido Socialista promovía regular a través de proyectos legislativos las condiciones de trabajo. Refiriéndose a la huelga por “la mala ley de jubilación” y a modo de balance reconoce que “se ha dejado sentir en todas las industrias y el nocaut patronal que vino a completarla, clausurando las casas de comercio en su totalidad (…) unanimidad pocas veces vista o jamás superada por ningún movimiento anterior.” Estas reflexiones y las que continúan fueron publicadas en La Vanguardia, el 6 de mayo de 1924:
Estamos realmente en presencia de una lucha o una protesta contra el sabotaje de la acción parlamentaria socialista, que no otra cosa representa la ley repudiada y los procedimientos puestos en práctica para su adopción por la cámara de diputados. (…)
El sano principio del retiro obrero para la vejez resulta desvirtuado por disposiciones que el poder ejecutivo, atribuyéndose facultades legislativas que no le corresponden, se ha creído en el deber de anular. Y para completar esa obra depuradora, acaba de dirigir al congreso el mensaje ya conocido proponiendo aclaraciones y reformas fundamentales a esa ley embrionaria en la que lo único positivo para los obreros y empleados es la contribución que se les exige para la presunta ley de jubilaciones.
A las críticas a este instituto legal propuesto por los radicales, se agregan otras a la reglamentación y a las reformas que propone, así como destaca que en la secuencia de los hechos está el beneficio a los estancieros, al fijar un piso mínimo para el ganado.
Analizando los documentos de la USA, Julio Godio en la Historia del Movimiento Obrero Argentino, reconociendo los argumentos explicitados, agrega otros elementos a tener en cuenta:
La USA se opone a esta ley en nombre de la supresión del capitalismo. “no protestamos contra la ley sino contra el régimen…” La crítica de la USA se basa en un argumento aparentemente valedero; la ley es necesaria para el Estado para recaudar fondos que ya no puede extraer a los empresarios. No cabe duda que era un peligro real, pero igual peligro se presentaba cuando se lograba aumentos de salarios sabiendo que el Estado podía autorizar aumentos en los precios de los artículos de consumo (…) Dos argumentos considerados como valederos, el autor los cataloga como falsos, como:
1. la pérdida de la libertad frente al Estado, dado que entraban en contradicciones con experiencias anteriores en los conflictos de los marítimos;
2. la aplicación de la ley era independiente de lograr incrementos salariales a través de la acción sindical.
Buceando en los aspectos ideológicos que sustentaban esta posición, J. Godio, apunta a desentrañar: los vínculos ideológicos entre sindicalismo y anarquismo en relación a la naturaleza y el rol del Estado. Pero, al mismo tiempo, reflejaba las diferencias entre ambos, porque para el anarquismo la solución de fondo era la “revolución social” y para el sindicalismo el logro de convenios colectivos que amparasen a trabajadores pasivos y activos. (…)
El antiestatismo activaba también diversas variedades de sentimientos “apolíticos” presentes entre los trabajadores nativos y extranjeros. En nombre de la “revolución proletaria” alejaba a los trabajadores de la acción política. (29)
La adhesión del Partido Comunista a la posición de la USA
Según Rubens Iscaro (30) realizando una reflexión posterior a los acontecimientos, señalo que “no se trataba de rechazar globalmente dicha ley – que en determinadas condiciones podía ser una conquista-, sino sus aspectos negativos”. Resalta la participación de Orestes Ghioldi, como secretario de la Unión Obrera Local, en polémica con la USA, aunque no aclara los términos.
Si, es conocido que la posición internacional determinaba las prácticas locales, por lo tanto el PC como parte de la Internacional Comunista, adhería a sus lineamientos. Caracterizaban a los socialistas reformistas como “agentes de la burguesía”.
¿Cuáles eran centralmente esos lineamientos?
La Internacional comunista reconoce que para acelerar la victoria, la asociación de los trabajadores, la cual lucha por aniquilar el capitalismo y crear el comunismo, debe tener una organización fuertemente centralizada. La Internacional comunista debe, de hecho y de verdad, ser un partido comunista único en el mundo entero. Los partidos que trabajaban en los distintos países no son sino sus secciones separadas.
En el año 1923, esa orientación promovía la formación de frentes únicos ante el avance del fascismo “frente a la necesidad de solucionar los problemas planteados a los trabajadores por la crisis de posguerra” (…)(31)
Las posiciones en juego: las corrientes influenciadas por los anarquistas anticapitalistas pero sin propuestas políticas, los socialistas abocadas a las tareas parlamentarias y el incipiente Partido Comunista adherido a la Internacional Comunista, quienes al calor de la triunfante revolución de octubre, seguían lineamientos generales.
El Partido Socialista había sostenido la línea del progreso en el marco del sistema capitalista y dentro de su práctica la actividad parlamentaria era intensa para regular las relaciones laborales u otros temas como la emancipación civil de las mujeres y el logro de sus derechos cívicos. Su práctica de control obrero se limitaba al cumplimiento de las leyes sancionadas. (32) Es de destacar que este concepto se amplió y en cierto sentido cambió a partir de la revolución rusa, planteándose el control obrero: sobre la producción, conservación y compra-venta de todos los productos y materias primas, en todas las empresas industriales, comerciales, bancarias, agrícolas, etc., que cuenten con cinco obreros y empleados (en conjunto), por lo menos, o cuyo giro anual no sea inferior a 10.000 rublos. (33)
En otros términos, el mundo proponía “liberarse del yugo capitalista” o limitar los pedidos de “libertad” a la expresión, reunión, etc. y en nuestro país ese debate fue parte del orden de varios congresos de las organizaciones obreras.
El repudio a la ley 11.289 fue total pero como se puede observar en los fundamentos de cada evaluación difieren, pues cada organización partía de supuestos estratégico distintos.
Investigación financiada por la autora.
Notas: 1) B.O. 19/12/1923. 2) Fue derogada en el año 1926, restituyendo los aportes descontados.3) La Vanguardia, 6 de mayo de 1924.4) Kandel, Ester, Ley de trabajo de mujeres y menores- Un siglo de su sanción- La doble opresión: reco-nocimiento tácito. Editorial Dunken, 2006 y Control obrero en La Clase Obrera en el Centenario, Edi-ciones CTA, 2011.5) Godio, Julio, Historia del movimiento argentino 1870-2000, Editorial Corregidor, 2000.6) El anarquismo centraba el debate alrededor del concepto de acción directa versus acción colectiva.7) El autor se basa en la caracterización realizada por David Rock.8) Panettieri, José, Los trabajadores, Editorial Jorge Alvarez, 1967.9) Rapoport, Mario, Historia económica, política y social de la Argentina (1880-2003, Editorial Ariel, 2005.10) La Vanguardia, 2 de junio de 1920.11) “Los diputados Quirós y Bas pretendían que se ampliara el límite de las jubilaciones, de 1000 pesos a 2000.12) La Vanguardia, 12 de septiembre de 1915.13) La Vanguardia, 6 de julio de 1922.14) De la nota al Presidente: “..sabemos tiene en V.E. un decidido protector, y cuyas resultancias respecto a sus beneficios y proyecciones de carácter social y económico, conocéis es toda su importancia.”15) La Vanguardia, 17 de agosto de 1922.16) La Vanguardia, 26 de agosto de 1922.17) Roque Saenz Peña.18) La ley 4.349 sancionada en septiembre de 1904, en su art. 18 establecía que los empleados debían tener 30 años de servicios y 55 o más años de edad. La jubilación era el término medio del sueldo de los últimos cinco años y para la pensión el de los 10 años. 19) La Vanguardia, 11 de septiembre de 1922.20) La Vanguardia, 19 de septiembre de 1922.21) La Vanguardia, 2 de diciembre de 1922.22) De la memoria de obras públicas del año 1922, de las cifras recaudadas con el 5% de aumento y la contribución aportada a la caja de jubilación ferroviaria, a razón del 8% de los sueldos del personal, se desprende que las empresas han cobrado al público ingentes sumas de más, realizando un verdadero ne-gocio después de jubilar gratuitamente a su personal. He aquí los sobrantes de las cuatro empresas princi-pales: Sur, pesos 1.103.173,26; Oeste, 879.935,35; Central Argentino, 1.485.507,35 y Pacífico, 1.178.631,29 m/n.23) La Vanguardia, 17 de junio de 1923.24) La Vanguardia, 1º de agosto de 1923.25) USA, Memoria y Balance, marzo de 1922 y enero de 1924.26) Lenin, Vladimir, Tercer congreso de la Internacional Comunista, Obras completas, Tomo 32.27) Texto citado por J. Godio, op.cit.28) Los oradores fueron Hermenegildo Rosales, Juan Greco, Aurelio Fernández, Orestes Ghioldi (secretario general) y Rodolfo Ghioldi. No pudimos acceder directamente a estas fuentes.29) Kandel, Ester, citado en A propósito del anarquismo, Argenpress, 2 de agosto de 2011.30) Iscaro, Rubens, Historia del movimiento sindical, Editorial Fundamento.31) Op. cit.32) Kandel, Ester, Ley de trabajo de mujeres y menores- Un siglo de su sanción- La doble opresión: reco-nocimiento tácito, Dunken, 2008 y Control obrero en 1908, en La clase obrero y el centenario, Ediciones CTA, 2011.33) Lenin, V. Proyecto de decreto sobre el control obrero, 8 ´9 de noviembre de 191, Control obrero y na-cionalización, Ediciones Tierra Nueva, 1973.

 

La Semana Trágica de enero de 1919: huelga, lucha y represión

Por Leónidas Ceruti, historiador.
ANRed

Debemos ver a la huelga de los metalúrgicos de los Talleres Vasena, la posterior represión y resistencia, que pasó a la historia como la “Semana Trágica”, como uno de esos heroicos hitos de la clase obrera, que nos ha dejado muchas enseñanzas. No sólo se reclamó y se luchó por los derechos de los trabajadores, sino que no se dudó en enfrentar a las fuerzas policiales, al Ejército y a la Liga Patriótica, en una clara muestra de autodefensa de clase.

«Contra los indiferentes, los anormales, los envidiosos y haraganes; contra los inmorales, los agitadores sin oficio y los energúmenos sin ideas. Contra toda esa runfla sin Dios, Patria, ni Ley, la Liga Patriótica Argentina levanta su lábaro de Patria y Orden… No pertenecen a la Liga los cobardes y los tristes.»

Sumario:
Panorama internacional y nacional
El conflicto en la empresa Vasena
Represión y resistencia
La Liga Patriótica
La Plaza “Martín Fierro”
Perón en la represión: el debate
Antisemitismo
Donaciones de las familias patricias
El tango: “Se viene la maroma!”
A modo de conclusión
Panorama internacional y nacional
La situación internacional hacia fines de 1917 se distinguió por su conflictividad. Europa se vio envuelta en distintos conflagraciones como la Primer Guerra Mundial, la Revolución Bolchevique, la agresión imperialista de catorce países al naciente estado obrero ruso, los movimientos sociales en Alemania con el alzamiento espartaquista entre 1918 y 1919, la República Soviética de Bela Kun en Hungría, y la agitación obrera en Italia, España y Francia. En América Latina llegaba a su fin la Revolución Mejicana, y en Nicaragua Augusto Cesar Sandino encabezaba la lucha antiimperialista.
En el país, producto de la guerra del 14, la economía agroexportadora se vio afectada cuando los precios internacionales comenzaron a bajar y prácticamente se cerraron los mercados europeos. Por otra parte se redujo drásticamente el flujo de los productos manufacturados que el país importaba. La situación empeoró al aumentar la inflación y la desocupación.
El primer gobierno de Hipólito Yrigoyen enfrentó un panorama económico signado por la depresión entre 1914 y 1917, con la interrupción de inversiones extranjeras, una baja del valor de las tierras, menores importaciones y desempleo. A partir de 1917 hasta 1921 hubo un incremento de las exportaciones, más alimentos para Europa y desde 1922 hasta 1929 se produjo una prolongada fase de recuperación, en donde las importaciones superaron a las exportaciones. En la industria frigorífica se agudizaron las disputas entre los capitales de EEUU y los británicos. Los primeros llegaron principalmente a través de Standar Oil, General Motor y Duperial.

12 de octubre de 1916 – Asunción de Yrigoyen como Presidente
Desde 1918 crecieron los puestos de trabajo en los puertos, ferrocarriles, en las industrias metalúrgicas, frigoríficos, construcción, etc. Antes de 1915, la sindicalización era baja, y en la segunda década se produjeron cambios estructurales, como el surgimiento de varias federaciones de industria, concentración de fuerzas, extensión de las organizaciones, sindicalización de sectores medios, mientras que el sindicato continuó siendo el lugar de participación de los inmigrantes.
La política que llevó adelante Yrigoyen hacia el movimiento obrero estuvo caracterizada por un intento de establecer una nueva relación entre el Estado y los trabajadores. Incluía en su proyecto la integración política de la clase obrera urbana, cambiando apoyo por votos, procurando limitar la influencia del Partido Socialista entre los trabajadores. A la vez el poder de policía se ejerció favoreciendo a unos y otros, intentando una conciliación entre el capital y el trabajo, con una política destinada a que los sindicatos tuvieran “acceso y comunicación con el gobierno”, con claras actitudes de “paternalismo obrero”. Las posiciones del gobierno radical oscilaron entre el arbitraje, las negociaciones y la represión.
Los arbitrajes se dieron en la huelga de los obreros marítimos en 1916 por mejores salarios, donde peligraban las exportaciones de las cosechas de cereales, y el gobierno se mantuvo neutral; posteriormente, durante la huelga de los municipales de Buenos Aires, el gobierno accedió al reclamo de la reincorporación de los obreros de origen español; la misma metodología se aplicó durante 1917-18 en el conflicto de los ferroviarios. Mientras que la represión apareció abiertamente en la disputa en los frigoríficos en 1917-18, en los Talleres Vasena, en enero de 1919, durante la masacre de la Semana Trágica.

Los sucesos continuaron con la represión y las muertes proletarias durante 1921 en la Patagonia y en el norte santafesino en territorios de La Forestal.
Desde 1916 hubo huelgas de obreros portuarios, municipales, agrarios, frigoríficos, ferroviarios. En 1917 hubo 136.000 trabajadores en huelga; al año siguiente fueron 138.000, pero en 1919 la cifra subió a más de 300.000. El 70 por ciento de los huelguistas pertenecía al sector de los transportes, lo que también marcó una diferencia con los movimientos de la primera década del siglo, que en su mayoría se daban en pequeñas empresas.

El conflicto en la empresa Vasena
La firma “Pedro Vasena e Hijos”, convertida poco después en los “Establecimientos Metalúrgicos San Martín-Tamet”, poseía un gran establecimiento metalúrgico que empleaba a 2500 trabajadores. La fábrica estaba ubicada en Cochabamba y Rioja (donde hoy está la Plaza Martín Fierro). Su titular era descripto como un “burgués próspero y despiadado”, y en 1919 estaba necesitado de proteger sus ganancias de las causas que la primera guerra mundial había engendrado: suba de precios de las materias primas y del petróleo.
El 2 de diciembre de 1918, los operarios se declararon en huelga. Sus reclamos eran: aumentos de salarios, jornadas de ocho horas, premios para el trabajo los domingos y horas extras, abolición del trabajo a destajo y reincorporación de los compañeros despedidos a causa de las actividades gremiales.
El Departamento Nacional del Trabajo había hecho lugar a los reclamos y dispuso satisfacer las demandas que fueron desoídas por la patronal. La empresa intentaba seguir funcionando con obreros rompehuelgas provistos por la Asociación Nacional del Trabajo, una asociación de empresarios que junto con el embajador inglés quiso entrevistarse con Yrigoyen, quien no los recibió y los hizo echar de la casa de gobierno (1).
Los directivos no recibieron a la comisión de huelga, rechazaron el petitorio, y en cambio contrataron a carneros y rompehuelgas, con los que lograron mantener cierta actividad en los talleres. Inmediatamente se instalaron piquetes obreros en las inmediaciones de la fábrica. La patronal respondió reclutando a numerosos matones para “proteger los bienes de la empresa” y les proveyeron armas.
Los huelguistas enfrentaron a los “guardias blancos” de Vasena y se sucedieron incidentes, cada vez más frecuentes y violentos, sobre todo en el trayecto recorrido por los carros que transportaban materiales desde los depósitos ubicados en Santo Domingo y Pepirí hasta los talleres de Cochabamba y Rioja. Presionado por la empresa, el gobierno nacional ordenó que fuerzas policiales custodiaran esos convoyes. El conflicto entró en una espiral de violencia y el 24 de diciembre se incendió el auto del propio Jefe de policía.
Luego, se conoció la clásica declaración de un funcionario policial: “La restricciones y prohibiciones a la policía para proceder con energía aun en el caso de ser injuriada o atacada a pedradas, y la conducta insolentemente provocativa de los especulativos turiferarios del obrerismo, fueron engendrando un fuerte encono y una cólera sorda en los hombres de la repartición, que se desbordó en forma implacable, inexorable, vengativa”. La dirección de Vasena despidió a los huelguistas.

Represión y resistencia
El 7 de enero de 1919, por la tarde, 6 chatas que salían de los depósitos eran seguidas por gran número de huelguistas, quienes acompañados de sus mujeres y de sus hijos reclamaban a los carreros que abandonaron su papel de rompehuelgas. “La caravana pasó frente a la escuela situada en la esquina de Alcorta y Pepirí, donde desde algunos días antes habían quedado acantonados veinte bomberos armados y diez ‘cosacos’ de la guardia de seguridad. Se inició entonces un violento tiroteo, de origen incierto -ya que huelguistas y uniformados se achacaron mutuamente la agresión-, que duró más de una hora. La llegada de tropas de refuerzo que establecieron una línea de tiradores de seis cuadras y patrullaron intensamente toda la zona puso fin al incidente. Un obrero apareció muerto a sablazos en medio de la calle y otros cuatro fueron víctimas de los disparos -algunos en el interior de su propia casa-; entre veinte y cuarenta heridos escaparon con vida y no hubo detenciones. Las fuerzas armadas no registraron más que un herido leve”. (2)
Estos hechos provocaron en los medios obreros una enorme indignación, que la prensa anarquista de La Protesta se encargó de divulgar haciendo un llamado a los trabajadores «Sin falta, trabajadores, vengad este crimen. Dinamita hace falta ahora más que nunca. Esto no puede quedar en silencio. No! Y mil veces No! El pueblo no se ha de dejar matar como mansa bestia. Incendiad, destruid sin miramientos obreros; Vengaos, hermanos! El crimen de las fuerzas policiales embriagadas por el gobierno y por Vasena clama el estallido revolucionario. Espantemos las gallinas, camaradas, y manos a la obra . . .». (3)
Alfredo Vasena “se dignó a reunirse con los delegados gremiales en el Departamento de Policía y les ofreció la reducción de la jornada laboral a 9 horas, un 12 % de aumento de jornales y admisión de cuantos quisieran trabajar. Como la reunión se hizo larga, se decidió continuarla al día siguiente en la propia fábrica. Los obreros llegaron puntualmente a las diez, pero don Vasena se negó a reunirse argumentando que entre los delegados había activistas que no pertenecían a su plantel”. (4)

Los obreros armados de cierta paciencia conformaron otra delegación que presentó el pliego de condiciones de los huelguistas. Vasena prometió contestar al día siguiente y, a pedido de los obreros, ordenó que dejaran de circular las chatas de transportes. Pero los hechos se iban a precipitar.
Parte de la jornada del 9 de enero quedó reflejada en La Prensa, en una crónica que planteaba que “todas las organizaciones obreras manifestaron su protesta. La Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos fue más lejos, proclamando la huelga general, y lo mismo hicieron al otro día la FORA (5º C.) y muchas federaciones de oficio. Los piquetes que recorrieron las calles en la mañana del 9 terminaron por imponerla a toda la ciudad. Los comercios y las fábricas cerraron sus puertas, el tráfico fue suspendido totalmente, y en medio de la curiosidad y la sorpresa del vecindario recorrieron las calles, enarbolando banderas rojas y negras, las comisiones de huelguistas». (5)
Según las crónicas periodísticas, “las delegaciones gremiales y una enorme multitud, en la que abundaban las mujeres y los niños, se iba reuniendo alrededor de los locales donde eran veladas las víctimas: el de los metalúrgicos, en Avda. Alcorta, y el centro socialista de la calle Loria. Hacia la una de la tarde, el enorme cortejo -estimado por fuentes obreras en 200.000 personas- se puso lentamente en movimiento tras los ataúdes, conducidos a pulso y cubiertos por banderas rojas. Una vanguardia de 150 hombres, formaban la ‘autodefensa obrera’, iban armados con revólveres y carabinas.

“Al acercarse a los talleres de Vasena los disparos que desde allí se realizaban provocaron corridas y escenas de pánico entre los manifestantes, exacerbando la excitación general. Mientras algunos grupos se desprendían, otros se sumaban a los que desde la mañana sitiaban los talleres y se tiroteaban con sus ocupantes. El resto siguió la marcha, uniéndose con los que esperaban el paso de la columna de la calle Loria. La creciente agitación de los manifestantes se iba transmitiendo a los barrios que atravesaban en su largo trayecto hacia la Chacarita. Numerosos incidentes, tiros, alarmas y corridas, mantenían la tensión y fragmentaban la marcha. Los grupos más exaltados se armaban saqueando las armerías, otros prendían fuego a los tranvías abandonados en las calles.
“Al pasar por Corrientes y Yatay estalló un nuevo tiroteo: algunos señalaron que los disparos provenían del colegio anexo a la iglesia ubicada en esa cuadra. Entonces la muchedumbre, dando muestras en sus exteriorizaciones de gritos y ademanes de gran irritación, prendía fuego a un colegio y parte de la capilla. Otros que habían conseguido penetrar en el interior, arrojaban al aire hechas pedazos las imágenes y cuantos objetos de uso religioso o privado encontraban a su paso Los sacerdotes que ocupaban el establecimiento se defendían entretanto del asalto y, parapetados adonde aún no habían llegado los asaltantes, hacían fuego contra estos y contra los que pretendían continuar perpetrando en el local». (6)
La llegada de una dotación de bomberos, que desde las ventanas del edificio hicieron cerradas descargas sobre la multitud, terminó por dispersarla produciendo numerosas víctimas.
El resto de la columna -que ocupaba aún tres cuadras- continuaba su accidentado recorrido desbordante de furia, incendiando coches y tranvías, un camión de bomberos y los vagones de un tren que intentó cortar su paso.

Aproximadamente a las 17 horas, la interminable columna obrera llegó a la Chacarita, la gente se fue acomodando como pudo entre las tumbas. Y se encontraron con un destacamento del Ejército y gran cantidad de policías. Comenzaron los discursos. En primera fila estaban los familiares de los asesinados. Madres, padres, hijos, hermanos desconsolados. Mientras hablaba el dirigente Luis Bernard, surgieron abruptamente detrás de los muros del cementerio miembros de la policía y del ejército que comenzaron a disparar sobre la multitud. Era una emboscada. La gente buscó refugio donde pudo, pero fueron muchos los muertos y los heridos. Los sobrevivientes fueron empujados a sablazos y culatazos hacia la salida del cementerio. Según los diarios, hubo 12 muertos y casi doscientos heridos. La prensa obrera habló de cientos de muertos y más de cuatrocientos heridos. Ambas versiones coinciden en que entre las fuerzas militares y policiales no hubo bajas. La impunidad iba en aumento. No había antecedentes de semejante matanza de obreros. (7)
Otro foco de graves disturbios se dio alrededor de los talleres Vasena. Desde la mañana habían sido rodeados por nutridos grupos de obreros, y sus pedradas -contestadas por armas de fuego- iniciaron un combate que duró todo el día, los sitiadores trataron de voltear los portones de la fábrica y al no lograrlo comenzaron a prenderles fuego. En el interior del edificio se encontraba el director-gerente Alfredo Vasena con otros miembros del directorio y una delegación de la Asociación Nacional del Trabajo, encabezada por el presidente de la Bolsa de Comercio. Los empresarios encerrados pidieron protección al ministro del Interior y al de Guerra, y uno de ellos, súbdito británico, solicitó la intervención del embajador de su país.

Hacia las tres de la tarde llegó el recién designado jefe de policía, Elpidio González, figura prominente del radicalismo. Este intentó arengar a los huelguistas, que reaccionaron violentamente, incendiando incluso el coche en que viajaba. La llegada de más de 100 bomberos armados, reforzados por policías y «cosacos» y de un piquete de soldados de infantería con una ametralladora, desencadenó finalmente una batalla campal que se prolongó hasta la noche, dejando -según fuentes policiales- un saldo de 24 muertos y 60 heridos. Como episodios semejantes se multiplicaban por todas partes, ante la imposibilidad de controlar la situación y temiendo que los hechos respondieran a un complot revolucionario, el gobierno dispuso el acuartelamiento de todas las fuerzas represivas, dejando prácticamente las calles en poder de los obreros. Un diario de esa tarde llegaba «al triste convencimiento de que no tenemos gobierno» y de que «el poder, pues, está en la huelga, no en el gobierno». (8)
Tras haber recibido la noticia de que la huelga se había extendido a Rosario, Santa Fe, Mar del Plata, Bahía Blanca, hacia el noroeste de la provincia de Buenos Aires y de que la Capital Federal estaba aislada del resto del país a causa del paro de los ferroviarios y de la Asociación Obrera Marítima, el presidente, Hipólito Yrigoyen, citó al día siguiente en su despacho a don Pedro Vasena (su correligionario Leopoldo Melo era abogado .de la empresa) y lo instó a aceptar los reclamos sindicales. El conflicto se resuelvió por la rendición incondicional del empresario. Así lo entiende la FORA del IX Congreso, que da por terminado el movimiento. La FORA V, en cambio, cree que ha sonado la hora de la revolución social y deciden continuar la huelga.
El general Luis J. Dellepiane, comandante de la división con asiento en Campo de Mayo, se había constituido en la ciudad, y procedió a ocupar con sus tropas distintos puntos estratégicos. Los enemigos a combatir eran los trabajadores en huelga y aquellos que se solidarizaban. Convoca a la prensa. “Es seco y categórico. Amenaza ‘emplazar la artillería en la plaza del Congreso y atronar con los cañones toda la ciudad’.” La Nación de esa fecha subraya en su crónica otra advertencia del jefe militar: «Hacer un escarmiento que se recordará durante 50 años».

Finalmente el 11 de enero el gobierno radical llegó a un acuerdo con la FORA IX basado en la libertad de los presos que sumaban más de 2.000, un aumento salarial de entre un 20 y un 40 %, según las categorías, el establecimiento de una jornada laboral de nueve horas y la reincorporación de todos los huelguistas despedidos. Poco después las autoridades de la FORA y del Partido Socialista resolvieron la vuelta al trabajo.
El vespertino La Razón titulaba: “Se terminó la huelga, ahora los poderes públicos deben buscar los promotores de la rebelión, de esa rebelión cuya responsabilidad rechazan la FORA y el PS”. Pero el dolor y la conmoción popular continúan. Los trabajadores se muestran renuentes a volver a sus trabajos. En las asambleas sindicales las mociones por continuar la huelga general se suceden. Por su parte, la FORA V se opone terminantemente a levantar la medida de fuerza y decide “continuar el movimiento como forma de protesta contra los crímenes de Estado”.
Finalmente, el general Luis Dellepiane, recibió el martes 14 de enero por separado a las conducciones de las dos FORA y aceptó sus coincidentes condiciones para volver al trabajo que incluían “la supresión de la ostentación de fuerza por las autoridades” y el “respeto del derecho de reunión”. Pero pasando por encima del general, la policía y miembros de la Liga Patriótica se dieron un gusto que venían postergando: saquearon y destruyeron la sede de La Protesta.
La rebelión social duró exactamente una semana, del 7 al 14 de enero de 1919. La huelga había triunfado. No hubo sanciones para las fuerzas represivas. Dellepiane, el jefe de la represión, dictó la siguiente orden: “Quiero llevar al digno y valiente personal que ha cooperado con las fuerzas del ejército y armada en la sofocación del brutal e inicuo estallido, mi palabra más sentida de agradecimiento, al mismo tiempo que el deseo de que los componentes de toda jerarquía de tan nobles instituciones, encargadas de salvaguardar los más sagrados intereses de esta gran metrópoli, sientan palpitar sus pechos únicamente por el impulso de nobles ideales, presentándolos como coraza invulnerable a la incitación malsana con que se quiere disfrazar propósitos inconfesables y cobardes apetitos”.
El embajador de Yrigoyen en Gran Bretaña, Álvarez de Toledo, tranquilizaba a los inversores extranjeros en un reportaje concedido al Times de Londres y reproducido por La Nación: “Los recientes conflictos obreros en la República Argentina no fueron más que simple reflejo de una situación común a todos los países y que la aplicación enérgica de la ley de residencia y la deportación de más de doscientos cabecillas bastaron para detener el avance del movimiento, que actualmente está dominado. [Agregó que] la República Argentina reconoce plenamente la deuda de gratitud hacia los capitales extranjeros, y muy especialmente hacia los británicos por la participación que han tenido en el desarrollo del país, y que está dispuesto a ofrecer toda clase de facilidades para otro desarrollo de su actividad” (9).
¿Cuántas fueron las víctimas de la represión? El escritor Diego Abad de Santillán computa 1.500 muertos y 5 mil heridos Hubo, además, 55.000 prontuariados, con la accesoria, para muchos, de una quincena de confinamiento en la isla Martín García.
En su libro «La Semana Trágica», el comisario A. Romariz (oficial de la seccional 34a. de la Boca, durante los sucesos), agrega detalles escalofriantes: los cadáveres eran rápidamente incinerados conforme a indicaciones del general Dellepiane. El mismo pudo comprobarlo en la Morgue, cuando acudió a reclamar el cuerpo de un suboficial. «Entretenga a la viuda hasta que se olvide», le dijo el funcionario que lo atendió, escudándose en esa orden.

La Liga Patriótica
Las huelgas del año 1918 a los miembros “más destacados de la sociedad” les dio un fuerte ataque de desesperación. La Revolución Bolchevique se había producido hacía menos de dos años y el simple recuerdo de los soviets de obreros y campesinos decidiendo el destino de un país hacía temblar a los dueños de todo en la Argentina. Había que frenar el torrente revolucionario. Comenzaron a reunirse para presionar al gobierno radical, al que veían como incapaz de llevar adelante una represión como la que ellos deseaban y necesitaban.
Según el empresariado, se hacía necesario terminar con la ola de huelgas, recuperar el “orden” y la “paz social”. Había que emplear “mano dura” y disciplinar a los huelguistas. Un grupo de jóvenes de las familias “patricias” se reunieron en la Confitería París y decidieron “patrióticamente” armarse en “defensa propia”. Las reuniones continuaron en los salones del “Centro Naval” de Florida y Córdoba, donde fueron recibidos por los contralmirantes Manuel Domecq García y Eduardo O’Connor, quienes se comprometieron a darles armas e instrucción militar. O’Connor dijo aquel 10 de enero de 1919 “que Buenos Aires no sería otro Petrogrado e invitaba a la “valiente muchachada” a atacar a los “rusos y catalanes en sus propios barrios si no se atreven a venir al centro”. Partieron del centro naval con armas y dispuestos a “romper cabezas de agitadores anarquistas”.
Ese grupo se conformó como Liga Patriótica Argentina el 16 de enero de 1919. Domecq García ocupó la presidencia en forma provisional hasta abril de 1919, cuando las brigadas eligieron como presidente al abogado rosarino Manuel Carlés. (10)

Eran jóvenes, impregnados por una combinación de nacionalismo y catolicismo, que habían formaron dos organismos civiles terroristas: «Orden Social» y «Guardia Blanca», transformados posteriormente en «Liga Patriótica Argentina» y «Comité Pro Argentinidad», que crearon brigadas armadas con el visto bueno de la policía y el Ejército y el apoyo financiero de la «Asociación Nacional del Trabajo», entidad patronal presidida por Joaquín S. Anchorena. Los integrantes provenían de la Asociación de la Juventud, Asociación del Trabajo, Jockey Club, Círculo de Armas, Asociación Damas Patricias y la Iglesia.
Durante la “Semana Trágica” sembraron el terror en las calles. Atacaron sedes sindicales, locales anarquistas, incendiando bibliotecas, imprentas, apaleando militantes.
La «Liga Patriótica» se «cubrió de gloria», según La Prensa, en numerosos ataques a centros y reuniones obreras. Una de esas «proezas» fue el asalto a un local de la FORA (Federación Obrera Regional Argentina), cerca de Plaza Once, donde resultaron dos muertos, uno de ellos el chofer Bruno Canovi. Con el tiempo, también atacó una pacífica manifestación obrera en Gualeguaychú (Entre Ríos), con diversos muertos y heridos como saldo. Por otra parte, en 1928, asesinó en Rosario a la obrera anarquista Luisa Lallana, y en el puerto de Buenos Aires fue muerto de manera similar el trabajador Ángeles Améndola.

Luisa Lallana, obrera portuaria, fue asesinada en 1928 por un miembro de la Liga Patriótica Argentina.
La burguesía luego de esas jornadas, hasta nuestros días siguió creando grupos parapoliciales para reprimir a los trabajadores. En la década del 30, los nacionalistas se organizaron en cuerpos armados, como la “Legión Cívica Argentina”, inspirados en el ejemplo de la Italia Fascista de Mussolini, a la cual se le concedió por decreto carácter oficial. Ese cuerpo paramilitar, tuvo corta vida, pero entre otras manifestaciones, desfilaron en la celebración del 25 de mayo de 1931. Vendrían luego los “Comandos Civiles” tras el golpe del 55, asaltando sindicatos y apaleando gremialistas. En los años 70, parieron la “Triple A”, que sembró de muerte y terror las calles del país. Y hoy se terceriza la represión, y es así como asesinaron a Mariano Ferreyra.
La Plaza “Martín Fierro”
Una vez demolidos los establecimientos de la metalúrgica Vasena, se levantó en esos terrenos una plaza, que se propuso llamar «Parque Mártires de la Semana Trágica», y el dirigente metalúrgico Augusto Vandor se opuso y decidió que se llamara «Plaza Martín Fierro». Nombre que hoy lleva.
Para el 1° de mayo de 1952, en Buenos Aires, el presidente Perón participó de un acto organizado por la UOM en dicha plaza para colocar una placa en honor a los caídos en enero de 1919. En la ocasión, pronunció un discurso en el cual expresó: “Es este un episodio de la vida argentina que representa una época de oprobio y de injusticia para los trabajadores argentinos. La semana de enero no fue sino la culminación de una lucha entre el capital y el trabajo cuando los obreros metalúrgicos se lanzaron a la calle después de aguantar muchos años de vergüenza y esclavitud. Se ha dicho en la campaña electoral que yo tuve intervención en esta zona en la semana de enero. Yo era teniente y estaba en el arsenal de guerra. Hice guardia acá precisamente, al día siguiente de los sucesos. Pude ver entonces la miseria de los hombres, de esos hombres que fingen y de los otros que combaten a la clase trabajadora. Allí una vez más reafirme el pensamiento de que un soldado argentino, a menos que sea un criminal no podría jamás tirar contra su pueblo”. (11)
Perón en la represión: el debate
Por suerte, son muchos los que han escrito y lo siguen haciendo sobre la Semana Trágica. Pero son varios los que no dicen ni una palabra de que Perón participó de la represión, cuando el mismo lo cuenta y lo confirma. ¿Por qué ese silencio? Denuncian a todos los responsables de la represión, y eso está muy bien, pero ¿por qué ocultan ese dato, tan importante? Mientras que otros historiadores, ensayistas y actores de esas jornadas dan cuenta de ese detalle que no es menor en la vida de nada menos que el Gral. Perón.
Roberto C. Neira escribió: “Pero, el que mejor puede relatar estos hechos y sus implicancias fue un teniente de apellido Perón (Juan Domingo) que había ingresado en el Ejército Argentino en 1911 y los vivió estando a cargo del arsenal militar Esteban de Luca. Los siguientes párrafos pertenecen a «La novela de Perón» del escritor Tomás Eloy Martínez: «En 1918, cuando me destinaron al arsenal Esteban de Luca, el capitán Bartolomé Descalzo, uno de los mejores jefes que ha tenido nuestro ejército dijo al despedirme: «estamos entrando en la oscuridad, teniente Perón. A las puertas de nuestra casa golpea la más atroz de las tormentas, y el presidente (Yrigoyen) no quiere o no sabe oírla. En Europa, la guerra ha terminado con la derrota del mejor ejército del mundo. Los anarquistas vuelven ahora sus ojos hacia nosotros.

«Sus palabras me emocionaron. «Voy a pedirle un favor personal», dijo Perón. «Cuando llegue la hora de hacerle frente a ese enemigo, llámeme. Quiero pelear a su lado, mi capitán.» La profecía del capitán Descalzo se cumplió antes de lo pensado. Los anarquistas volvieron sus ojos hacia nosotros, 1918 había terminado con unas escaramuzas de huelga en los talleres metalúrgicos de Pedro Vasena. Algunos operarios, alentados por los ácratas, exigieron salarios más altos y condiciones de trabajo más relajadas. Hubo muchos que no quisieron plegarse y el movimiento fracasó, pero ya estaba sembrado el descontento. El 3 de enero de 1919 se armó la maroma.
Luego Perón relató las jornadas de represión y concluyó: “Mi función en el arsenal consistía en asegurar la provisión de municiones para la tropa. Tuve muchísimo trabajo porque solo en la ciudad de Buenos Aires estaban acuartelados entre ocho y diez regimientos. Tal como se esperaba los funerales degeneraron en combates callejeros. Murieron más de 600 personas. El general Luis J. Dellepiane convocó el 11 de enero a Sebastián Marotta, uno de los jefes anarquistas, y aplacó los ánimos. Los obreros de la fábrica Vasena consiguieron algún beneficio de aquella tragedia: la empresa redujo la jornada de trabajo a 8 horas y aumentó los salarios en un 30 por ciento.
“Pero las heridas, cuando son profundas, no cicatrizan de un día para otro. Hay que estar vigilándolas. Mi antiguo profesor Manuel Carlés, apoyado por el vicealmirante Domecq García, fundó la «Liga Patriótica Argentina», en la que se inscribieron muchos jóvenes católicos y nacionalistas. Disponían de una tropa de choque cuya misión principal era poner en vereda a los agitadores extranjeros. A veces usaban métodos violentos, pero eran bien intencionados….». (12)

Por su parte, Milciades Peña en su obra “Masas, Caudillos y Elites. La dependencia Argentina de Yrigoyen a Perón” escribió que “frente a la fábrica donde se había iniciado la huelga (los Talleres Vasena), un destacamento del ejército ametralla a los obreros. Lo comanda un joven teniente, llamado Juan Domingo Perón”. (13)
Según el testimonio de Diego Abad de Santillán, dirigente de la FORA del V Congreso, en un reportaje de la revista Panorama, al evocar los acontecimientos, expresó: “entre los oficiales del ejército que reprimieron a las manifestaciones en esa sangrienta jornada, se encontraba un joven teniente: Juan Domingo Perón. Quizás ahí afirmó su política demagógica, al ver que la represión sólo produce el divorcio del gobierno con el pueblo». (14)
Norberto Galasso en su libro “Perón, Formación, ascenso y caída (1893-1955)” se pregunta cuál fue la participación de Perón en esos acontecimientos. Cita a la obra colectiva “El hombre del destino” dirigida por Enrique Pavón Pereyra, luego a Fermín Chávez, la opinión de Tomas Eloy Martínez en la novela mencionada y en “Las Memorias del General”, y la opinión del mayor Vicenta Aloe. Finalmente concluye que “aunque no es posible asegurar la veracidad de una u otra de las distintas versiones parece más creible el relato que el propio Martínez adjudica a Perón -colaborando en la entrega de material en el Arsenal de Guerra- que la opinión de Aloe, así como más probable que las otras conjeturas de Pavón Pereyra. Es decir, se trataría de un teniente, sometido a la disciplina castrense, en su tarea de aprovisionamiento de material bélico. Por otro lado, su evidente animadversión hacía los anarquistas -en aquellos tiempos,”los anarquistas tirabombas” en el lenguaje común- no sorprende en un hombre del Ejercito, habida cuenta de que el anarquismo profesa la abolición del Estado y de la Fuera Armada….”. (15)
Por su parte, Luis Alberto Romero, en su libro “Breve historia contemporánea de la Argentina”, se explaya sobre esta temática.
La versión peronista, en cambio, sostiene “que Perón no tiró contra los obreros, por el contrario, habría dialogado con ellos, en el tono paternal que caracterizaría treinta años más tarde su relación con el movimiento sindical”.
Por lo que hemos investigado, luego de conocer la opinión del propio Perón y de distintos investigadores, y como surge de estos relatos, Perón no sólo participó de la represión a los trabajadores en aquellas jornadas de 1919, sino que elogió a su profesor “Manuel Carlés, apoyado por el vicealmirante Domecq García, fundadores de la «Liga Patriótica Argentina».

Antisimetismo
Herman Schiller nos comenta que “El antisemitismo estaba muy arraigado en las clases altas de entonces. Algunos ejemplos: en 1890 apareció en La Nación, en forma de folletín, una furiosa novela antisemita llamada La bolsa de Julián Martel; en enero de 1888 (apenas ocho meses antes de morirse), el mismísimo Domingo Faustino Sarmiento publicó varios artículos antijudíos en El Nacional; el diario La Prensa, en distintas oportunidades, manifestó su oposición a que los judíos formen comunas agrarias en Entre Ríos y Santa Fe; y, sobre todo, la «acción» del 15 de mayo de 1910, diez días antes del Centenario, cuando jóvenes de clase alta, salidos de la muy exclusiva «Sociedad Sportiva Argentina» bajo la conducción del barón Demarchi, asaltaron las sedes del Avangard, órgano del «Bund», agrupación obrera socialista judía, y la denominada «Biblioteca Rusa», para quemar luego sus libros en Plaza Congreso.
“El ensañamiento de esos sectores vinculados con el poder contra los trabajadores judíos durante la «Semana Trágica» produjo en América latina el primer «pogrom» (vocablo ruso de antigua data que significa matanza de judíos). Muchos lo consideraron una suerte de venganza por la acción del joven judío Simon Radowitzky diez años antes, aunque el régimen, ya en ese entonces, inmediatamente después de producirse la ejecución del coronel Falcón el 14 de noviembre de 1909, se había cobrado una buena dosis de revancha al encarcelar a más de 3000 obreros y deportar a Europa a centenares de anarquistas y socialistas.
“En aquellos días fue detenido un joven periodista judío -Pedro Wald- que también ejercía el oficio de carpintero. La acusación, tan burda que parecía tragicómica, fue aceptada durante bastante tiempo por los voceros del régimen: Wald estaba destinado por los maximalistas a convertirse en el primer presidente del Soviet argentino. Wald fue salvajemente torturado en la 7ª (ubicada en el mismo lugar donde está hoy: Lavalle, entre Paso y Pueyrredón), pero se negó a «confesar». La intensa movilización popular logró que se lo dejara en libertad y, diez años después, en el libro titulado Koshmar (Pesadilla), relató algunos episodios de la represión durante la Semana Trágica. Uno de ellos decía: «Salvajes eran las manifestaciones de los ’niños bien’ de la Liga Patriótica, que marchaban pidiendo la muerte de los maximalistas, los judíos y demás extranjeros. Refinados, sádicos, torturaban y programaban orgías. Un judío fue detenido y luego de los primeros golpes comenzó a brotar un chorro de sangre de su boca. Acto seguido le ordenaron cantar el Himno Nacional y, como no lo sabía porque recién había llegado al país, lo liquidaron en el acto. No seleccionaban: pegaban y mataban a todos los barbudos que parecían judíos y encontraban a mano. Así pescaron un transeúnte: ’Gritá que sos un maximalista’. ’No lo soy’ suplicó. Un minuto después yacía tendido en el suelo en el charco de su propia sangre». (16)

Donaciones de las familias patricias
Los miembros de la burguesía se mostraron muy agradecidos con los miembros de las fuerzas represivas y quisieron premiarlas con lo único que a ambas partes les interesa a la hora de los homenajes: dinero. Las empresas beneficiadas con la “disciplina social”, las “damas de beneficencia y otras entidades “de bien público” iniciaron colectas “pro defensores del orden”. Así lo detalla La Nación: “En el local de la Asociación del Trabajo se reunió ayer la Junta Directiva de la Comisión pro defensores del orden, que preside el contralmirante Domecq García, adoptándose diversas resoluciones de importancia. Se resolvió designar comisiones especiales que tendrán a su cargo la recolección de fondos en la banca, el comercio, la industria, el foro, etc., y se adoptaron diversas disposiciones tendientes a hacer que el óbolo llegue en forma equitativa a todos los hogares de los defensores del orden. […] Un grupo de jóvenes radicados en la sección 15 de la policía ha iniciado una colecta entre los vecinos con objeto de entregar una suma de dinero a los agentes pertenecientes a la citada comisaría, con motivo de su actuación en los últimos sucesos”.
“La comisión central pro defensores del orden recibió ayer las siguientes cantidades: Frigorífico Swift $ 1.000, Club Francais 500, Eugenio Mattaldi 500, Escalada y Cía. 100, Leng Roberts y Cía. 500, Juan Angel López 200, Matías Errázuriz 500, Horacio Sánchez y Elía 7.000, Jockey Club 5.000, Cía. Alemana de electricidad 1.000, Arable King y Cía 100, Elena S. de Gómez. 200, Las Palmas Produce Cía. 1.000, Mac Donald 300, Frigorífico Armour 1.000.” (17)
El tango: “Se viene la maroma!”
Los hechos de la Semana Trágica fueron y siguen siendo investigados, se han publicado varios libros, documentales y películas. Además, varios años después se conoció el tango “Se viene la maroma!”, con música de Enrique Delfino y letra de Manuel Romero. Testimonios de esos días dicen que el mismo se refiere a aquellas jornadas de huelgas, luchas y una terrible represión.
“Cachorro de bacán,
anda achicando el tren;
los ricos hoy están
al borde del sartén.
El vento del cobán,
el auto y la mansión,
bien pronto rajarán
por un escotillón.
Parece que está lista y ha rumbiao
la bronca comunista pa’ este lao;
tendrás que laburar pa’ morfar…
¡Lo que te van a gozar!
Pedazo de haragán,
bacán sin profesión;
bien pronto te verán
chivudo y sin colchón.
¡Ya está! ¡Llegó!
¡No hay más que hablar!
Se viene la maroma sovietista.
Los orres ya están hartos de morfar salame y pan
y hoy quieren morfar ostras con sauternes y champán.
Aquí ni Dios se va a piantar
el día del reparto a la romana
y hasta tendrás que entregar a tu hermana
para la comunidad…
Y vos que amarrocás
vintén sobre vintén,
la plata que ganás
robando en tu almacén.
Y vos que la gozás
y hacés el parisién,
y sólo te tragás
el morfi de otros cien…
¡Pa’ todos habrá goma, no hay cuidao…!
Se viene la maroma pa’ este lao:
el pato empezará a dominar…
¡cómo lo vamo’ a gozar!
Pedazo de haragán,
bacán sin profesión;
bien pronto te verán
mangando pa’l buyón.

A modo de conclusión
Desde su origen en las últimas décadas del Siglo XIX, la clase obrera de nuestro país fue protagonista de las más variadas experiencias, con derrotas y triunfos, con luchas en la legalidad y la clandestinidad, años de negociaciones y enfrentamientos, con poder creciente como clase y de sus organizaciones sindicales, sufriendo fuertes represiones y persecuciones. Pablo Pozzi en su libro “Oposición obrera a la dictadura” puntualizó que “este peso del movimiento obrero sobre la evolución socio-política y económica de la Argentina ha originado numerosas polémicas, análisis y discusiones. La clase obrera como factor de desestabilización y crisis social, como gestora de un futuro mejor; base del autoritarismo fascistoide o combativa y latentemente revolucionaria; una clase consciente y madura o poco desarrollada y aburguesada; estas son todas interpretaciones parciales del pasado social argentino”.
Debemos ver a la huelga de los metalúrgicos de los Talleres Vasena, la posterior represión y resistencia, que pasó a la historia como la “Semana Trágica”, como uno de esos heroicos hitos de la clase obrera, que nos ha dejado muchas enseñanzas.
Se reclamó por sus derechos, se fue a la huelga, se realizaron asambleas, se recibió la solidaridad de todos los trabajadores, se resistió, se luchó en las calles y no se dudó en enfrentar a las fuerzas policiales, al Ejército y a la Liga Patriótica, en una clara muestra de autodefensa de clase.
Y lo que quedó en claro fue la decisión de la clase dominante de recurrir a la represión, que fue despiadada y cruel, para solucionar un conflicto entre el capital y el trabajo. Esas jornadas forman parte de la larga lista de “Esa Maldita Costumbre de Matar”.
Esta nota es un homenaje a todos los que lucharon y perdieron su vida en esas jornadas heroicas de la clase obrera del país.
________________________________________
CITAS
1.- La Semana Trágica. Edgardo Bilsky. Ed. CEAL 1985.
2.- Godio, Julio, «La Semana Trágica de Enero de 1919»
3.- La Protesta 8/1/1919, 9/1/1919.
4.- Godio, Julio, opo. cit.
5.- La Prensa, 10/1/1919.
6.- La Prensa 10/01/1919.
7.-Babini, Nicolás, “La Semana Trágica”
8.- El Diario 9/1/1919. Historia Integral Argentina Tomo 6 La clase media en el poder. Pág. 72 a 76 Centro Editor de América Latina S.A. Buenos Aires. 1971.
9.- Babini, Nicolás, op. cit.
10.-Revista Primera Plana, 29 de abril de 1969. Tomado de Mágicas Ruinas
11.- La Capital, 2 de mayo de 1952, pág. 4.
12.- Roberto C. Neira, cita a «La novela de Perón» del escritor Tomás Eloy Martínez (Legasa – 1985),
13.- Milciades Peña, “Masas, Caudillos y Elites. La dependencia Argentina de Yrigoyen a Perón”, Pagina 8, Ediciones Fichas, Bs.As 1973
14.- Diego Abad de Santillán
15.- Norberto Galasso, “Perón, Formación, ascenso y caída (1893-1955)”. Tomo I, paginas 56, 57,58. Ediciones Colihue)
16.- Herman Schiller, “El primer «pogrom» en la argentina”.
17.- Agencia Walsh de «La Semana Trágica de Enero de 1919», Julio Godio.
FUENTES CONSULTADAS
Luchas obreras y represiones sangrientas, de Diego Abad de Santillán.
La Semana Trágica, de Hugo del Campo.
La Semana Trágica de Nicolás Babini.
La Semana Trágica y los judíos, de Nahum Solomisky.
La clase media en el poder. Centro Editor de América Latina S.A. Buenos Aires. 1971.
El primer «pogrom» en la Argentina, Herman Schiller.
Agencia Walsh de «La Semana Trágica de Enero de 1919», Julio Godio.
«La novela de Perón», Tomás Eloy Martínez, Legasa – 1985.
“Breve historia contemporánea de la Argentina”, Luis Alberto Romero. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 1994.

Un recorrido por la ‘fábrica de muerte’ de la dictadura.

________________________________________
LA LIBRERÍA Y EDITORIAL ETERNA

 CADENCIA CONVOCÓ A CINCO ESCRITORES PARA TOMAR PARTE DE UNA VISITA GUIADA A LA EX ESMA

LO QUE COMENZÓ EN SOBRECOGIDO SILENCIO TERMINÓ CON PROFUNDAS REFLEXIONES SOBRE EL HORROR ESTATAL.
Las gotas de lluvia son como nudos que se desatan al estrellarse en Libertador. El taxista no necesita la dirección exacta; le basta escuchar esas cuatro letras que se anudan en una sigla, ESMA, para dirigirse, sin preguntar, a ese nudo complejo enquistado en la trama urbana de Núñez, el núcleo duro de la actividad represiva de la dictadura. A poco más de diez cuadras de la ex Escuela de Mecánica de la Armada, una frase en aerosol blanco, sobre una chapa verde de una obra en construcción, instala un nudo en la garganta: “24 de marzo, día de la venganza terrorista”.

De pronto, como si el paisaje se viniera de bruces, el taxi frena en una de las entradas del ex centro de detención, que desde 2004 es el Espacio para la Memoria, Promoción y Defensa de los Derechos Humanos. “La visita guiada es un hecho político; no es un relato como un paquete cerrado”, dice Celeste, una de las guías, a Martín Kohan, Félix Bruzzone, Gabriela Cabezón Cámara, Hernán Ronsino y Martín Caparrós, escritores convocados por Patricio Zunini, de Eterna Cadencia, para recorrer las zonas que se erigieron en dispositivos de la máquina del terror.

Dientes apretados

Gotea lento el sonido del agua, como si anticipara el andar moroso, reconcentrado, que se prolongará más de tres horas. Mariana, antropóloga, es parte del equipo que se encarga de las visitas guiadas. El silencio de los escritores, afilado como un cuchillo, se rompe con una anécdota que cuenta la antropóloga, acaso para atemperar las primeras impresiones. “Una sobreviviente dice que nunca le arreglaron mejor los dientes que en la enfermería de la ESMA”, recuerda para graficar desde un testimonio no exento de humor negro el cuidado de la vida en un contexto concentracionario.

Celeste propone obviar cuestiones del contexto político y económico porque la narración de los guías se adapta al perfil de los visitantes. No es un relato estático; se construye a partir de demandas e intercambios de quienes desean patear el espacio y digerirlo como puedan. Pero con un tono pedante y a la defensiva, que descoloca a los guías, Caparrós se opone y no oculta su fastidio. “Un museo es un discurso sobre una época”, advierte. La cordialidad se astilla.

Mariana “corrige” amablemente una palabra errática de la fundamentación del escritor. “Esto no es un museo enquistado en el pasado –aclara la guía–. El nombre Espacio para la Memoria surgió del consenso con todos los organismos de DD.HH. Un museo tiene un sentido común anclado en el pasado; acá, el espacio está presentado como un lugar que tiene consecuencias en el presente porque todavía no se sabe dónde están los desaparecidos.”

El edificio permanece vacío, tal como fue entregado por la Marina en diciembre de 2004. La única intervención material fue la de carteles de señalización no intrusivos, que no afectan la materialidad de la construcción. Allí se explica el funcionamiento de cada área, con fragmentos de testimonios de sobrevivientes y planos de diferentes épocas y reformas. Y sin embargo, al andar –con la precaución de no apoyarse en las paredes porque el edificio es material probatorio en los juicios–, ese vacío se llena de mayúsculas y minúsculas, de puntos aparte y puntos suspensivos, más de los que uno quisiera, las comas, los adjetivos y sustantivos, la música de verbos ásperos que conforman una sintaxis del terrorismo de Estado.

Selenio: el lado oscuro de la luna

Por una de las calles internas, paralela a Libertador, los escritores caminan hacia el Casino o Casa de Oficiales, primera escala de la recorrida. Hernán Ronsino compara su paraguas y el de Félix Bruzzone con el de Rucci cuando volvió Perón. “Una foto en la que hasta el paraguas, allá en lo alto, parece contento”, bromea Ronsino. “Puede ser; pero en medio del día gris y el agua, con las zapatillas mojadas, todo mojado, nuestra visita pinta más bien triste”, dice Bruzzone, autor de los cuentos 76 y la novela Los topos, que nació en agosto de 1976. En marzo de ese año desapareció su padre; en noviembre, su madre. Ambos militaban en el ERP y estuvieron en el centro clandestino de Campo de Mayo.

Andrés, el tercer integrante del equipo de guías, se detiene en un lugar atravesado por una raya. Cuando la patota salía de caza y regresaba con los secuestrados, los guardias bajaban una cadena en señal de que ingresaban a la zona restringida. La contraseña era “Selenio”, clave que refería a partidas de ajedrez y que era “sinónimo” de la ESMA.

La escucharon todos los encapuchados y esposados en los baúles de los autos. “Los griegos antiguos usaban Selenio para hablar del resplandor de la luna”, comenta Gabriela Cabezón Cámara, autora de La virgen Cabeza, impresionada. Las paredes descascaradas del Casino de Oficiales –que alojó al director de la ESMA, Rubén Jacinto Chamorro, además de ser la sede del Grupo de Tareas 3.3.2–, el olor a humedad y el registro de los sonidos, los aviones que rugen y cruzan sobre la avenida que ya no se ve, agudizan la experiencia sensorial.

Torturados y encerrados, sin posibilidad de moverse, con grilletes y encapuchados, los detenidos contaban los pasos o se orientaban por el timbre del colegio Raggio y los gritos en los recreos. En la planta baja están el Salón Dorado y las dependencias del comedor de oficiales, salón de conferencias y sala de reuniones, donde se realizaba la inteligencia y planificación.

Los guías detallan las reformas que se hicieron cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) inspeccionó el predio, en 1979: una galería que antes debió ser abierta tiene los techos bajados y mosquiteros. La visita obligó a los militares a “emprolijar” partes del edificio que figuraban en las denuncias. Se tapó la escalera al sótano y fue clausurado un ascensor.

Cabezón Cámara repara en la casa del almirante y dice que “como capataz en la estancia, Chamorro vivía en el campo con su familia, cuidando la producción”. “El Tigre Acosta, bestia work- hólica, cuentan que trabajaba jornadas de hasta 24 horas. Desde su ventana, controlaba lo que entraba y salía del Casino.” Bruzzone observa que las cosas son bastante más explícitas. “Es necesario señalarlas, también, pero antes de cada explicación ya se puede sentir que ahí todavía queda algo. Porque el lugar creo que es eso: la evidencia y el esfuerzo inmenso por conservarlo.”

Avenida de la Felicidad

Por la ESMA pasaron 5000 detenidos-desaparecidos que fueron conducidos al sótano del Casino, un gran pasillo sostenido por columnas de hormigón, donde los alojaban en las primeras horas de cautiverio. Aquí se iniciaban los tormentos, el quiebre para la obtención de información, el trabajo esclavo. Se simulaba colaborar como estrategia de supervivencia con el proyecto político de Emilio Massera.

La grisura de esa escenografía “minimalista”, el color de la violencia concentracionaria, devora todo. Aún se percibe el hollín de tres incendios –dos accidentales y uno por un intento de fuga– estampado como una cortina negra, viscosa y compacta. Se paraliza la respiración, se paraliza el pensamiento o se tilda, como una computadora que hay que resetear, cuando se lee el letrero “Avenida de la Felicidad” –humor siniestro el de los uniformados–, que atraviesa ese espacio rectangular y se prolonga hasta el fondo, donde están las que fueron piezas de tortura prolijamente numeradas: 12, 13 y 14. En esa especie de caja de zapatos amplificada funcionaba una enfermería y un laboratorio fotográfico que se utilizó para falsificar documentación, como la que usó Alfredo Astiz para infiltrarse en las organizaciones de DD.HH.
con el nombre de Gustavo Niño, simulando ser familiar de un detenido-desaparecido, o el título trucho con el que se consiguió que el hijo de Chamorro “aprobara” el secundario.

Quizás el hecho de escuchar o leer sobre las experiencias en la ESMA, narradas una y otra vez, fue rebajando poco a poco el horror original. “Duele y sorprende –admite Cabezón Cámara–. No veo nada que no supiera. No veo nada que no hubiera leído antes. Lo escribió Hannah Arendt, lo relató Primo Levi, lo volvió a pensar Giorgio Agamben: los modos de producir exterminio del siglo XX fueron similares a los de producir autos, chorizos o juguetes a cuerda.

Y los verdugos, gente con ambiciones semejantes a las de cualquier gerente, operario, burócrata. La ESMA fue una fábrica de muerte y funcionaba como tal. Pero caminando por sus pasillos, veo los planos de los diferentes estados de la ‘fábrica’, que se iba adaptando, como cualquier empresa, a sus necesidades operativas –plantea la escritora–. Que no hay nada sagrado no es una noticia pero no sé… en algún lugar de mi psiquis esperaba que la producción de un genocidio se diferenciara en algo de la de bicicletas. Pero no; en última instancia, los dueños de las cosas tratan la vida como a cualquier otra materia.

Y eso es lo que veo, y es lo que golpea y vuelve a golpear, aunque ya se sepa. A ver si me explico: no esperaba una pirámide-templo donde un sacerdote sacrificara víctimas para apaciguar a los dioses. Dioses no hay más hace mucho y hace bastante que los sacerdotes no ejecutan los sacrificios con sus propias manos. No esperaba ver otra cosa que una línea de montaje. Pero se ve que sí esperaba…”

Ascenso al infierno

Como en una gradación planificada hasta el mínimo detalle, hay que subir al tercer piso para encontrarse con el cubículo más espantoso. Capucha, el pabellón donde dormían los presos, tiene un techo a dos aguas, como si fuera un chalet. No hay ventanas, apenas unos ínfimos ventiluces que daban a las celdas de madera, los “camarotes”. Capucha es donde el detenido tomaba real conciencia de la ruptura con el mundo exterior, donde esperaba que otros decidieran su destino.

Al caminar por ese espacio asfixiante y sobrecogedor, el cuerpo asiste a un atisbo de “comprensión”; advierte, tiritando de frío, por qué la muerte representaba una forma de liberación. Los guías cuentan que hombres y mujeres encapuchados y reducidos entre tabiques de madera terciada de un metro de alto para que cualquier guardia caminando pudiera verlos a todos, compactados en apenas dos metros de largo y 75 centímetros de ancho, padecían el ruido de la Radio Del Plata a todo volumen. Día y noche.

“Me asaltan preocupaciones un poco idiotas –confiesa Cabezón Cámara–. ¿Tendrían frazadas? Donde uno tiene los pies, el siguiente tiene la cabeza. No se puede hablar con los compañeros, de los que, por otra parte, necesariamente se desconfía. Capucha está dispuesta para romper los lazos sociales, para quebrar. Me imagino la vida en esas condiciones de inmovilidad, incomunicación, dolor físico… Nada que hacer, ni siquiera poder mirar o tocar a otros y el instinto de supervivencia, una trampa que puede quebrarte. Imaginar eso es imaginarse uno ahí.

¿Qué hubiera hecho yo? ¿Qué no hubiera hecho? No lo sé… Radical diferencia en este caso entre la experiencia y lo que pueda imaginarse.” El mayor trofeo de guerra fue Norma Arrostito, que tuvo un “camarote” especial. A la militante montonera, que tenía problemas circulatorios, la dejaban realizar unas caminatas por los pasillos.

En la otra ala del edificio está Pecera y Pañol, de igual dimensión que Capucha; en Pañol se encontraba el depósito de los “botines de guerra”, lo que robaba el grupo de tareas al secuestrado. ¿Qué libros había en esa biblioteca que se armó y clasificó con más de 3000 ejemplares y la que se calificó, irónicamente, como “la biblioteca marxista de la Avenida Libertador”? No se sabe.

Ya pasaron más de tres horas. Cada uno debe regresar a la “normalidad” con la mochila de lo vivido. “El Salón Dorado del Casino de Oficiales, el sótano sórdido, el predio en general: todo luce básicamente vacío –resume Martín Kohan–. Lo siento como un espacio de lo que falta, lo que no hay, lo que no está. No soy para nada afecto a las teorías de lo indecible, lo inenarrable, lo imposible de representar.

Pero en este caso, sin embargo, me quedo con la impresión de que la ESMA me deja sin nada que decir. Lo que ya es decir algo.” Bruzzone repara en que las marcas de la Historia alguna vez se quisieron borrar: “Pero una vez adentro, todo el edificio parece ponerse a hablar. No con palabras, porque el mismo edificio parece un encubridor. Pero es la mirada del edificio, su respiración, lo que lo delata. Estar ahí es estar en el pulmón de aquel pasado. Y se lo siente viejo, cansado, pero respira”.

La memoria en los espacios vacíos.Por Hernán Ronsino *

Llueve. Hay una idea en Modernidad y holocausto que, al leerla, me sacudió: la modernidad contiene en sus entrañas la posibilidad del holocausto.

El holocausto es posible, dice Bauman, en la modernidad. Racionalidad, eficiencia y un profundo desarrollo de la burocracia son los pilares que, también, necesita el genocidio moderno para poder existir. La responsabilidad técnica se impone, así, anulando cualquier freno moral que pudiera impedir semejante atrocidad. Eso dice Bauman. Llueve. Caminamos por los estrechos senderos de la ex ESMA. Alrededor, los cuarteles viejos. Y el rumor de la ciudad que muerde los bordes del predio.

Nos amuchamos bajo los paraguas. Vamos hacia el Casino de Oficiales. Poner el cuerpo ahí, pienso, pisar esos suelos marcados por la historia, andar por los espacios vacíos, todo eso nos interpela para imaginar, para construir una representación. Llueve. Hay, entonces, una inevitable composición de lugar.

Los sonidos del afuera llegan dosificados –el reflejo incesante de los autos por Libertador resbala en un fragmento de vidrio; el sonido, cada tanto, de los trenes; y esos aviones anticipando el destino final–. En esa composición de lugar, la proximidad de la vida cotidiana instala la pregunta por el vínculo de complicidad entre el afuera y el adentro. Llueve. Vemos, después de recorrer un edificio alterado (escaleras anuladas, ascensores arrancados), eso que describe Bauman: el despliegue físico de una trama burocrática eficiente puesta al servicio de la muerte. El silencio, inevitable, se impone. Salimos del Casino de Oficiales.

Después camino junto a Félix Bruzzone un par de cuadras hasta la parada del 15. Viajo pensando, otra vez, ahora entremezclado en esa rutina cotidiana, en el vínculo de complicidad entre el afuera y el adentro. A la tarde compro Los topos. Nunca deja de llover. La primera frase me sacude: “Mi abuela Lela siempre dijo que mamá, durante el cautiverio en la ESMA, había tenido otro hijo”. Y así empiezo a romper, a salir con esas palabras, de a poco, del silencio.
* Escritor y sociólogo.

Por Silvina Friera

Estar allí entonces
Recuerdos de Cuba 1969-1983

Gregory Randall

Diseño de portada: Andrea Améndola,
a partir de foto original de
Margaret Randall (Las Tunas, Cuba, 1980).
© 2010, Ediciones Trilce
Durazno 1888
11200 Montevideo, Uruguay
tel. y fax: (5982) 412 77 22 y 412 76 62
trilce@trilce.com.uy
www.trilce.com.uy isbn 978-9974-32-533-3

Este libro es para mi madre, que siempre ha estado,
para mi compañera Laura por tanto compartido
y para mis hijos Lía Margarita, Martín y Daniel,
que asumirán su propio tiempo.

Contenido
Introducción …………………………………………………………………………………………7
Lo previo …………………………………………………………………………………………….. 15
Cuando nos fuimos a Cuba …………………………………………………………….. 18
La beca ……………………………………………………………………………………..31
El quinquenio gris …………………………………………………………………….44
La cuadra ……………………………………………………………………………………………. 48
La Lenin ……………………………………………………………………………………..58
Asambleas …………………………………………………………………………………………..70
Viajes y padres ………………………………………………………………………………….. 75
El Destacamento Pedagógico …………………………………………………………. 91
El Pre del Vedado ……………………………………………………………………………..98
Los latinos ………………………………………………………………………………………….102
Mi cuarto …………………………………………………………………………………………… 116
La Brigada …………………………………………………………………………………………. 124
La CUJAE ………………………………………………………………………………….132
El poder …………………………………………………………………………………………….142
El plan 78 …………………………………………………………………………………………..159
Regreso en 2003 ……………………………………………………………………………….. 175

Introducc ión
Be there when it happens; write it down!
Joel Oppenheimer

Tuve la suerte de vivir en Cuba entre 1969 y 1983. Llegué a ese país
cuando tenía ocho años y me fui cuando tenía veintitrés. En esa isla
empecé el cuarto grado de la escuela primaria y antes de irme terminé
los estudios de ingeniería. Allí fui testigo y partícipe de una de las experiencias
más interesantes del siglo XX y quizás de la historia de la humanidad.
No es común que una sociedad intente realmente construir
un mundo mejor, pensado en función de los intereses de las mayorías.
Y más raro aún que esa experiencia dure tantos años. Con el paso del
tiempo he aprendido a valorar lo excepcional de ese proceso. Cuba me
marcó profundamente. Estoy orgulloso de ser un hijo de la Revolución
cubana.
En 1983 salí de Cuba. No pensaba entonces que sería por tanto
tiempo, pero lo cierto es que recién volví en 2003. Entre esas dos fechas
el mundo cambió. El campo socialista se hundió en una crisis terminal
y desapareció como tal. En América Latina las dictaduras dieron
paso a regímenes democráticos, pero la revolución social que soñamos
no tuvo lugar. A nivel global una crisis ideológica se apoderó de la izquierda
y por muchos años nuestras certezas se convirtieron en dudas
y luego en una crisis profunda. En los años sesenta y setenta parecía
que éramos capaces de construir un mundo más justo y más bello. Hoy
el pesimismo se ha apoderado de muchos. El individualismo es la fuerza
más poderosa que mueve a la gente y nuestros sueños colectivos de
antaño parecen imposibles.
Durante todos estos años con mi compañera Laura construimos
nuestro nido con lo que Cuba nos aportó. Vivimos once años en Francia
y desde hace dieciséis estamos en Uruguay. Las ideas que tuvimos
en la juventud siguieron latiendo en nuestro corazón y nos han guiado
en la travesía de las aguas un tanto turbulentas de la vida. Intentamos
mantener vivos los mismos valores y las mismas esperanzas. En ese
nido nacieron nuestros tres hijos: Lía, Martín y Daniel. Ellos llegaron
con su ternura y su amor, con la mirada inquisitiva y fuerza de carácter.
Se convirtieron en espejos donde vimos reflejados los rasgos más
descarnados y profundos de nuestro ser. Para mí una de las cosas
más apasionantes fue descubrir que a través de ellos podía continuar
construyendo esos sueños de juventud. Cuando yo era joven la obra
colectiva primaba sobre lo individual e incluso sobre la familia. Ahora
parecía que ellos eran nuestra utopía.
En 1994 Laura, los niños y yo nos radicamos en el Uruguay. Allí
empecé a trabajar como profesor en la Universidad de la República.
Durante todos estos años, tanto en Francia como en Uruguay, seguí diciendo
públicamente lo que pienso. En los almuerzos, con colegas o con
estudiantes, he contado muchas veces briznas de la historia de nuestra
vida en Cuba. Mis opiniones sobre la actualidad internacional siguieron
marcadas por esa experiencia. Con los años pude sentir cómo se iba
desfasando la percepción de la gente respecto a la realidad que yo había
conocido. En muchos se impuso la imagen de que la vida en Cuba era
una copia de la vida en la Unión Soviética. Desapareció cualquier sofisticación
en el análisis y el desplome de la URSS arrastró consigo toda
posibilidad de imaginar un mundo alternativo al capitalismo que conocemos.
Con el paso del tiempo me iba dando cuenta de que las historias
que contaba se iban convirtiendo en leyendas. Muchos jóvenes de hoy
ni siquiera habían nacido cuando yo me fui de Cuba.
Hace algunos años caminaba por la playa de Santa Lucía del Este
con mi hijo Daniel. Zurdo, nuestro perro, corría feliz por la arena. Fue
una conversación importante, de esas que dan gusto y quedan grabadas
en algún rincón de la memoria. Daniel es una persona muy sensible,
alguien que no soporta la injusticia ni contra un humano ni contra
un pájaro. En un momento dado empezó a increparme. Me reclamó
que no hubiera hecho nada para cambiar este mundo, me reclamó que
siendo consciente hubiera sido pasivo. Me trató de pusilánime y de
cobarde. Entonces me di cuenta de que había sido excesivamente discreto.
En nuestra casa siempre hemos hablado sobre el mundo, sobre
las injusticias y la necesidad de luchar contra ellas, sobre Cuba y sobre
los diversos intentos transformadores que inundaron nuestro mundo
durante el siglo XX. Pero los viejos hábitos me habían impedido hablar
de cómo había participado yo en aquella gesta colectiva.
No es que yo hubiera sido importante, fui solo un militante más,
pero las reglas de la discreción nos habían enseñado a ser muy cautos.
Y ahora descubría que mis hijos de diez y trece años y mi hija de quince
no sabían nada de mi pasado militante. Entonces conversé con cada
uno de ellos y les expliqué que yo también había querido cambiar el
mundo. Lo había hecho humildemente, como uno más entre muchos y
sin mayores éxitos, pero no me había quedado mirando sin intervenir.
Desde hace siglos la humanidad lucha por un mundo mejor. Esa
rica historia está plagada de derrotas y pautada por algunas victorias.
Siempre se dio un proceso de trasmisión de la experiencia acumulada.
Los jóvenes de los sesenta habían aprendido de las experiencias de
Argelia, Vietnam y China, de la Resistencia contra el fascismo, de la
España revolucionaria. Aquellos habían aprendido de la Revolución de
Octubre y de las luchas de los anarquistas. Más atrás están Garibaldi
y la Comuna de París, la Revolución francesa y la del 48.
La conversación con Daniel me dejó pensando. ¿Será que la derrota
que sufrimos nosotros es tan profunda que nos inhibe incluso de contarlo?
Me parece que rara vez se ha dado un corte tan abrupto de la
memoria histórica. Los protagonistas de aquella época no les cuentan
a sus hijos lo que vivieron. La historia la escriben los vencedores y la
construyen a su conveniencia. Lo cierto es que lo que hacíamos entonces
hoy parece absurdo. Pero es apenas una ilusión óptica. Aquellos
sueños son absurdos sólo en tanto los miremos con los anteojos que
impone la sociedad de hoy. Una sociedad que satisface a muy pocos
y tiene profundas contradicciones. Hay una sensación clara de que el
sistema no funciona, pero nos falta imaginación para construir una
alternativa. La derrota nos ha dejado noqueados. Con más razón los
jóvenes de ahora necesitan conocer la experiencia del pasado. Es esencial
para construir el futuro.
Fue entonces que decidí escribir. No para hablar de lo que hice, que
no fue muy importante, sino para contar cómo era vivir en Cuba en
esos años para un niño o un joven como yo. Me propuse trasmitir lo
que sentíamos, lo que hacíamos, el ambiente que respirábamos.
Por cierto que al contar esta parte de mi vida cuento de Cuba y
cuento de mí. Yo fui un puro producto de la época. Mis padres se involucraron
en su tiempo, lo vivieron intensamente, fueron protagonistas.
Y yo, como niño, viví en medio de ese torbellino. Luego de joven participé
como uno más. Creo que al contar sobre mi historia personal,
estoy trasmitiendo cómo era efectivamente la vida de alguien de mi generación.
De muchas historias como ésta estuvo formado ese tiempo.
Me parece que este relato puede tener interés desde ambos puntos de
vista: como el testimonio de un hijo de la generación de los sesenta y
como el testimonio de alguien que vivió en Cuba en esos tiempos.
En 2003 retorné a Cuba por primera vez en veinte años. Muchas
cosas habían cambiado entre tanto, pero desde que salí del aeropuerto
empecé a conectarme con la Cuba que había conocido. Parecía que un
hilo invisible seguía conectando el presente y el pasado. Me sentí en
casa nuevamente. Caminé por sus calles llenas de árboles frondosos,
con raíces que rompen las aceras, bordeadas por casas que parecen
fosilizadas en el tiempo. Llené mis pulmones con el aire salado del mar
Caribe y peregriné a los lugares de mi vida anterior. Cada noche le es10
cribía a mi compañera largas cartas con las impresiones del día. Cuando
volví a casa tenía unas 20 páginas de impresiones. Pasaron años
en que mastiqué los recuerdos lentamente. En numerosos almuerzos
conté ante auditorios improvisados los pasajes que iba reconstruyendo.
Observaba su reacción y sus preguntas. Esa fue la forma en que
fueron condensándose los pasajes de este libro.
En 2006 mi amigo Guillermo Sapiro me invitó a la Universidad de
Minnesota en Minneapolis. Fue un privilegio raro. Durante ese año
sabático pude dedicarme simplemente a aprender a su lado, a estudiar
y a vivir con mi familia. Fueron meses de vida íntima y relajada. Disfrutando
de la belleza de esa ciudad y de la generosidad de tantos amigos.
Allí Laura y yo asistimos alborozados al despertar político de nuestros
hijos. Los tres se involucraron con pasión en la lucha contra la guerra
en Iraq y en esos menesteres los vimos hacer sus primeras experiencias
movidos por las mismas ideas que nos habían agitado treinta años
antes. ¿Se estaba empezando a cerrar el círculo? Entonces llamé a mi
madre y le propuse una aventura: que ambos escribiéramos nuestras
memorias de Cuba. Podríamos hacer una obra a cuatro manos. Ella
con su visión y yo con la mía. Mi madre empezó enseguida a escribir su
parte, con la eficacia y el oficio que la caracteriza. Yo seguí rumiando
mis ideas. Luego de trabajar más de un año en ese proyecto habían
nacido dos libros separados, uno de ella y uno mío. Independientes
pero complementarios.
En enero del año 2007 mi madre vino a visitarnos al Uruguay.
Cuando me di cuenta de que quedaba un mes para su arribo no tuve
más remedio que sentarme a escribir. El primer borrador salió en unas
pocas semanas de trabajo intenso. De alguna manera llevaba ya unos
5 años madurando en mi cabeza y varios fragmentos los tenía prácticamente
elaborados. Luego pasamos varios días compartiendo nuestros
dos manuscritos, criticándolos, intercambiando ideas.
En febrero de 2007 mi papá Robert, mis hermanas Sarah, Ximena,
Ana y yo nos reunimos en Nueva York un fin de semana. Yo tenía un
primer borrador de estos recuerdos y se los envié unos días antes.
El encuentro fue de una intensidad difícil de describir. Por primera
vez en diez años estábamos juntos por un par de días. Había mucho
acumulado y poco tiempo para expresarlo. La lectura de ese borrador
se convirtió en el catalizador de un diluvio de recuerdos y emociones.
En el avión que la llevaba de México a Nueva York, Sarah iba leyendo
y los otros pasajeros debían preguntarse qué pasaba con esa mujer
que reía y lloraba alternadamente. Algo había saltado a los ojos tanto
de Robert como de Sarah y Ximena y a mí se me había escapado por
completo: en ese centenar de páginas casi no aparecía la familia ni los
juegos con mis hermanas. Quedé un tanto estupefacto. Había pasado
11
meses madurando y escribiendo esos recuerdos y esa capa esencial de
nuestras vidas se resistía con todas sus fuerzas a salir a la superficie.
Ni siquiera entonces —ante la evidencia— era capaz de recordar muchos
detalles o anécdotas. ¿Habría borrado todo aquello o sería que lo
guardaba como un tesoro íntimo y precioso?
Mis recuerdos no coincidían con muchos de los recuerdos de mis
hermanas, los hechos se desfiguraban con el paso del tiempo y cada
uno de nosotros los modulaba usando nuestra particular sensibilidad.
Y sin embargo teníamos las mismas valoraciones generales, la misma
nostalgia de la época y una historia compartida que en trazos gruesos
era la misma. Teníamos también un amor intenso, casi doloroso de
tan fuerte, que se expresaba en ese abrazo sin palabras en que nos
habíamos fundido por largos minutos, apretados, silenciosos, llorando.
Sarah y Ximena no entendían que la emulación familiar ni siquiera
apareciera en todas esas páginas. Esa experiencia había sido particularmente
traumática para ellas. Entonces decidí mencionarlo a pesar
de que el extraño proceso selectivo que funciona en nuestra memoria
lo había borrado casi por completo. La única explicación que tengo
para entender un poco todo esto es que en nuestra familia coexistía a
la vez un cierto extremismo de mis padres, que incluía cosas como esas
reuniones de crítica y autocrítica, junto a un amor muy intenso que
neutralizaba cualquier locura.
Así fui elaborando este libro, a través de este tipo de diálogo con
mucha gente a quienes di a leer el manuscrito y que me dieron sus impresiones.
Algunos son protagonistas de partes de esta historia, otros
ni siquiera habían nacido entonces.
Dediqué los años 2007 a 2010 a afinar esa primera versión y en ello
mucha gente me ha ayudado. A fines de 2008 mi madre tradujo el libro
al inglés y en enero de 2009 me visitó en Uruguay. Entonces hicimos
un ejercicio fascinante: durante varias horas al día ella leía en voz alta
y yo iba corrigiendo la traducción. Escuchando la versión en otro idioma
pude descubrir varias incoherencias y repeticiones. Finalmente he
corregido aspectos de la versión en español a partir del trabajo en la
versión en inglés.
Mientras escribía este libro la vida me dio una sorpresa más. A fines
de 2008 el mundo se hundió en una crisis de proporciones raras veces
vista. Lo que al principio parecía algo limitado al crédito inmobiliario,
se fue expandiendo a toda la economía y se convirtió en una crisis planetaria.
Conceptos que pocos meses antes parecían olvidados (control
estatal de la economía, nacionalización de la banca) volvieron a ser
respetables, y el llamado «pensamiento único» que dominó durante los
últimos veinte años se convirtió en poco tiempo en algo despreciado.
De repente parece que el «mercado libre» no es la «forma natural» de
12
organizar la economía, renace la noción de que la lucha de clases explica
la historia y hasta el presidente de los Estados Unidos dice públicamente
que los sindicatos no son parte del problema sino parte de
la solución.
Creo que la crisis a la que asistimos expresa el profundo desajuste
inherente a la sociedad capitalista: su funcionamiento natural optimiza
la ganancia y no la satisfacción de las necesidades humanas. Su lógica
es destructiva tanto del equilibrio interno de la sociedad humana como
del equilibrio entre ella y la naturaleza. Uno tiene la sensación de que
ésta puede ser la gran crisis que haga ver a la humanidad entera la
necesidad de organizarse de otro modo. ¿Pero qué tenemos para ofrecer
aquellos que soñamos con la revolución social? Los experimentos del
siglo pasado mostraron algunos elementos de cómo sería un mundo
centrado en el ser humano, pero nos mostraron también una enorme
incapacidad para pensar integralmente una alternativa sostenible. Ante
situaciones como éstas surge la necesidad de proponer alternativas.
Son éstos los momentos más apasionantes de la Historia. Las crisis
son enormes oportunidades, es frente a ellas cuando hay que inventar
soluciones nuevas. Los jóvenes de hoy son los que tienen que pensar el
camino y todos tenemos el deber de aportar la experiencia del pasado.
Quiero agradecer especialmente la lectura y la crítica de Margaret
Randall, Robert Cohen, Ximena Mondragón, Sarah Mondragón, Sergio
Mondragón, Martín Randall, Igor Paklin, Igor Leon, Daniel Viñar,
Marcelo Bertalmío, Rafael Grompone, Laura Carlevaro, Lía Randall,
Daniel Randall, Arturo Arango, Pablo Carlevaro, Emilia Carlevaro, Andrés
Elena, Vivian Elena, Alex Fleites, Gadiel Seroussi, Nicolás Duffau,
Alvaro Giusto, Omar Gil, Jules Lobel, Jane Norling, Pablo Musé, Marcelo
Viñar, Maren Ulriksen, Julio Pérez. Quiero agradecer también la
generosidad de Jean Michel Morel y de Guillermo Sapiro que me han
invitado varias veces a trabajar con ellos. Esos viajes que me sacan de
las tareas cotidianas y me permiten caminar por las calles de París,
Barcelona o Minneapolis, han creado la atmósfera y los tiempos para
poder concentrarme y escribir. Por último quiero agradecer a Pablo
Harari de Ediciones Trilce, que aceptó acompañarme en esta aventura,
aportó su crítica valiosa y me advirtió que un libro es como un hijo,
tiene su propia vida.
Este libro está organizado en capítulos construidos en torno a momentos
y espacios que marcaron mis años en Cuba. No tiene una estructura
claramente cronológica aunque varios capítulos se entienden
mejor si se leen en el orden en que están dispuestos. He decidido referirme
a ciertos temas desde diferentes ángulos y a veces a través de
viajes en el tiempo hacia adelante y hacia atrás. Espero que al terminar
la lectura cada cosa esté en su lugar.
13
Al escribir me encontré con varias tensiones: ¿debía contar lo que
sentía entonces o analizar aquella realidad desde el hoy? Decidí posicionarme
lo más posible en aquellos tiempos. Quisiera trasmitir ese
ambiente y lo que creíamos. Hay numerosas referencias a figuras o
movimientos que marcaron los años sesenta y setenta. He mantenido
en lo posible el lenguaje que utilizábamos entonces. Creo que no se
puede trasmitir realmente lo que se sentía en esa época con un lenguaje
«políticamente correcto» tal como se entiende hoy. Por otra parte
el tiempo pasa más rápido de lo que imaginamos, y conceptos que son
de uso cotidiano dejan de serlo. En pocos años las palabras cambian
su sentido. De alguna forma el lenguaje es el vehículo de la ideología
dominante de la época. Muchos amigos a quienes he dado a leer este
manuscrito me expresaron la necesidad de definir de manera muy básica
algunos conceptos. Me señalaron que algunas personas simplemente
no podrían entender lo que quiero expresar. Luego de pensarlo,
decidí no cargar el libro y convocar a aquellos que se interesen a que
lean otras obras que pueden dar luz sobre aspectos diversos de esta
historia.
Hay solo un concepto que quiero re-posicionar: es el concepto de Revolución.
En este libro el gran personaje es la Revolución cubana, pero
las nuevas generaciones han crecido en medio del lenguaje que acuñó
Reagan, que logró transfigurar completamente el sentido de algunas
palabras. Hoy se asocia más este concepto con los avances tecnológicos
o científicos o con los intentos neoconservadores para destruir las
herramientas que la sociedad construyó para apoyar a los más débiles
desde el Estado. Una Revolución es un proceso por el cual se cambian
profundamente los fundamentos de una sociedad en un período breve
de tiempo. En el contexto de este libro se usa la acepción más corriente
en los años sesenta del siglo XX, es decir como referencia a la revolución
social y más precisamente al intento por destruir la sociedad capitalista,
basada en las diferencias de clases y la explotación de las mayorías
por pequeños grupos de poderosos, y construir en su lugar una sociedad
más justa, cuya organización tenga como objetivo la satisfacción de
las necesidades humanas y no la ganancia. En ese contexto un revolucionario
es alguien que promueve activamente la revolución, y muchas
veces dedica a ello todas sus energías y un contrarrevolucionario es alguien
que se opone activamente a la revolución. La lucha se asocia en
ese contexto con el combate por la revolución social.
Una segunda tensión que encontré al escribir este libro tiene que
ver con la profundidad con que se explican ciertos aspectos de la Revolución
cubana. Muchas veces hay conceptos que son sencillamente
incomprensibles para el lector de hoy. En esos casos me adentro en
una breve explicación y al hacerlo emito algunas valoraciones críticas
14
desde el hoy. Es difícil hacer esto con ecuanimidad. No he vivido en
Cuba por más de 25 años y desde lejos se hace difícil criticar. A la vez,
cuanto más pasa el tiempo más aumenta mi respeto por lo que hicieron
los cubanos. Es difícil analizar los hechos históricamente, es decir
considerando el contexto preciso en que sucedieron, pero creo que esa
es la forma real de entender las cosas. Más pasa el tiempo y más me
convenzo de que tuve un privilegio extraordinario: estar allí entonces.
Una tercera tensión aparece entre el relato de Cuba y el relato de
mi vida. Decidí abordarlo de manera un tanto mixta. El que cuenta soy
yo. Alguien que tiene una vida muy particular que es puro producto de
esa época y cuya visión de la experiencia cubana está profundamente
impregnada por su experiencia personal. Cuba era entonces el centro
de un espacio que iba mucho más allá de sus fronteras y yo era un
habitante de ese mundo. Fui testigo de algo inaudito y raro: un pueblo
construyendo un mundo justo y solidario, un pueblo feliz tocando el
cielo con las yemas de los dedos.
15
Lo previo
Quisiera empezar por presentar someramente a algunos personajes
de esta historia que ya estaban allí en el momento que he escogido
como comienzo de este relato: nuestra ida a Cuba.
Mi madre, Margaret Randall, nació en Nueva York pero siendo aún
niña su familia se estableció en Nuevo México. El mito familiar cuenta
que iban en auto atravesando los Estados Unidos y que a mis abuelos
les gustó Albuquerque. En 1947 debe haber sido algo más que un
pueblo grande. La familia estaba formada por mi abuelo, que trabajaba
primero como vendedor de ropa en una tienda y años después como
maestro de música en las escuelas públicas; mi abuela, y sus tres hijos:
mi madre, su hermana Ann y su hermano John. Tenían una costumbre
que ya prefiguraba quizás una descendencia desperdigada por el mundo.
Vivían ahorrando durante el año y aprovechaban las vacaciones
escolares para irse en largos viajes a visitar algún lugar lejano.
Mi madre volvió a Nueva York siendo muy joven. Definitivamente
quería ser escritora y era en esa ciudad donde vibraba el mundo bohemio
que podía alimentar su vocación. Sobrevivió como pudo. Fue
mesera, modelo para pintores, secretaria. Pero sobre todo fue creciendo
como poeta. Allí entró en contacto con la vanguardia artística de
ese tiempo. Fue entonces que decidió tener un hijo y escogió a Joel
Oppenheimer para ese fin. Yo nací en octubre de 1960. Mi madre era
entonces una joven poeta que buscaba su camino. Trabajaba en Spanish
Refugee Aid, una organización que colectaba y enviaba fondos
para los republicanos españoles, refugiados luego de la guerra civil en
Francia y África del norte. Joel ya era un poeta reconocido y pasaba
buena parte de su tiempo en la taberna The Lions Head, en el Village.
Mi madre desde el principio decidió tener un hijo sin padre, de modo
que ya desde entonces ella y yo estuvimos unidos por lazos muy especiales.
Los lazos que se forman por estar solos en el mundo a pesar de
los muchos amigos que siempre nos rodearon.
Es difícil imaginar qué percibe un bebe de meses sobre las características
de la vida en que está inmerso. Yo he ido integrando las
historias que mi madre me ha contado y casi puedo imaginar cómo
era nuestra existencia entonces. Ella, llena de ideas y lidiando sola
16
con la responsabilidad de nuestras dos vidas. Fue entonces cuando
fue despertando a la política y yo la acompañé a sus primeras manifestaciones.
Mi madre pasaba muchas noches afuera: en una lectura
de poemas, en una exposición de pintura o en un bar lleno de humo y
alcohol. Allí estaba yo siempre, con un rollo vacío de film en las manos
que se convirtió en mi objeto precioso. Era el niño mimado de todos.
Desde mi pequeño refugio miraba ese mundo, respiraba ese aire y escuchaba
esa música. Con mi madre fuimos construyendo una comunicación
que no necesitaba palabras para expresarse. Nos fuimos fundiendo
en una especie de ser común en el que juntos hemos recorrido
estos casi cincuenta años.
La vida en Nueva York no era fácil para mi madre. Era una madre
soltera que no había terminado sus estudios universitarios y debía trabajar
duro para alimentar dos bocas y mantener vivas sus aspiraciones
literarias. En algún momento pensó que quizás en México la vida
sería menos difícil para nosotros y sin pensarlo demasiado se tomó un
ómnibus y allá fuimos.
Así llegamos a México. Era 1961 y yo tenía entonces diez meses.
Mi madre tenía algunos nombres de contactos recomendados por sus
amigos de Nueva York. Con su bebe en brazos tocó a la puerta de Arnaldo
Orfila y Laurette Sejourné y ellos nos recibieron con un cariño
que nunca más se apagó. Al poco tiempo estaba integrada a la vida
cultural de ese país. Mi madre tenía entonces apenas veinticinco años.
Pensar en su temeridad me deja admirado.
Poco después conoció al poeta Sergio Mondragón, se casaron y en
pocos años nacieron mis hermanas Sarah y Ximena. Vivíamos en la
colonia Prado Churubusco, a un par de cuadras de un río que corría
entre árboles y espacios verdes. Más allá del río se extendía un campo
yermo y a lo lejos el Popocatepetl y el Ixtaccíhuatl se dibujaban majestuosos
contra el cielo. Sin dudas nací escuchando inglés, pero mis
primeros años crecí hablando español. Sergio era mexicano y ese era
el idioma de la casa. Así que muy pronto el inglés quedó escondido en
algún rincón de mi inconsciente y mi lengua fue el español. En ese
idioma jugaba en el barrio y aprendía en la escuela y en ese idioma
hablaba cotidianamente con mi familia.
Mi madre y Sergio fundaron una revista literaria bilingüe: El Corno
Emplumado, que se convirtió muy pronto en un nexo importante
entre las comunidades literarias del Norte y de Latinoamerica. Mis
padres trabajaban mucho en casa. La revista era una producción
esencialmente familiar. Nuestra casa bullía de actividad. Muchas noches
nos visitaban amigos de mis padres, pasaban por casa poetas y
pintores norteamericanos, latinoamericanos o europeos que visitaban
México.
17
Mis recuerdos de esos años son los de una familia feliz. Vivíamos
en una casa amplia, teníamos 2 empleadas que dormían en casa, la
escuela era agradable. La vida parecía transcurrir suavemente por un
camino trazado de antemano y a pesar de ello estaba llena de cosas interesantes
y gente sorprendente. Laurette era arqueóloga y cada miércoles
la acompañábamos a Teotihuacán donde estaba excavando el
Palacio de las Mariposas. La madre de mi mejor amigo en la escuela era
astrónoma y nos llevaba al observatorio a explorar el firmamento.
En 1967 mi madre y Sergio se divorciaron. Durante un tiempo vivimos
solos con mi madre. A casa seguía llegando gente que se quedaba
un día o algunas semanas. Una vez llegaron dos muchachos jóvenes
que pretendían recorrer el mundo. Uno de ellos era Robert Cohen. Mi
madre y Robert se enamoraron y ese fue el comienzo de su vida con
nosotros. Poco después nació mi hermana Ana.
Mis hermanas Sarah, Ximena y yo íbamos a la escuela Bartolomé
Cosío. Había sido fundada por republicanos españoles refugiados en
México que desarrollaban el método Freinet, muy centrado en impulsar
la creatividad de los niños. La mayoría de mis compañeros en la
escuela eran hijos de universitarios. Buena parte de los padres de mis
compañeros estuvo involucrada de una forma u otra en el movimiento
estudiantil del año 68. Sergio y mi madre también. Los dos fueron participantes
activos del movimiento y la revista tomó partido claramente
por los estudiantes. La represión fue muy dura y golpeó a muchos de
los que nos rodeaban. Pronto la revista dejó de existir. Varios amigos
de mis padres se escondieron o fueron apresados. Nuestra vida dio un
vuelco.
18
Cuando nos fuimos a Cuba
Era el año 1969. Una vez llegó a casa una pareja de jóvenes canadienses,
Alice y Bob, que tendrían quizás veinte o veintidós años.
Venían haciendo dedo desde Canadá con la intención de llegar a Tierra
del Fuego. Se quedaron un par de semanas con nosotros. Alice y Bob
me fascinaron de inmediato. Él sabía hacer sandalias: usaba pedazos
de goma de auto como suela y tiritas de cuero que pegaba con unas herramientas
que traía en un estuche. Me enseñó los rudimentos de ese
arte. En pocos días estaba pidiéndole a mi madre permiso para irme
con ellos un trecho del camino: traté de convencerla de que me dejara
ir hasta Panamá. Mi madre lo pensó y por una vez no aceptó mi pedido:
«Puedes ir, pero sólo hasta la frontera de México con Guatemala».
Me llené de energía. Inmediatamente empezamos los preparativos.
Armamos una mochila con lo básico y en pocos días partimos. Nos llevaron
en auto hasta una carretera en las afueras de la ciudad y empezó
la aventura. Parecíamos una pequeña familia. Ella tenía el pelo largo y
lacio y formaba una linda pareja con él. Con mis ocho años quizás estaba
un poco grande para pasar por hijo de ellos, pero allá íbamos los tres,
felices. Uno de los primeros que nos dio aventón fue un señor muy rico
que andaba en un auto deportivo. Nos llevó a visitar su estancia y sus
caballerizas y nos invitó a comer. Así fuimos avanzando varios días. Nos
comunicábamos usando algunas palabras y muchos gestos; ellos no
hablaban español y yo casi nada de inglés. A veces caminábamos al borde
del camino. De repente alguien paraba y nos avanzaba un trecho.
Pasamos por la zona de los hongos alucinógenos que era una de
las paradas que ellos tenían prevista. Recuerdo un terreno ondulado.
Entramos a un bohío y vimos a varias personas allí. Todos comían
esos hongos y algunos iban entrando en una especie de borrachera.
Yo quería probarlos. Alice y Bob me dijeron que me quedara tranquilo
en un rincón, que aquello era para los grandes y no para mí. Luego de
insistir aceptaron darme apenas una mordida. Tengo el sabor grabado
en el paladar y en mi memoria es similar al de cualquier hongo. La ínfima
cantidad que me dieron no me produjo efecto alguno. Estuvimos
algunas horas allí. Los vi reír y llorar y luego nos fuimos.
19
Un par de días después nos cayó la noche mientras andábamos
caminando por una carretera en medio de las montañas. Las lluvias
torrenciales de los días anteriores habían provocado un deslave que
cortó la carretera. Muchos autos se agolpaban en la carretera sin poder
pasar. A la izquierda subía la montaña y a la derecha corría un río más
abajo. La situación no era agradable. No sabíamos muy bien qué hacer.
La gente había bajado de los autos y charlaba intentando buscar
una solución.
No sé cómo fue que aparecieron unas personas a ayudarnos. Venían
desde el otro lado del montón de tierra y piedras que cortaba la ruta.
Eran hippies que nos ofrecieron dormir en su campamento esa noche.
Uno de ellos, grande y de barba amplia, me cargó y ayudado por cuerdas
me atravesó al otro lado del deslave. Luego lo acompañamos a una
pequeña cascada donde nos lavamos y finalmente al campamento: un
conjunto de carpas y viviendas ligeras en medio del monte. Había allí
mucha gente. Algunos estaban meditando con las piernas cruzadas.
De repente pasaba alguno caminando desnudo sin ocuparse de nadie.
Muchos tenían pelo largo y barba. Todos eran amables y simpáticos.
Nos dieron de comer. Los grandes charlaban. Yo observaba, escuchaba,
absorbía aquello con todos los poros abiertos. A la mañana
siguiente nos levantamos y tomamos el desayuno junto a esos nuevos
amigos que nos habían acogido tan amablemente. Tenían la intención
de acompañarnos a un pueblito cercano donde tomaríamos un ómnibus
pero no fue posible. Todo el campamento estaba rodeado por hombres
armados. Pienso que eran de la policía aunque en mi recuerdo
parecen del ejército por las armas largas y los uniformes.
Sin violencia mayor, pues no hubo resistencia por parte de aquellos
adeptos a la paz y el amor, nos subieron a unos ómnibus con diarios en
los vidrios para ocultarnos. En doce horas hicimos el camino de regreso
a la ciudad de México. Un camino que habíamos recorrido en cinco
días como mochileros. Nos bajaron en una pequeña comisaría o algo
parecido y nos dieron una colchoneta a cada uno, que cargamos hasta
las celdas. En cada celda había un par de literas. Dormimos esa noche
allí y a la mañana siguiente nos dejaron a todos salir al patio. Yo era el
único niño. Los demás detenidos me trataron con cierta consideración
especial: me contaban historias y alguno me regaló un juguete hecho
con pedacitos de madera.
Yo pedía para llamar a mi madre por teléfono, intentaba explicar
a los carceleros que mi madre vivía en la ciudad de México, que esos
eran amigos y no mis padres. No me creían. En algún momento me
llevaron a una oficina donde estaba Alice gritando en inglés. Estaba
furiosa. Tengo la imagen de su pelo revuelto y sus gritos impotentes.
Supongo que intentaba explicarles que yo no era hijo de ellos y que de20
bían dejarme ir con mi madre. Los policías me pidieron que tradujera
lo que decía, pero yo era incapaz de hacerlo. No me creyeron cuando
les expliqué que yo no hablaba inglés ni ella español.
Creo que estuvimos allí 36 horas en total. Ese es un número que
me quedó grabado junto a muchas otras estadísticas que guardaba
con cierto celo en la mochila de mi memoria. Finalmente nos subieron
en un auto a los tres y arrancamos rumbo al aeropuerto. En el camino
pararon en mi casa. Una mujer policía me bajó y tocó a la puerta. Mi
madre abrió. La mujer policía me tenía agarrado por los pelos. Le dijo a
mi madre que me cortara el pelo, me entregó y se fue. Yo subí corriendo
a mi cuarto y me puse a llorar, había contenido las ganas por mucho
tiempo. A mis amigos los deportaron esa misma mañana. Alice llamó
por teléfono para saber si yo estaba bien y nunca más supe de ellos.
Esto era en junio de 1969. El año anterior había estado marcado por
la movilización estudiantil del 68 con sus manifestaciones multitudinarias,
sus conciertos de música y poesía, sus campus ocupados donde
florecía la vida comunitaria y el amor libre. La melena era parte de todo
aquello que había sido brutalmente truncado en la masacre de Tlatelolco
y que yo había vivido intensamente a través de la participación
de mis padres. Tanto Sergio como mi madre se involucraron mucho.
Recuerdo una lectura de poemas ante masas de estudiantes, y reuniones
al anochecer en casa donde mi madre conspiraba con sus amigos.
Tengo grabada la imagen de los pies de los cadáveres saliendo bajo una
sábana blanca en la escuela de medicina de la Universidad Nacional Autónoma
de México (UNAM) durante la toma. Los niños jugábamos en el
campus tomado y de alguna forma llegué a ese lugar y vi las camillas.
Al día siguiente de la masacre mi madre nos llevó en el auto a explorar
los alrededores de la plaza de Tlatelolco; se respiraba un aire tenso.
Un compañero, que sobrevivió a la masacre escondiéndose entre los
muertos, llegó como pudo a nuestra casa y nos contó su historia.
El 68 fue una explosión de alegría, de poesía, de vida. Y luego vino
una chapa de plomo, el silencio y el miedo a la represión. El Corno
Emplumado fue muy afectado por todo ello y dejó de publicarse unos
meses después, víctima de la represión. Nuestra vida cambió por completo
a partir de esos acontecimientos. En ese entonces mi madre y
Sergio ya se habían separado y Robert era el compañero de mi madre
y vivía con nosotros.
El pelo largo que acariciaba mi espalda cuando echaba la cabeza
hacia atrás era una especie de símbolo que llevaba con orgullo. Unas
horas después de que los policías me dejaran en casa, Robert me
acompañó a la peluquería del barrio para que me cortaran el pelo. Lo
sentí como una derrota, pero en ese momento era necesario. Muchas
cosas habían pasado durante mi ausencia. Unos sujetos haciéndose
21
pasar por funcionarios de la seguridad social llegaron a casa aduciendo
una denuncia de que había allí un taller textil clandestino.
Mi madre estaba en cama, enferma, de modo que Robert los atendió.
Le pidieron la identificación de mi madre y salieron corriendo con los
documentos en la mano. Mis padres empezaron las gestiones para
recuperarlos, pero rápidamente sospecharon que esa había sido una
maniobra para dejarla sin pasaporte e inmovilizarla. Quién sabe qué
vendría después. Varios amigos iban cayendo presos o estaban escondidos
en esos días. Unos años antes mi madre había solicitado y
obtenido la ciudadanía mexicana y ese gesto se convertía ahora en
una trampa.
Mis padres empezaron a mover todos los contactos que pudieron.
Mi madre había visitado Cuba dos veces en los últimos dos años y
tenía planes de ir a vivir allá por un tiempo a fin de conocer de primera
mano esa experiencia. Ante los acontecimientos, ella y Robert
decidieron acelerar la decisión y empezaron a empacar rápidamente.
La embajada de Cuba ofreció su apoyo. Mi madre no tenía forma de
comunicarse conmigo pues mientras eso sucedía yo estaba en algún
lugar del sur viajando junto a Alice y Bob. El acuerdo original era que
llegados a la frontera con Guatemala me pondrían en un bus y llamarían
a casa para que me fueran a buscar a la terminal. Mientras mis
padres esperaban noticias mías iban preparando lo más rápido que
podían el viaje a Cuba.
Así es que cuando esa mujer policía apareció en la puerta de casa
agarrándome por los pelos fue en cierto sentido un alivio. Ahora estábamos
todos juntos que era lo más importante. A partir de entonces
intentaríamos siempre mantenernos unidos. Mi madre tenía entonces
treinta y dos años y era el centro de la familia. Sarah tenía seis, Ximena
cinco y Ana era una bebé de tres meses —había nacido en marzo.
Robert estaba ya integrado a la familia y a pesar de sus veintitrés años
empezaba a cumplir en casa el rol de padre.
En esos días visitamos varias veces la embajada de Cuba. Tenía un
gran jardín con un ciervo parecido a Bambi que correteaba por allí. Ese
ciervo me fascinaba. Finalmente llegó el día en que viajaríamos a Cuba.
Fuimos todos juntos a un lugar donde mi madre recogería su pasaporte,
con la idea de seguir de allí rumbo al aeropuerto. Esperamos en
el auto mientras mi madre hacía lo que parecía un trámite de rutina
pero al rato apareció con la noticia de que no le darían el pasaporte.
Volvimos a casa y al acercarnos vimos que había muchos policías en
la cuadra. Seguimos de largo y ya no volvimos más. Nos fuimos a esconder
en casas de amigos. Nos quedábamos en cada casa pocos días.
A los niños nos tenían prohibido asomarnos a las ventanas o salir al
jardín para evitar ser descubiertos.
22
Recuerdo la casa de Laurette y Arnaldo, enorme y siempre acogedora.
Arnaldo había participado como estudiante en la gran la huelga
de 1918 en Córdoba, Argentina, la que dio nacimiento al concepto de
Universidad Latinoamericana con sus características de compromiso
social y gobierno autónomo ejercido por docentes, estudiantes y egresados.
En 1969 dirigía la editorial Siglo XXI y era una figura mayor del
ambiente intelectual mexicano. Laurette era arqueóloga y hablaba con
un fuerte acento francés. No fue hasta muchos años más tarde que me
enteré de que Laurette había estado casada con Víctor Serge, el revolucionario
ruso. Laurette y Arnaldo tenían la costumbre de convidarnos
con chocolates. Eran como hermanos mayores de mi madre y naturalmente
nos dieron refugio.
También estuvimos unos días en casa de Maru Uhthoff, una amiga
cercana que había sido mi maestra de inglés en la escuela. Era una
casa más chica pero igualmente acogedora. Allí vimos en televisión el
primer paso del hombre en la luna.
Mientras tanto mi madre y Robert buscaban una solución. Muchos
amigos se movieron. Algunos llegaron a hablar con políticos muy importantes,
pero no se veía una salida sencilla a la situación. Era claro
que no podíamos seguir escondidos eternamente. Mi madre intentó
que sus padres nos recibieran por un tiempo, pero la respuesta fue
un «debiste pensar en esto antes de meterte en política». Sergio ofreció
llevarnos donde su maestro de budismo zen, un japonés a quien él
veneraba y yo había visto en varias ocasiones cuando lo acompañaba
a meditar. Mi madre no quiso. Finalmente decidió enviarnos a Cuba
donde seríamos acogidos mientras ella y Robert escapaban de México.
Al cabo de un mes escondidos, Robert —que podía andar libremente—
nos acompañó al aeropuerto. No sé cómo logró subir hasta el avión
con nosotros y darnos un beso cuando ya teníamos los cinturones
de seguridad abrochados. Así partimos de México. Estábamos en un
avión de «Cubana» y eso era ya un poco como estar en Cuba. Con mis
ocho años me tocaba ser el responsable del grupo. Mis hermanas eran
muy chicas, sobre todo Ana que era una beba de 4 meses, así que yo
debía ser el soporte, «el grande». La tripulación del avión estaba al tanto
y nos atendió con cariño, nos hizo pasar a la cabina y ver los controles;
el piloto sentó a Ana sobre sus piernas y ella lo mojó. Las azafatas
nos prodigaron toda clase de atenciones. En México quedaban nuestra
casa, nuestros amigos, nuestra escuela, nuestra familia. No pudimos
siquiera despedirnos bien de nuestros amigos y de papi Sergio. Lo peor
era que no sabíamos si veríamos nuevamente a nuestros padres.
Pero en mi memoria ese viaje no es amargo. En esa época yo vivía
intensamente cada momento como una gran aventura y me ocupaba
de absorber cada detalle. El avión aterrizó en La Habana. Nos esperaba
23
un compañero cubano que nos llevó a una clínica en la calle 72, en el
barrio de Miramar. Puede parecer curioso que llame compañero a ese
funcionario de quien no recuerdo el nombre, pero eso tal vez sea el
símbolo de que estábamos atravesando una especie de frontera ideológico-
afectiva. Al llegar a Cuba entrábamos en un mundo donde todos
eran «compañeros», que era como decir acompañantes fraternos en un
camino compartido. En esos años en Cuba no se usaba el «señor» y
«señora» sino el «compañero» y «compañera».
Era el 25 de julio de 1969. Todas las calles estaban engalanadas
con carteles y adornos alusivos al aniversario del asalto al Cuartel
Moncada que marcaba el inicio de la Revolución cubana, que se conmemora
el 26 de julio de cada año. En la clínica nos tuvieron tres días
haciéndonos un chequeo completo de salud. Estaba instalada en una
vieja casona aristocrática con un jardín hermoso adornado con árboles
frondosos y bancos de piedra. Ana se enfermó con una gastroenteritis
que la mantuvo en la clínica por unos días. La subdirectora de la clínica
se llamaba Hortensia. Esa mujer se encariñó con Ana y solicitó
permiso para llevarla a su casa y cuidarla hasta que su madre llegara.
Así se hizo.
Sarah, Ximena y yo fuimos trasladados a un campamento especial
en la playa de Santa María del Mar, al este de La Habana. Había allí
un campamento infantil formado por varias casas de playa dispersas.
Entre casa y casa había amplios terrenos llenos de vegetación atravesados
por trincheras y alguna casamata fortificada. Luego descubrí
que buena parte de la isla está preparada para resistir una agresión de
modo que ese tipo de construcciones militares abundan cerca de las
costas. Para nosotros aquello era una maravilla donde podíamos jugar
a las escondidas y a la guerra. Las casas eran antiguas propiedades
confiscadas por la Revolución. No eran grandes y lujosas sino casas
veraniegas de clase media. En ese campamento había niños y niñas
procedentes de muchas partes del mundo, hijos de revolucionarios que
por alguna razón habían debido enviar a sus hijos a Cuba. Esa era una
de las formas prácticas en que Cuba expresaba su solidaridad: ofrecía
un lugar seguro y de puertas abiertas que funcionaba como una
especie de retaguardia de las luchas revolucionarias que se daban en
diversos lugares del mundo.
Cuando llegamos allí mis hermanas y yo estábamos cargados con
la angustia de que tal vez no veríamos más a nuestros padres. Pensábamos
que nuestros problemas eran terribles, pero muy pronto los relativizamos.
Allí encontramos chicos que realmente tenían problemas
enormes. Recuerdo a unos hermanitos que venían de Guinea Bissau
donde el PAIGC (Partido Africano por la Independencia de Guinea Bissau
y Cabo Verde) combatía aún por la independencia. Uno de ellos
24
tenía una pata de palo —una mina le había volado la pierna. Otro tenía
unas enormes cicatrices dejadas por el napalm en el cuello y el pecho.
Había chicos de otros países de África y de América Latina. Varios sabían
ya que sus padres habían muerto. De modo que nuestras angustias
se disolvieron en una especie de sopa de horrores.
Sarah y Ximena estaban en un dormitorio para niñas. Nos juntábamos
todos los días para jugar, ir a la playa y comer. Había actividades
de todo tipo: campeonatos de ajedrez, competencias de bicicleta, juegos
de grupo. Los cubanos habían organizado un verdadero campamento
de vacaciones del que guardo recuerdos agradables más que angustias
o terrores. Habían logrado crear un lindo ambiente para nosotros. Los
africanos y los cubanos tienen una gran habilidad para la música.
Bastaba que unos cuantos se juntaran bajo algún árbol y rápidamente
armaban un grupo musical con alguna caja y unos palos y empezaba
la música. Todavía resuena en mi memoria el estribillo de una canción
que decía así: «mi limón, mi limonero, entero me gusta a mí…».
En las noches yo miraba las estrellas y me comunicaba mentalmente
con mi madre. Habíamos acordado comunicarnos por ese medio y
eso me permitía aparentar fortaleza en el día y dejar escapar mi angustia
protegido por la noche. Quien sabe cuántos de mis compañeros
hacían algo parecido. A veces nos llegaba un telegrama breve pero
tranquilizante de mi madre o de Robert: «estamos bien, los amamos».
Pasaban los días y nosotros íbamos descubriendo muchas cosas nuevas.
El guao era una planta venenosa cuya sombra se decía que era
suficiente para generar ronchas en los de piel sensible. Algunos niños
se marcaban el nombre en el antebrazo con la hoja de esa planta. Las
letras quedaban formadas por granos llenos de pus. Sarah y Ximena
cayeron enfermas con impétigo y pasaron un par de días en la casa
clínica. Yo nunca había visto alguien con tantos granos.
Un día mientras jugábamos al ajedrez y al ping-pong el alto-parlante
anunció la muerte de Ho Chi Minh. Recuerdo el silencio y el nudo en
la garganta. El tío Ho, como lo llamábamos, era una figura mítica, el
líder del pueblo vietnamita que en aquellos años combatía contra la
agresión yanqui. Todos allí lo admirábamos y lo asociábamos con una
mezcla de sabiduría, eterna sonrisa y humildad. Parecía un abuelito
frágil y sin embargo estaba liderando esa guerra en que se enfrentaba
al país más poderoso del mundo. Todas nuestras guerras personales,
las imaginarias y las reales, tenían en Vietnam un referente y en el «tío
Ho» un símbolo.
Los chicos del campamento que tenían familiares o amigos podían
salir el fin de semana «de pase». Naturalmente muy pocos allí tenían
esa opción. Durante el mes y pico que estuvimos en ese campamento
salimos de pase raras veces. Cuando lo hicimos fue porque nos fue a
25
buscar Tania Díaz Castro, una amiga de Sergio y de mi madre, periodista
de la revista Bohemia, que nos llevaba a su casa y nos atendía
muy bien. Recuerdo su sala y un ambiente familiar y cálido. Mis hermanas
y yo escribíamos una pequeña «revista» con poemas, cuentos
y dibujos y Tania lograba darnos el calor familiar que tanta falta nos
hacía. Luego dejamos de verla y muchos años después supe de ella por
los diarios: había caído presa por «actividades contrarrevolucionarias».
Creo que hoy sigue en Cuba, luchando siempre por sus ideas.
He acá una carta que mandé en ese tiempo a mis padres. La reproduzco
con la ortografía y la redacción de mis ocho años:
Querida mami y Robert -Espero que esten vien y Goyo me caí de una
vicicleta y me erí el vraaso y la pansa. No te pongas triste pues no fue
grabe. Ximena se callo y le salió sangre tampoco fue grave. Y Sara
no le pasó nada, a Anna no la e visto porque ella está en un círculo
infantil con los amigos, Saris y Ximena en la Casa 18 de Internados
y yo en la 9 de Internados de la escuela, que dijiste antes de venir,
estamos vien aquí ai mucha hormiga volando que se te meten asta
la naris, son mui molesta aquí y mis hermanas todos los días en la
mañana vamos a la plalla yo y mis ermanas nos metemos al mar
como 10 metros de la arena, yo goyo e estado tres días buscando
plumon pero no encuentro y tube que aser la carta con colores. Así
ves con que cariño te la escribo la carta. Por fabor ben pronto todas
las noches se lo pido a las estrellas. Yo tengo dos amigos un de Jinea
y otro de Cuba. Se las escribe con mucho amor y casi lágrimas en los
ojos, Goyo Saris Ximena y Anna.
Mientras nosotros estábamos en Cuba mi madre y Robert lograron
escapar de México. Su periplo los llevó a través de la frontera con Estados
Unidos, mi madre disfrazada y con documentos falsos, y con un
trecho del camino en un camión frigorífico que trasportaba carne. Luego
Robert pasó por Nueva York a ver a su familia y de allí se fue a Cuba
pasando por Madrid. Mi madre viajó en bus hasta Canadá y abordó un
avión a Francia. Sin salir del aeropuerto conectó con un vuelo a Praga
donde finalmente pidió hablar con los cubanos. La estaban esperando.
En esa época el mundo occidental y el llamado «campo socialista» estaban
separados por una frontera difícil de atravesar. Praga era el punto
en que se podía pasar más fácilmente «hacia el otro lado». El plan era
que de Praga viajara a Cuba, donde nos encontraríamos. Pero había
un solo vuelo por semana de Cubana de Aviación entre esa ciudad y La
Habana y pasaron 19 días antes de que mi madre pudiera abordar el
Mi hermana Anna ha decidido ser llamada Ana desde hace varios años. He decidido
respetar su decisión, pero en la reproducción de esta carta de infancia utilizaba aun
la ortografía anterior.
26
avión. De modo que Robert llegó a Cuba antes y el reencuentro con él
fue el comienzo del fin de nuestra angustiosa espera.
No recuerdo bien la llegada de Robert. El gobierno cubano nos asignó
una habitación en el Capri. Era un lujoso hotel que había sido
propiedad y refugio de la mafia antes de la Revolución. Ahora estaba
al servicio de un escaso turismo y era a la vez lugar de acogida para
invitados de la Revolución. En hoteles como ése nos daban una habitación
y derecho a comer en el restaurante, mientras nos buscaban
algún apartamento o casa. Estuvimos unos cinco meses viviendo allí.
A lo largo del tiempo iríamos a visitar en hoteles como ése a muchos
amigos que iban llegando a Cuba como refugiados políticos. En ese
mismo Hotel Capri vivió años después la familia del dirigente tupamaro
Andrés Cultelli, cuyas hijas serían buenas amigas nuestras. En el
Habana Libre estuvieron Antonio y Domingo, revolucionarios venezolanos
que luego serían presencias importantes en nuestras vidas. En
el Deauville se hospedaron Laura y su familia cuando recién llegaron
a Cuba; Laura sería luego la compañera de mi vida. Cada hotel tenía
su grupo de refugiados. Nosotros vivimos en el Capri a fines de 1969,
cuando aún no había llegado la gran ola de latinoamericanos que inundó
Cuba en los años setenta. Sin saberlo éramos como adelantados de
esa migración forzada.
Una semana después de Robert llegó mi madre. No recuerdo los
detalles físicos del encuentro: si la vi al abrirse el ascensor o si nos
dio la sorpresa de llegar a la habitación. En mi memoria queda solo
la intensa emoción de estar finalmente juntos de nuevo, luego de dos
meses y medio de separación, del miedo y de tantas aventuras. Nosotros
ya estábamos aclimatándonos a la Cuba revolucionaria. Mi madre
y Robert habían logrado escapar de la represión en México y habían
recorrido medio mundo. La alegría era enorme. Ahora empezaríamos
una nueva vida y no nos separaríamos más. Sentíamos que todo eso
que nos había pasado en los últimos meses era como un rito iniciático.
Ahora éramos parte de aquello que se estaba construyendo allí: la Revolución,
el socialismo, un mundo nuevo.
El aire que respirábamos era salado y húmedo; la música era permanente;
la alegría de los cubanos, contagiosa. Las paredes de la ciudad
gritaban a los cuatro vientos consignas escritas con colores vivos:
«El futuro pertenece por entero al socialismo, al imperialismo pertenecen
la crisis y la derrota», «Los hombres mueren, el partido es inmortal
», «Patria o muerte, ¡venceremos!». El Che había muerto menos
de dos años antes en Bolivia, pero en toda América Latina cientos de
combatientes seguían su ejemplo: Turcios Lima y Yon Sosa en Guatemala,
Carlos Fonseca en Nicaragua, Hugo Blanco en Perú, Douglas
Bravo en Venezuela, los hermanos Peredo en Bolivia, Raúl Sendic en
27
Uruguay, Miguel Enríquez en Chile, Roberto Santucho en Argentina,
Carlos Marighela en Brasil. Hasta en el mismo corazón de los Estados
Unidos actuaban los Panteras Negras, los Weatherman, los independentistas
puertorriqueños. Nos parecía que la ola imparable de la Revolución
avanzaba con fuerza y nosotros éramos parte de aquello. Las
derrotas, aunque numerosas, parecían puntuales y momentáneas. Yo
ya estaba sumergido en ese mundo y vivía lo cotidiano como parte de
ese ambiente general.
Como dije, Ana había quedado a cargo de Hortensia durante los dos
meses y medio que duró la travesía de mis padres. Esa mujer la cuidó
con amor y se encariñó con ella. Cuando mi madre llegó, Ana había
pasado casi la mitad de su vida con Hortensia de modo que no era
sencillo recuperarla. Durante varios días hicimos visitas cada vez más
largas para acostumbrarla de nuevo a nuestra presencia y finalmente
volvió a la familia. Ana siguió visitando a Hortensia hasta muchos años
después.
Mi madre llegó a Cuba a tiempo para festejar conmigo mi cumpleaños
número nueve. A esas alturas las vacaciones habían terminado
y yo estaba en una escuela donde nos quedábamos a dormir toda la
semana. Me fue a visitar una tarde y llevó un pastel que comimos juntos
en la placita que estaba frente a mi dormitorio. Esa plaza era un
pequeño triángulo de tierra con un par de árboles donde había una
parada de ómnibus.
Pocos meses después nos asignaron una vivienda. Era un bello
apartamento en la calle Línea entre M y N. Estaba a un par de cuadras
del malecón, en el barrio del Vedado. El apartamento era realmente
formidable: ocupaba todo el noveno piso, tenía cinco cuartos y dos baños,
además de un pequeño baño desafectado, cocina, sala y comedor
amplios y una terraza vidriada con una magnífica vista al malecón y
al mar. Cuando llegamos al edificio nos recibieron varios vecinos muy
cariñosos y abiertos. Alicia, la vecina del cuarto piso, nos mostró su
casa. En su cocina abrió la despensa. No había nada, ninguna lata ni
paquete de comida, solo un letrero que decía con orgullo: «vacío pero
con dignidad».
Los cubanos en esa época vivían tiempos muy duros. La guerra
que se desarrolló en el Escambray y otras zonas montañosas del país
había terminado hacía pocos años. La Revolución estaba política y militarmente
estabilizada pero el bloqueo económico arreciaba y había
muy pocos artículos en las bodegas. Cada familia tenía una libreta de
racionamiento que garantizaba para cada cubano una ración básica
de alimentos y de ropa, de jabón y de otros artículos de primera necesidad.
Todo lo que se consideraba un lujo era inexistente. Y muchas
cosas eran consideradas lujo: desde un reloj de pulsera a una máquina
28
de afeitar, desde un pedazo de jamón a un auto. La filosofía general era
la de buscar la igualdad ante todo. Cuando el gobierno decidía integrar
un nuevo producto a la distribución masiva era porque tenía una
cantidad suficiente como para poder distribuirlo a toda la población de
manera igualitaria. De modo que en 1969 y 1970 había realmente muy
pocos productos en los comercios.
La comida era escasa y se había calculado de manera de satisfacer
los requerimientos mínimos en calorías. Ese año en la escuela recibimos
la misma ración todos los días. El menú en el almuerzo y en la
cena era siempre el mismo: arroz, chícharo y pescado —a veces simplemente
sardinas enlatadas—; en el desayuno un café con leche y un
bollo de pan. Poco tiempo después descubrí que en una escuela vecina,
especializada en formación de deportistas, complementaban con un
yogur cada comida. Fue un factor determinante para tomar la decisión
de cambiarme a esa al año siguiente. No pasábamos hambre y no creo
que realmente nos preocupara mucho la monotonía de la dieta, pero
los chicos se interesaban por esos otros manjares que nunca habían
saboreado y que sabían que existían por algún cuento de sus padres
o por las películas. Así empecé a convertirme en contador de cuentos.
Muchas veces tenía una rueda de compañeros alrededor y yo les contaba
con detalles la forma, la textura y trataba de transmitir el sabor
de esas cosas que yo conocía y ellos no: la mantequilla, el queso, la fresa.
Ese año escribí una redacción en la escuela en la que relataba un
banquete de la familia Rockefeller con lujo de detalles. El menú estaba
formado por arroz, frijoles negros y pollo.
En esa época llegaban a Cuba personas de todas partes del mundo
a contribuir solidariamente con la Revolución cubana. Técnicos rusos,
de Alemania del este, búlgaros o checos. Compañeros de toda América
Latina o de Europa occidental. Ingenieros, agrónomos, matemáticos,
biólogos, médicos. Los cubanos decidieron crear una libreta especial
para extranjeros. También era una libreta de racionamiento pero daba
derecho a algo más que la libreta común. Los cubanos no querían someter
a todos esos amigos que dejaban voluntariamente las comodidades
de sus países de origen a los mismos sacrificios que estaban asumiendo
ellos. Cuando llegamos nos ofrecieron esa «libreta para extranjeros
» pero mi madre la rechazó. Siguió en eso el ejemplo y el consejo
de Roque Dalton cuya familia llevaba ya un tiempo viviendo en Cuba.
Así es que pedimos tener la misma libreta que el resto de los cubanos.
Estábamos allí como ellos y como ellos queríamos vivir.
Esa decisión marcó la forma en que nuestra familia se integró a
la vida cubana. El permanente contacto con amigos extranjeros que
venían a visitar a mis padres y los viajes que luego haríamos de forma
regular nos daban sin dudas una situación de privilegio. Así tuvimos
29
acceso a ropa extra o a un televisor. Pero de todas formas creo que
nos integramos a la sociedad cubana de la manera más intensa que
pudimos. Como al resto de los cubanos, y a pesar de los regalos, nos
faltaban muchas cosas en la vida diaria, desde jabón hasta comida.
Pocos años después ya hablaba como un cubano más y algún compañero
de clase dudaba de mi sinceridad cuando le juraba que era
norteamericano. Tuve que mostrarle mi pasaporte para convencerlo de
que no mentía.
Roque Dalton fue muy importante para nosotros. Era un amigo entrañable
de mi madre, un gran poeta y un revolucionario que terminaría
por convertirse en leyenda no sólo en su país de origen, El Salvador,
sino en toda América Latina y muy especialmente en la comunidad
intelectual que tenía a La Habana como centro en esa época. Su coherencia
entre pensamiento y acción fue una de las cosas que más nos
marcó a todos. A principios de los setenta vivía en La Habana, pero
poco tiempo después desapareció de la escena: se había marchado
clandestinamente para entrenarse en Vietnam y luego se fue a luchar
en su país. Fue asesinado por sus propios compañeros en El Salvador
en 1975 a raíz de diferencias internas. Ese crimen fue uno de los más
grandes desgarros que tuvimos colectivamente. Cuando nosotros llegamos
a Cuba él vivía con su familia en un apartamento en el Vedado, no
muy lejos del nuestro. Sus hijos, Juan José, Roquito y Jorgito, eran un
poco mayores que nosotros. Los visitábamos y de alguna forma ellos
fueron quienes nos recibieron en Cuba.
Nuestra precipitada partida de México impidió que trajéramos muchas
cosas. Los niños no pudimos traer nuestros juguetes. Yo quería
mucho tener una pistola de fulminante pero en Cuba en esa época
estaba todo racionado. No sólo la comida y la ropa sino también los
juguetes. Había un único día en el año en que los niños cubanos tenían
derecho a la compra de tres juguetes: uno básico y dos adicionales (el
primero se distinguía por un precio mayor). Desde días antes ya se
iban llenando las vitrinas y se formaban colas inmensas para conseguir
los primeros lugares para entrar a comprar. A cada quien le tocaba
la tienda de su barrio. En cada una había una cantidad limitada de
cada juguete. Todos los niños tenían derecho a tres pero no todos eran
iguales. Había quizás treinta bicicletas en una tienda dada de modo
que uno podía obtener un juguete grande como estaba estipulado pero
no necesariamente la deseada bicicleta. Ser el primero en la fila era importante
para poder escoger. A lo largo de los años inventaron todo tipo
de métodos para evitar esos problemas: probaron otorgar los números
alfabéticamente, aleatoriamente o por teléfono, pero siempre fue difícil
conciliar escasez con justicia.
Nosotros habíamos llegado el 25 de julio y faltaba tiempo para el
30
próximo día de los juguetes. Mi madre le contó eso a Roque y casi de
inmediato Roque le propuso a su hijo que me regalara su pistola. Lo
dijo con esa forma mitad pregunta y mitad obligación que no le deja
escapatoria a un niño. Así fue como Roquito me regaló su pistola de fulminante,
copia de una calibre 45. Roque me aseguró que era una copia
tan perfecta que podría secuestrar un avión con ella. Sólo mucho después,
cuando la pistola había perdido pedazos en mis guerras infantiles
y Roque ya había sido asesinado, me di cuenta del significado de ese
regalo y lo guardé celosamente. Unos cuantos años después Roquito
me confesó que ese día me odió profundamente, como un niño puede
hacerlo en una ocasión como esa. Creo que el año siguiente fue cuando
instituyeron el 6 de julio (el día internacional de los niños) como «día
del niño»: el esperado día de los juguetes. Quizás escogieron para ello la
fecha más lejana posible a los Reyes Magos y a la Navidad.
31
La beca
Cuando mi madre llegó a Cuba ya había empezado mi cuarto año
de escuela primaria. No sé quién tomó la decisión sobre a qué escuela
debíamos ir. Nos habían puesto en un internado quizás pensando que
nuestros padres podrían demorar en llegar a Cuba. En ese tiempo el
modelo ideal de las escuelas cubanas eran los internados (que llamábamos
«becas»): los niños vivíamos en ellos de lunes a viernes y nos
íbamos a casa el viernes de noche para pasar el fin de semana con la
familia. En la beca nos repartían libretas y lápices y teníamos acceso
a los libros necesarios. Nos daban comida y vestimenta gratis —el
uniforme y «ropa de trabajo», incluyendo zapatos— y recibíamos una
educación que se iba construyendo con la mejor intención del mundo y
con los recursos que había. Muchos niños cubanos estaban «becados»,
especialmente aquellos que venían de familias más humildes o de zonas
de difícil acceso. Esas escuelas eran un espacio colectivo donde se pretendía
ir formando el «hombre nuevo» sin el cual no parecía tener futuro
la Revolución. Las becas también permitían que los padres «hicieran la
Revolución y el amor» mientras el Estado se ocupaba de los niños.
Siempre sentí en la Revolución cubana una devoción por los niños.
En todos lados se leía una frase que ya parecía muletilla: «Los niños
nacen para ser felices». Y uno tenía realmente la sensación de que se
intentaba cumplir con esa consigna. De mil maneras nos llegaba el
mensaje de que a los niños pertenecía el futuro y que todos los sacrificios
presentes eran para ellos. Las becas eran una forma un tanto
ingenua pero bastante eficaz de intentar llevar esa idea a la práctica.
La economía de Cuba aún estaba fundamentalmente basada en el azúcar
de caña. La zafra (la cosecha de caña de azúcar) era prácticamente
la palabra más importante de la economía. En 1970 Fidel propuso
realizar la mayor zafra en la historia del país y producir 10 millones
de toneladas en vez de las 5 ó 6 que era lo máximo a lo que se llegaba
regularmente. Para lograrlo se movilizaron todas las energías en detrimento
del resto de la economía. Fue un esfuerzo voluntarista que dejó
al país exangüe y que no alcanzó la meta aunque se logró la zafra más
grande de la historia del país con 8 millones y medio de toneladas.
Durante ese año todo el país tensaba sus fuerzas para «la zafra de los
32
10 millones», la economía estaba en ruinas y no había casi nada en
las bodegas pero en las becas cada niño tenía comida, ropa y útiles
escolares asegurados. Allí teníamos deporte y estudio, atención dental
y médica, cine, ajedrez y ping-pong.
Pronto los cubanos (con esa autocrítica constante que los caracteriza)
se dieron cuenta de que era muy duro para un niño de diez años
separarse de la familia tanto tiempo. Entonces tomaron la decisión de
limitar las becas a chicos de secundaria en adelante. Con el tiempo
eso también pareció muy duro y en los años noventa las becas se limitaron
a los chicos de quince años en adelante. Pero cuando nosotros
llegamos ese proceso aún estaba verde y todavía existían becas en la
educación primaria.
Fue así como en septiembre del 69, cuando terminó el verano y
con él el campamento de Santa María del Mar donde pasamos nuestras
primeras semanas en Cuba, nos pusieron en una de esas becas.
Estaba en el aristocrático barrio de Miramar donde muchas casas habían
sido expropiadas por la Revolución o abandonadas por sus dueños.
Nuestra escuela funcionaba en varias de esas casas. Algunas eran
dormitorios, otras estaban dedicadas a salones de clase o a oficinas
administrativas. Mi dormitorio estaba en la esquina de la calle 10 con
la 9.° avenida. Un gran jardín rodeaba una casona de 2 pisos con una
escalera señorial de mármol y una enorme araña de cristal en el centro
de la sala. En cada cuarto se agolpaban varias literas. El jardín tenía
algunos árboles y un cerco de piedra con pequeñas aberturas por donde
veíamos los autos que pasaban por la calle. Recuerdo ver pasar por
allí a Fidel en un jeep sin techo que en esa época usaba para desplazarse.
Lo seguía otro jeep verde olivo con escoltas y una enorme antena
que se balanceaba al viento.
Se contaban muchas historias sobre esas casas: que los dueños
habían escondido un tesoro en las paredes antes de irse «para el norte
» (los Estados Unidos) con la esperanza de recuperarlo al volver; que
tal casa de la cuadra siguiente estaba habitada por fantasmas y por
eso estaba siempre cerrada; que en aquella otra habían encontrado la
mano cortada de un hombre asesinado y a veces se veía a la mano sola
flotando por los aires… A veces en la noche en el dormitorio se formaba
un grupo alrededor de un cuenta cuentos y las historias de horror
empezaban a hilvanarse.
Todos los niños éramos «pioneros», es decir miembros de la Unión
de Pioneros de Cuba: vestíamos el uniforme y llevábamos con orgullo
la pañoleta al cuello. En la mañana, luego del desayuno, formábamos
en el patio y comenzábamos la jornada con una ceremonia en la cual
respondíamos a la consigna de «¡pioneros por el comunismo!» con un
grito colectivo: «¡seremos como el Che!». Yo traía desde México mi me33
lena larga pero en esa escuela me la cortaron. La regla era uniforme
y brutal: a todos los varones nos cortaban el pelo estilo «malanguita».
Así le llamaban a un corte que dejaba toda la cabeza rapada salvo un
pequeño mechón en la parte frontal. Allí quedaba una especie de mata
de pelo ridículamente larga. No sé de dónde sacaron esa idea pero así
era. El estilo del corte me parecía propio de marines yanquis. Yo pensaba
que era una de las muchas pequeñas cosas donde se sentía la
sutil influencia de la cultura norteamericana junto a palabras como
«parquear» o «jonrón» (para estacionar un auto o designar el «home run»
del béisbol). La primera vez que me quisieron cortar el pelo protesté de
todas las maneras que pude. Relaté nuestra historia de clandestinidad
y huida en México y el simbolismo que asociaba a mi pelo largo. No
hubo caso. Pasé por el sillón como todos. Me sentí humillado y nunca
más tuve el pelo largo.
Nos cortaban el pelo quizás por medida higiénica contra los piojos
o tal vez por alguna disposición simplemente estúpida. Pero no puedo
dejar de relacionar ese gesto con el hecho de que en ese tiempo también
le cortaban el pelo en la calle a cualquier melenudo, fuera becado
o no. Mientras en el mundo los hippies y sus cabelleras eran símbolo
de rebeldía anti sistema, en Cuba los mismos símbolos de rebeldía
eran vistos con temor. Así conocí una faceta de las contradicciones de
la Revolución cubana. Era la expresión de una clase de contradicción
propia de toda Revolución: la institucionalización del proceso revolucionario
se va convirtiendo en el nuevo marco regulatorio que algunos
jóvenes quieren romper.
Además de las becas existían escuelas diurnas donde los chicos
iban para recibir clases cada día y volvían luego a sus hogares. Eran
pocas pero existían, de modo que efectivamente ambas opciones eran
reales. Ana era muy chica y nunca fue a una escuela interna. Luego de
unos años Ximena no quiso ir más al internado y la cambiaron a una
escuela diurna. Mi madre nos preguntó a Sarah y a mí si queríamos
cambiarnos. Sarah se dio cuenta entonces de que tenía otra opción
pero estaba ya en sexto grado y quería postular a la Lenin: una escuela
de élite que era el sueño de muchos. Decidió seguir en la beca. Yo
tampoco quise irme de la beca en ese momento. Esa era la norma o al
menos eso me parecía y no percibía entonces lo que me estaba perdiendo
en cuanto a la vida familiar. Vine a darme cuenta mucho después
y finalmente salí del internado luego de ocho años. Sarah hizo toda su
educación en becas, desde primero de escuela primaria hasta entrar
en la Universidad.
La beca tenía su ritmo. Cada día teníamos clases y un montón de
otras actividades. Existía la idea, casi un dogma, de combinar el estudio
con el trabajo. Uno debía hacer trabajo manual como parte de la
34
formación básica, al mismo título que las matemáticas o la historia. El
dormitorio era colectivo y había reglas que cumplir como tenderse la
cama o levantarse y acostarse a ciertas horas. Había mucho tiempo libre
para jugar o leer. Los miércoles de noche teníamos cine. Íbamos en
fila de dos en fondo hasta el enorme Teatro Chaplin que luego remozarían
y bautizarían Teatro Carlos Marx. Mientras caminábamos rumbo
al cine o a otra actividad me cruzaba con otros grupos de becados, así
veía de vez en cuando a Sarah y Ximena. Otras veces iba a visitarlas a
su dormitorio o ellas venían al mío y podíamos charlar. Recuerdo a un
amigo con quien conversaba a menudo en el jardín. Pasábamos largo
rato explorando los meandros de ese espacio. Un día, mientras se comía
las hormigas negras que aplastaba con el dedo, me contó que su
madre estaba en la cárcel por ocupar una vivienda de manera ilegal.
Lo decía con cierta naturalidad y sin dramatismo. Los amigos que uno
hacía allí eran entrañables, la intimidad nos acercaba mucho. Y los
enemigos eran peligrosos por la misma razón.
A veces me orinaba en la cama. Recuerdo la vergüenza y la bronca
al despertarme en un charco cálido en medio de la noche. Me bajaba
con sigilo de la cama intentando no despertar a nadie e iba a colgar mi
sábana afuera. En la mañana me cubría de vergüenza pero no era el
único en esa situación a pesar de que ya teníamos nueve o diez años.
Siempre había algunas sábanas colgadas en largas cuerdas que atravesaban
un rincón del jardín y más de un colchón secándose al sol.
Una mujer vivía con nosotros en esa casa donde ocupaba un pequeño
cuarto. A ella y en general a todas las funcionarias que limpiaban o
nos cuidaban las llamábamos genéricamente «tías». No había llaves
para guardar los objetos personales pero uno se inventaba sus lugares
secretos. Yo escribía un diario íntimo del que me ocupaba en ratos de
soledad y que no mostraba a nadie.
Al entrar en quinto grado me cambié de escuela. Mi nueva beca
era una Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE) que quedaba a
pocas cuadras de la anterior. Se suponía que allí iban los jóvenes talentos
deportivos que eran seleccionados como tales. Teníamos que escoger
un deporte en el cual entrenarnos. Pedí natación y luego de una
prueba logré entrar. Esa escuela estaba más cerca de la costa: entre
la 1.ª y la 5.ª avenidas. El comedor estaba sobre la costa misma y los
dormitorios se desperdigaban en torno al Cristino Naranjo, un antiguo
club social que había sido muy exclusivo antes de la Revolución y que
ahora se había puesto, como otros, al servicio de todos. El edificio tenía
pisos de mármol y amplios espacios con arañas de cristal colgadas del
techo que supieron ver fastuosas fiestas en tiempos pasados. Ahora
centenares de niños atravesábamos corriendo esos enormes salones
vacíos para ir al vestuario. Había una escollera y varias piscinas de
35
agua salada que se comunicaban con el mar a través de filtros. Había
también un gimnasio y canchas de tenis entre otras instalaciones. Los
funcionarios que mantenían esas instalaciones limpias me parecía que
eran los mismos mayordomos de otros tiempos, solo que ahora su trabajo
era otro. A ellos también los llamábamos «tíos». En las meriendas
nos daban gofio y un vaso de malta.
Teníamos clases la mitad del día y deporte la otra mitad. Cada día
nadábamos durante dos o tres horas. Era un entrenamiento muy fuerte.
A lo largo del año había diversas competencias escolares. Participé
en una sola competencia interescolar y logré un segundo lugar porque
descalificaron al que llegó segundo. Mi tiempo fue insuficiente y no
clasifiqué para la ronda siguiente. Al finalizar el año me dijeron que
eso no era para mí y me ofrecieron probar otro deporte. Escogí tenis y
lo practiqué todo mi sexto grado con la misma frecuencia cotidiana y
con la misma suerte. Quedaba claro que el deporte no era lo mío pero
ya había terminado mi escuela primaria y otros eran mis planes para
secundaria.
De esos primeros años en las becas de Miramar tengo pocos recuerdos.
Entré con casi nueve años y salí con once. Las canchas de tenis
estaban al lado del gimnasio y en nuestros ratos de ocio nos íbamos a
ver practicar a las gimnastas. Me gustaba una muchacha negrísima y
espigada que hacía gimnasia olímpica. Pocos años después, Aida llegó
a competir representando a Cuba a nivel internacional. No me correspondió.
Una de las primeras cosas que se hicieron luego del triunfo de la Revolución
fue la campaña de alfabetización: en 1961 se movilizaron decenas
de miles de jóvenes y en pocos meses enseñaron a leer y escribir
a todo aquel que no sabía. La idea era dar un impulso inicial, eliminar
el analfabetismo básico y luego seguir enseñando a todos. De modo que
se produjo una ola de gente que iba avanzando en los estudios. Cientos
de miles de personas estudiaban: niños en las escuelas y adultos en
las noches luego de trabajar. La ola avanzaba y necesitaba salones,
maestros y profesores. Pero a la vez muchos maestros y profesores,
miembros de las clases medias, habían huido a Estados Unidos a lo
largo de esos años. La solución para ese complejo problema fue que
los mejores maestros y profesores que quedaban se concentraran en
los años superiores en el rol de formar a los formadores mientras que
miles de jóvenes se convirtieron en maestros o profesores de los más
jóvenes. Parte del día aprendían y parte del día enseñaban. La urgencia
no permitía esperar.
Así fue como la gran mayoría de mis maestros en la beca eran jóvenes
inexpertos, llenos de buenas intenciones y con rudimentos básicos
de pedagogía. Uno podía tener doce o trece años y su profesor quince.
36
Los maestros intentaban inculcarme la ortografía y la caligrafía que
nunca había aprendido bien. Mis maestros en México eran más sofisticados
y aplicaban métodos pedagógicos avanzados, que buscaban
promover la expresión individual más que enseñarnos ciertas habilidades.
Estos muchachos que eran ahora mis maestros estaban llenos de
ganas, pero no tenían una gran preparación y debían lidiar a la vez con
la compleja tarea del magisterio y con las dificultades de la convivencia
cotidiana en el internado. Miro hacia atrás y me sorprendo de aquello.
El ambiente general era tan fuerte y estaba tan cargado de valores
positivos que permitía experimentar soluciones como esas y evitaba
desvíos muy grandes. Al final el resultado general era bueno. Esa es al
menos la impresión general que tengo a la distancia.
A veces se castigaba a los niños como creo que en esos años se hacía
en casi todas partes del mundo. Esos castigos coexistían extrañamente
con el dogma revolucionario de que todo lo mejor era para los niños.
De alguna forma esos excesos se compensaban. Había disciplina —sin
la cual hubiera sido imposible manejar un internado— pero a la vez
había un interés real en nosotros. La resultante era que el ambiente no
se me hacía pesado.
A veces un maestro se salía de la norma y lo notábamos. Un día
no aguanté más a la señora que cuidaba mi dormitorio. Para mantener
la disciplina se apoyaba en un estudiante de origen alemán que
aprovechaba la confianza para abusar de todos. Nos castigaban por
cualquier nimiedad con castigos duros. Podían por ejemplo imponernos
estar un rato con los brazos estirados y un libro en cada mano. A
veces no sabían quién era el responsable de alguna travesura y decían
—«entonces pagan justos por pecadores»— y el castigo era colectivo.
Eso me molestaba sobremanera. Un día de castigo salí corriendo y no
paré hasta la casa de unos amigos de mi madre a un par de cuadras.
Desde allí llamé a mi casa por teléfono y me vinieron a buscar. Al día
siguiente mi madre me llevó a la escuela y protestó ante el director por
el maltrato. No recuerdo que se tomaran represalias conmigo por esa
fuga y no recuerdo ninguna otra fuga de mi parte. Tampoco recuerdo
otros castigos.
Sergio fue a visitarnos a Cuba justo antes de su viaje a Japón donde
se internó en un monasterio budista por dos años. Fue a verme
a la beca y salimos a caminar por las calles arboladas de Miramar.
Salvo por situaciones excepcionales como esa, a nosotros pocas veces
nos visitaba la familia en la beca. La mayoría de nuestros compañeros
recibían visitas de abuelos o padres los miércoles de noche y compartían
con ellos algún pastelito casero. Quizás por eso recuerdo tanto
esa visita. Esa vez le pregunté si era cierto que masturbarse quemaba
neuronas como me había dicho un maestro y me tenía un poco angus37
tiado. Sergio me explicó que masturbarse era natural, que me quedara
tranquilo. Luego busqué información sobre el tema en un libro y le
mostré al maestro que estaba equivocado. ¿Con quién consultar temas
íntimos como ese? Los «adultos» que convivían con nosotros eran
maestros muy jóvenes y con la familia estábamos poco. No sé si fue
en esa visita o después que Sergio me contó su vida en el internado
cuando era niño. Su madre había muerto cuando él era muy joven y su
padre, que no lo quería, lo metió en un internado de tiempo completo.
Eran razones muy distintas para ir a un internado pero de todas formas
compartíamos algunas experiencias similares. Me contó cómo se
fue de allí a la ciudad de México cuando tuvo catorce años.
Pronto se estableció una dinámica regular en nuestras vidas. Durante
la semana Sarah, Ximena y yo vivíamos en la beca. El viernes de
noche yo las recogía y nos íbamos a casa. Nuestro hogar era ahora muy
distinto del que habíamos dejado en México. Ya no había sirvientas que
se ocuparan de nuestras cosas y muchas comodidades materiales habían
desaparecido de nuestras vidas aunque nuestro apartamento era
amplio y estaba en un barrio bello y céntrico. No había agua salvo una
hora al día durante la cual llenábamos frenéticamente todo recipiente
existente incluyendo la tina de un baño que había quedado destinada
a ese fin. El agua debía servir hasta el día siguiente. Los apagones eran
frecuentes y ya estábamos habituados a bañarnos con agua fría.
Mis padres habían establecido ciertas reglas en casa. El trabajo doméstico
estaba repartido de manera muy estricta e igualitaria. Cuando
llegaba de la beca debía lavar mi ropa a mano pues no existía la lavadora.
Mis hermanas también lavaban su ropa. Lavar los platos, limpiar
la casa, todo estaba repartido de manera que el trabajo doméstico fuera
colectivamente asumido. Me acostumbré rápidamente a ese nuevo
régimen que parecía desprenderse naturalmente de la empresa en que
estábamos todos: construir la nueva sociedad con nuestras propias
manos. Miro hacia atrás y a veces me doy pena lavando esas sábanas
gigantes con nueve o diez años. De vez en cuando mi madre o Robert
nos daban la sorpresa de lavar algo de nuestra ropa y ese era como un
regalo especial.
En casa teníamos una reunión familiar cada semana donde evaluábamos
colectivamente el trabajo de todos. Mi madre preparaba unos
diplomas que se otorgaban a quien fuera seleccionado como más trabajador
o mejor en tal o cual cosa. Eran unas hojas de papel escritas
a máquina con unas flores de colores dibujadas en las esquinas. Llamábamos
a esas reuniones la «emulación familiar». Allí reproducíamos
en la interna de la familia uno de los ritos sociales de la Revolución:
la crítica y la autocrítica. Todavía tengo guardados algunos diplomas
que gané en esas lides y puedo releer en mi diario de esa época las
38
explosiones furibundas de Sarah o de Ximena contra eso que sentían
como una farsa. Creo que esas reuniones eran un síntoma de la época,
del infantilismo de mis padres, de su ingenuidad. Hoy miro atrás y me
cuesta ubicarme en ese contexto y sin embargo para mí aquello era
natural y como parte del paisaje. Es cierto que muchas veces obtenía
los diplomas en esto o en aquello. Ahora me doy cuenta de que era bastante
fantasioso intentar ponernos en un supuesto plano de igualdad
a niños y adultos. Quizás simplemente era una forma de organizar la
vida familiar usando las relaciones tradicionales de poder entre adultos
y niños, pero adaptándolas a los tiempos que corrían.
Los fines de semana eran también la oportunidad de estar con la
familia en un sentido más clásico. Íbamos a comer arroz chino o a tomar
helado en Coppelia. Esas eran salidas familiares rituales. Muchas
veces íbamos a una lectura de poesía, a un espectáculo de teatro o a un
concierto. A veces íbamos al cine. Recuerdo ir a ver Billy the Kid con mi
madre en el cine «23 y 12». Al salir del cine mi madre me contó que Billy
existió realmente y que vivió en la zona al sur de Nuevo México. Fue la
primera vez en años que me sentí conectado con los Estados Unidos
en forma positiva, hasta con un extraño orgullo. En esa época veíamos
muchas películas japonesas de samuráis, rusas de guerra o westerns
norteamericanos. Mi madre y yo empezamos a frecuentar el cine de la
Rampa o la cinemateca donde podíamos ver películas francesas e italianas
y ciclos de Sanjinés o de Wajda.
El domingo era el día más feo de la semana. Desde la mañana ya
empezaba a sentir que se acababa el tiempo familiar. Alrededor de las 2
de la tarde estaba planchando mi uniforme y preparando mi bolso para
volver a la beca. A las 6 debía estar en algún parque donde un bus nos
pasaba a recoger. Esas horas eran una lenta agonía. Los domingos de
tarde me oprimían el pecho.
Cuando estaba en sexto grado quería ser doctor y como era mi
costumbre busqué la forma de investigar lo que me interesaba. No sé
como convencí a una doctora para que me llevara a ver una autopsia.
Ella trabajaba en Pinar del Río, una ciudad a unos 200 km de La Habana.
Luego de varios intentos nos pusimos de acuerdo. Mi madre me
dio permiso como siempre. El día acordado tomé el ómnibus yo solo y
fui para allá. La doctora me esperaba en la terminal y pasamos el día
juntos. Me llevó a un anfiteatro del hospital y me permitió observar
desde la distancia la autopsia de un bebe de pocos meses que había
muerto de gastroenteritis o algo así. Desde lejos parecía un muñeco.
Luego fuimos al laboratorio de anatomía patológica y pude observar
varios tejidos al microscopio. No me impresionó demasiado y quedé
orgulloso de mi aventura. La doctora me regaló un feto de poco menos
de un centímetro que flotaba dentro de un frasco con formol. Fue un
39
trofeo que llevé a la beca y mostré orgulloso a todos mis amigos. Tuve
ese frasco por años junto a mis tesoros más preciados. Mucho después
se lo regalé a mi cuñada Ana cuando estudiaba medicina.
Ese primer éxito me motivó a buscar más de lo mismo. Me acerqué
a un brasileño amigo de mi madre que era médico forense. Le conté
mi experiencia previa y le pedí que me llevara a su trabajo. Luego de
insistir y señalar que ya había visto una autopsia, logré su consentimiento
y el de mis padres y acordamos una fecha. Fui a dormir la noche
anterior a su casa para acompañarlo en la mañana al trabajo. En
la cena su tema de conversación eran los muertos del día. Esa noche
hablaba de una mujer a quien le había entrado la bala de tal forma que
cayó en el esófago y siguió avanzando por el sistema digestivo hasta la
muerte de la señora. Encontraron la bala en los intestinos. El hombre
contaba aquello con pasión mientras cenábamos. Yo escuchaba sin
decir palabra. En la mañana nos fuimos juntos a su trabajo en el Instituto
Médico Legal. Era una pequeña construcción en un descampado.
Afuera unos muchachos jugaban al béisbol. Cuando entramos a la
sala de cadáveres quedé impactado. Había trece esa mañana: varios
accidentados de la ruta, un ahogado que parecía muy gordo, un quemado.
Caminamos entre las camillas hasta que mi amigo me señaló
una señora que sería la primera autopsia del día. Me recosté en una
camilla mientras a menos de un metro el doctor cortaba el vientre y
me iba mostrando los diferentes órganos. Yo sentía el olor a formol y
estaba paralizado por el terror. Él me iba explicando con pasión cada
detalle. Cortó el cuero cabelludo y lo dio vuelta como una media naranja
dejando al descubierto parte del cráneo. Entonces me dijo: «¿estás
pálido, por qué no sales a tomar un poco de aire fresco?» Salí y no volví
más. Tuve que esperarlo el resto de la jornada en una sala pequeña
que había a la entrada. En las paredes un tablero mostraba diferentes
nudos usados por ahorcados con un dibujo explicativo al lado. Otro
muestrario exponía balas extraídas de los cuerpos, deformadas por el
impacto, con cortas explicaciones. Había un muchacho esperando allí.
Su familia lo había designado para asistir a la autopsia de su hermano
muerto en un accidente de moto. Después de esa experiencia tuve
pesadillas durante años en las que veía las camillas con los cadáveres
salir de las paredes mientras me duchaba. El olor a formol de ese lugar
se me quedó pegado por mucho tiempo y mis intenciones de ser médico
se volatilizaron para siempre.
Mi madre trabajaba en el Instituto del Libro y Robert en Radio Habana
Cuba. Escribían y militaban y la casa seguía siendo punto de
encuentro de mucha gente interesante. Frecuentemente teníamos visitas
en la noche. A mí me gustaba integrarme a esas conversaciones
de adultos y sentía que estaba como tocando con las manos parte de
40
la Historia. Muchos de los que llegaban a casa eran militantes que
estaban en Cuba, expulsados momentáneamente de frentes de batalla
en diversas partes del mundo. La prensa hablaba de una guerrilla en
tal lugar o daba cuenta de un evento en tal otro. Poco tiempo después
alguno de los protagonistas de esas mismas noticias aparecía en mi
casa y yo podía charlar directamente con él o con ella y escuchar sus
historias.
Recuerdo a los compañeros que empezaban a llegar del Brasil. Gabeira
era un miembro del grupo guerrillero Movimiento Revolucionario
8 de Octubre (MR8) que había participado en el secuestro del embajador
norteamericano en Brasil. Con esa acción habían logrado la liberación
de un numeroso grupo de presos políticos que llegaron a Cuba junto
al comando. Varios de ellos se hicieron buenos amigos de mis padres
y compartíamos algunas veladas. Con ellos fui a aprender el tiro al
blanco un par de veces. Entre los visitantes asiduos de casa recuerdo
también a Ceferino y un amplio grupo de mexicanos que eran los restos
de las guerrillas que lideraron Genaro Vázquez y Lucio Cabañas
en el estado de Guerrero. Alguna vez nos invitaron a comer sopa de
caracoles, una rareza. Eran campesinos de rasgos recios que cargaban
sus recuerdos y parecían estar allí definitivamente, sin grandes posibilidades
de volver a México.
Había unos cuantos militantes norteamericanos de los Panteras Negras
que era la organización revolucionaria más importante entre los
afroamericanos en esos años. Había algunos compañeros que militaban
en otros grupos cuyas siglas no recuerdo. Hacía poco habían matado
a George Jackson y Ángela Davis estaba presa. La campaña por
su libertad resonaba por todos lados. Se había formado la Asociación
de Norteamericanos Residentes en Cuba. Nos reuníamos unas decenas
de personas de vez en cuando. Algunos eran refugiados políticos, otros
simples delincuentes que habían secuestrado un avión y pedido refugio
en Cuba. Eran huéspedes momentáneos que aprovechaban una
coyuntura especial. Durante años el gobierno norteamericano había
impulsado todo tipo de agresiones contra la isla. Si alguien quería irse
a los Estados Unidos le rechazaban la entrada legal pero si llegaba
secuestrando un avión cubano lo recibían como a un héroe y le daban
la residencia. De ese modo el gobierno norteamericano promovía el
secuestro de naves cubanas. La reacción de Cuba fue jugar de igual a
igual. Comunicó públicamente que recibiría con los brazos abiertos a
todo aquel que secuestrara un avión y fuera a la isla. Al poco tiempo
hubo tantos secuestros hacia Cuba como había hacia el norte y no
quedó otra opción que negociar. Ambos gobiernos firmaron un acuerdo
migratorio por el cual los Estados Unidos darían un número limitado
de visas legales y devolverían a Cuba a los secuestradores aéreos en el
41
futuro. Los cubanos se comprometieron a hacer lo mismo. A partir de
entonces disminuyeron notoriamente los secuestros.
Pero los cubanos tenían aún ese fardo incómodo: el grupo de secuestradores
que ya había llegado y vivía en Cuba, varios de ellos delincuentes
comunes. Vivían en una casa de Marianao donde los tenían
bajo una especie de libertad vigilada. Un tiempo después de los
acuerdos migratorios los cubanos pusieron en un avión a los que no
deseaban y se deshicieron de ellos. Creo que los mandaron a Jamaica.
Pero eso fue después; por el momento nos codeábamos con varios de
ellos en la Asociación de Norteamericanos Residentes en Cuba. Era
una mezcla extraña que iba desde Huey Newton, cofundador y líder
de los Panteras Negras, hasta algún delincuente común con barniz de
político.
Nunca supe realmente quién era Bill, un negro norteamericano alto
y fornido, amigo de mi madre, que un día se instaló a vivir en casa por
un tiempo. Era la etapa en que mi madre y Robert practicaban el amor
libre y luego supe que Bill era amante de mi madre. Nunca me cayó
muy bien pero no me di cuenta del asunto en ese momento. Es cierto
que entre semana no estábamos en casa. Menciono esto porque creo
que refleja el espíritu de los tiempos. Mis padres vivían totalmente sus
convicciones. Si creían en el amor libre entonces llevaban sus convicciones
hasta el final. Y eso significaba que en casa viviera el amante
de mi madre junto con nosotros. Robert por su lado tenía también sus
aventuras. A pesar de ello se mantenía claramente la noción de familia
nuclear. Para nosotros no había dudas en ese sentido. Pero de Bill hablaré
después en otro contexto.
Tendría unos diez años cuando un sábado escuché en la radio a la
que presentaban como «la única astrónoma cubana». La entrevistaban
en directo sobre detalles de un eclipse que sucedería pronto. Bajé a la
calle y corrí como loco las seis o siete cuadras hasta los estudios de la
radio. Llegué a tiempo para encontrarla. Se llamaba Adriana Esquirol y
quedó encantada de ver a ese niño interesado por la astronomía al que
sus palabras habían traído hasta la radio. Nos hicimos buenos amigos
y durante varios años fui con ella a mirar las estrellas en el observatorio
en que trabajaba. Recuerdo haber pasado toda una noche en el
observatorio aprovechando el espectáculo de una lluvia de estrellas o
de un eclipse. Adriana me tomó aprecio y no entendió cuando años
después decidí no estudiar astronomía. Robert tuvo que ir a hablar
con ella y explicarle que yo tenía derecho a decidir por mí mismo esas
cosas.
A una cuadra de nuestro apartamento, en el edificio FOCSA, estaba
el Teatro Nacional de Títeres. Sarah, Ximena y yo empezamos a visitarlo
y nos hicimos amigos de los actores y de todo el personal. Al poco
42
tiempo íbamos regularmente. Nos metíamos en los talleres de utilería y
construíamos nuestros propios títeres. También en esa época me hice
amigo de un tornero. Me llevó a su taller y me permitió trabajar en el
torno una pieza de metal y sentir la magia de transformar un cilindro
de hierro aparentemente anodino en una forma que había salido de mi
imaginación y de mis manos, convertida en una pieza igualmente inútil
pero con curvas suaves.
A principios de los setenta aparecieron en nuestra vida los argentinos
Corita Sadosky y su esposo Daniel Goldstein. Ella era matemática
y él biólogo. Lo acompañé más de una vez a su laboratorio en la Universidad
de La Habana. Allí me mostraba los cultivos que tenía en placas
de Petri y me fascinaba con el mundo de la investigación biológica. Un
día vinieron los padres de Corita a visitarlos: Manuel y Cora Sadosky.
Manuel conversaba mucho conmigo y se convirtió en un mentor que
aguzaba mi ingenio con adivinanzas matemáticas y trampas visuales.
Me regaló un libro que me impresionó mucho sobre la vida del matemático
francés Evaristo Galois. Era una historia romántica que contaba
la vida de ese genio y su muerte prematura a los veintiún años en
un duelo.
Mi vida estaba llena de encuentros de ese tipo. Gente interesante
que me ofrecía su tiempo, con quienes charlaba y muchas veces compartía
sus pasiones conmigo: desde mirar una autopsia hasta el uso
del torno, desde observar una lluvia de estrellas hasta contarme los
detalles de una operación guerrillera. Personas que me proponían lecturas
interesantes o me enseñaban a hacer algo con mis manos. Eran
tiempos muy felices e inmersos en una especie de río incontenible.
Sentíamos que éramos parte de una especie de movimiento general.
Nosotros estábamos en Cuba y nos tocaba estudiar entre semana o ir
al trabajo voluntario el fin de semana. Otros peleaban por la Revolución
en otras partes del mundo y a ellos nos sentíamos profundamente
conectados. Algunos llegaban para curarse o para descansar al «Primer
Territorio Libre de América», como llamaba a la isla la propaganda oficial.
La historia parecía ir en un sentido claro a pesar de los avances
y retrocesos que seguíamos en la prensa. Nos enojábamos con lo mal
hecho o con las arbitrariedades, discutíamos sobre la táctica o sobre la
estrategia, pero nadie ponía en duda el curso general de la historia.
A pesar de mi juventud, desde los diez u once años leía el diario
todos los días. Seguía con atención la guerra en Vietnam. Un día nos
enterábamos de bombardeos indiscriminados sobre tal población civil
y otro el diario daba cuenta de que ese día había sido derribado un
avión bombardero norteamericano y era, digamos, el número 1452. Se
sucedían los sentimientos de bronca y de festejo. Frente a casa estaba
la embajada de Vietnam del Norte y veíamos por la ventana a las viet43
namitas con su pelo larguísimo, lacio y negro. Me parecían muy bellas.
Mi madre empezó a enseñarle inglés a Phuc, un compañero vietnamita
que trabajaba en «La Voz de Vietnam» (un espacio radial que Cuba ofreció
a los vietnamitas para emitir en onda corta hacia los Estados Unidos).
Sarah hizo un dibujo alusivo a la guerra de Vietnam y los niños
cruzamos la calle para entregar ese dibujo a manera de gesto solidario.
A partir de entonces fuimos visitantes regulares de la embajada: nos
daban clases de vietnamita. Con orgullo contaba hasta 10 en ese idioma.
Me sabía de memoria los nombres de las batallas y de los héroes
vietnamitas como el general Giap. Iba llevando en la cabeza el avance
de las hostilidades. Yo era un niño pero esa guerra me marcó como a
la generación de mis padres.
44
El quinquenio gris
La Revolución cubana tuvo la virtud de mantener siempre vivas
varias líneas. Tendencias que luchaban y generaban distintas correlaciones
de fuerzas en un juego donde nunca una fue totalmente vencida.
A veces era más fuerte una tendencia pero de alguna forma todas
seguían existiendo y mantenían cuotas de poder y espacios de expresión.
Este fenómeno se daba en dos planos: por un lado había períodos
sucesivos en que una tendencia aparecía como más fuerte y otros en
que predominaba una visión diferente. Por otro lado aun en los momentos
en que predominaba una tendencia, su dominio nunca era
total y seguían existiendo espacios donde podían expresarse personas
que pensaran distinto.
La maravillosa explosión creativa y cultural que acompañó a la Revolución
cubana pudo desarrollarse en el seno de esa realidad política.
El ambiente invitaba a soñar y a crear, florecían la música y el cine, la
pintura y el teatro, el diseño de pósteres y la poesía. La Revolución era
un potente impulso a la creatividad y al arte. Es interesante observar
que esa explosión creativa estaba dentro de la Revolución, casi se podría
decir que era una expresión de la Revolución misma. Y ello a pesar
de que a veces los artistas se enfrentaban a limitaciones de su libertad
expresiva o al efecto nefasto de los burócratas.
A fines de los años sesenta y principios de los setenta, en el período
que se conoció después como «el quinquenio gris», una tendencia dogmática
había ganado cuotas importantes de poder en el terreno cultural.
Fue simbolizada por Luis Pavón que dirigía el Consejo Nacional
de Cultura. Se perseguía a los homosexuales y a todo lo que oliera a
influencia cultural «occidental». Fue en ese contexto que se les cortaba
el pelo a los jóvenes melenudos. Ese sector dogmático dominaba la
radio y la televisión y censuraba a Silvio Rodríguez y a Pablo Milanés
a quienes eran incapaces de entender. En ese tiempo Silvio se fue a
cantar en un barco de pesca en alta mar por largos meses y corría la
voz de que esa había sido una forma de sacarlo de circulación. Otros
decían que él mismo había pedido ese destino. A Pablo lo mandaron a
un campo de trabajo por un tiempo, supuestamente para reeducarse.
Por suerte Silvio volvió más revolucionario que antes y pudo decirlo sin
45
traicionarse cantando esa canción maravillosa en homenaje al «Playa
Girón», el barco donde estuvo esos meses. Pablo también se mantuvo
fiel a sí mismo. Ellos y otros intelectuales mostraban que en la Revolución
cabía mucho más que lo que creían las mentes dogmáticas.
Al mismo tiempo otras zonas de la vida cultural eran espacios de
libertad. El Instituto Cubano de Cine e Industria Cinematográfica
(ICAIC), liderado por Alfredo Guevara, era uno de ellos. El ICAIC formó
el Grupo de Experimentación Sonora donde Silvio Rodríguez, Pablo
Milanés, Sara González y Noel Nicola, fundadores de la Nueva Trova,
encontraron refugio para seguir produciendo y cantando. La Casa de
las Américas siempre fue otro de esos espacios, protegido por la enorme
autoridad que Haydée Santamaría había ganado durante la lucha
revolucionaria. En la pequeña sala que estaba en la planta baja de la
Casa de las Américas escuché cantar a Silvio y a muchos otros. La existencia
de esos espacios de libertad cultural permitieron que incluso en
los períodos más oscuros se mantuviera viva una comunidad creativa
con ideas propias, dentro del contexto cultural de la Revolución.
Aquel período de oscurantismo cultural duró unos cuatro o cinco
años y luego fue revertido con la ascensión de Armando Hart al recién
creado Ministerio de Cultura. No fue el único vaivén de ese tipo. A lo
largo de la Revolución se sucedieron períodos de florecimiento y de
silenciamiento cultural según la correlación de las fuerzas en pugna.
Ese fenómeno tuvo efectos muy nocivos, el principal fue promover la
autocensura en mucha gente. Pero la existencia de los espacios de libertad
que mencioné antes, aunque a veces estuviera reducido a esas
«ciudadelas», y la naturaleza cíclica de esos fenómenos (que siempre
permitieron que unos pocos años después se expresaran las energías
acumuladas) explican quizás en parte la vitalidad extraordinaria de la
vida artística y cultural dentro de la Revolución cubana. No se dio allí
el fenómeno de hegemonía total por parte de los dogmáticos que hizo
tanto daño en Rusia y en otros países. Tal vez esta sea una de las razones
de la relativa longevidad de la Revolución cubana.
Creo que todas las revoluciones genuinas llevan aparejado un florecimiento
cultural. La ruptura de las viejas estructuras culturales junto
a ese sentimiento generalizado de que se está construyendo un mundo
nuevo provoca una explosión de creatividad. Se expresan por todos
lados los talentos que estaban escondidos. Aparecen como por arte de
magia los poetas y los pintores que estaban dormidos en gente que en
otras circunstancias quizás no habría salido de la mediocridad general.
De repente el arte y la cultura son muy valorados socialmente y ello se
expresa en que muchos pueden vivir de cultivarlas. Incluso es difícil
darse cuenta de cuál fenómeno va primero: la explosión de creatividad
cultural o la Revolución misma. Las revoluciones son procesos difíciles
46
de encasillar en fechas y ellas mismas son expresión de esa «tormenta
cultural». La Revolución triunfa y empiezan los cambios de las estructuras
sociales: la liberación sexual, el nuevo cine, la nueva poesía o la
nueva canción se convierten en sus símbolos. Al mismo tiempo se va
consolidando una nueva estructura social con sus nuevos poderosos
y sus nuevas reglas. Poco a poco aquello que fue contestatario se va
convirtiendo en expresión de la nueva cultura hegemónica y con ello va
perdiendo la capacidad de expresar las contradicciones más sentidas
por la gente.
Pero hay más: los constructores de esa historia son seres humanos.
Incluso dejando de lado los intereses mezquinos, los celos y los egoísmos,
es patente que algunos protagonistas son creativos y otros más
temerosos, que algunos son personas mediocres y otras brillantes. El
proceso lleva un tiempo y para los que lo viven es muy difícil percibir
los cambios más profundos que se van produciendo a una escala casi
microscópica. La dureza de las luchas por el poder o la brutalidad de
la guerra dejan muchas veces poco lugar para que sigan creciendo esos
espacios de libertad. Cada quien va tomando partido en un sinfín de
situaciones particulares que mirados a la distancia conforman un camino
cuyo sentido general se ve claro a posteriori pero que no siempre
es percibido en el momento mismo.
¿Cuánto tiempo duraron los períodos creativos de otras revoluciones
en el mundo? La Revolución de Octubre tuvo su Maiakovski y su
Eisenstein, tuvo a la Kollontai y a Víctor Serge, ¡tuvo a tantos! Y sin
embargo a fines de los años veinte todo eso ya se iba agotando y la
derrota de Trotsky en el congreso del Partido Comunista de la Unión
Soviética (PCUS) de 1927 marca quizás el momento del fin de ese período:
fueron apenas unos diez años. No creo que ese período llegue
mucho más allá de 1800 en la Revolución francesa. A diferencia de la
Revolución francesa y de la rusa, en Cuba las contradicciones internas
raramente implicaban la muerte de una de las partes. No sé de dónde
los cubanos sacaron la sabiduría para lograr que siempre se mantuvieran
vivas todas las tendencias en su seno. Un dirigente era «tronado»
—o sea que perdía una lucha política— y eso significaba ser enviado a
otro puesto de menor importancia. Quizás lo mandaban a cortar caña,
pero no era fusilado o enviado a Siberia. Hasta en los momentos de
mayor oscurantismo cultural siguieron existiendo espacios, como la
Casa de las Américas o el ICAIC, donde encontraban refugio dentro de
la Revolución los que pensaban diferente. Y su existencia nos permitía
a muchos seguir sintiendo que esa seguía siendo nuestra Revolución.
¿Tendrá eso que ver con la personalidad de Fidel y con el hecho de que
no murió en los primeros años? Seguramente Fidel tiene que ver con
ambos aspectos del proceso.
47
En esos años nosotros interpretábamos cualquier problema que
afectaba la vida cotidiana como errores circunstanciales, atribuibles
a debilidades humanas de los ejecutores, rezagos del pasado o falta
de experiencia. Entendíamos como necesaria una cierta limitación a
la libertad para alcanzar el objetivo supremo de la libertad y la justicia
para todos. Pensábamos que el tema de que nos cortaran el pelo o nos
dificultaran escuchar a Silvio Rodríguez eran problemas ligados a grupos
equivocados, no a la esencia de la Revolución. Debíamos combatir
esos errores, hacerles entender a los burócratas que estaban equivocados,
demostrar que nosotros éramos tan revolucionarios como ellos o
más y que no había una sola forma de apreciar el mundo. Poco a poco
se iba construyendo en nuestras cabezas una forma de pensar donde
permitíamos ciertas cosas que no nos gustaban a fin de salvar lo que
creíamos esencial. El efecto profundamente nocivo de esa manera de
abordar las cosas nos era por el momento invisible.
48
La cuadra
Cuando llegaron a Cuba, Robert empezó a trabajar en Radio Habana
y mi madre en el Instituto del Libro. Durante unos 5 meses vivimos
en el hotel Capri, hasta que nos mudamos al apartamento que el trabajo
de Robert nos asignó.
Nuestro edificio estaba en la calle Línea, a unas 3 cuadras del malecón
que bordea y marca tanto esa ciudad. El Vedado era un barrio
céntrico y agradable. A pocas cuadras estaba la zona de la Rampa, una
calle en pendiente que desemboca en el malecón y que estaba siempre
llena de jóvenes atraídos por sus cines y restaurantes. Podíamos caminar
en unos minutos a los hoteles Nacional, Habana Libre o Capri.
Muy cerca estaba Coppelia: una heladería gigante que ocupaba una
manzana entera y que además de ofertar helados deliciosos era un
punto de encuentro muy popular entre los jóvenes. Los fines de semana
la zona hervía de gente.
En temporadas de carnaval el barrio literalmente se saturaba. Era
una masa que se hacía más compacta a medida que uno se acercaba
al malecón. La cerveza corría a raudales y no era raro encontrar algún
borracho tirado en la entrada de nuestro edificio. A través de la ventana
abierta de mi cuarto se escuchaba la música que subía desde los
estrados: «era la piragua, era la piragua, era la piragua de Guillermo
Cubillo, era la piragua, era la piragua…». El estribillo se repetía sin
parar por horas.
Cada apartamento ocupaba un piso entero. El nuestro era el noveno.
En el décimo piso vivían Ambrosio Fornet y su familia. Sus hijos
tenían edades similares a las nuestras y poseían un tesoro: la colección
completa de las historietas de Tintín. También me hice muy amigo de
los hijos de Tomás y Alicia, los vecinos del cuarto piso. Él era arquitecto
y ella ama de casa. Con ellos fui varias veces de vacaciones a la
playa.
En el segundo piso vivían Mercy y Roberto con dos hijas. Él era
periodista y ella economista, ambos militantes revolucionarios de muchos
años. Trabajaban en el Centro de Estudios sobre América anexo
al Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC). Eran inteligentes
y sofisticados y formaban parte del grupo de profesionales que
49
contribuía a pensar la línea del Partido. Ella había estado casada con
Juan Carretero, uno de los contactos entre el Che y la isla durante la
guerrilla en Bolivia. Junto a él, Mercy estuvo vinculada al apoyo que
Cuba brindaba al movimiento revolucionario latinoamericano y que se
canalizaba a través del Departamento de América del Comité Central
del PCC. En esas vueltas había estado también en Chile durante el período
de la Unidad Popular.
Al principio yo veía a Mercy y a Roberto como amigos de mi madre
pero poco a poco fuimos construyendo nuestra propia relación. Iba a
visitarlos y charlábamos largas horas de política o de historia. En algún
momento me tomaron aprecio y nos hicimos amigos. Ellos estimularon
mi interés y mi inconformismo. Recuerdo el día especial en que
me llevaron por un largo pasillo hasta el fondo de su apartamento y
abrieron la puerta de su biblioteca «secreta». Allí estaban los preciados
libros que no era bueno exponer en la sala para evitar que un ojo indiscreto
sospechara alguna «desviación ideológica». La suposición de que
una mirada sobre las cosas podía catalogarse de oficial o verdadera y
la descalificación subsecuente de las otras debe haber sido uno de los
peores dramas de la izquierda en el siglo XX. Nos hizo un daño enorme
porque osificó el pensamiento y anuló la reflexión profunda y crítica,
precisamente el tipo de reflexión que permite el desarrollo de todas las
revoluciones auténticas. Lo cierto es que a principios de los setenta
mucha gente como Mercy y Roberto prefería precaver que tener que
lamentar. De sus tesoros escogieron un libro que me mostraron con
emoción: La Historia de la Revolución rusa de Trotsky. Estaba dedicado
y firmado por toda la Comisión Política del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR) de Chile.
Trotsky era un apestado en la historia oficial que aprendíamos en
los manuales rusos. Sencillamente no aparecía por ninguna parte, a
pesar de haber sido uno de los máximos líderes de la Revolución de
Octubre. Creo que fueron Mercy y Roberto los que me hicieron descubrir
a Isaac Deutscher. Leerlo me permitió conocer otra forma de ver la
historia. Una manera también parcial y comprometida pero mucho más
crítica, analítica y llena de reflexión que la mayoría de los libros que
había leído sobre el tema. Leí su Stalin y una monografía en la que analizaba
críticamente la deriva de la Revolución de Octubre. En una época
en que leía todo lo que caía en mis manos sobre la Revolución rusa ellos
me mostraron que había otras opiniones dentro de la izquierda.
Años después Mercy se suicidó. Unos años antes se había suicidado
Osvaldo Dorticós, quien fuera Presidente de Cuba durante los primeros
veinte años de la revolución. También en esos tiempos se quitó la vida
Haydée Santamaría que era una de las figuras legendarias de la Revolución
cubana. Cuando Mercy murió recordé a Roberto cada mañana
50
volviendo del mercado con su java llena de botellas de cerveza y la
impresión que me causaba verlos tomar tanto. Esos suicidios llegaron
bastante juntos y se mezclan en mi memoria con los de Beatriz y Laura
Allende, la hija y la hermana de Salvador Allende, que vivían refugiadas
en Cuba. Siempre sentí que esos suicidios estaban relacionados de
alguna forma. Quizás porque se trataba de personajes importantes de
la Revolución. O tal vez porque el acto de quitarse la vida era mal visto
(la vida de los militantes pertenecía a la causa) y en consecuencia eran
«castigados» con un homenaje menos importante del que merecían.
En el sexto piso vivía Esther. Era una señora agria que se dedicaba
a buscar la forma de obtener alguna ventaja material cada vez que podía.
Levantaba chismes contra buena parte de los vecinos. Era el tipo
de gente molesta que no falta en casi ningún grupo humano. Un día de
carnaval su vida cambió. En la elección de la reina de carnaval de ese
año su hija fue seleccionada «lucero»: una de las muchachas escogidas
para acompañar a la reina. Esa noche escuchamos las sirenas de las
motos de la policía que acompañaban a las felices seleccionadas de
vuelta a sus casas. Salimos todos al balcón a verla entrar triunfante.
Pero lo verdaderamente importante que pasó esa noche es que el comandante
Ramiro Valdés se fijó en la chica. A partir de allí empezó su
noviazgo con el comandante, un hombre mucho mayor que ella.
Ramiro era uno de los mitos vivientes de la Revolución. Había sido
uno de los compañeros del Che en la guerra y era famoso por su coraje.
Fue miembro del Buró Político del Partido y Ministro del Interior
durante muchos años, conocido por su dureza. Lo cierto es que la muchacha
del sexto piso y Ramiro Valdés terminaron viviendo juntos por
muchos años, quizás siguen casados hoy. A partir de ese día Ramiro se
hizo asiduo del edificio. Venía de visita a la casa de la suegra. Alguna
vez subí el ascensor junto a él. Lo recuerdo con la pistola en la mano.
Iba solo y sin escoltas pero tomaba sus medidas precautorias de todas
formas. La presencia de Ramiro en la vida de la señora del sexto piso
implicó un aumento de sus aires de importancia y de su capacidad de
molestar. Dudo de que Ramiro interviniera en ello, se trataba más bien
del uso de su nombre por parte de la señora.
Miles de personas huyeron de Cuba al triunfo de la Revolución y
sus propiedades fueron expropiadas y otorgadas a los que se habían
quedado. Muchas de esas viviendas se convirtieron en oficinas públicas.
Otras se convirtieron en las becas de Miramar donde estuvimos
los primeros años. Otras fueron entregadas a los centros de trabajo
para que vivieran allí sus empleados. Así fue como llegamos a ese apartamento.
Como toda familia cubana después de la Ley de Reforma Urbana
aprobada al principio de la Revolución, pagábamos por concepto
de alquiler el 10% del principal ingreso familiar. Cuando Robert se fue
51
y el apartamento quedó a nombre de mi madre, pasamos a pagar 21
pesos por mes de alquiler, pues su salario era de 210 pesos.
Años después fue aprobada una ley que otorgaba esas viviendas en
propiedad a los inquilinos que hubieran pagado durante veinte años.
Así es como miles y miles de viviendas cubanas tienen ahora legalmente
varios dueños: aquellos que se fueron del país y que seguramente
esperan algún día tomar posesión nuevamente de esos bienes y los que
se han quedado viviendo allí, pagando su mensualidad y finalmente
adquiriendo los títulos de propiedad. Mi hermana Sarah siguió allí.
Luego de cumplir veinte años en esa vivienda pagando la mensualidad
correspondiente —y aprovechando las regalías que le pagaron los cubanos
a mi abuela por traducir a José Martí al inglés— se acogió a esa
ley y ese apartamento pasó a ser propiedad de la familia a fines de los
años ochenta.
A veces tocaba la puerta de nuestra casa un muchacho mal vestido
y sucio. Un auténtico loco. Se decía que había sido habitante de
nuestro apartamento. En ocasiones le abríamos la puerta y le hablábamos,
pero cuando podíamos lo evitábamos. Nunca supe realmente
quién era pero me daba la impresión de ser un fantasma del pasado.
¿Sería realmente el hijo de los antiguos dueños? ¿Y quiénes serían los
antiguos dueños? ¿Quizás gente que se fue del país al principio de la
Revolución y su casa fue expropiada? Pero en ese caso ¿por qué el hijo
no se había ido con ellos? Los locos son mensajeros extraños. En Cuba
había pocos en la calle. En todo caso se veían menos que en otras partes
del mundo donde he vivido. El hospital psiquiátrico de La Habana
era uno de los orgullos de la Revolución. Se decía que allí se les daba
un trato digno. La gente contaba toda clase de bellas historias sobre el
trabajo que estaba haciendo un veterano combatiente de la sierra para
humanizar ese hospital. De todas formas había algún loco suelto que
vivía en la calle.
No muy lejos de casa tenía su campamento el Caballero de París.
Era un hombre que me impresionaba por la solemnidad de su pelo
blanco que conformaba una larga mata intrincada y dura de mugre.
Vivía entre diarios viejos y comía lo que le regalaban en alguna cafetería
de la zona de 23 y 12. Se decía que dominaba muchos idiomas y
que era muy culto. Cada cierto tiempo lo recogían, lo bañaban y curaban
y al poco rato allí estaba de nuevo, reinando en su barrio. Hoy hay
en algún lugar de La Habana una estatua en bronce que lo representa
y dicen que la mano brilla por el lustre que le han sacado las miles y
miles de manos que la estrechan.
En nuestra cuadra como en todas las cuadras de todos los barrios
de Cuba existía el Comité de Defensa de la Revolución (CDR). El CDR
era básicamente la organización de los vecinos. No era obligatorio per52
tenecer a él y algunos ostensiblemente no formaban parte. Algunos
porque no estaban de acuerdo con la Revolución y otros porque no les
interesaba participar. Pero la mayoría estaba en el «comité», como lo
llamábamos cariñosamente. Fue pensado originalmente como una estructura
de defensa de la Revolución: células de organización y encuadre
barrial; pero con el tiempo fueron asumiendo tareas diversas que
muchas veces eran esenciales para la simple convivencia ciudadana.
El «comité» organizaba la limpieza colectiva de la acera y de la plaza
en algún domingo de «trabajo voluntario». Se encargaba de la colecta
de materias primas. En muchos lugares cortaba la calle los domingos
y organizaba reuniones de convivencia de los vecinos con juegos
infantiles. Se ocupaba de las campañas masivas de vacunación y se
preocupaba si algún muchacho andaba de vago y no iba a la escuela.
El comité también promovía la colecta de sangre. El nuestro llegó a
destacarse en ese rubro gracias a mi madre que donaba su propia sangre
cada vez que podía y convencía a muchos visitantes ocasionales de
hacer lo mismo. Fui muchas veces a donar la mía, solo o junto a mis
hermanas.
El CDR podía ser un horror o una bendición, todo dependía de la
gente que lo formaba y muy especialmente del presidente del «comité
» de la cuadra. En algunos lugares el CDR se había convertido en
el refugio ideal de los chismosos que nunca faltan y se pasan la vida
interesándose por la de los vecinos. Hay gente así en todos los países
del mundo. La diferencia es que en el CDR esas personas tenían poder,
aunque no fuera más que un pequeño poder, y ese poder era capaz de
hacer daño. En otros lugares el «comité» era realmente una forma de
potenciar la convivencia del barrio. Nosotros tuvimos una gran suerte:
el presidente del nuestro era Maza. Antes de la Revolución fue trabajador
en la industria azucarera y militante sindical. Viejo militante
comunista, había nombrado a su hija Krupskaia, en homenaje a la
revolucionaria bolchevique y esposa de Lenin. El detalle era que esta
Krupskaia era negra como el azabache. El viejo Maza era una excelente
persona, siempre afable y sencillo, que le dio a nuestro CDR el carácter
adecuado. Era un lugar de organización y de encuentro y no de inquisición
o espacio para chismes y arribismos.
Un día, a principios de los ochenta, se comentó que Maza tenía un
cáncer de pulmón y le quedaba poco de vida. Me encontré con su esposa
y le di mis condolencias por la situación. Su respuesta fue tajante:
«qué cáncer ni cáncer! Mi viejo está entero. Esos doctores no saben
nada!». Lo cierto es que más de veinte años después visité Cuba y fui a
verlo. Allí estaba el viejo Maza con la misma voz ronca de siempre y su
risa amplia y sonora.
53
En las reuniones regulares del CDR se discutían los problemas que
nos aquejaban a todos: los baches en las calles o el mal funcionamiento
del supermercado. También discutíamos asuntos de la política
nacional. Recuerdo una discusión cuando empezó de nuevo el turismo
en el país. A mediados del siglo XX Cuba se había convertido en destino
privilegiado del turismo norteamericano y la Revolución había sido en
cierto sentido una reacción visceral ante la «Cuba burdel». El turismo
en sí mismo no era malo. Era un recurso que podía darle de comer a
muchos. Pero la imagen más fuerte de los años cincuenta era el juego,
la prostitución y el uso indigno de la isla por millones de turistas norteamericanos
que venían a buscar putas, ron y el sol de sus playas.
Había varios hoteles construidos por los grandes capos de la mafia.
Se decía que había más de cien mil prostitutas en una población de 5
millones de personas. La reacción popular fue extrema. La Revolución
prohibió el juego y la prostitución, los hoteles fueron nacionalizados y
millones de cubanos pudieron aprovecharlos para ir de vacaciones a
esos lugares que por fin sentían como propios.
Hoteles y clubes que antes eran exclusivos se convirtieron en centros
de veraneo popular. Un programa especial se montó para recuperar
a decenas de miles de prostitutas. Se les enseñó un oficio y se les
instaló en otras partes del país para empezar una vida nueva. En los
años setenta el turismo prácticamente había dejado de existir y sólo se
veían extranjeros que llegaban por razones solidarias o como refugiados
políticos. Nosotros pudimos percibir un aspecto fundamental de
la Revolución cubana: el renacimiento moral de un pueblo que había
vivido años como servil empleado del turista y que ahora se dignificaba
y estaba orgulloso de ir a la playa como cualquiera o de pasar una semana
en un hotel de primera. El poema «Tengo» del gran poeta cubano
Nicolás Guillén era simplemente un reflejo de la realidad:
Cuando me veo y toco
yo, Juan sin Nada no más ayer,
y hoy Juan con Todo,
y hoy con todo,
vuelvo los ojos, miro,
me veo y toco
y me pregunto cómo ha podido ser.
Tengo, vamos a ver,
tengo el gusto de andar por mi país,
dueño de cuanto hay en él,
mirando bien de cerca lo que antes
no tuve ni podía tener.
54
Zafra puedo decir,
monte puedo decir,
ciudad puedo decir,
ejército decir,
ya míos para siempre y tuyos, nuestros,
y un ancho resplandor
de rayo, estrella, flor.
Tengo, vamos a ver,
tengo el gusto de ir
yo, campesino, obrero, gente simple,
tengo el gusto de ir
(es un ejemplo)
a un banco y hablar con el administrador,
no en inglés,
no en señor,
sino decirle compañero como se dice en español.
Tengo, vamos a ver,
que siendo un negro
nadie me puede detener
a la puerta de un dancing o de un bar.
O bien en la carpeta de un hotel
gritarme que no hay pieza,
una mínima pieza y no una pieza colosal,
una pequeña pieza donde yo pueda descansar.
Tengo, vamos a ver,
que no hay guardia rural
que me agarre y me encierre en un cuartel,
ni me arranque y me arroje de mi tierra
al medio del camino real.
Tengo que como tengo la tierra tengo el mar,
no country,
no jailáif,
no tennis y no yatch,
sino de playa en playa y ola en ola,
gigante azul abierto democrático:
en fin, el mar.
Tengo, vamos a ver,
que ya aprendí a leer,
a contar,
tengo que ya aprendí a escribir
y a pensar
y a reír.
55
Tengo que ya tengo
donde trabajar
y ganar
lo que me tengo que comer.
Tengo, vamos a ver,
tengo lo que tenía que tener.
En los años ochenta se empezaba a abrir el país de nuevo al turismo.
La dirección de la Revolución percibía que allí había una importante
fuente de recursos económicos. Entonces se dio una gran
discusión sobre si convenía o no autorizar nuevamente el turismo. El
asunto tenía sus riesgos. En nuestro CDR seríamos quizás unas veinte
personas en esa reunión. Nos juntamos al atardecer en el hall del edificio
de Maza. Buena parte de los viejos eran renuentes a aceptar de
nuevo el turismo como actividad económica normal. Habían conocido
lo que era aquello y explicaban su opinión de que el turismo inevitablemente
llevaría a la prostitución y a la corrupción de tantas cosas. Otros
dudaban. Creo que fue Maza el que dijo esa frase que muchas veces
oímos en circunstancias similares: «bueno compañeros, la verdad es
que esto está complicado… pero si el Comandante lo dice por algo será,
tengamos confianza en él».
Más de veinte años después de aquellas discusiones el turismo es
la principal fuente de recursos del país. Millones visitan Cuba por año.
La inversión extranjera llenó de hoteles de lujo varias zonas especialmente
hermosas de la isla. Y con el turismo llegó el esperado dinero
pero también la corrupción como temían varios compañeros en aquella
reunión. De nuevo las prostitutas se agolpan en el malecón y miles de
extranjeros van a Cuba, muchos para encontrar jóvenes que satisfagan
sus fantasías. De nuevo hay playas prohibidas para el común de los
cubanos y los negros sienten el racismo ofensivo de no poder entrar a
los hoteles o playas de su país sin levantar sospechas. Las propinas
que en aquellos años un mozo de restaurante rechazaba indignado se
han convertido en elemento esencial del sustento de muchos cubanos.
El turismo ha traído los recursos que permiten mantener vivas algunas
de las conquistas más simbólicas de la Revolución (un sistema de salud
y de educación para todos por ejemplo) pero a la vez ha significado
el fin simbólico de otras conquistas igualmente importantes: de alguna
forma dejó de ser totalmente cierto aquel poema de Guillén.
El CDR tenía entre sus tareas principales la vigilancia del barrio.
Cada noche los «cederistas» montaban guardia en turnos de dos horas.
En 2008, mientras escribía este libro, el Presidente Raúl Castro levantó esta restricción
tan ofensiva para el pueblo cubano y representativa de los cambios ocurridos en
los últimos veinte años.
56
En mi cuadra nos tocaba alrededor de una vez por mes. Uno tenía un
simple brazalete que decía CDR y eso era todo. La guardia consistía en
sentarse a mirar la cuadra en una silla de madera o en caminar para
no quedarse dormido. En la cuadra de al lado otro hacía lo mismo. Las
guardias de este tipo eran más que nada preventivas pero bastaban
para crear un ambiente de seguridad en el vecindario. Era muy raro el
robo en aquellos tiempos. Mis hermanas salían de noche y volvían muy
tarde y nadie se angustiaba por ello.
Una noche, a principios de los años ochenta, yo estaba haciendo
guardia en mi cuadra. Eran como las 2 de la mañana de un sábado
y no se veía un alma en toda la calle. A veces pasaba un auto. De
repente apareció un grupo de cinco o seis muchachos muy jóvenes,
evidentemente algo bebidos. Me rodearon en actitud agresiva. Alcancé
a señalarles mi condición de guardia cederista antes de que me cayera
el primer golpe. Respondí como pude. Estaba consciente de que si caía
al piso podía sufrir una golpiza tremenda. La trifulca duró unos segundos,
quizás un minuto. Yo intentaba mantenerlos alejados a golpes. Tiraba
puñetazos en todas direcciones sin saber bien a quién le pegaba.
Rápidamente se acercaron un par de compañeros que hacían guardia
en las cuadras vecinas y los muchachos salieron corriendo en varias
direcciones. Antes de irse me tiraron un par de pedradas. Una me rompió
la cabeza a la altura de la oreja y la otra me lastimó el brazo.
Los compañeros que hacían la guardia en la otra cuadra lograron
atrapar a dos de los agresores. Enseguida estuvo allí una patrulla de la
policía. Expliqué lo que había pasado pero ante la duda nos llevaron a
todos. Primero fuimos al hospital donde un médico me curó e hizo un
informe. De allí fuimos a la estación de policía. Nos tomaron declaraciones.
Conté lo que había pasado. Unas horas después volví a casa.
Ximena había visto todo desde la terraza. Inmovilizada por el susto
observaba pero no podía hablar. Recién le avisó al resto de la familia
cuando vio partir la patrulla de la policía con nosotros adentro.
Pocos meses después se hizo el juicio oral y público en un juzgado
del barrio. Los dos muchachos detenidos no quisieron dar los nombres
de los otros y pagaron por todos. Vinieron sus madres a pedirme clemencia.
Me suplicaron que retirara los cargos contra ellos. Me hicieron
dudar pero sentí que era mi deber llevar el asunto hasta el final. Me
parecía que había que parar ese tipo de comportamiento patotero que
estaba empezando a aparecer. Lo sentía como una forma de responsabilidad
ciudadana. Se hizo el juicio y declaré en él lo que había pasado.
Los muchachos fueron condenados a seis meses de prisión. Por un
tiempo tuve miedo: pensaba que quizás al salir de la cárcel vendrían
a pedirme cuentas. Nunca más supe de ellos. En el CDR la gente me
57
felicitó. Todavía hoy el viejo Maza se acuerda de aquel asunto con un
cierto orgullo que no logro entender completamente.
En 2003, cuando visité Cuba luego de veinte años de estar fuera,
fui a mi edificio preguntándome qué encontraría allí. La emoción fue
tremenda. En buena parte del edificio vivían las mismas familias. Visité
a varios y recordamos juntos muchas cosas. Algunos mantienen los
mismos sueños. Otros no ocultan su desilusión. Sobreviven. No pocos
rentan algún cuarto a los turistas y de eso viven. Antes de irme me
detuve en el lobby y exploré las piedras que forman la pared del ascensor.
Recordaba que una de ellas estaba suelta y los niños del edificio
acostumbrábamos a guardar allí mensajes secretos. Localicé la piedra
y la saqué. Exploré con los dedos el lugar vacío. No había ninguna carta
esperándome.
58
La Lenin
Poco a poco los cubanos fueron construyendo un sistema escolar
diversificado. Había escuelas secundarias en la ciudad, a la que los
chicos iban durante unas 4 horas al día, y existían también las llamadas
«Escuelas al Campo» que estaban esparcidas por todo el país. En
algunas regiones cada dos o tres km había una, rodeada de plantaciones
donde trabajaban los estudiantes. El «principio de la combinación
del estudio y el trabajo», que impregnaba todo el sistema escolar cubano,
significaba en ese caso que los chicos estudiaban media jornada
y trabajaban en la agricultura la otra mitad del día. En general eran
jornadas de 3 ó 4 horas, no muy exigentes pero que iban formando la
disciplina y nos enseñaban ciertas habilidades. Había también escuelas
deportivas donde los jóvenes con mayores potenciales atléticos se
iban formando con más rigor como deportistas de alto rendimiento y
escuelas artísticas dedicadas a la danza o a las artes plásticas. Los
principales cuarteles militares del país habían sido convertidos en ciudades
escolares. Florecían las escuelas por todos lados.
Cuando estaba terminando la primaria me enteré de que existía
una escuela «vocacional» llamada Vento. Era algo así como una escuela
con mayor rigor académico a la que se accedía por expediente y donde
se suponía que los niños podían desarrollar mejor sus respectivas vocaciones.
La entrada era muy selectiva: había un número pequeño de
lugares por región y se concursaba según las calificaciones de primaria
para lograr el ingreso. Sarah, que entró un par de años después, fue
la única que lo logró en su escuela. Conseguí entrar allí. Era el primer
año de mi educación secundaria y seguía becado. Esta escuela estaba
también en casas recuperadas como las de mi beca anterior, pero en
la zona de Marianao.
Había algunos cambios en la vida cotidiana. Ahora teníamos varios
profesores en vez de un maestro y el trabajo manual se convertía en
una actividad cotidiana. Me tocó trabajar produciendo artículos deportivos.
Ese año hice redes de baloncesto y pelotas de béisbol. Las
redes las tejíamos con una cuerda gruesa enrollada en una agujeta que
utilizábamos con habilidad para hacer los nudos. En los ratos libres
intercambiábamos con algún amigo un nuevo punto de macramé. Las
59
pelotas de béisbol tenían un corazón de trapo que apretábamos con
fuerza entre nuestras pequeñas manos mientras enrollábamos una
cuerda fina en todas direcciones. Un molde y un martillo de madera
nos permitían darle una forma lo más esférica posible antes de coser
algo parecido a una piel que las cubría. En los dormitorios había una
disciplina cercana a la militar. A veces marchábamos en formación y
cantábamos al paso: «¡sólo los cristales se rajan, los hombres mueren
de pie y nosotros los pioneros moriremos como el Che!».
En la televisión pasaban en esos días una serie cubana que nos
fascinaba. Se llamaba Los comandos del silencio y estaba basada en las
acciones de los Tupamaros en Uruguay. La música de fondo era una
canción compuesta por Sara González e interpretada por Silvio Rodríguez.
Mientras un combatiente se preparaba para salir a un contacto o
a una acción de guerrilla urbana se escuchaba la canción de fondo: «un
hombre se levanta, temprano en la mañana, se pone la camisa y sale
a la ventana, un hombre simplemente…». Cada episodio narraba una
acción real que había sucedido poco antes en el Uruguay.
Ese año estuvimos en Vento mientras se construía nuestra futura
escuela: la escuela Lenin, que sería el buque insignia de la educación
cubana. Fue equipada por la URSS que donó laboratorios y mobiliario.
En realidad era una verdadera ciudad escolar para 4.500 alumnos,
todos becados. Había además cientos de profesores y funcionarios,
muchos de los cuales también dormían allí. Estaba formada por numerosos
edificios dedicados a dormitorios y un conjunto de instalaciones
deportivas y culturales impresionante: decenas de laboratorios
de física, química, biología e idiomas; salas acústicamente acondicionadas
para el aprendizaje de la música, dos piscinas olímpicas de 50
metros, un tanque de clavados, terrenos de baloncesto y vóleibol, canchas
de béisbol y de tenis, pista de atletismo, tres museos, varias salas
de teatro, un gimnasio formidable. La escuela estaba ubicada cerca
del nuevo jardín botánico que incluía zonas con plantas típicas de los
distintos continentes y cerca también del Parque Lenin formado por
50 hectáreas de pasto ondulado con restaurantes, juegos infantiles,
palmeras y bambú y que se iba convirtiendo en uno de los lugares de
esparcimiento preferido de los habaneros.
La escuela Lenin incluía a estudiantes desde séptimo hasta terminar
la educación media. En ella funcionaban decenas de círculos de
interés: desde espeleología hasta astronomía, pasando por química o
televisión. Cada círculo de interés poseía equipamiento para que los
niños pudieran aprender experimentando. Los que estábamos interesados
en periodismo teníamos nuestro propio periódico, el Juventud de
Acero, que escribíamos, editábamos y publicábamos nosotros mismos.
Los muchachos de vela tenían acceso a un velero para navegar en él y
60
los de espeleología tenían el equipamiento necesario y salían en expedición
a explorar cavernas.
Para cumplir el principio de la combinación del estudio y el trabajo
la escuela contaba con varias facilidades: estaba rodeada de campos
sembrados con cítricos, papa, tomates y otras hortalizas que eran cultivados
y cosechados por los alumnos. El producto de esas huertas
formaba parte de nuestra dieta. Se levantaba también una verdadera
zona industrial al lado de la escuela donde los alumnos producíamos
pilas, radios, centrales telefónicas y las primeras computadoras cubanas,
las llamadas CID-201-B.
La construcción de la Lenin era una obra importante y una de las
que Fidel seguía de cerca. Luego, ya inaugurada, aparecía a cada rato
con algún visitante ilustre para mostrarle con orgullo las instalaciones.
Así vi al líder soviético Leonid Brézhnev, que la inauguró durante su visita
a Cuba, y a François Mitterrand, que era aún candidato socialista
a la presidencia de Francia. Toda clase de personalidades nos visitaba,
incluyendo muchos artistas que venían a Cuba a conocer el proceso revolucionario
y solidarizarse. Frecuentemente teníamos algún concierto
gratuito en la escuela por parte de músicos o cantantes de primera:
desde Los Van Van y los Iraquere hasta Paco de Lucía, Joan Manuel
Serrat y Roy Brown entre muchos otros. Recién terminados los edificios
nos mudamos a vivir allí y pudimos ver a varios de los mejores pintores
cubanos haciendo murales gigantes en las paredes de la escuela.
Era un privilegio verlos trabajar y luego correr por esos pasillos y estar
rodeados por esas obras.
Mientras cursaba mi séptimo grado, aunque estábamos viviendo
en Vento, los futuros estudiantes de la Lenin ayudamos a construir
la nueva escuela con nuestras propias manos. Recogíamos piedras,
trasladábamos cosas en largas cadenas humanas, pintábamos. Cada
uno hacía lo que podía bajo la dirección de los albañiles. Luego inauguramos
la escuela y fuimos los primeros en ocuparla, eso nos daba un
sentimiento de pertenencia muy especial y un gran orgullo.
La escuela era un monstruo difícil de manejar. ¿Cómo controlar la
disciplina de 4.500 alumnos internos?, ¿la extensión física ya era un
problema, qué decir de las hormonas juveniles y la disciplina? Había
además un equipamiento material que era precioso y que había que
cuidar. La piscina, por ejemplo, tenía baldosas que se suponía no debían
ser pisadas con zapatos. Atravesar por la piscina evitaba un rodeo
de cientos de metros para ir de los dormitorios a las aulas, así es
que muchos pasábamos igual. Muy pronto pusieron un cuidador cuya
función principal era evitar que cruzáramos con zapatos. Le decíamos
Olivito por su ropa militar verde olivo. Era un típico guajiro, de los que
había ganado todo con la Revolución. Seguramente había aprendido a
61
leer y escribir ya adulto, durante la campaña de alfabetización, y con
gran dificultad escribía en una libreta los nombres de quienes atrapaba
cruzando por la piscina con zapatos. En la lista de transgresores
que entregaba a la dirección nunca faltaban los Shakespeare. Esas
burlas quizás simbolizaban la diferencia entre la generación que hizo
la revolución y la que disfrutaba de sus beneficios.
Las autoridades intentaron de todo para mantener la disciplina:
desde llamados a «la conciencia que todo joven revolucionario debía
tener» hasta intentos de introducir una disciplina casi militar. En un
momento decidieron darnos unos carnés que había que llevar siempre
encima. Por cada falta cometida nos ponían un reporte en el carné.
Cada cierto tiempo los que habían acumulado un cierto número de faltas
pasaban a «consejo de disciplina». Una vez un profesor me encontró
conversando con Dulce, que en ese tiempo era mi novia. Estábamos
tomados de las manos en los bajos de su albergue. El profesor nos
regañó y ordenó que la chica subiera a su dormitorio. Yo la acompañé
a la escalera y le di un beso de despedida. Eso fue suficiente para ganarme
un reporte en el carné.
Los edificios eran de 4 pisos y tenían dormitorios reservados para
muchachos o para muchachas. En cada piso había una pequeña sala
de estar con algunos asientos y un televisor y luego un largo espacio
rectangular donde las camas se organizaban en 6 hileras de 5 literas
cada una. Dos hileras enfrentadas formaban un espacio que podría
llamarse un «cuarto» para diez personas. No había separación material
con el resto del dormitorio, simplemente las literas de las filas 2 y 3
estaban muy pegadas, así como las de las filas 4 y 5. Uno podía caminar
por el «pasillo» que se formaba entre las hileras 1 y 2, 3 y 4, 5 y 6.
Cada litera tenía al lado un mueble con un espacio para colgar ropa
y un pequeño cajón para guardar los objetos personales. Al fondo del
dormitorio teníamos un amplio baño con varias duchas en un espacio
común, así como lavamanos y excusados. Un sistema de tuberías
comunicaba una fábrica de vapor que alimentaba los comedores con
los baños de modo que teníamos un lujo raro en la Cuba de entonces:
agua caliente.
En los albergues dormíamos solamente alumnos. Los profesores
encargados de la disciplina aparecían a veces. Un sistema de audio
ponía música indirecta o pasaba anuncios. A las seis de la mañana
nos despertaban con música y teníamos algunos minutos de ejercicios
matinales. Cuando apagaban la luz para dormir, a las 10 de la noche,
no faltaba quien seguía charlando con algún amigo. A veces uno escuchaba
un verdadero murmullo de los que hablaban dormidos. Varios
se iban al baño a jugar dominó mientras alguno vigilaba para ver si se
acercaba algún profesor. En tiempos de intentos disciplinadores esas
62
pequeñas faltas podían tener consecuencias importantes. Cuando descubrían
que en el albergue había barullo no faltaba algún imbécil que
nos levantaba de madrugada, nos hacía formar en el patio y preguntaba
quién era el que estaba hablando. Ante la ausencia de respuesta
aparecía la conocida frase: «¡pagan justos por pecadores!» y nos ponía
a marchar: «¡uno, dos, tres, cuatro; uno, dos, tres, cuatro!». Nosotros
cantábamos por lo bajo: «¡uno, dos, tres, cuatro: comiendo mierda y
rompiendo zapatos!». Esos excesos de disciplina iban provocando acumulación
de bronca y a la vez nos iban enseñando ciertas cosas. No
eran realmente brutales pero molestaban bastante.
Nuestro tiempo estaba reglado por las numerosas actividades que
teníamos pero no estaba saturado por ellas. Teníamos clases unas 4
horas al día y otras 3 eran de trabajo. El resto del tiempo quedaba bastante
libre y había muchas actividades para hacer: leer en la biblioteca,
participar en los campeonatos de ajedrez o de ping-pong, practicar deportes,
participar en las actividades propias de los círculos de interés,
simplemente jugar o sentarse a tomar sol y a pensar.
En lo que respecta al trabajo a mí me tocó trabajar en los cítricos,
deshierbando con guataca o con machete. Durante dos años fui
designado a trabajar en la escuela misma. Primero formé parte de la
cuadrilla que ayudaba a los plomeros en los arreglos de los baños y
luego me tocó limpiar una sección de la zona de salones de clases. La
norma que nos imponían nunca era exagerada. La idea no era explotarnos
sino que aprendiéramos a trabajar. Me di cuenta rápidamente
de que podía hacer mi parte en una hora y dedicar el resto del tiempo
a lo que quisiera. Convencí de ello a mis amigos y a partir de entonces
nos dedicamos a terminar la limpieza rápidamente para ir a leer a la
biblioteca. Ese año estuvo marcado por lecturas de novelas de aventuras,
de horror y policiales: Salgari, Verne, Simenon, Conan Doyle,
Maurice Leblanc y Poe.
Al año siguiente me tocó trabajar en la cocina de uno de los dos
comedores. Era una verdadera industria que producía 3.000 raciones
en cada turno. Yo era el ayudante del pinche del cocinero encargado
del arroz. Luego de un tiempo cada uno de los tres se ocupaba de una
marmita gigante, que producía varios cientos de raciones de arroz. El
vapor pasaba por el doble fondo de la marmita antes de seguir camino
hacia los baños en los dormitorios. Otros amigos pelaban papas o separaban
las piedras de los chícharos o del arroz.
El deporte estaba siempre presente. Cuba empezaba ya a perfilarse
como potencia deportiva mundial. Recuerdo las Olimpíadas de 1972.
Todos mirábamos en los televisores a boxeadores como Garbey, Correa
o Stevenson que ganaban campeonatos mundiales y olímpicos y cuando
Silvio Leonard corría los 100 metros todo el mundo vibraba con él.
63
Tiempo después Cuba invitó a la selección de vóleibol del Japón, que
era campeona del mundo, para que pasara una temporada. Estuvieron
practicando unos días en el gimnasio de nuestra escuela formando a
las cubanas en ese deporte y nosotros nos asomábamos a mirarlas
trabajar. Años después Cuba desbancaría a Japón, sería campeona
mundial y comenzaría un largo periodo de supremacía cubana en ese
deporte.
Era nuestro despertar sexual y estábamos en un internado mixto.
Las revoluciones han sido siempre períodos de libertad sexual, las
convenciones explotan y los jóvenes juntan el romanticismo de la construcción
cotidiana del «mundo nuevo» con los placeres del amor y la
alegría de la vida. A eso hay que agregar que estábamos en Cuba, tierra
de sexo desaforado y música omnipresente y que los años sesenta y su
onda de amor libre estaban en el aire. De modo que el ambiente general
era más bien proclive a una cierta libertad sexual. Al mismo tiempo
sobrevivían convenciones sociales —algunas bastante anticuadas— y
las familias esperaban que las escuelas se hicieran responsables de
nuestro comportamiento.
El día de los enamorados una rubiecita de mi clase llamada Vicky
me regaló un pañuelo y un perfume. El mensaje estaba dado. Yo no la
correspondía pero eso no importaba, si una chica se insinuaba era de
rigor tomarla o arriesgarse a ser calificado de «maricón», «cherna» o «pájaro
» que eran tres maneras diferentes de designar a los homosexuales
y tenían una enorme carga peyorativa en el ambiente machista de la
época. No quise seguir la regla. La chica no me gustaba ¿por qué debería
estar con ella? Vicky entonces empezó una campaña con sus amigas
que se propagó como reguero de pólvora por la escuela. En poco
tiempo la situación era irresistible y no pude menos que estar un mes
de «novio». Con nuestros doce o trece años eso significaba básicamente
darnos las manos, besarnos y tocarnos. Pronto rompí con ella con el
gusto amargo de haber sido forzado a hacer algo que no quería.
Un tiempo después me enamoré de Dulce. Charlábamos largas horas
en los pasillos de la escuela y poco a poco íbamos intimando. Se iba
estableciendo ese equilibrio difícil entre ser un buen amigo o algo más.
En ese entonces se suponía que éramos los varones quienes «nos declarábamos
». Ellas esperaban. Pero yo no me atrevía pues tenía miedo de
perder esa amistad que me permitía estar cerca de ella. Cada domingo
en el ómnibus que me llevaba de regreso a la escuela iba pensando
qué estrategia seguir. Robert me daba consejos que servían para darme
ánimo pero cuando me acercaba a ella se me aflojaban las piernas o me
daba dolor de panza. Finalmente tuve una conversación con mi propio
cuerpo y le aseguré con rabia que no me iba a dejar engañar con dolores
de panza o artimañas de esas. Ese domingo de noche al llegar a la
64
escuela hablé con Dulce. No recuerdo bien qué le dije pero estaba clara
mi intención y más clara estaba su respuesta: una sonrisa amplia en
su cara redonda. Resultó que vivía a unas pocas cuadras de casa. Yo la
invitaba al cine Yara y pasábamos una hora y media sin atender realmente
a la película, descubriéndonos y besándonos. Me invitó a su casa
y me presentó a sus padres. El viejo era un antiguo militante comunista.
No sé cómo llegó la conversación al tema del Ejército Revolucionario
del Pueblo (ERP) argentino. Él lo descalificaba por trotskista mientras yo
defendía a una guerrilla que admiraba mucho. La presencia de la política
en nuestras vidas cotidianas era tal que ¡con mis trece años estaba
discutiendo sobre el ERP argentino con mi «suegro»! Ese romance duró
unos tres meses. Luego aquello terminó no recuerdo bien cómo, quizás
esa conversación con su padre tuvo algo que ver.
Los niños pueden ser muy brutales. El comportamiento en grupo
es muy distinto al individual y muchas veces salen a flote los peores
instintos. Uno tiene la impresión de que se establece una competencia
de sadismo para ver quién es más irónico o abusivo. Yo nunca pude
entender eso. Me dedicaba a sobrevivir y para defenderme tenía mis
propias armas. Sabía contar historias, hacer amigos, no meterme con
la gente peligrosa. Había códigos que uno aprendía a respetar: no «chivatear
» (es decir no delatar), no actuar con dobleces, ser coherente.
De modo que no tenía mayores problemas por ese lado. Pero al
mismo tiempo sufría por lo que íntimamente consideraba una incoherencia
muy fuerte: no soportaba el abuso a que sometían a algunos
pero era incapaz de evitarlo por cobardía o debilidad. Manuel era un
muchacho gordito y blando, un típico candidato a la mofa y el destrato.
Creo que cada dormitorio debía tener al menos un muchacho designado
para ser soporte de las burlas y el sadismo. Manuel era un excelente
dibujante y pintor. Con unos pocos trazos hacía caricaturas que retrataban
la esencia de la gente. Yo estaba maravillado por su destreza y
nos hicimos amigos.
A fines de 1974 cayó en combate Miguel Enríquez en Chile y su
figura de líder de la Resistencia chilena contra Pinochet nos conquistó
a todos. Recorté una foto suya en el diario y convencí a Manuel de que
hiciera un óleo a partir de ella. Durante varios días, quizás semanas,
se esmeró haciendo la obra. Pasamos mucho tiempo en el taller de
pintura. Al final terminó un cuadro que me parecía muy bien logrado
y que regalamos a los compañeros del MIR chileno con toda la pompa
de que fuimos capaces.
Manuel y yo intimamos bastante. Creo que mi forma de solidarizarme
con él era compartir tiempo y proyectos. Pero en el albergue no era
capaz de defenderlo cuando le pegaban o se burlaban de él. Con varios
amigos le propusimos que si se defendía lo acompañaríamos. Pero
65
cuando empezaban los golpes él se quedaba parado, recibiendo inmóvil
la andanada. Nuestra cobardía se satisfacía con una explicación estúpida:
si él no era capaz de levantar una mano para defenderse ¿por qué
lo haría yo contra todos esos, arriesgando una golpiza?
Una vez denuncié el abuso ante los profesores. Vinieron al cuarto y
nos dieron un discurso sobre el compañerismo revolucionario y lo horroroso
de ese maltrato pero no tomaron ninguna otra medida. Luego
en la noche quedábamos solos de nuevo. Yo sufría por lo que le hacían
a él y por mi cobardía que no atinaba a llamar por su nombre. Al final
de ese año Manuel se fue de la escuela, quizás fue lo mejor. Lo encontré
años después en un ómnibus y parecía feliz. Estaba estudiando en la
escuela de arte. Luego, muchos años después, lo busqué en Google y
lo encontré. Es pintor y vive en Canadá con su familia.
Un par de años antes había tenido otra experiencia importante. Un
día estábamos bañándonos en la piscina y un compañerito se divertía
metiéndole la cabeza a otro bajo el agua. Era algo que yo no podía entender.
¿Cómo alguien podía divertirse con el sufrimiento de otro? Se lo dije
y le señalé que no me parecía «una actitud digna de un revolucionario».
«¿Cómo dices?» —me preguntó ofendido— «¿Que no soy revolucionario?
». No sé cómo empezamos a conversar. Lo interesante es que
me escuchó y lo convencí de que realmente esa no era una «actitud
revolucionaria». Argumenté que un revolucionario es ante todo un humanista,
alguien que sufre frente a cualquier injusticia que afecte a
otro ser humano, alguien que es capaz de rebelarse por ello al punto
de entregar su vida si es preciso.
A partir de allí nos hicimos amigos y empezó una especie de carrera
contra el tiempo. Para mí era importante «rescatar» a mi nuevo amigo.
No sé realmente qué esperaba él. Poco a poco empezó a «enderezar su
camino»: faltaba menos a clases, hacía menos trastadas. Por mi parte
hice algunas en un intento por acercarme a él. Yo lo había tomado
como un reto personal, consideraba que estaba inmerso en una obra
de recuperación humana. Hacía poco había leído el Poema pedagógico,
un libro de Antón Makarenko en el que cuenta cómo rescató a decenas
de delincuentes en los años veinte, la mayoría huérfanos de la guerra
civil rusa. Andábamos juntos todo el tiempo e incluso nos visitábamos
los fines de semana. Pronto sus antiguos amigos se pusieron celosos.
Empezaron a molestarlo y lo azuzaron contra mí. Un día no aguantó
más y me atacó por la espalda. Terminamos a los piñazos enredados en
el piso rodeados por un círculo de chicos vociferando a favor de uno o
de otro. Fue el fin de mi experiencia como «asistente social». Años después
supe de él. Parece que un día se paró en el centro del dormitorio
a pegar gritos contra Fidel. Eso era una especie de locura en aquella
época, más por el enorme aprecio del que gozaba Fidel entre la gente
66
que por alguna acción represiva del Estado, aunque ello también podía
ocurrir.
La relación de los cubanos con Fidel se asemeja a la que uno puede
tener con un padre, era adorado y odiado a un tiempo. Sentíamos
admiración y orgullo por sus acciones y actitudes, aunque nos dolieran
a veces sus consecuencias. Nos sentíamos con derecho a criticarlo
duramente pero cerrábamos filas en torno a él si era atacado. Los errores
siempre los atribuíamos a gente incapaz o a mandos intermedios,
nunca al «Comandante». Uno podía criticar casi cualquier cosa pero no
atacar al «Caballo» como le decíamos. El que lo hiciera se arriesgaba a
una reacción de rechazo masivo por parte de sus compañeros. No sé
bien que le pasó a ese muchacho luego de aquello. Algunos años después
supe que estuvo en Etiopía como soldado internacionalista.
En ese tiempo empecé a escribir poesía y llevaba un diario personal.
A pesar de la vida colectiva siempre encontraba el tiempo para mi
intimidad, sin molestias o intromisiones. Mis poemas eran racimos de
consignas. Eran muy pobres pero algunos expresaban de una forma
torpe pero honesta lo que era nuestra vida.
Hay costumbres que son estos momentos.
A veces caminando en el albergue encuentro un grupo de gente
/muy compacto
es tan hermoso compañeros estar allí
en ese grupo inmenso de cinco o seis amigos que cantando
medio cuerpo fuera de las ropas
demuestra la alegría que se siente
después de un día entero de trabajo.
Casi siempre al centro hay un muchacho
que toca la guitarra y guía el canto
los demás lo acompañan con el coro
cruzándose sonriendo las miradas
o tocando con ritmo en una lata.
A veces la atención no está en el canto
sino en los cuentos que hace alguno
o en la historia de amor que hace aquel otro.
Esa es la reunión más franca de la vida
allí la sinceridad inunda a todos
y allí, ya porque vivimos juntos,
ya porque nos conocemos palmo a palmo
casi sin darnos cuenta lo decimos todo
y opinamos de todo sin pensarlo tanto.
67
Con algunos amigos fuimos encontrando el tiempo para juntarnos a
compartir nuestras creaciones literarias. Recuerdo a Gustavo Fernández
Larrea que llegaría a ser un muy buen cuentista. Algunos de sus
cuentos trataban del tema del elitismo en la escuela o de las contradicciones
entre el discurso y la realidad. Íbamos tomando conciencia de
las imperfecciones de ese mundo.
Pasaba bastante tiempo en el periódico Juventud de Acero. Estábamos
orgullosos de nuestra obra. Como ya dije lo hacíamos todo, desde
los artículos hasta las fotos, la diagramación y la impresión. El diario
no era muy bueno pero nos permitía experimentar y aprender. Nadie
nos censuraba previamente lo que escribíamos pero el contenido de todas
formas no era muy crítico. Todos estábamos inmersos en el mismo
proceso y las críticas que aparecían eran más bien referidas a temas
menores como la calidad de la comida.
Allí me hice amigos entrañables que seguí viendo después. Recuerdo
especialmente a Raúl que era el director del Juventud de Acero. Junto
a él y a otros cinco amigos decidimos hacer un viaje en bicicleta alrededor
de Cuba en el verano de 1975 para el que nos preparamos todo
el año. Entrenábamos y juntábamos vituallas y contactos. Finalmente
logramos armar un circuito que abarcaba la mitad de la isla: La Habana,
Guamá, Playa Girón, Cienfuegos, Trinidad, Sancti Spiritus, Villa
Clara, Matanzas y La Habana. El viaje duró trece días. Conseguimos
lugares para dormir en casi todos los pueblos: unas veces eran casas
de compañeros de la escuela, otras nos quedábamos en «la casa de la
juventud» del pueblo. Pedaleábamos toda la jornada y llegábamos felices
y cansados a un nuevo lugar cada día. Fue una linda experiencia.
Yo era el más joven de los seis. A veces me quedaba atrás y en general
se solidarizaba conmigo y me acompañaba justamente el más forzudo
de todos. Unos años después supe que enloqueció.
Raúl siguió siendo un amigo entrañable. Su familia era del interior
del país de modo que tomó nuestra casa como hogar secundario y a
veces nos visitaba el fin de semana. Mi madre terminó por ser muy
cercana a él, algo así como su adulto de referencia en La Habana.
Años después Raúl entró a la Universidad de La Habana y estudió veterinaria.
Era un joven revolucionario, despierto, honesto. Fue en ese
tiempo que Fidel lanzó la campaña contra el fraude escolar. Explicó
largamente, en su estilo pausado y claro, que un estudiante que copia
se engaña a sí mismo y engaña a todos, que un profesional que obtiene
el título de ese modo es una trampa. La campaña incluía un exhorto a
que reflexionáramos todos y desterráramos esa práctica. Poco tiempo
después empezaron las «asambleas de la conciencia comunista». El
grupo estudiantil se reunía en una sesión de crítica y autocrítica que
nos debía purificar. La asamblea podía decidir sanciones contra los
68
culpables. El premio para un grupo que había sido capaz de desterrar
el fraude era hacer los exámenes sin vigilancia, confiando en la pura
conciencia del propio colectivo.
Este tipo de asambleas era un arma de doble filo. Por un lado contribuía
a formar conciencia y era una herramienta poderosa de control
social que debía promover valores más elevados. Pero también era terreno
fértil para los oportunistas que siempre encuentran la forma de
acomodar el cuerpo y a veces son capaces de manipular una asamblea.
Las asambleas tenían un enorme poder pues sus decisiones eran soberanas:
sólo la asamblea podía revertir las decisiones por ella tomadas.
Esto las hacía muy peligrosas. A raíz de la campaña contra el fraude
escolar se sucedían las asambleas por clase y luego las de curso, de
Facultad, de Escuela.
Un día Raúl llegó angustiado a casa, se apoyó en el regazo de mi
madre y se puso a llorar. Mi mamá no sabía qué hacer. Pensó que
quizás Raúl se había descubierto homosexual y temía decirlo (en el
ambiente homofóbico de entonces eso podía ser un enorme problema)
o quizás le había pasado alguna otra cosa muy grave. Al rato Raúl se
calmó y le contó lo que le pasaba. Hacía años que él copiaba. Nadie
salvo él sabía esto pero ahora su conciencia lo estaba torturando. ¿Y en
esas condiciones cómo podía dirigir la asamblea de la Facultad? Como
Secretario de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) de su Facultad
estaba obligado a hacerlo. Hablaron largo rato.
Esa semana fue la asamblea de su centro. Raúl la dirigió como le
correspondía. Entonces pasó algo tremendo. Antes de dar la palabra al
resto Raúl confesó su secreto. Ante la mirada atónita de todos dijo que
él había copiado y no se sentía capaz de dirigir la asamblea. Creo que
este tipo de anécdotas expresan a la vez la belleza y el horror de la Revolución,
que muchas veces van juntos. Raúl era un muchacho sencillo,
sincero, profundamente bueno: un puro producto de la Revolución.
Pero la asamblea encontró allí el chivo expiatorio que necesitaba para
ser formalmente «exitosa» y evitar males mayores a quien sabe cuántos
que temblaban. Por suerte no expulsaron a Raúl de la Universidad.
Pero lo expulsaron de la Juventud Comunista. Así la UJC perdió a un
militante de gran valor.
La Lenin funcionaba como una escuela de elite que formaba a la
futura clase dirigente del país. La escuela era una mezcla extraña. Por
un lado excelentes instalaciones materiales y seguramente la mejor
educación a la que se podía aspirar en ese momento en Cuba. Por otro
lado un sentimiento de pertenecer a una elite. A la escuela se entraba
por expediente donde lo determinante eran las notas aunque estaba
claro que no era ese el único mecanismo de ingreso. La concentración
de autos durante las reuniones de padres indicaba la cantidad de hijos
69
de jerarcas y profesionales. Seguramente algunos entraban por «palanca
» (es decir por el favor de alguien con poder) o quizás era el efecto
natural del bagaje cultural que se transmite a los hijos. Había chicos
de origen humilde que venían en ocasiones del interior del país y había
también unos cuantos «hijitos de papá», que a veces eran los más
abusivos e impunes.
Entre los alumnos había dos hijos de Fidel a quienes protegía un
par de guardaespaldas. Recuerdo también a un compañero cuyo padre
estaba preso por haber realizado un atentado contra la vida de Fidel.
En un famoso proceso le habían conmutado la pena de muerte por una
condena de treinta años de prisión. El hijo de ese preso político iba a la
escuela Lenin y era uno más entre todos nosotros.
Cuando tenía unos quince años entré en crisis y empecé a cuestionarme
muy fuertemente si seguir o no allí. Mis críticas se concentraban
en el carácter elitista de la escuela. Me molestaba el sadismo de los
chicos y sentía que de alguna forma algunos eran impunes quizás por
ser privilegiados. También puede ser que simplemente quisiera irme
de la beca y vivir un poco más la vida familiar que no tenía. Tal vez me
fuera difícil expresar ese sentir con naturalidad. Quizás sentía que si
pedía salir de la beca para ir a la escuela diurna me estaba «rajando»,
como decíamos cuando alguien abandonaba. No sé realmente cuál fue
el cúmulo de aspectos que me afectó en ese momento pero la vida en la
escuela Lenin se me fue haciendo asfixiante y quería salir de allí.
Así es que al terminar el décimo grado pedí ingresar al Destacamento
Pedagógico que se había creado para suplir la falta de profesores de
secundaria. En vez de seguir una formación preuniversitaria era posible
entrar al Destacamento a partir de undécimo grado y empezar a
estudiar para profesor de enseñanza media inmediatamente. En cinco
años obtenías el título y a la vez estabas colaborando en uno de los
tantos frentes en los que la Revolución se estaba llevando a cabo.
Cuando opté por ese camino, ¿estaba asumiendo un «sacrificio revolucionario
» en un frente de la Revolución o huyendo hacia adelante
para irme de la Lenin sin perder la cara? Muchos intentaron disuadirme.
Mi madre fue convocada: ¿cómo iba a permitir que yo cambiara
esa escuela maravillosa y la perspectiva de entrar a cualquier carrera
universitaria en un par de años, para ir a una carrera intermedia de
ese tipo? ¿No era una decisión apresurada? Pero mi decisión estaba
tomada y, como siempre, mi madre me apoyó en el camino que había
decidido.
70
Asambleas
Los cubanos tuvieron una forma peculiar de construir el Partido Comunista
(la fuerza dirigente de la Revolución). El Partido no era «de masas
» como en otros países socialistas sino «de cuadros» y su rol dirigente
se suponía que debía expresarse en el ejemplo cotidiano de sus militantes.
Para ser miembro había que cumplir 3 requisitos: querer serlo, ser
aceptado por el Partido y que el colectivo social donde estaba inserto el
candidato lo aprobara. Los dos primeros requisitos parecen naturales y
forman parte del ritual clásico de cualquier partido del mundo. Lo interesante
es la tercera condición que daba una especie de «poder de veto»
al conjunto de la sociedad sobre quiénes integraban el Partido. Era un
poder de veto que funcionaba al menos en teoría y muchas veces en la
práctica. Al respecto fui marcado por una experiencia amarga.
Una vez por año se hacía la «Asamblea de Jóvenes Ejemplares» en
la que el colectivo seleccionaba a los que consideraba como tales. Para
ser militante de la UJC era condición indispensable ser seleccionado
por la asamblea. Ese era el mecanismo para cumplir la tercera condición.
Yo era un buen estudiante, me sentía un revolucionario y quería
como casi todos mis compañeros ser un militante de la Juventud Comunista.
Se trataba de uno de los honores más altos a los que podía
aspirar. El Comité de Base de la UJC también me quería incorporar, de
modo que durante un año estuve estudiando y asistiendo a los cursos
del «Plan de Preparación para el Ingreso» junto a otros candidatos. Esperaba
ansioso la asamblea, que al fin llegó. Creo que fue a principios
de 1974, yo tenía entonces trece años.
Alguien propuso mi nombre y se dio la palabra a la asamblea. Un
militante de la UJC habló favorablemente según un libreto que ellos
habían acordado previamente para promover a sus candidatos. Pero
entonces una mano se levantó y alguien argumentó en contra de mi
calidad de ejemplar. Me acusó de autosuficiente, de mirar a los demás
por encima del hombro, de creerme superior. Me quedé helado. Cuando
vino la hora de votar la mayoría no me apoyó y sentí que el mundo
se derrumbaba sobre mi cabeza. El desastre me sumió en una profunda
tristeza. Masticaba con furia esa derrota ¿Qué significaba aquello?
71
Algunos amigos me dijeron que esperara al año siguiente. Yo meditaba
y meditaba. Al tiempo entendí que la asamblea tenía razón. Era
cierto que me creía superior. A partir de allí empecé a trabajar duro
para superar ese problema, un trabajo interior que aún sigue. Esa
asamblea me ayudó mucho en la vida. Realmente así lo sentí siempre.
Sufrí, pero aprendí a buscar la verdad que se oculta aun en la más dolorosa
de las críticas. Quizás ese fue un momento de bifurcación en mi
vida. Si en esa época hubiera entrado a la Juventud Comunista poco
después habría solicitado la ciudadanía cubana y mi vida hubiera sido
la de un revolucionario cubano. Pero luego de ese fracaso lo cierto es
que ya nunca más intenté ser militante de la UJC y mi vida tomó otros
caminos que finalmente me llevaron fuera de la isla.
Cuando recuerdo esa experiencia saltan ante mis ojos dos aspectos
interesantes de cómo se hacían las cosas en esa época en Cuba. Por un
lado la noción que teníamos de lo que era un militante revolucionario.
Por otro la capacidad para hacer participar a todos, sean militantes o
no, en temas de esa trascendencia.
La idea básica era que el Partido era el conjunto de la mejor gente.
Ese concepto incluía ser buena persona, sacrificado, generoso, trabajador.
No era esencial conocer la teoría marxista a fondo. Los aspectos
humanos eran considerados centrales por la gente que esperaba luego
de los militantes una actitud coherente. Era posible, aunque no muy común,
que el administrador de una empresa o el director de una escuela
no fuera militante. Pero el Secretario del Núcleo del PCC o del Comité de
Base de la UJC en la empresa o escuela debía tener el respeto de todos.
Podía ser un empleado o un obrero, eso no importaba mucho. Su poder
se expresaba de manera difusa, casi como un poder moral. Cuando la
gente pensaba haber encontrado un caso de corrupción no lo denunciaba
ante el Estado sino ante el Partido que se ocupaba de investigar y
tramitar la queja. Y muchas veces ese método funcionaba. Era como si
la gente fuera los oídos y los ojos del Partido que de ese modo controlaba
el funcionamiento del Estado. Por supuesto que había de todo y no
faltaban en el Partido los corruptos y los oportunistas. Pero siempre me
pareció claro que el Partido concentraba a la mejor gente y que en este
asunto los cubanos habían logrado un mecanismo que quizás explique
en parte la larga vida que ha tenido la Revolución cubana.
El sistema se sustentaba en una mezcla de ingredientes diversos.
Primero la fuerza moral de la Revolución, que se basaba en la convicción
generalizada de que el proceso estaba genuinamente animado
por valores compartidos. La generosidad, la solidaridad, el altruismo
y la entrega al bien común eran valores positivos que florecían en un
ambiente favorable. El egoísmo o el oportunismo estaban allí también
pero la sociedad los entendía como negativos y eran socialmente recha72
zados. Un militante del Partido o de la Juventud debía ser portador de
esos valores o al menos simular serlo. Al mismo tiempo la presencia de
la agresión imperialista (allí estaba el bloqueo y algún atentado de vez
en cuando para recordarlo) convertía en tema de vida o muerte mantener
la unidad. En ese contexto disentir era peligroso.
Disentir «desde adentro del proceso», como lo hacía Silvio Rodríguez
en sus canciones o Tomás Gutiérrez Alea en sus películas, tenía su
riesgo. Ellos supieron ganar ese derecho y la Revolución tuvo la virtud
de mantener esos espacios abiertos a pesar de todo. Pero si alguien
en su disenso cruzaba «para el otro lado» arriesgaba mucho. ¿Quién
definía la línea divisoria? Eso era una cuestión circunstancial. El consenso
social era entonces muy grande. La gente sentía que ésa era «su»
revolución y que lo que se ponía en peligro era «su» proceso. Todo eso
hacía que un disidente no se enfrentara solo con un Estado autoritario
sino que lo hacía con todo un pueblo. Y lo segundo es mucho más
difícil que lo primero.
A través de cosas como esas asambleas para elegir a los futuros
militantes del Partido o de la Juventud, uno tenía la sensación de ser
realmente parte del proceso y no una mera víctima de las decisiones
de otros. A esto se sumaba el estilo de Fidel en sus discursos. Eran
largas reflexiones en voz alta donde iba analizando los problemas que
enfrentábamos y buscando caminos por donde avanzar. En esos años
se pusieron muchas cosas en discusión, desde temas menores hasta
los más trascendentes.
Recuerdo la discusión sobre el uniforme escolar, que prácticamente
fue diseñado tomando en cuenta la opinión de los chicos que íbamos
a usarlo. Se discutía desde el color y el tipo de tela hasta el corte de
la ropa. Las niñas exigieron que las faldas tuvieran un cierto largo, no
recuerdo si arriba o abajo de la rodilla, y así se hizo. Pero luego cambió
la moda y los nuevos uniformes ya estaban siendo distribuidos. No era
sencillo conciliar la moda con la democracia participativa en un contexto
de escasez.
En esa época también discutimos durante un año el nuevo Código
de la Familia que regularía temas como el matrimonio y la crianza de
los niños. El código era progresista en temas que tocaban la vida íntima
de la gente: promovía un reparto igualitario de las tareas domésticas
y mayor igualdad del hombre y la mujer. La gente respetaba mucho
a Fidel, y él respaldaba públicamente esos aspectos del nuevo código,
pero tratándose de temas que afectaban las relaciones de poder dentro
de la familia muchos resistían las propuestas.
Hay una película documental de la época, creo que de Idelfonso Ramos,
que muestra bien esas discusiones. Las propuestas que surgían
de las asambleas en los centros de trabajo y estudio o a nivel de barrio,
como la de nuestro CDR, se iban recogiendo en otras asambleas a nivel

73
regional, provincial y finalmente se convertían en modificaciones a las
leyes que eran redactadas por comités de expertos buscando ciertos
equilibrios. Creo que eran más importantes esas miles de reuniones
que todas las nuevas leyes juntas. Se trataba de una especie de escuela
intensiva de ciudadanía. El nuevo Código de la Familia se aprobó luego
de más de un año de intensa discusión. Cuando Laura y yo nos casamos
algunos años después, la jueza nos leyó cuatro de sus artículos
como parte formal de la ceremonia. Eran cuatro artículos de una ley en
cuya elaboración habíamos participado.
Siempre tuve la percepción de que la Revolución la estábamos haciendo
todos. Sentía que a veces nos equivocábamos, como un ciego
que va tanteando el camino, pero que íbamos analizando críticamente
lo que se hacía y corregíamos el tiro. Era una empresa colectiva, en el
acierto y en el error.
En esos años también discutimos la nueva Constitución que finalmente
fue aprobada por referéndum y entró en aplicación en 1975.
Entre 1959 y 1975 Cuba fue gobernada por un «gobierno revolucionario
» que asumió a la vez los poderes legislativo y ejecutivo. Fue la etapa
más creativa y transformadora pero también la más llena de decisiones
arbitrarias. A partir de 1975 la Revolución se «institucionalizó», lo cual
es casi un contrasentido pero se había convertido en una necesidad.
Quizás de cierta manera esa fecha marca el fin de la Revolución como
tal, es decir como proceso profundamente transformador de las estructuras
económicas y sociales.
La nueva constitución declaró formalmente que Cuba era una «República
Socialista» y creó una estructura legislativa sui géneris: el Poder
Popular, que debía institucionalizar la democracia participativa.
Primero las asambleas del barrio proponían a los candidatos que debían
ser al menos dos. Luego en una jornada electoral nacional eran
electos los delegados al Poder Popular local por el voto secreto de todos
los ciudadanos de la circunscripción. Tenían derecho a voto los
ciudadanos a partir de los dieciséis años. El sistema era indirecto: los
delegados locales elegían de entre sus miembros las Asambleas Provinciales
del Poder Popular y estas a su vez la Asamblea Nacional del
Poder Popular que era el Poder Legislativo y tenía entre sus funciones
elegir el Presidente de la República.
Estos «delegados del Poder Popular» tenían un poder nominal importante.
La economía era casi totalmente estatal de modo que de ellos
dependían las industrias locales, la red comercial, las escuelas y policlínicas
y unas cuántas cosas más. El sistema incluía la obligación
de que los delegados rindieran cuentas regularmente a sus electores y
daba la capacidad a la asamblea del barrio de revocarlos a mano alzada
si no cumplían sus funciones a satisfacción. En ese caso se convocaba
a nuevas elecciones locales.
74
El sistema político incluía elementos muy interesantes para dar
participación a la gente y a la vez mantenía en su interior la obsesión
del control. ¿Esa obsesión sería la hija maldita de una Revolución agredida
o vendría ya en las ancas de la guerra revolucionaria? A la distancia
se puede ver la misma contradicción en la forma de construir el
Partido y el Poder Popular. El sistema tenía algunas ideas interesantes
para promover el control de los representantes por las bases pero a la
vez algunas limitaciones importantes que se fueron expresando con los
años. La extrema vulnerabilidad de los delegados limitaba su independencia
del mismo modo que la elección indirecta facilitaba el control
del sistema por parte del Partido. Pienso que esas características fueron
buscadas por el diseño original. Era una forma de garantizar el rol
dirigente del Partido y que el sistema no se saliera de control. Pero esa
es precisamente su debilidad. Para poder desarrollarse sanamente el
sistema necesita un verdadero control desde abajo que entra en contradicción
con el rol que se arroga el Partido.
Creo que no se puede analizar el ciclo de revoluciones del siglo XX
sin pensar de otra forma el problema del poder e incorporar allí los
aportes del anarquismo. Quizás fueron ellos quienes mejor percibieron
los peligros del «poder» aunque no encuentro en ellos propuestas claras
para resolver ese problema. Por otro lado el marxismo menospreció
la capacidad corrosiva derivada de no atender este tema. Me parece
que el siglo XX demostró que es posible derribar al capitalismo pero
las nuevas generaciones deberán encontrar la forma de construir una
nueva sociedad que sea sustentable en el tiempo.
Recuerdo las primeras elecciones para el Poder Popular en 1976.
Las fotos de los candidatos junto a una pequeña reseña biográfica de
una página cubrían los murales del barrio, todas del mismo tamaño.
El día de las elecciones, las urnas estaban escoltadas por pioneros
orgullosos con sus uniformes y sus pañoletas al cuello y la gente muy
alegre hacía largas colas para votar.
La madre de una conocida resultó electa Delegada del Poder Popular
en su barrio. Eso la convirtió en un elemento importante del poder
a nivel local. Un día su hija fue a hacer las compras y cuando regresó
a casa la madre se dio cuenta de que había traído un litro de leche. A
ellos, como a toda familia con más de 5 miembros y ningún niño de
menos de siete años, les tocaba un litro de leche cada dos días. Ese día
no les tocaba. Evidentemente había un error. Envió a su hija a devolverlo.
En la tienda le dijeron que no se preocupara por esa «bobería».
Finalmente la compañera tuvo que ir personalmente. No quería ceder
ni un poquito en su resistencia al asedio de los pequeños regalos potencialmente
corruptores.
75
Viajes y padres
En 1973, cuando tenía casi trece años, mis padres decidieron que
Sarah y yo iríamos en el verano a Estados Unidos y a México. Mi madre,
que estaba indocumentada, sólo podía viajar con papeles especiales
y a ciertos países que los aceptaban. Así visitó el Vietnam que
resistía aún la agresión yanqui, el Perú de Velasco Alvarado y el Chile
de la Unidad Popular.
Era la primera vez que salíamos de Cuba luego de nuestra huida
precipitada de México y lo hacíamos solos. En Nueva York visitaríamos
a la familia de Robert, en Albuquerque a la familia de mi madre, en
México a Sergio y esperábamos encontrar algunos de los tantos amigos
que habíamos dejado allí.
Nos preparamos con gran excitación y empezamos una lista de potenciales
visitas. Entre mis tesoros infantiles iba acumulando ciertos
récords personales: el número de veces que había tomado un avión, los
países que había pisado, los monumentos que había visitado. Yo tenía
mil planes: quería visitar el Empire State y la Estatua de la Libertad,
el Greenwich Village y Harlem. Tenía ganas de conocer muchas cosas
sobre las que había leído o escuchado. Mi madre me preguntó si quería
conocer a mi padre. Le dije que sí y lo puse en la lista.
Como ya conté, a fines de los años cincuenta la que sería mi madre
era una joven poeta que sobrevivía en Nueva York como podía. Decidió
tener un hijo. No quería un marido o una familia. Quería un hijo
para ella sola. Buscó entre sus amigos y escogió a Joel Oppenheimer,
supongo que por ser buen hombre y buen poeta aunque realmente no
lo sé. Se embarazó y luego le dijo que esperaba un hijo suyo pero que
no debía preocuparse pues el hijo sería sólo de ella. Joel lo tomó mal
y se dejaron de ver. Luego supe que a esas alturas de su vida, Joel
sufría aún por la separación de sus dos hijos mayores que su primera
mujer se había llevado al separarse. Yo nací en un hospital público de
Manhattan. Joel fue a verme una vez y luego no nos vimos más. Unos
meses después mi madre se fue a vivir a México. Allí conoció al poeta
Sergio Mondragón y se casó con él. Entonces se fue construyendo la
única mentira que recuerdo entre mi madre y yo: crecí creyendo que
Sergio era mi padre.
76
Nacieron mis hermanas Sarah y Ximena. Éramos una familia feliz.
Sergio me trataba como a un hijo más y nunca sentí trato diferente de su
parte. Los recuerdos que tengo de mi infancia en México son hermosos
y tranquilos. Un ambiente agradable. Paseos por el borde del río Churubusco
que aún corría al aire libre cerca de nuestra casa. Visitas a un parque
infantil. Picnics en familia. Visitas a Cuetzalan, un pueblo indígena
cerca de Puebla que todavía mantenía poco contacto con el mundo moderno.
Un largo viaje a la costa oeste de Estados Unidos en un pequeño
Volkswagen. Era del modelo que llamábamos cucaracha y yo iba jugando
con un autito en el espacio que había detrás del asiento trasero.
Vivíamos en Triángulo 121, Colonia Prado Churubusco, en una
casa de 2 pisos y jardín a la que luego agregamos dos estudios en
la azotea. Tuvimos varias mascotas: pájaros, tortugas, un conejo que
obtuve prometiendo limpiar regularmente su jaula pero que murió en
medio de su mugre. Tuvimos un chivo que se comió parte de la pared
de nuestro jardín. Por quince días vivió con nosotros una tarántula en
un recipiente de cristal en la mesa de la sala. Y tuvimos varios perros.
Recuerdo especialmente a Sofía, una gran danesa color canela que fue
mi mejor amiga.
La calle que pasaba frente a nuestra casa terminaba en un «llano»
con sus casitas de madera y cartón. Un típico producto de la pobreza
mexicana. Nosotros jugábamos descalzos en la cuadra con los niños
del barrio. Éramos muy amigos de los hijos de «la viuda», como le decíamos
a la señora que tenía un pequeño almacén al lado de casa. Las
señoras del llano venían corriendo a casa a buscar a mi madre para
atender algún parto. Allá salía ella con su maletín de partera amateur
y yo la acompañaba a veces.
Sergio y mi madre fundaron la revista El Corno Emplumado y lo
hacían prácticamente solos. Recuerdo la sala llena de ejemplares en
pequeñas pilas, los viajes al correo para enviarlos a diversos lugares
del mundo, las largas reuniones con todo tipo de artistas que llenaban
las tardes y noches en casa.
La planta baja tenía una cocina donde comíamos y una gran sala
que permitía mirar el jardín a través de amplias ventanas que se extendían
del piso al techo. El jardín me parecía enorme. En ese viaje de
1973 lo visité nuevamente y descubrí que era más bien chico. Un solo
árbol se alzaba en su centro. De niño me puse el paracaídas de un muñeco,
ridículamente chico para mí, y me tiré de ese árbol. Por suerte
no me lastimé. Las paredes estaban llenas de pinturas o dibujos, casi
todos originales, que los autores habían regalado a mis padres. En el
segundo piso estaban los cuartos: el de mis padres, los de los niños,
uno para visitas que casi nunca estaba vacío y el de las empleadas
donde vivían Concha y Elena que se ocupaban de todo en casa.
77
Mis recuerdos de nuestra vida en esos años están llenos de calma
y no se parecen en nada a nuestros años cubanos. Sergio es un poeta
que emite paz. En esa época iba derivando cada vez más hacia el
misticismo budista. En algún momento los caminos entre mi madre
y Sergio se separaron definitivamente. Fue un proceso paulatino que
nosotros casi no percibimos hasta el momento mismo de la separación.
Un día nos llamaron a la mesa y nos comunicaron el divorcio: el shock
fue tremendo.
Mi madre me cuenta, aunque esa parte la he borrado de mi memoria,
que entonces también me comunicaron que Sergio no era mi padre
biológico. Así supe que Joel existía. De modo que me cayeron las dos
noticias a un tiempo: la separación y descubrir que tenía dos padres.
Luego entendí que la noción de padre es mucho más compleja y que
la relación biológica es sólo un aspecto, pero entonces tenía menos de
ocho años. Me fui corriendo al jardín y me refugié a llorar en la casita
de mi perra Sofía que me acompañó todo el día.
Sergio se fue a vivir a pocas cuadras y a partir de entonces empezamos
a visitarlo regularmente. Allá íbamos Sarah, Ximena y yo caminando
y tomados de la mano. Sergio era nuestro padre y lo siguió
siendo siempre.
Un tiempo después mi madre regaló a Sofía. Ese fue otro desgarro.
Creo que en realidad era Sergio el que amaba a los animales. A nosotros
nos explicaron que la perra era muy cara por la carne que comía.
La dieron a unos amigos que vivían lejos, en otro sector de la enorme
ciudad de México. A los pocos días apareció por casa. Se había escapado
y milagrosamente encontró el camino de regreso en medio del
tráfico y los millones de olores de los millones de habitantes de esa
ciudad. ¡Los amigos de la cuadra vinieron corriendo a avisarme que el
perro famélico que estaba pidiendo carne en el puesto de la esquina
era nuestra Sofía! La recuperé feliz pero la alegría no duró ni un día. Mi
madre la devolvió a sus nuevos dueños y ya nunca más la vi.
Mi madre nos dijo que no se juntaría con otro hombre sin nuestro
permiso. La pusimos a prueba y la primera vez que nos preguntó si nos
gustaba ese hombre con quien había salido a cenar le dimos un rotundo
«no». Allí quedó la cosa y nos gustaba pensar que algo habíamos
tenido que ver en esa decisión.
Pasó el tiempo. Siguieron llegando visitantes a casa como siempre.
Algunos por una tarde y otros por quince días. Una vez aparecieron dos
muchachos norteamericanos que andaban recorriendo el mundo y se
quedaron un tiempo con nosotros como tantos otros. No notamos nada
extraño en ellos. Estuvieron un par de semanas y se fueron. Unas semanas
después llegó mi madre muy excitada a la escuela a recogernos.
Nos subimos al auto y partimos todos rumbo a Acapulco. «¿Recuerdan
78
aquel muchacho que estuvo en casa? Alquiló una casita en la playa y
nos invita a pasar unos días con él». Allá fuimos todos felices. La casa
tenía una piscina y una bella vista al mar que se extendía azul bajo
unos acantilados casi a los pies de la casa. Al llegar notamos que nos
pusieron a los niños en un cuarto y ellos se metieron en el otro. No
nos sorprendió mucho. Pasamos unos días espléndidos jugando en la
piscina y bañándonos en la playa. Cuando mi madre nos preguntó qué
pensábamos de ese nuevo novio nuestra respuesta fue un sí muy claro.
Así llegó Robert a casa. No hablaba español y «su viaje tras las huellas
del Che» quedó truncado allí, atrapado en la telaraña del amor con una
mujer nueve años mayor que él.
Volvimos a la ciudad de México y empezamos a vivir inmediatamente
como familia. Robert se fue convirtiendo en «papi Robert» y Sergio
en «papi Sergio». Robert se integró a la dinámica familiar, aprendió a
hablar español y empezó a buscar trabajo. Al poco tiempo mi madre
estaba embarazada de Ana y luego vino el 68 con el movimiento estudiantil
y el 69 con la clandestinidad y la huida a Cuba y el comienzo
de nuestra vida allí. Supongo que Robert nunca imaginó el rumbo que
tomaría su vida cuando decidió quedarse en México apenas comenzado
su viaje alrededor del mundo. Su amigo Gordon Bishop siguió solo.
Luego de un periplo de meses llegó a Indonesia y allá conoció a una
princesa con quien se casó. Tuvo una vida extraordinaria de aventura
y tragedia. Años después los vi a él y a su princesa en Nueva York. Nos
recibieron en su pequeño apartamento lleno de telas hermosamente
pintadas, incienso y cojines en el piso.
Pero volvamos a 1973. Vivíamos en Cuba, y Sarah y yo nos aprestábamos
a viajar por primera vez al extranjero desde nuestra llegada
hacía cuatro años. Íbamos a ver de nuevo a nuestras familias. Esas
familias lejanas que esporádicamente aparecían en nuestras vidas a
través de alguna foto o en una visita corta.
Viajar desde Cuba a Estados Unidos en esos años era difícil. Pocos
países de América Latina mantenían relaciones con Cuba de modo que
no había muchas conexiones aéreas con la isla. Esa vez tomamos un
avión hasta Lima, Perú. Allí mi madre había arreglado las cosas para
que nos ayudaran. Nos recibió el embajador cubano, Antonio Núñez
Jiménez, que nos atendió muy bien. Nos llevó a su casa. Recuerdo
que me impresionaron dos cabezas humanas, reducidas por los indios
jíbaros, que estaban expuestas en su estudio como adornos. Sarah
aprovechó para comer manzanas, un manjar que hacía tanto que no
saboreaba. Unas horas después nos pusieron en el avión rumbo a Estados
Unidos.
Había que cambiar de avión en Miami. Yo era el responsable del
viaje y llevaba en un bolso todos los documentos con la recomendación
79
mil veces repetida de no perderlos bajo ningún concepto. La imagen
que me había construido sobre los Estados Unidos en esos años era la
de un país brutal, agresivo, lleno de delincuentes y asesinos. Y ahora
estábamos allí, Sarah con diez años y yo con trece, esperando la salida
del próximo avión. Yo tenía apretado contra el pecho el bolso con los
documentos y la manita de Sarah agarrada con fuerza y miraba a todos
lados un poco asustado. Le decía a mi hermana que no hablara mucho
pues podía ser grabada por los micrófonos que seguramente estaban
en todas partes. Fue entonces cuando Sarah me anunció que tenía que
ir al baño —«¿Coño, Sarah, no puedes esperar?», —«No, me estoy haciendo…
». La acompañé a la puerta del baño de damas. No me gustaba
nada eso de soltarle la mano a mi hermanita: ¿y si desaparecía? La vi
entrar al baño y salir enseguida con cara compungida —«Hay que poner
una moneda para que se abra la puerta del escusado»— ¡No puede
ser! ¿Cómo es posible? Tener que pagar para ir al baño era algo inaudito
en Cuba… y además no teníamos monedas… Entonces fuimos al
baño de hombres y entramos sigilosos a ver si alguna puerta allí estaba
abierta. Oímos un ruido y se abrió la puerta de uno de los escusados.
Un negro enorme salió y, muy amable, nos mantuvo la puerta abierta
para que pudiéramos entrar. Sarah entró y yo esperé y la tensión se
fue yendo de mi cuerpo suavemente de la mano de la sonrisa amplia de
ese negro norteamericano. Con un gesto sencillo nos estaba mostrando
que fuera de Cuba las cosas eran más humanas y más complejas de lo
que pensábamos.
Ese viaje fue importante por muchas razones. Compartimos días
con Irving y Sylvia, los padres de Robert, que nos acogieron en su casa
de gruesas alfombras y nos dieron ese amor sencillo de abuelos al que
no estábamos acostumbrados. Los pudimos conocer un poco más y
acercarnos a ellos. Nos llenaron de atenciones. La abuela había perdido
su pierna por un cáncer muchos años antes. Cuando entraba a
saludarla al cuarto veía la pierna de madera recostada contra la silla.
Eso me impresionaba mucho pero luego su sonrisa y sus abrazos despejaban
completamente el ambiente.
Recuerdo una anécdota de un viaje posterior que refleja cómo era
la abuela Sylvia. Una joven amiga de Robert acababa de enterarse de
que tenía un cáncer. Robert y yo fuimos a visitarla y la encontramos
en la cama deprimida y asustada. Todos le recomendaban seguir las
indicaciones del médico: tomar los remedios y hacer reposo. Entonces
llegó abuela Sylvia que a esas alturas era una experta en el tema. Ya
había sobrevivido a un segundo cáncer que le costó un pulmón. Sylvia
le recomendó simplemente vivir su vida, no quedarse acostada, no encerrarse:
«Si te vas a morir entonces aprovecha el tiempo que te queda
y vive plenamente. Si sobrevives, mejor». Así era abuela Sylvia.
80
Estuvimos con el tío George —el hermano de Robert, que siempre
andaba con su cámara al hombro— y con su compañera Susan. A
través de cosas como la guardería comunitaria donde trabajaba Susan
íbamos conociendo otro aspecto de la sociedad norteamericana. Visitamos
con ellos Nueva York, esa ciudad que desde entonces me fue
conquistando y que siento de alguna forma mía. En ese viaje visitamos
también Albuquerque y disfrutamos a los abuelos maternos, John y
Eli, y a los tíos Johnny y Joanna y su hijo Shanti. Mi tío nos llevó a
repartir volantes afuera de una fábrica de jeans que estaba en huelga.
Él era miembro de un pequeño partido de izquierda y se convirtió
en una especie de modelo para mí. No solo era un dedicado militante
sino también una excelente persona. Con el tiempo conocí a muchos
militantes norteamericanos de izquierda pero Johnny siempre fue para
mi un ejemplo de pureza. Muchas veces me pregunté por qué parece
haber más gente como él en la izquierda norteamericana que en las de
otros países y llegué a la conclusión de que tiene que ver con la muy
escasa posibilidad de que en Estados Unidos la izquierda tome el poder
a corto plazo.
En el camino de retorno visitamos México y pudimos encontrarnos
con Sergio. Fue una especie de reconexión con nuestras vidas anteriores
que habían quedado atrás, en otro mundo. La familia era algo que
sabíamos que existía pero que no veíamos con frecuencia. Fue también
el descubrimiento de una realidad distinta de la que nos pintaba la
propaganda en Cuba. Entramos en contacto con otro Estados Unidos:
el de los luchadores, los disidentes, la gente simple que caminaba o
vivía o jugaba en sus parques. Todo eso fue muy importante, pero hay
algunos aspectos de ese viaje que marcaron muy especialmente mi
vida para siempre.
Conocer a Joel Oppenheimer, mi padre biológico, fue una de las
cosas importantes que me sucedieron en esa ocasión. Los padres de
Robert localizaron a Joel y arreglaron un encuentro. Joel era un poeta
conocido que escribía una columna regularmente en el Village Voice.
Llamaron por teléfono allí y lograron dar con él. Recuerdo nítidamente
algunas imágenes de ese primer contacto. Joel estaba acompañado de
Nick, su hijo mayor, que hacía el servicio militar y portaba su uniforme
de marine. Eso me impresionó sobremanera pues yo venía de Cuba y
el uniforme yanqui era sinónimo de agresión y muerte. Creo que simplemente
Nick estaba de día libre y antes de regresar a su guarnición
acompañó a su padre a ese encuentro que podía ser difícil.
Joel no hablaba español ni yo inglés. Me acompañaron tío George,
Sarah y la abuela Sylvia. La reunión debe haber durado poco más de
una hora. No recuerdo lo que hicimos salvo contemplarnos mutuamente.
¿Qué habrá pensado Joel mirando ahora a ese muchacho de casi
81
trece años? ¿Qué habré pensado yo? Balbuceamos lo que pudimos.
Me invitó a almorzar y me compró ropa y un helado y creo que eso fue
todo. Había «conocido» a Joel. ¿Lo había conocido? En todo caso ahora
había un rostro tras ese nombre, una barba rala, una sonrisa amplia y
una nariz gigante como la mía.
A partir de entonces fui a Nueva York cada uno o dos años en el verano.
Cada vez me encontraba con Joel. La segunda vez fui con Sarah
y Ximena y nos invitó a pasar todo el día con él. Conocimos su apartamento
en el Village y nos llevó al Museo Metropolitano. La tercera vez,
en 1976, llegué y lo llamé como siempre pero él estaba fuera de la ciudad.
Se había mudado a un pequeño pueblo de pescadores en el norte
del estado de Maine donde daba clases en un Liberal Arts College. Me
propuso pagarme el pasaje e ir a verlo. Unos días después sobrevolaba
en una avioneta un paisaje muy bello formado por bosques de pinos
salpicados de lagos y pequeños poblados.
Joel me estaba esperando junto a sus dos hijos menores, Nat y Lem,
y un pequeño diccionario de bolsillo con el que les había enseñado una
sola palabra en español: «hermano». Pasamos juntos unos días maravillosos.
Fue quizás esa vez cuando empezamos realmente a conocernos
un poco. Joel era un apasionado por el deporte y justo esa semana se
realizaban los Juegos Olímpicos de Montreal. Buena parte del tiempo
estuvimos encerrados frente a la TV. Vimos a Nadia Comaneci hacer
sus secuencias perfectas: era la primera vez en la historia que una
gimnasta obtenía 10 puntos en los juegos olímpicos. Vimos al boxeador
cubano Stevenson ganar en pesos pesados su segunda medalla de
oro. Vimos al gran atleta cubano Juantorena correr como una gacela y
ganar los 400 y los 800 metros, otra primicia.
A veces intentábamos hablar. Él me preguntaba de Cuba y de la Revolución.
Yo intentaba explicar en un inglés imposible apoyándome en
gestos inútiles para transmitir ciertas ideas políticas. Le pregunté por
sus ideas y se declaró anarquista. Para mí eso fue un descubrimiento.
Yo nunca había conocido alguien que se autodenominara anarquista.
En la historia oficial que había aprendido los anarquistas eran denostados
por inútiles en el mejor de los casos y contrarrevolucionarios en
el peor. Así descubrí una complejidad más del mundo. De a poco lo fui
queriendo. Guardo de ese viaje fotos y una navaja suiza que me compró
y que se convirtió en compañera de toda la vida, otra pieza más de
mis tesoros personales.
A partir de entonces comencé a considerarlo un buen amigo. Tenía
a papi Sergio y a papi Robert y en mi cabeza no cabían más padres que
esos. Pasaron los años. Cuando Laura era ya la compañera de mi vida
lo visitamos juntos. Joel estaba casado en ese tiempo con Teresa, una
mujer que era contemporánea de Laura y nos cayó muy bien. Su vida
82
me parecía tranquila y simple comparada con el torbellino revolucionario
de tanta gente que rodeaba a mi familia en Cuba. Cada vez que
lo visitaba descubría algo nuevo y querible en él.
Años después, cuando Laura y yo ya vivíamos en Francia, nació
nuestra hija Lía Margarita y Joel se puso muy feliz. Era la primera mujer
en su familia en tres generaciones. A esas alturas él ya estaba muy
enfermo. Un cáncer le había destruido un pulmón cinco años atrás y
ahora la metástasis le había tomado el cerebelo. Le quedaba poco de
vida. Lía tenía 10 meses cuando fuimos a verlo en un viaje que era a
la vez comienzo y despedida. En ese tiempo Joel y Teresa vivían en
Henniken, New Hampshire, un pueblito en torno a un pequeño Liberal
Arts College. La casa de madera donde nos recibieron estaba al borde
de un bosque y cerca de un lago. Joel ya estaba muy débil. Apenas se
levantaba de la cama. A veces daba unos pasos pequeños y se sentaba
en una mecedora. Tenía sólo cincuenta y ocho años pero los había consumido
en una vida intensamente bohemia. Sabíamos que esa visita
sería la última. Joel estaba radiante con Lía sentada en sus piernas,
feliz de conocerla. Pasamos largas jornadas muy agradables allí, a pesar
de la presencia silenciosa y segura de la muerte.
Yo necesitaba saldar algunas cuentas. No había más tiempo. Laura
me impulsó a hablar con él. Entonces le pregunté «¿Qué pasó durante
todos esos años? ¿Por qué nunca me buscaste?». Joel me miró con una
suave calma. Le pidió a Teresa que le alcanzara una caja de zapatos
que estaba arriba del librero y la abrió ante mí. Allí tenía decenas de
fotos donde aparecía yo: cuando era un bebé, cuando apenas caminaba,
cuando era un niño. Cada vez que un amigo suyo viajaba a donde
estábamos nosotros le traía alguna foto tomada abiertamente o a hurtadillas.
Joel me había seguido de lejos. «¿Pero por qué nunca te acercaste?,
¿Por qué?», insistí. «Yo no sabía qué te había dicho tu madre
—me respondió— no sabía y no quería imponerme. Sabía que alguna
vez la vida pondría las cosas en su sitio».
La visita siguió su curso tranquilo. Recogimos blueberries silvestres
en un campo cercano. Joel me regaló algunas pocas hojas en que había
recopilado información genealógica. Me contó que el primer Oppenheimer
fue un alemán que llegó a Norteamérica como mercenario al servicio
de los británicos en la guerra de independencia. Aprovechó para
cruzar así el océano y llegando desertó para escaparse a la montaña
donde se casó con una indígena. Me gustó la historia y quise creer que
podría ser cierta.
Un mes después, en París, recibí un telefonazo de madrugada. Teresa
había llamado a mi madre y ella ahora me pedía que yo le hablara
a Joel que quería despedirse. Lo llamé. Con su voz pausada y ya muy
delgada me dijo que me había amado, que no estaba sufriendo, que
83
había sido feliz de conocerme y me dijo adiós. Cuando colgó supe que
nunca más escucharía su voz y a la mañana siguiente lloré como hacía
años que no lo hacía. Descubrí finalmente que Joel también era mi
padre, como lo eran Sergio y Robert. Lo había visto poco en mi vida,
quizás quince o veinte veces, y en ese poco tiempo me enseñó unas
cuántas cosas de esas que un padre le enseña a un hijo. Cómo pararse
ante la vida y ante la muerte, cómo ser feliz con cosas simples, una
cierta forma de coherencia. Lía me vio llorar esa mañana y con sus
pequeñísimas manitas me consoló.
Luego supe por mis hermanos cómo fue esa última noche. Convocó
a todos los suyos en torno a su cama. Allí estaban su compañera
Teresa y sus hijos Nick, Dan, Nat y Lem. El único hijo que faltaba era
yo. Pidió que me llamaran por teléfono y se despidió de mí. Luego pidió
que pusieran una cinta que había preparado para la ocasión. En ese
registro magnetofónico cuenta —con una voz quebrada por la fiebre—
anécdotas de su infancia, recuerdos de su padre, la primera vez que
vio a una mujer desnuda por el hueco de una cerradura. La grabación
dura apenas 20 minutos. Cuando el magnetófono calló todos siguieron
en silencio. Sabían que Joel ya estaba muerto. Se había despedido a su
manera, suavemente y con gracia. Otra de sus lecciones de vida.
En ese primer viaje de 1973 cuando pasamos por México busqué
a Concha y a Helena. Mi infancia mexicana está indisolublemente ligada
a esas dos hermanas que vivían y trabajaban en nuestra casa, y
a Serafina, su madre, que lavaba la ropa. Ellas se ocupaban prácticamente
de todas las cosas cotidianas. Las recuerdo haciendo comida y
sirviéndonos en la mesa de la cocina, persignándonos al acostarnos en
la noche o llevándonos a una iglesia alguna vez. Sabían que éramos
ateos pero no soportaban la idea de que fuéramos al infierno. Nuestra
relación con ellas era muy buena. Yo era amigo de su hermano menor
y con él jugué muchas veces descalzo en el barro.
Uno de los recuerdos más lindos que atesoro de mi infancia mexicana
fue cuando Concha se casó y nos llevó a su boda. Era en un pueblito
en medio de la montaña. Fuimos en una avioneta que mi imaginación
infantil asoció para siempre con la aventura. Me parecía que nunca
podría aterrizar en esa minúscula pista en la punta de un cerro. El
pueblo estuvo de fiesta varios días. Había música y fuegos artificiales y
un montón de estructuras diferentes de bambú hechas por las manos
expertas de los artesanos. A los niños nos hicieron unos escudos y
unas espadas y con ellas combatimos en guerras imaginarias. Fueron
dos o tres días de magia pura.
Tiempo después nos cayó la represión y ya nunca más volvimos.
Luego fue esconderse y huir a Cuba. Todo mi mundo cambió. De repente
todo eso era el pasado y en mi nuevo mundo tener una empleada
84
parecía algo vergonzante. Aprendimos a trabajar y hacernos todo con
nuestras propias manos. Puedo aún ver la imagen de la pequeña Ana
lavándose su ropa a mano y me recuerdo en los mismos trajines. En
mi memoria ese tránsito entre tener empleadas en casa y hacernos las
cosas nosotros mismos no parece ni brusco ni dramático. Era natural
para esos tiempos y lugares.
Tengo la impresión de que nuestra relación con Concha y Helena
fue particularmente buena y respetuosa. Pero siempre estaba allí
presente la relación de poder. Ellas eran las empleadas y nosotros los
patrones. Ellas tenían rasgos indígenas y nosotros éramos «güeros».
En mis años en Cuba llegué a prometerme a mí mismo que nunca más
tendría empleada. Me parecía algo injusto e indigno y sentía una cierta
vergüenza por haber tenido empleadas alguna vez en mi vida pasada.
Ahora estaba de nuevo en México por primera vez luego de nuestra
partida precipitada. Parecían siglos de distancia. Me fui con ocho años
y ahora tenía trece. Entre la gente que quería ver estaban naturalmente
ellas. Nosotros no habíamos tenido ningún contacto en todo ese
tiempo, pero Sergio había seguido visitándolas, de modo que cuando
le pedí verlas me llevó a su casa. Vivían en una de esas villas miseria
que abundan en México. Allí estaba Helena, su mamá y algún otro pariente.
El niño con quién jugué de chico había muerto ahogado en una
correntada años atrás. De Concha no se sabía nada. ¿Qué había pasado
después de aquel día en que nosotros desaparecimos de repente?
La represión les cayó a ellos. La policía les rompió su casa de madera y
cartón. Les robó los pesos que tenían. Por suerte ellas no sabían dónde
estábamos ni tenían información alguna. Miré ahora su humilde casa
y noté que tenían fotos de nosotros en las paredes. Nos seguían recordando
con cariño a través del tiempo. No supe qué decir. Creo que
lloré. Nos abrazamos y nos ofrecieron tortillas y quesadillas.
Durante los años de mi infancia en México mi mejor amigo se llamaba
Juan Cristián. Su madre era astrónoma y solía llevarnos al observatorio.
Nuestra amistad era de esas que uno jura indestructibles:
cada semana uno de nosotros dormía alguna noche en la casa del otro.
Compartíamos todos nuestros sueños y nuestros juegos. La precipitada
salida de México impidió que nos despidiéramos. Esa era una de
las espinas que yo llevaba clavadas en el alma. Durante años le escribí
cartas que nunca fueron respondidas. En esa primera visita quise
verlo. Muchas cosas habían quedado pendientes y reencontrarme con
Juan Cristián era la más importante de todas. Llamé por teléfono y fui
a su casa. Me atendió su madre y me explicó que él estaba fuera de
la ciudad de vacaciones y no podría verlo. Me invitó a acompañarla a
explorar el cráter de un meteorito. Sería un largo viaje. Fuimos ella y
yo solos en el auto. Un magnetófono reproducía sin fin Carmina Bu85
rana. Esa música me quedó para siempre asociada al paisaje árido e
interminable de ese viaje. Mi carné de aventuras se agrandó con esa
expedición pero no vi a mi amigo esa vez.
Años después fui de nuevo a México. Ya éramos muchachos de dieciséis
años y pensé que no tendríamos nada más en común luego de
ocho años sin comunicarnos, así que le reservé sólo unas horas en mi
agenda. Su madre ya había muerto. Cuando nos encontramos y empezamos
a hablar, descubrimos alborozados que habíamos mantenido
vidas paralelas: nos gustaba la misma música, nos emocionaba la misma
política, teníamos las mismas ideas. Supe que su madre había impedido
la comunicación epistolar, al parecer para evitar «problemas».
Me emocioné al darme cuenta de que a pesar de ello nuestra amistad
seguía allí. Desde entonces cada vez que voy a México intento verlo.
Juan Cristián y Marcos, otro amigo de infancia, fueron luego a Cuba
y me visitaron.
En esa visita de 1973 también pude hablar largamente con Sergio.
En esos años nuestras vidas habían divergido mucho o al menos eso
creía yo. Sergio se metió mucho más en el budismo Zen. Estuvo un par
de años en un monasterio en Japón y volvió a México cargado de ideas
nuevas sobre cómo ayudar al prójimo. Quería enseñar a los campesinos
el cultivo de la soja, además de la acupuntura y la meditación. Yo
veía todo aquello como puras bobadas pequeñoburguesas y así se lo
decía. Me parecía que esas cosas ayudaban al campesino a sobrellevar
su vida pero no a cambiar su condición social. Además rechazaba instintivamente
la religión. Le reprochaba que no estuviera con las armas
en la mano, luchando por la revolución social y lo hacía en un lenguaje
dogmático y cargado de consignas.
Llevaba aún pocos años en Cuba y ya era el producto de su ambiente.
Sumaba a esto mi inmadurez infantil. Sergio fue siempre paciente
conmigo, guardó mis ataques en su bolsa de lastimaduras y
reproches y le dio tiempo al tiempo. Nos visitó en Cuba. Nos recibió en
México. Llevaba aún abierta la herida de nuestra partida intempestiva
que fue decidida a sus espaldas por mi madre y Robert. Yo tenía otros
reproches para hacerle, también. Le reclamaba especialmente lo que
sentía como un trato diferente de él para con Sarah y Ximena. Nuestra
relación en esos tiempos era una mezcla de tensión y amor. Yo le reprochaba
esto o aquello, él soportaba con paciencia mis ataques y me
prodigaba simplemente amor.
Lo cierto es que a partir de nuestro viaje a Cuba yo había asumido
el rol de padre y lo hacía como podía. Como es natural, cometía miles
de errores. A Sergio le reclamaba cuentas que eran de mi madre con
él. Luego, cuando Robert se fue de vuelta a Estados Unidos, le reclamé
otras cuentas que también me eran en cierta forma ajenas. Regañaba
86
mucho a mis hermanas. Mezclaba el amor de hermano con la autoridad
de «padre postizo», con tratar de apoyar a mi madre, con una enorme
inexperiencia de vida y con las limitaciones de mi situación. Era
yo muchas veces quien hacía el papel de «hombre de la casa» y no fue
hasta muchos años después que entendí que sencillamente no podía
hacerlo. Pero entonces ya era tarde. Me di cuenta justamente porque
ya empezaba a ser un verdadero adulto. Habíamos crecido y la beca se
había llevado buena parte del tiempo que podíamos haber compartido
mis hermanas y yo como niños, jugando o peleando. El poco tiempo de
los fines de semana se había ido también entre trabajos voluntarios,
actividades políticas grandiosas y algún regaño mío. Ellas me decían
«el general». Yo amaba a mis hermanas enormemente y hacía lo que
sentía que tenía que hacer, pero a los tumbos. Llevo siempre en la
garganta un nudo bien atado que siento crecer cuando pienso en ese
aspecto de nuestra relación.
Durante esa visita Sergio me llevó a los paseos que en México hacemos
siempre: Teotihuacán, el Museo de Antropología, Coyoacán. La
mayor parte del tiempo estuvimos simplemente juntos, como padre e
hijo. Me explicó el trabajo que estaba empezando a hacer. Con otros
compañeros habían fundado una comunidad donde compartían buena
parte de la vida de los campesinos. Hacían trabajo de organización y
educación. Sergio era el responsable del periódico del grupo. Mirando
retrospectivamente no puedo más que apreciar lo que hacían. La vida
me ha enseñado que hay mil maneras de contribuir al cambio social
y a la mejora de la vida humana y la forma que ellos habían escogido
era sin dudas una más y de las buenas. Hoy se puede constatar que
buena parte de los experimentos socialistas fracasaron. La Revolución
sandinista vivió diez años y se hundió. Sucumbió no sólo por los horrores
de la agresión imperialista sino también carcomida por numerosos
errores propios. Los zapatistas mexicanos van mostrando un camino
distinto que tiene bastantes cosas en común con las que hacían Sergio,
Fito (que sería luego por muchos años el compañero sentimental de
Ximena) y sus amigos en esos tiempos. Pero entonces no lo sabíamos y
pecábamos de esa pedantería que da el creerse dueños de «la verdad».
Años después, en otro viaje, Sergio me mostró algunas de las cartas
que yo le enviaba en esos tiempos. Me da vergüenza leerlas. Están cargadas
de eslóganes y reproches. A pesar de ello nunca dejé de quererlo
y de hacérselo saber y siempre seguimos siendo muy cercanos. Algo
profundo nos ataba que resultó indestructible aun ante el poder corrosivo
del dogmatismo infantil.
Vinieron otros veranos y otros viajes. Poco a poco iba adquiriendo
mayor madurez y la exposición a la diferencia que esos viajes permitían
era parte muy importante de ese proceso. Me gustaba decir en
87
Cuba que era norteamericano y en Estados Unidos que era cubano. Me
era difícil convencer de lo primero pues hablaba como cualquier cubano,
pero lo lograba. En Estados Unidos provocaba casi de inmediato
un diálogo interesante. Generalmente me tomaban por un cubano de
Miami y empezaban a criticar a Fidel. Entonces yo les contestaba con
naturalidad que vivía en Cuba y que estaba de visita. Ante los ojos de
sorpresa empezábamos a hablar. Aprovechaba para contar sobre la
Cuba que conocía. Trasmitía una verdad compleja y vivida. Recuerdo
una visita en que tomé un tren entre Miami y Nueva York. Hice el
mismo truco de siempre y varios pasajeros estuvimos hablando unas
cuantas horas sobre Cuba. Me gustaba creer que estaba haciendo a mi
manera un trabajo político, de educación popular.
Llegaba la edad en que debía inscribirme en el servicio militar como
cualquier ciudadano norteamericano. No quería bajo ningún concepto
servir en las fuerzas armadas del imperio pero tampoco tenía ganas de
buscarme un problema gratuito. Después de la debacle de Vietnam el
servicio militar había dejado de ser obligatorio pero sí lo era inscribirse
al llegar a cierta edad y eventualmente uno podía ser convocado. Mi madre
me recomendó consultar a un abogado amigo suyo y en una de las
visitas a Nueva York fui a verlo. Me recibió en su despacho en un edificio
de Manhattan. Le expliqué mis dudas. Me sugirió inscribirme como
cualquier persona y me dijo que era casi imposible que me convocaran,
pero que si lo hacían respondiera afirmativamente a la pregunta de si
era comunista. Seguramente con esa respuesta y el antecedente de vivir
en Cuba sería suficiente. No tenía muchas ganas de quedar marcado
como comunista, más aún cuando nunca milité en el Partido Comunista,
pero no fue necesario. Me inscribí y nunca me convocaron.
El viaje que hice en 1976 a Nueva York fue importante no sólo porque
pasé varios días con Joel, Nat y Lem en esa visita a Maine que
marcó el verdadero comienzo de nuestra relación. Ese viaje me marcó
también porque conocí en Nueva York a un grupo de compañeros que
militaban en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) argentino y
que estaban intentando organizar allí la solidaridad con las víctimas
de la dictadura argentina. Me impactó especialmente Madeline, una
norteamericana de ojos negros de la que me enamoré totalmente. Ella
tenía unos veinticinco años y su compañero sentimental, el cineasta
y revolucionario argentino Raymundo Gleyzer, había desaparecido en
el torbellino de muerte que se tragaba tanta gente en la Argentina de
entonces.
Las películas de Gleyzer son poderosas y bellas y transmiten la
energía y la visión que teníamos en la época. Madeline trabajaba a
fondo en una campaña para encontrar a Gleyzer que era a la vez un
desaparecido más y un intelectual conocido. La presencia invisible de
88
Gleyzer se sumaba a la importante diferencia de edades entre nosotros
para convertir aquello en una locura total. Pero las hormonas son
implacables. Yo quedaba simplemente embobado ante su presencia.
Madeline estaba llena de energía y su amplia sonrisa me cautivaba
como me cautivaba su cuerpo o su largo pelo negro. Quedé prendado
y ella seguramente se dio cuenta. Hay una foto que hizo el tío George y
que nos muestra en un ómnibus en Manhattan. Esa foto es como una
evidencia.
La visita en la ciudad duró pocos días de los cuales pasamos muchos
juntos. Leí todo el material político que me dieron. Aprendí sobre
la historia del ERP… y la miré y la miré y la miré. Una noche acordamos
que yo iría a visitarla a su apartamento. Mis abuelos estaban furiosos
con esa «depravada ladrona de cunas». Estaban preocupados pensando
a dónde llegaría aquello. Lleno de temor, no sólo por los nervios del
encuentro sino también porque era la primera vez que viajaba solo en
el metro en la noche neoyorquina, fui a su apartamento. Pasamos una
velada agradable, escuchamos música, no me atreví a besarla. No sé
cuál era su juego. Yo era un juguete dócil e inexperto y temía cometer
una locura que me alejara de ella para siempre. Era un amor imposible.
La próxima vez que estuve en Nueva York ya fue distinto. De pronto
se había establecido una distancia. Quizás ella tenía un compañero
o había entendido que no se debía jugar así con mis sentimientos. No
la vi más por muchos años. Mientras estuve en Cuba ella estuvo en
la pared de mi cuarto. Me miraba desde un par de bellos retratos que
había hecho tío George. Había sido muy importante en mi despertar
sexual aunque nunca nos rozamos siquiera. Supe de vez en cuando de
su vida. Se casó con un italiano. Encontré otros amigos que también
se prendaron de ella quizás con mayor suerte que yo.
Muchos años después supe que Madeline iba a ir a Argentina de visita
por primera vez luego de la desaparición de Gleyzer. Yo ya vivía en
Uruguay, con Laura y mis tres hijos, y tenía entonces un trabajo que
me hacía viajar a Buenos Aires cada cierto tiempo. Me las arreglé para
estar en la ciudad ese fin de semana y le pedí vernos. Era una cuenta
pendiente que me llamaba a grandes gritos desde el fondo del tiempo.
Me propuso ir a una reunión que unos amigos habían preparado para
ella un sábado de noche. Todo el día estuve trabajando y pensando
en ese encuentro inminente. Estaba algo enfermo, tenía fiebre y mareos.
En la tardecita fui a verla. Llegué al lugar en un taxi. Subí al
apartamento y ella me abrió la puerta. Era ahora una mujer madura,
bastante avejentada incluso, que guardaba sin embargo la misma sonrisa
generosa. Esa noche hablamos un buen rato, recordamos aquellos
años, le conté esta historia y nos abrazamos. Volví a Montevideo más
tranquilo y comenté con Laura cómo había cerrado esa historia.
89
En 1976 Robert se fue a vivir a Estados Unidos. Ese fue otro enorme
desgarro en nuestras vidas. Mi madre tiene la capacidad de escoger
gente maravillosa de modo que cada nuevo padre era pura ganancia y
luego sufríamos más con la separación. Se cerraba un ciclo. El silencio
era pesado. Las lágrimas se agolpaban en los pómulos y en la garganta.
Cierro los ojos y veo la imagen de mi padre en su cuarto metiendo libros
en cajas. Se mudó a vivir con su amigo Ramos, un cineasta que vivía
en una pequeña casa construida por él mismo a unas 15 cuadras de
la nuestra. Muchas veces lo visitamos allí. Luego de separarse, Robert
decidió volver a Estados Unidos. Ana y yo fuimos con él ese verano. Robert
estaba adaptándose a su nueva vida. Estaba lleno de energía. Su
optimismo desbordaba. Esa era tal vez una forma de tapar la amargura
que tenía. Me mostró su ciudad, su familia, sus proyectos. Se iba de
Cuba porque ya no tenía lugar en la familia y a la vez se incorporaba
al trabajo político en el corazón de los Estados Unidos. En ese tiempo
escribí un poema que deja ver un poco ese desgarro. Escondido tras las
consignas afloraba el amor.
Papi
Tu partida excita cada partícula de mi cuerpo,
me alegra y me entristece,
mi orgullo crece,
sé por lo que luchas y te apoyo,
cuando triunfes
la gente amará el amor y odiará el odio.
Por otro lado
Mi amor me grita desde el fondo
¡coño! ¡que no parta!
Si siguiera escribiendo como arriba le dijera:
egoísta,
pero no, hay que comprenderlo,
no es tan fácil separarnos,
tal vez por mucho tiempo.
éramos juntos, ahora somos separados,
es un cambio muy brusco y sé que tú lo entiendes.
Lo que nos unirá será luchar por lo mismo en cualquier parte,
por lo demás,
que el amor al hombre y a la vida te den la alegría y el valor
para seguir juntos.
Robert y yo siempre tuvimos una comunicación telepática. Con una
seña sabíamos lo que el otro estaba pensando. Anduvimos juntos de
90
noche en esa ciudad que nunca duerme. A veces íbamos a comprar el
New York Times recién salido de la imprenta. Eran las 3 de la mañana
y me sorprendía cómo la vida en esa ciudad no paraba nunca: los taxis
y la gente en la calle, los boliches donde entrábamos a esa hora a tomar
un café y comer un bizcocho, el humo que se escapaba de las grietas
del piso como si la ciudad fuera una bestia durmiendo que respira y
deja escapar los vahos de su aliento. Mirábamos muchachas en la calle
y como dos colegiales comentábamos sus bellezas. En realidad somos
casi contemporáneos: él me lleva apenas catorce años. Ese año fuimos
hasta Albuquerque. Esa fue en cierta forma la despedida de Robert
para con los padres de mi madre y su despedida de la familia. Tengo
la imagen de Robert, Ana y yo abrazados, mirando el mundo desde las
montañas Sandía, cantando canciones cubanas, gritando de amor y
de pena.
Robert se convirtió en una presencia lejana. Siempre estuvo allí
pero ahora constantemente lejos. Casi nunca escribía y muchas veces
mis cartas eran reclamos furiosos sobre temas económicos. Hizo su
vida, conoció a Rachel y se casaron y nació Dan. En alguna visita lo
acompañé a la Liga Nacional de Abogados donde trabajaba en proyectos
de apoyo a la causa de la independencia de Puerto Rico. En otra
visita, años después, lo acompañé a las Naciones Unidas donde representaba
a la Agencia Nueva Nicaragua. Una vez lo ayudé a redactar
un artículo a las apuradas en su pequeña oficina del mítico edificio.
Siempre los momentos que compartimos fueron bellos y felices. Robert
tiene la extraña capacidad de estar presente con la palabra o el gesto
justo en el momento apropiado y así fue conmigo. Todos estos años, a
pesar de la distancia y de su pereza para escribir y de esa dejadez que
a veces exaspera, siempre apareció rebosante de vida y de optimismo
en el momento oportuno.
Yo seguí visitando a mis padres cada verano o dos. Era una especie
de peregrinación que ahora me llevaba regularmente a ver a Joel,
a Robert y a Sergio. Con el tiempo supe construir con cada uno una
relación entrañable y distinta. La fuimos despojando de elementos extraños.
Tal vez encontramos la esencia. Logré incluso que mi madre
y ellos se hablaran nuevamente. Fue quizás en ese trajín que me fui
convirtiendo en constructor de puentes. Puentes entre la gente, sanador
de heridas. En ese devenir sentía a veces que Nazim Hikmet me
soplaba algunos versos de ese poema que dice «cuando chico yo quería
ser cartero, tocar a la puerta de una casa en medio de la tormenta y
entregar el telegrama tan esperado…», uno de esos poemas que Robert
me enseñó a amar.
91
El Destacamento Pedagógico
El Destacamento Pedagógico era un mecanismo de formación acelerada
de profesores que se inventó para dar respuesta a la ola de estudiantes
que crecía y avanzaba.
La enseñanza estaba organizada en ciclos. La escuela Primaria abarcaba
de primero a sexto grado. La Secundaria Básica iba del séptimo al
noveno grados. Los tres últimos años de la enseñanza media formaban
lo que llamábamos preuniversitario —o simplemente Pre— que habilitaba
la entrada a la Universidad. Se podía entrar a una escuela de
formación de técnicos medios con la Secundaria Básica terminada. Los
miembros del Destacamento Pedagógico seguían un camino diferente a
partir de undécimo grado. En vez de seguir el preuniversitario general
empezaban a estudiar directamente para profesores de educación secundaria.
La mitad del día estudiaban la carrera de profesor y la otra
mitad daban clases a los estudiantes de sexto o séptimo grado. Al cabo
de cinco años obtenían el título de profesor.
Terminando el décimo grado había leído bastante. Me interesaba
mucho la historia de América Latina, leía toda la prensa que me caía
en las manos y seguía cotidianamente las noticias del mundo. Cuando
decidí incorporarme al Destacamento opté sin dudarlo por ser profesor
de Historia.
Por alguna razón nuestro grupo de recién ingresados no dio clases
desde el primer año. Éramos unos 500 jóvenes de ambos sexos, la
mitad futuros profesores de Historia y la otra mitad futuros profesores
de Inglés. Nos mandaron a Río Seco II que era una «escuela en el campo
» ubicada a unos 60 km al sur de La Habana. Así llamábamos a un
tipo específico de escuela donde los muchachos vivían toda la semana
durante el año escolar, combinando cada día 4 horas de estudio y 4
de trabajo agrícola. Generalmente se trataba de estudiantes de enseñanza
media, aunque a veces, como en nuestro caso, las edificaciones
eran ocupadas por otro tipo de estudiantes. Las instalaciones eran las
de una típica escuela en el campo: un módulo con dos edificios para
dormitorios y otro dedicado a salones de clase, además de un edificio
de una planta con el comedor y un par de canchas deportivas. Todo
92
rodeado por varias hectáreas de cultivos de plátanos donde debíamos
trabajar pues ese año no dictábamos clases aún.
Muy pronto choqué con la realidad y me di cuenta de que el Destacamento
era a la vez un medio para paliar la falta de profesores y
también un refugio para mucha gente que no iba a poder ir a la Universidad
y que encontraba allí una manera de hacer una carrera corta
y tener una salida laboral. Había bastantes muchachos cuyas edades
mostraban que habían repetido varios años o que por alguna razón no
les había ido bien en sus estudios. Algunos eran simplemente pequeños
delincuentes. Parecía como si Río Seco II estuviera llena de lumpen. Yo
no me explicaba cómo de esa materia humana iban a salir profesores
de secundaria y mis ilusiones románticas en cuanto al Destacamento
Pedagógico y mi participación en esa «trinchera de la Revolución» se
disolvieron rápidamente.
Las diferencias eran grandes entre esa escuela y la Escuela Lenin
que había dejado. Los dormitorios eran similares pero acá no había
círculos de interés, museos o piscinas. Al mismo tiempo comparaba
ese ambiente con el que había dejado en la Lenin y me parecía que en
Río Seco II los muchachos eran más brutales pero en cierto sentido
más sinceros. Había códigos de conducta un tanto primitivos pero allí
un «amigo era un amigo» y no sentía los dobleces y mezquindades de
los «niñitos bien» que había dejado en mi anterior escuela. Había dos
grandes bandas: la de los que estaban estudiando para profesorado de
inglés eran en su mayoría «pepillos». Estos eran admiradores de la cultura
norteamericana, escuchaban rock, vestían con jeans e intentaban
copiar el estilo de los jóvenes norteamericanos. Se sentían sofisticados
y algunos de ellos hablaban abiertamente de «irse para la Yuma» (o
sea para Estados Unidos) como de un sueño. Los que estudiaban para
ser profesores de Historia eran en su mayoría «guapos»: cuidaban con
esmero la limpieza de sus zapatos blancos y planchaban con almidón
sus ropas (o más bien las lavaban con jugo de arroz y las ponían abajo
del colchón que era lo que teníamos como sucedáneo). Les gustaba la
música cubana y se peleaban por cualquier estupidez. Apreciaban el
coraje por encima de todas las cosas. Yo imaginaba que sus códigos
eran los mismos que los que existen en una cárcel o en una banda de
delincuentes comunes: el honor, la valentía, el castigo a la traición o a
la debilidad.
Mi situación era especial. Era estudiante de Historia y por tanto
dormía en el albergue de los «guapos» y era considerado naturalmente
miembro de su grupo. No comulgaba ni con sus valores ni con sus
estilos pero nunca me peleaba con nadie. Por otro lado mi origen norteamericano
generaba admiración en los estudiantes de Inglés que veían
en mí una parte de ese mundo con el que siempre habían soñado.
93
Un domingo de noche, al principio del año escolar, iba en el bus que
nos llevaba de vuelta a la escuela. Se sentó a mi lado el jefe de la banda
de los guapos: un muchacho negro, grande y musculoso. «¿Conoces a
Bill?» —me preguntó— le respondí afirmativamente y su cara se iluminó
con una sonrisa. Sacó un caramelo de su bolsillo y me lo dio. «Los
amigos de mis amigos, son mis amigos —me dijo—. Este caramelo sella
nuestra amistad. Si tienes cualquier problema me avisas». Aquello parecía
un delirio pero aparentemente conocer a Bill me protegería.
Aprendí a sobrevivir allí. Un domingo de noche subí al ómnibus que
nos traería de regreso a la escuela luego del fin de semana en casa.
Había un solo asiento libre, en el fondo. Avancé y me senté allí. Un muchacho
corpulento que estaba sentado unos asientos más adelante se
paró y me gritó: «levántate de ese asiento que lo tengo reservado para
un amigo». No quise levantarme, ¿qué era eso de asientos reservados?
Se trataba de un «guapo» que quería mostrar su poder. Mi situación
era delicada pero no me achiqué. Le dije que no me levantaría, que el
asiento estaba libre y tenía derecho a sentarme allí. Los otros chicos
me miraban con cara de susto y me aconsejaban dejar el asiento y no
meterme en líos. El tipo siguió exigiéndome que me levantara, amenazándome
a los gritos desde su asiento, pero yo no me moví. El viaje
duraba una hora. Se me hizo larga pensando en lo que me esperaba.
Al fin llegamos a la escuela y bajamos del bus. Nos fuimos a los dormitorios.
Yo dormía en el mismo albergue que el tipo con el que había
tenido el altercado. Al poco rato me vinieron a buscar: «Fulano te está
esperando en el baño para resolver un problema». Allí estaba el muchacho
del bus acompañado de dos amigos en calidad de testigos. Había
un machete apoyado en una esquina. Cerraron la puerta. Tuve miedo.
Sabía que las reglas eran claras y no me atacarían los tres. Se peleaba
de uno a uno como en un duelo, sin traiciones. Pero él era mucho más
fuerte que yo y además se notaba que sabía pelear bien. Era de esos
que pasan su tiempo cuidando sus músculos. Yo realmente no sabía
pelear, eso no era lo mío. Acercó su rostro a mi cara y me exigió: «¡Pégame,
dale, pégame!». Le respondí con una calma que me sorprendió a mí
mismo que no le iba a pegar pues no tenía ninguna razón para hacerlo.
Lo desconcerté. Me exigió de nuevo que lo golpeara y me mantuve en
mi posición: yo no le pegaría, que lo hiciera él si quería. No sé qué código
exigía que debiera ser yo el que pegara primero. Quizás interpretó
que me había ganado la pelea por abandono, no lo sé. Me dejó ir sin
tocarme un pelo. Salí temblando y sin entender bien qué había pasado.
Estaba extrañamente seguro de que había ganado un pequeño espacio
de respeto con una actitud inverosímil.
La escala de valores que allí reinaba era increíble para mí. Entre
muchos de los que estudiaban Inglés el fervor revolucionario era relati94
vo. Entre los que estudiábamos Historia era de buen tono ser «revolucionario
». Pero ¿qué quería decir eso? Una vez en la pausa del trabajo
empezó una de esas discusiones colectivas sobre cualquier tema que
muchas veces amenizaban nuestro tiempo. Esta vez se trataba de calificar
de alguna manera a los líderes históricos de Cuba. No estaba en
dudas la admiración y el aprecio por Fidel, Raúl o el Che. La cosa era
saber cuál era «mejor». Uno decía que «los verdaderos cojonudos eran
Camilo, el Che y Fidel. Esos sí se batían parados y no le tenían miedo
a nadie. No como Martí que el primer día que fue a pelear lo mataron
como a un imbécil». Las opiniones eran primitivas y acudían a ciertos
«valores» que estaban profundamente impregnados en la mentalidad
de esos muchachos: el arrojo personal y un cierto machismo junto a
otros atributos que también eran populares como ser generoso o inteligente.
En esas ocasiones yo participaba de la discusión y creía íntimamente
que mis opiniones, que sentía más sofisticadas, impresionaban
a la audiencia.
Muchas veces escuchando ese tipo de charlas pensaba en algo que
me parecía interesante: la Revolución se hace para cambiar esos valores
pero a la vez acude a esos mismos valores para movilizar a la gente
y acudiendo a ellos se definen muchos momentos críticos. El chovinismo
y el machismo eran flagelos que por un lado se combatían y por
otro se usaban. Fidel repetía una y otra vez en sus discursos que el
internacionalista era un combatiente desinteresado y que Cuba estaba
devolviendo a los pueblos del mundo la solidaridad de la que tanto nos
habíamos beneficiado. Levantaba la figura del Che como un «puro»,
como un hombre desinteresado y generoso. Todo eso iba dejando una
huella en nuestras mentes. Pero luego llegaba el momento de la verdad.
¿Cuántos jóvenes cubanos fueron a combatir a Angola o Etiopía
y en su fuero interno estaban mostrando su hombría o su «cubanía»
más que ese gesto desinteresado del que se hablaba? En conversaciones
como esas uno veía la punta del iceberg de ese problema. A veces
aparecía el tema de la guerra en Angola o en Etiopía (donde decenas
de miles de cubanos combatían mientras nosotros hablábamos a la
sombra de los bananos) y entonces no faltaba quien señalara que «los
combatientes cubanos sí eran cojonudos de verdad, no como esos africanos
incultos y primitivos que no tenían siquiera noción de nación».
El chovinismo y el racismo estaban justo debajo de la piel y revivían en
cualquier momento.
Varios copiaban en los exámenes. Me molestaba escuchar las respuestas
que alguno le soplaba a otro pues prefería sentir que el resultado
era realmente reflejo de mi trabajo. Yo había optado por una regla:
no copiaba y prefería que no me copiaran, pero no denunciaba a nadie.
Era bien visto tener tus propias reglas y ser coherente con ellas pero
95
era imperdonable y grave ir a contarle a un profesor. La regla era vivir y
dejar vivir. De modo que en general la mayoría silenciosa, entre la que
me encontraba yo, podía sobrellevar la situación. Pero en ocasiones
uno era arrastrado a participar de cosas contra su voluntad. Muchas
veces temprano en la mañana alguien robaba todo el pan del desayuno
recién salido del camión que lo traía. Si el ladrón era de tu dormitorio
despertabas con un bollo de pan al lado de la cama. Si era de otro
dormitorio te quedabas sin desayuno. La opción era comerte tu pan y
callarte o pasar hambre. No pasaba por la mente de nadie denunciar la
situación a los profesores.
Había en Río Seco II sólo dos estudiantes extranjeros. Uno era un joven
de Guinea Bissau. Había luchado con el PAIGC por la independencia
de su país y ahora lo habían enviado a Cuba para que se formara
como profesor y conociera la experiencia del sistema educativo cubano.
El otro era yo. Nos hicimos amigos. Él había vivido la guerrilla en su
país y lo menos que esperaba encontrar en la admirada Cuba era el
ambiente de ese lugar. Al poco tiempo me decía que quería irse de allí
y volver a su país cuanto antes.
Yo me refugiaba en mi mundo interior. Recordaba aquella asamblea
un par de años antes cuando me acusaron de autosuficiente y me decía
que efectivamente me sentía diferente y superior a buena parte de esos
muchachos. No podía evitar mirar todo aquello con cierta condescendencia.
El ambiente me parecía surrealista. Decidí aprender Historia
y sobrevivir. Me dediqué a organizar la solidaridad con la Resistencia
contra la dictadura chilena en las escuelas vecinas. Cada 2 ó 3 km había
una escuela en el campo. Todas parecían salidas del mismo molde
desde el punto de vista arquitectónico, pero las otras estaban llenas de
chicos de secundaria y no de estudiantes del Destacamento Pedagógico.
Empecé a recorrerlas y encontré oídos receptivos en varias de ellas.
Al poco tiempo había empezado a formar Comités de Solidaridad con
Chile en varias escuelas vecinas y pronto tenía una pequeña red. Organizábamos
actividades culturales o mesas redondas y en cada una
había un pequeño mural con noticias sobre la Resistencia chilena. Ese
trabajo político me enorgullecía y me salvaba la vida.
Con quince años yo era uno de los más jóvenes en Río Seco II. Muchos
tenían cerca de veinte años o incluso más. Las trifulcas eran
frecuentes y violentas. En algunas peleas aparecía el machete. Allí vi
incluso una pistola, algo inaudito en toda mi experiencia anterior en
las escuelas cubanas. La policía venía regularmente a llevarse detenido
a alguno. Una vez se pelearon los jefes de las dos bandas. Una pelea
violenta y sangrienta. Vino la policía y los dos fueron presos. El director
nos reunió en el anfiteatro y nos dijo que no aceptaría a esos dos de
regreso en la escuela. No podía asegurar la seguridad del resto. Pronto
96
se corrió la voz sobre la decisión tomada por los amigos de los dos capos:
empezaría una huelga de hambre y no se bajaría a comer a partir
del día siguiente hasta que los dejaran volver a la escuela. Me escapé
ese mismo día para una escuela vecina y volví un par de días después
cuando la tormenta ya había pasado.
Puede parecer un ambiente horroroso y sin embargo en mi memoria
no lo es tanto. En realidad éramos niños. Jugábamos, mirábamos
películas los miércoles, estudiábamos (recuerdo un curso específico sobre
Egipto antiguo en el que íbamos recorriendo dinastía por dinastía),
trabajábamos en el campo. Los platanales eran lugares especiales. Las
hojas eran tan grandes que uno podía hacerse una cama con una sola
y dormir la siesta. Muchos aprovechaban esos nidos para ir con sus
novias. El sexo comenzaba a ser parte cotidiana de nuestras vidas. Un
día un amigo me contó en detalle cómo era hacerle sexo oral a una muchacha,
él acababa de practicarlo en el campo cercano. Otra vez desperté
de madrugada y vi que la litera que tocaba con la mía tenía una
sábana que cubría completamente la cama inferior. Yo no podía creer
aquello. Reconocí a la muchacha por sus gemidos. ¡Estaba allí en medio
de un dormitorio con 60 hombres! Cerré los ojos e intenté dormir pero
era imposible. Escuchaba ese espectáculo que sucedía prácticamente
en mis narices y en el silencio de la noche era casi capaz de ver con el
oído. Normalmente estaba prohibido todo aquello pero al caer la noche
empezaba el trasiego de un dormitorio al otro. La gente se pasaba de un
lado al otro caminando por el alero que bordeaba las ventanas con cuatro
pisos de vacío a los pies. Un día el director nos reunió a todos en el
anfiteatro. Había traído a una enfermera para que nos explicara el uso
del preservativo. Era 1976 y estábamos en Cuba y ese director había
entendido que más valía precaver que tener que lamentar.
A unos 2 km de la escuela los presos habían construido una nueva
escuela en el campo. Un ejemplar más de idéntica arquitectura.
Durante unos meses el lugar estuvo cerrado con alambres de púa y
garitas elevadas con guardia policial. Nosotros trabajábamos en el platanal
y veíamos, a través del alambrado, a los presos trabajando en la
construcción. Cuando terminaron la escuela, sacaron los alambrados
y se fueron casi todos. La escuela nueva estaba reluciente. Quedaron
allí dos presos cuidándola hasta que empezaran las clases unos meses
después. No había guardia alguno. Estaban sólo ellos dos con la orden
de ir cada día por un camino preciso hasta nuestra escuela a buscar
la comida para ambos. Los veíamos llegar, recoger la comida y volver
por el camino señalado. Luego de algunos días empezamos a hablar
con ellos. Hablamos sobre todo con uno de ellos. Estaba purgando una
condena de veinticinco años de cárcel por un delito que nunca quiso
revelarnos. Me regaló un libro sobre Camilo Torres y nos dijo que apro97
vecháramos la Revolución: «todo lo que se está haciendo es para ustedes
». Era increíble escuchar una frase así saliendo de la boca de ese
preso. Siempre pensé que era un preso político de algún tipo. ¿Sería
quizás alguien que había cometido un error o estaría acusado de traición?
Era claro que mantenía ciertos principios, una cierta coherencia
consigo mismo. Eso pasaba en Cuba en ese tiempo. Había presos que
cuidaban una escuela recién terminada y que no escapaban. Quizás
habían asumido que esa situación era la mejor para ellos dadas las
circunstancias. Allí estaban tranquilos y sin que nadie los molestara.
A veces sus familias iban a visitarlos. Si escapaban era casi seguro que
serían atrapados y perderían esos privilegios.
Pasaba el año y me iba dando cuenta de que ese no era el Destacamento
Pedagógico que yo había soñado. Por alguna razón que no
entendí caí en ese lugar que era una especie de concentrado de problemas
sociales, violencia y estrés. Al final no quería más que terminar el
año e irme de allí. Decidí salir del Destacamento Pedagógico y volver a
la educación normal, intentar hacer una carrera universitaria y reencauzar
mi vida por esa vía. No era sencillo. Había asumido el compromiso
del Destacamento y ahora en cierta forma «me estaba rajando».
Pero ya había tomado la decisión. Había empezado a militar con los
jóvenes del MIR de Chile y mi vida se encaminaba ahora hacia América
Latina. Debía estudiar una carrera universitaria que me permitiera
trabajar fuera de Cuba algún día y estaba claro que el Destacamento
no era el camino más sencillo para ello. Así es que pedí salir y volver a
la educación normal. Tuve que ir a hablar a una oficina en el Ministerio
de Educación. Un amigo de mi madre me recibió. Finalmente obtuve el
pase. Empezaría en septiembre en el Pre Universitario Saúl Delgado, el
llamado Pre del Vedado. Era el liceo diurno que nos correspondía por
el barrio en que vivíamos.
98
El Pre del Vedado
Así es que a fines de 1977 había salido del Destacamento Pedagógico
y también de las becas. Desde mi llegada a Cuba había vivido ocho
años en becas. Allí había aprendido mucho y me había habituado a
sus códigos y ritmos. Pero cuando Robert y mi madre se separaron y
él se fue de la casa descubrí de repente cuánto me faltaba la familia.
En cierta forma ya era tarde. No volveríamos a vivir en la misma casa.
Había perdido la oportunidad de compartir con él la vida cotidianamente.
Me dolía mucho. Me di cuenta de repente que el tiempo se iba
volando, que en pocos años tampoco estaría con mi madre ni con mis
hermanas. Decidí salir de la beca y vivir en casa. Creo que desde mi salida
de la escuela Lenin ya estaba en cierta forma saliendo de la beca.
Quizás lo estaba haciendo de manera inconsciente y por un camino
algo tortuoso.
El Instituto Pre Universitario del Vedado Saúl Delgado que correspondía
a mi barrio estaba en un edificio que ocupaba toda una manzana
cerca de la calle 23. Tenía un amplio patio cuadrado central rodeado
por los salones de clase y los laboratorios. La construcción, sin
dudas previa al triunfo de la Revolución, era mucho más antigua que
la de las escuelas en el campo. Un parque con grandes árboles y una
fuente en el centro separaba a la escuela de la calle 23 con su tráfico,
sus comercios y sus cines. Era un lugar céntrico que se llenaba de bullicio
a la entrada y salida de clases.
Durante el año que había pasado en el Destacamento Pedagógico
estudié algunas asignaturas del programa normal de bachillerato pero
muchas otras no. En cambio había cursado asignaturas más específicas
de Historia o de Pedagogía pensadas para formar un futuro profesor
de Historia. Al volver al bachillerato normal luego de un año en
otro sistema tenía dos opciones: cursar el undécimo grado completo o
intentar dar los exámenes de undécimo en calidad de «libre». Opté por
la segunda opción pues no quería «perder» un año. Una vez que tomé
la decisión no tenía más que un par de meses (las vacaciones de verano)
para la fecha en que rendiría todos los exámenes. Debía estudiar
la materia de un año en muy poco tiempo y por mi cuenta. Me hice un
plan de estudios muy fuerte. En el Instituto Pre Universitario la direc99
tora me recibió con mucha amabilidad y me puso en contacto con una
muchacha que había sacado muy buenas notas y que estuvo dispuesta
a ayudarme. Ella me prestó sus cuadernos, muy prolijos, e incluso se
tomó algún tiempo para explicarme detalles que no entendía. Creo que
fue entonces que aprendí a estudiar. Me levantaba a las 5 de la mañana
y aprovechaba la mañana fresca y silenciosa. Iba avanzando metódicamente,
leyendo, haciendo los ejercicios, con una disciplina que no me
conocía. Finalmente rendí los exámenes y aprobé todo. Estaba radiante.
En septiembre podría empezar mi último año de preuniversitario.
El ambiente en el Pre del Vedado era muy distinto al de la beca. Sentía
una gran libertad. Nadie tocaba la diana a las 6 de la mañana para
levantarme ni controlaba si había tendido mi cama haciendo rodar una
moneda por la sábana. Debía ocuparme de todo por mí mismo. Hacerme
la comida, preocuparme por los horarios, ir cada día desde mi casa
al instituto. Los profesores del Pre eran más adultos que en las becas,
algunos incluso eran viejos profesores como sucede en otras partes del
mundo. Para mí era una novedad tener profesores tan mayores.
Teníamos clases de mañana. Luego salíamos y caminábamos hasta
casa por las calles arboladas del Vedado, sorteando las grandes raíces
que levantaban la acera con la fuerza de los años. A veces me metía a la
librería de libros viejos o usados de la calle L o me tomaba un helado en
Coppelia. En la tarde frecuentemente teníamos alguna actividad, podía
ser una reunión política o una salida con los amigos. En las noches
íbamos al cine o al teatro, una vez por semana o más cuando había festival
en cinemateca. La Habana bullía de actividades culturales. El cine
y el teatro costaban un peso y la cinemateca organizaba regularmente
ciclos de buen cine: Bergman, Hitchcock, Eisenstein. Había mucho
cine comercial europeo (recuerdo las películas de Pierre Richard y las
de Louis de Funes, entre las cómicas) y poco cine norteamericano debido
al bloqueo. Los cubanos, siempre ingeniosos, se las arreglaban para
que la población viera las últimas novedades. Simplemente copiaban la
película y la pasaban en TV. Así vimos El Padrino y unas cuantas más.
Todo el mundo al mismo tiempo mirando la película en alguna tarde
calurosa de domingo.
Había mucho teatro: el Grupo Escambray, el Teatro Estudio, el Teatro
Bertolt Brecht. La ciudad estaba llena de todo tipo de música, desde
conciertos muy baratos en el Teatro Nacional o en el Teatro Carlos
Marx hasta conciertos gratuitos en el parque Almendares o en la Casa
de las Américas. Escuchábamos a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés,
Sara González, Noel Nicola, Pedro Luis Ferrer, Leo Brouwer, los Van
Van o el grupo Iraquere.
Cuando pienso en ese año lo que menos recuerdo son los estudios.
Despertaba a la vida política que me llenaba por completo y a la vez
100
nuestras hormonas hervían. La vida cultural, la militancia y el coqueteo
estaban todos íntimamente mezclados en un sabor que sólo esos años
de la vida tienen. El medio en que me movía era múltiple: la comunidad
de jóvenes latinoamericanos hijos de refugiados políticos, algunos de
ellos nucleados en torno al MIR chileno; los amigos cubanos del Pre; los
poetas y fotógrafos que se reunían en casa en torno a mi madre.
El Comité Cubano de Solidaridad con Chile funcionaba en donde
había estado la embajada de ese país antes del golpe de Estado y quedaba
relativamente cerca del Saúl Delgado. A veces tenía alguna reunión
allí. Me hice muy amigo de un grupo de latinoamericanos que
frecuentaba mi Pre o el Pre Universitario Guiteras que quedaba a un
par de cuadras. Entre ellos estaban los uruguayos José Enrique y Gonzalo
y los chilenos Javier y Pancho. Empezamos a organizar un grupo
de «jóvenes latinos» para realizar actividades de solidaridad.
El principio de combinación de estudio y trabajo se cumplía en ese
tipo de liceo de manera muy diferente a las becas. En vez de trabajar
todos los días media jornada como en las «escuelas en el campo», el
programa escolar de estas instituciones urbanas incluía una vez al
año una pasantía de 45 días en el campo. Durante ese período llamado
«escuela al campo» trabajábamos ocho horas diarias. Para nosotros
era una verdadera aventura. Había tradiciones asociadas: las fogatas
nocturnas y las canciones, no bañarse ni afeitarse.
Mientras nos preparábamos para ir a nuestra «escuela al campo» hicimos
gestiones para que los «latinos» de ambos institutos pre universitarios
fuéramos al mismo campamento. Invocamos que formábamos
un grupo y que queríamos hacer trabajo político de solidaridad además
de trabajar en el campo. Nos fue concedido el permiso y allá fuimos
todos juntos en lo que llamamos Brigada Roque Dalton. Organizamos
alguna actividad político cultural sobre la situación en América Latina,
haciendo honor a nuestro nombre, pero sobre todo nos divertimos.
Nos tocó trabajar en el tabaco en la provincia de Pinar del Río. Los
campos de tabaco estaban llenos de rocío en las mañanas. A intervalos
aparecía una casona grande construida de madera y paja. Allí había
que llevar las hojas de tabaco que cortábamos con cuidado. Otros las
colgaban de largos palos y quedaban allí curándose por un tiempo.
Cada vez había que cortar ciertas hojas y sólo esas. A mí me tocó cortar
las más grandes y que crecen más cerca del piso. El rocío nos dejaba
los pies empapados y el sudor se encargaba del resto del cuerpo. Era
un trabajo delicado y que nos obligaba a estar agachados todo el tiempo.
Al cabo de una jornada al rayo del sol uno terminaba cansado.
De regreso al campamento aún teníamos energía para jugar a los
guerrilleros escondiéndonos entre los árboles y luego en las noches
para juntarnos en torno a un fuego y conversar, cantar, abrazarnos.
101
La gente que tenía novia en el mismo campamento aprovechaba ese
tiempo de libertad total. A otros venían sus novias a visitarlos. El fin de
semana, durante las visitas, veía a muchas madres cubanas que traían
comida y la compartían con sus hijos. Mi madre no fue a visitarme en
todo ese período pero yo ya estaba acostumbrado a eso.
Al terminar el año debíamos optar por nuestras carreras universitarias.
El sistema era el siguiente: cada uno debía escribir en un formulario
las 10 carreras universitarias que quería en orden decreciente de
interés. Había una veintena de universidades e institutos de estudios
superiores en el país y una planificación de la economía que supuestamente
permitía prever el número de profesionales que necesitaría el
país en unos años más. Las autoridades estimaban la proporción de
jóvenes que se graduarían según las estadísticas de «mortalidad académica
» y a partir de allí definían un cupo de ingreso a cada institución.
Luego para cada carrera e institución asignaban a los estudiantes con
los mejores promedios en las notas de los años de bachillerato que hubieran
puesto esa carrera en sus prioridades personales.
Yo había querido estudiar muchas cosas en mi vida. Había querido ser
arqueólogo (quizás desde cuando con mi madre acompañábamos a Laurette
a sus excavaciones en Teotihuacán y yo correteaba entre las ruinas).
Había querido estudiar medicina en la época que exigí y logré asistir a las
autopsias. Durante muchos años me gustó la astronomía, primero con la
madre de Juan Cristián y luego con Adriana Esquirol. Ahora me gustaban
la historia y la economía política y me apasionaba Latinoamérica.
Mis calificaciones eran muy buenas en historia y en matemáticas
así que tenía grandes dudas entre escoger historia o ingeniería. Me
decidí por la segunda. Reflexioné que ella me daría herramientas más
útiles para colaborar con la Revolución donde quiera que fuera y que
siempre podría estudiar la historia por mi cuenta. A la distancia, y ya
con casi cincuenta años, creo que me equivoqué. En ingeniería no me
fue mal, pero la historia fue siempre mi pasión y creo que hubiera sido
mejor historiador que ingeniero. Ahora sé que uno debe realizar su
pasión si quiere aportar lo mejor de sí mismo.
Me recuerdo a mí mismo escribiendo ese maldito formulario con las
carreras universitarias que prefería. Puse ingeniería en telecomunicaciones,
ingeniería en control automático e ingeniería electrónica, en ese orden.
Luego puse historia y finalmente economía política. No puse más.
No quería ni pensar que podrían no darme la carrera que yo había pedido
en primer lugar. Entregué el formulario y pasaron las semanas. Un día
llegó la respuesta. Me aceptaban en el Instituto Superior Politécnico José
Antonio Echeverría en la carrera de ingeniería en telecomunicaciones.
Tenían un cupo de 12 para la ciudad de La Habana y fui el número 11.
Había tenido un promedio de 96,11 sobre 100 en el bachillerato.
102
Los latinos
La Revolución cubana se consolidaba y eso se notaba cada día. Las
condiciones de vida progresaban regularmente y uno sentía que se
iba construyendo algo sólido. Sin embargo sufríamos el aislamiento y
para todos parecía claro que a largo plazo la sobrevivencia de la Revolución
dependía de su avance continental. Por otro lado los beneficios
de justicia social y la alegría cotidiana que vivíamos contrastaban con
la miseria y la represión que abundaban en el continente y que nos
llegaba tanto a través de la prensa como por boca de los numerosos visitantes
latinoamericanos que llegaban a la isla. No importaba mucho
si la realidad en el continente era más compleja, esa era la imagen que
teníamos.
La prensa en Cuba era muy pobre. El Granma, que era el diario
principal, tenía sólo seis páginas, pero su sección internacional estaba
dedicada casi íntegramente a dar cuenta de los avances de la lucha
revolucionaria en el mundo y cuando no había más remedio mencionaba
algunos retrocesos. Sobre la realidad nacional era casi siempre un
recuento aburrido de los logros de la Revolución. Contaba por ejemplo
que el día anterior los trabajadores de tal provincia habían establecido
un nuevo récord histórico en el número de litros de leche producidos
o de toneladas de papas recogidas. A veces reproducía documentos
importantes para entender la realidad que vivíamos: podía ser un discurso
de Fidel o un documento del Partido.
En esos años había guerrillas activas en casi todas partes que contaban
con el apoyo abierto de Cuba o al menos con su simpatía. Nosotros
las sentíamos como nuestras hermanas en el mismo combate. El
apoyo oficial podía ser político y diplomático o llegar al entrenamiento
de combatientes, la entrega de información o de armas. La solidaridad
se expresaba de mil maneras oficiales y no oficiales.
Cuba era «el primer territorio libre de América». Ese concepto lo sentíamos
con fuerza y tenía sus consecuencias. Cuando un militante de
alguno de esos grupos revolucionarios caía herido podía contar con
atención médica en la isla. Si eran derrotados sabían que Cuba era un
refugio. Muchos enviaban a sus hijos a Cuba como lugar seguro. Ese
había sido nuestro caso. Por las calles pululaban compañeros de todo el
103
continente. Algunos se quedaban meses y otros años. Algunos se integraban
a la sociedad cubana, como nosotros. Otros venían por períodos
más o menos cortos y vivían en casas colectivas, a veces clandestinos. A
fines de los años setenta, por ejemplo, uno encontraba muchos centroamericanos
víctimas de las minas anti personales. Andaban en muletas
por el barrio de Miramar. Los cubanos —y los que como nosotros vivíamos
allí y nos sentíamos cubanos— los mirábamos con gran cariño y
les dábamos todo lo que teníamos. Dada la escasez ambiente no podíamos
ofrecer mucho y por eso mismo el gesto era más significativo aún.
Las luchas revolucionarias en los diferentes países de América Latina
iban mostrando problemas o limitaciones. Desde esa especie de
retaguardia que era Cuba, la lucha que se desarrollaba en algún país
nos parecía la manifestación de una misma lucha mayor y global. Perdíamos
de vista el contexto y el sabor local. Nos trabábamos en discusiones
sobre la táctica y la estrategia a partir de la información parcial
que poseíamos. Cada experiencia aportaba su granito de arena al debate.
Los intelectuales elaboraban tesis sobre el «foquismo» o sobre la
relación entre «trabajo militar» y «trabajo de masas». Escribían libros o
participaban en las reuniones de la Organización de Solidaridad con
los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL). La gente común
sentía simplemente simpatía y admiración por esos jóvenes que luchaban
en todo el continente.
En sus discursos, Fidel era capaz de explicar la relación profunda
entre todos los fenómenos e iba enseñándonos el internacionalismo
como valor supremo, «el escalón más alto al que puede aspirar un
revolucionario». Así es que yo, como muchos de mis amigos, soñaba
con eso: llegar a ser algún día un combatiente internacionalista que
participara de esa epopeya.
Cada cierto tiempo un discurso de Fidel ponía las cosas en perspectiva.
Hablaba por horas, explicando, hilvanando las ideas en medio del
silencio atento de cientos de miles de personas que llenaban la Plaza
de la Revolución. Fidel tenía la capacidad de dialogar con la multitud.
Uno estaba allí en medio de tantos y sentía que te estaba hablando casi
personalmente. Iba exponiendo las ideas con palabras sencillas pero
nunca vulgares. Iba construyendo el razonamiento. Ciertos silencios
puntuaban el discurso. Parecía esperar a que todos entendiéramos.
Poco a poco las cosas iban cobrando sentido. Sus discursos podían
versar sobre problemas internos que nos afectaban cada día: la marcha
de la economía, los problemas de la burocracia o de la corrupción
o podían dedicarse a los problemas del mundo.
En la Primera Declaración de La Habana Fidel había lanzado estas
palabras al viento: «Esta gran humanidad ha dicho basta y ha echado
a andar y sus pasos de gigante ya no se detendrán hasta conquistar
104
su definitiva y verdadera independencia». Nosotros sentíamos que éramos
parte de esa avalancha humana. Un día el Che desapareció de la
vida pública. Un tiempo después Fidel leyó la carta de despedida del
Che ante una multitud emocionada. Luego contó los pormenores de la
muerte del Che ante una multitud enmudecida que colmaba la Plaza
de la Revolución. Habían recuperado el diario y sus manos cortadas.
Nunca olvidaré el silencio cargado de dolor de cientos de miles de personas.
En esos momentos de extraordinaria emoción miles prometimos
ante nuestras conciencias, silenciosamente y tragándonos las lágrimas,
intentar seguir su ejemplo.
En otra ocasión escucharíamos sus explicaciones sobre Angola,
agredida por el régimen racista de Sudáfrica, y su convicción de que
Cuba debía estar al lado del pueblo africano. Nos dijo que aquello era
como volver a las raíces del pueblo cubano. Pocas eran las personas por
las que no corría sangre de antiguos esclavos. Ahora había que sumarse
a la lucha contra el Apartheid y por la independencia africana. Y lo
escuchamos hablarnos sobre la Revolución en Nicaragua acompañado
por los comandantes sandinistas victoriosos. Y nos habló esperanzado
acerca de las transformaciones revolucionarias que estaban produciéndose
en Granada, esa pequeña isla del Caribe. Cada asunto tomaba su
lugar en el enorme rompecabezas del mundo. Y nosotros teníamos un
lugar, un pequeño lugar. Cada uno de nosotros era parte, si quería, de
esa marcha de la humanidad por cambiar al mundo para bien.
A principios de los setenta el ascenso de las luchas populares en
América Latina (que había llevado a Allende al gobierno en Chile) se
combinó con algunos golpes de Estado dados por militares nacionalistas
que de alguna forma se incorporaban a la gran corriente progresista.
El general Velazco Alvarado en Perú impulsaba la reforma agraria y
declaraba el quechua lengua oficial. Omar Torrijos en Panamá echaba
a Estados Unidos del Canal —una vieja aspiración de todo el continente.
La dictadura había caído en Argentina en medio de una movilización
popular sin precedentes. Pronto vendrían los pocos meses del
gobierno de Cámpora y una euforia que se parecía a un ambiente pre
revolucionario. La gente se volcó a las calles de Buenos Aires y sacó a
los presos políticos de las cárceles.
Salvador Allende y la Unidad Popular llegaron al gobierno de Chile
por la vía electoral. Aquello era inaudito, no parecía caber en las
posibilidades. La teoría nos enseñaba que si se intentaba de verdad
cambiar las estructuras sociales, la burguesía resistiría con todos los
medios a su alcance, incluso el terrorismo y la guerra. La «vía pacífica»
parecía imposible. La experiencia nos mostraba en todo el continente
que efectivamente las clases dominantes destruían cualquier intento
genuinamente transformador, bastaba recordar lo que había pasado en
105
Guatemala en 1954 y en Brasil en 1964, donde sendos golpes de Estado
habían derrocado a los gobiernos progresistas de Arbenz y Goulart,
respectivamente. Pero ahora estaba Allende mostrando ante el mundo
la posibilidad de llegar al gobierno con un programa socialista por la
vía electoral. Seguimos atentamente cada etapa de ese proceso: las nacionalizaciones,
la reforma agraria, las huelgas patronales.
Luego vino el golpe de Estado del 11 de septiembre a poner las cosas
en su lugar. Por días nos sumimos en el silencio. No se oía una mosca.
Todos estábamos atentos a las noticias. Se contaban las historias del
horror. Aquello golpeó fuertemente la ilusión de ampliar de manera
estable a otro país hermano la noción de «territorio libre de América».
¡Tantas esperanzas morían allí! Llorábamos. Yo tenía entonces casi
trece años. Luego Fidel en la plaza nos explicó el desastre, relató el horror
y llamó a la solidaridad con la Resistencia chilena. Comenzaba con
los golpes de Estado en Bolivia, Uruguay, Chile y Argentina el período
negro de los años setenta en el continente.
Empezaron a llegar por miles los refugiados chilenos. Se sumaron
a los refugiados brasileños, bolivianos, uruguayos, argentinos. Venían
en oleadas pautadas por los golpes de Estado y las derrotas. Los cubanos
ofrecieron naturalmente todo lo que tenían. Su generosidad era
sólo comparable a su alegría de vivir, aunque para alguien que venía
de otra realidad pudiera parecer escasa en términos materiales. Hay
una historia que creo que refleja bien esa contradicción pero exige una
explicación previa.
La población cubana pasó de cinco a diez millones de habitantes
en pocos años. Parece que los pueblos hacen hijos cuando son felices.
La Revolución intentaba construir una economía centrada en el ser
humano y no en la ganancia pero para ello no había recetas. Daba
tumbos buscando un camino entre los incentivos materiales (el salario
vinculado a la producción y las desigualdades salariales) que eran
mecanismos eficaces pero convertían al «hombre en lobo del hombre» y
los incentivos morales (el trabajo voluntario, el reconocimiento social,
los salarios poco diferenciados) que pretendían construir una sociedad
más igualitaria y contribuir a la formación de ese «hombre nuevo» del
que nos había hablado el Che. Era él quien, luego de visitar Europa del
Este, había advertido de los peligros inherentes a la orientación económica
que allí predominaba.
Algunas cosas funcionaban mejor que otras pero en general todo estaba
impregnado de un gran voluntarismo. Uno de los problemas que
empezaba a agudizarse era el de la vivienda. Los escasos recursos se
invertían en nuevas escuelas, carreteras y hospitales, pero no se reparaban
las casas y no había capacidad para construir nuevas viviendas
de manera masiva. Una de las principales razones era la falta de mano
106
de obra. El desempleo era casi inexistente y pocos querían ir a trabajar
en la construcción.
Fidel recorría permanentemente el país y aparecía de repente en
cualquier lado. Bajaba de su jeep y enseguida comenzaba una animada
conversación con la gente. En una de esas visitas los empleados de
un centro de trabajo le plantearon a Fidel el problema de la vivienda.
Uno de ellos propuso una solución. La idea era simple: cada centro de
trabajo seleccionaría un grupo de personas que construiría un edificio
de apartamentos destinados a todos los empleados de ese centro. Mientras
unos construyeran el resto los supliría en sus tareas normales de
modo que todos harían un esfuerzo suplementario. El Estado pondría
la dirección técnica y los materiales. Así se hizo y el que propuso la idea
quedó encargado de ponerla en práctica. Se formaron miles de «microbrigadas
», cada una formada por 25 personas. De ellas sólo 19 se dedicaban
a construir su edificio, los otros 6 se incorporaban a brigadas
que construían las obras de interés común de los barrios que así iban
surgiendo: calles, círculos infantiles, supermercados, escuelas.
La gente sentía claramente que ese edificio era de ellos y eso se
expresaba de manera muy clara: iban a trabajar allí los fines de semana,
en las noches, a toda hora. Cuanto antes se terminara el edificio
antes podrían ocuparlo. Los apartamentos terminados eran repartidos
en una asamblea y otorgados a aquellos que más habían aportado al
esfuerzo colectivo y que más necesidades tenían. Los beneficiados pagaban
5% de su salario durante veinte años y luego el apartamento era
de ellos en propiedad.
Años después conocí a un hombre que trabajaba en una de esas
microbrigadas. Era un negro bajo y fornido que componía poemas a
pesar de que apenas sabía leer y escribir. Cada vez que terminaban
un edificio la asamblea le proponía ocupar uno de los apartamentos
nuevos. Todos valoraban su trabajo y su entrega. Él siempre rechazaba
la oferta aduciendo que otros compañeros con familia e hijos tenían
más necesidad que él de una vivienda. Así había construido ya varios
edificios pero seguía viviendo en un cuchitril. Fui una vez a verlo a su
«casa»: un pequeño cuarto en La Habana Vieja donde apenas cabía su
pequeña cama y una mesa. Gente así me hacía amar la Revolución
cubana.
El modelo se propagó por todo el país en medio de un gran entusiasmo.
Un día los microbrigadistas decidieron en asamblea aumentar
su jornada laboral a 10 horas diarias sin aumento de salario como una
contribución más a la Revolución. Para significarlo decidieron pintarse
en el casco blanco la estrella tupamara de 5 puntas con la T en el medio
que identificaba al admirado Movimiento de Liberación Nacional-
Tupamaros (MLN-T) del Uruguay. No sé qué habría pensado un obrero
107
uruguayo si le decían que en Cuba ser Tupamaro era trabajar 10 horas
diarias cobrando el salario de 8. Era una fiebre constructiva. Por
doquier se veían los cascos blancos con la estrella tupamara. Y fueron
surgiendo por todos lados los barrios de microbrigadas. Eran barrios
de viviendas humildes pero hechas con amor.
Pero volvamos a donde estábamos en el relato. Los refugiados latinoamericanos
—«los latinos» como los llamábamos— iban llegando. Al
principio eran pocos y espaciados, como Roque Dalton y su familia o
como nosotros. Pero luego fueron grupos más numerosos. Entre 1973
y 1976 llegaron a Cuba varios miles. Muchos llegaban directamente
desde la prisión o de estar meses refugiados en alguna embajada solidaria.
A veces eran compañeros liberados sacados de la cárcel gracias
a un secuestro o por una fuga organizada por alguna organización
revolucionaria. Huían de las dictaduras que empezaban a cubrir de
oscuridad y muerte a casi todo el continente. El grupo más numeroso
era el de los chilenos. Como antes habíamos vibrado con cada victoria
que sentíamos también nuestra, nos invadía ahora la solidaridad con
esos hermanos. Entonces los cubanos decidieron en asambleas ofrecer
un apartamento de cada edificio de microbrigadas para un refugiado
latinoamericano. Una vez más los cubanos se arrancaban lo poco que
tenían y lo daban generosos como antes habían entregado el azúcar y
luego sería la vida de tantos en Angola, Etiopía, Granada o Nicaragua.
Así se fue poblando de latinos Alamar, un barrio que se convertía en
ciudad al este de La Habana, salido de las manos ya expertas de los microbrigadistas.
Algunos de los refugiados no estaban acostumbrados a
las privaciones cotidianas de Cuba. Procedían de familias acomodadas,
quizás habían vivido siempre con empleadas domésticas y agua caliente.
Los 40 ó 50 metros cuadrados de esos apartamentos humildes sin
ascensor ni agua caliente eran equivalentes a viviendas populares en
cualquier país del continente. Lo que era una aspiración para tantos
cubanos era sentido quizás como una miserable limosna por algunos
refugiados latinoamericanos.
Un día un grupo de chilenos organizó una marcha de protesta frente
al Hotel Presidente porque no estaban satisfechos con lo que recibían.
Los cubanos no lo entendieron. Un murmullo de rabia nos recorrió susurrado
de boca a oreja «¿Qué se creen?, ¿les damos lo que tenemos y lo
desprecian?». A ese grupo lo pusieron en un avión y los expulsaron. Creo
que los enviaron a Europa. Allá tuvieron seguramente mejores condiciones
materiales pero no sé si el calor humano del pueblo cubano.
Pero la enorme mayoría de los refugiados chilenos y latinoamericanos
se integró sin mayores problemas. Nosotros éramos como veteranos.
Cuando llegaron esas oleadas de refugiados ya estábamos allí
hacía unos cuantos años. Muchos visitaban a mis padres, y sus hijos
108
se hicieron amigos nuestros. Nos encontrábamos en los trabajos voluntarios
organizados por el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos
(ICAP), que era el organismo que nos atendía. O en alguna peña,
de las que empezaban a abundar, con empanadas chilenas, música y
poesía a viva voz.
Mi madre había visitado Chile por unas semanas durante el gobierno
de la Unidad Popular. Allí se hizo amigos entrañables, recorrió, conversó,
se impregnó del espíritu que flotaba. A su regreso nos transmitió
la energía y la euforia de esas jornadas. Cuando empezaron a llegar los
refugiados chilenos muchos empezaron a venir a casa. Algunos de ellos
fueron cruciales en mi vida.
De Chile llegaron Jaime Wheelock y Gladys Zalaquett. Él era nicaragüense
y ella chilena, sandinistas ambos. Se hospedaban en el
Hotel Nacional y frecuentaban mucho nuestra casa. Se convirtieron
en amigos entrañables. En largas conversaciones me explicaban su
visión del mundo y me aconsejaban lecturas. Les pedí enrolarme con
los sandinistas pero suavemente me rechazaron aduciendo que debía
estudiar, que todavía era un niño. Los admiraba enormemente. Años
después Jaime fue uno de los nueve Comandantes de la Revolución
sandinista y como ministro dirigió la reforma agraria. En aquellos años
de Cuba era un militante más que estudiaba con ahínco la estructura
económica de su patria.
También en ese tiempo llegó Hernán. Era un militante del MIR de
Chile al que la polio le había dejado un brazo atrofiado. También con él
tenía largas charlas. Me propuso leer El Estado y la Revolución de Lenin
y lo usó para explicarme la derrota de la Unidad Popular. Usaba el
ejemplo chileno para mostrarme que la burguesía no dudaría en usar
toda la fuerza del Estado para resistir al cambio social. Miguel Enríquez
se había quedado en Chile liderando la Resistencia. Todos estábamos
pendientes de las noticias. Pendientes de los compañeros que iban
cayendo. Cuando llegó la noticia de la muerte de Miguel fui con Hernán
al cine Yara a ver el noticiero ICAIC que esa semana estaba íntegramente
dedicado a su caída en combate. Un tiempo después le pusieron su
nombre a uno de los grandes hospitales de La Habana y en el acto solemne
Armando Hart dio un discurso donde lo calificaba como uno de
los líderes revolucionarios más importantes del continente.
Entre los refugiados que llegaron de Chile estaban el cineasta boliviano
Jorge Sanjinés y su familia. Ellos también pasaron por casa.
Desde que vi a su hija Paula quedé totalmente prendado de ella. Hay
una foto de esa reunión: las dos familias en la sala y yo mirándola
embelesado. Tenía una extraña combinación de ojos verdes y facciones
ligeramente indígenas. Miraba su pelo largo y lacio y quedaba envuelto
en la música del altiplano. Me atrapó totalmente. Unos días después
109
quise buscarla pero no tenía su dirección. Sólo sabía que vivía en Alamar
como tantos otros refugiados, en alguno de esos departamentos
de un edificio construido por alguna microbrigada. Allá fui y caminé
entre decenas de edificios idénticos, buscándola sin suerte. Luego la
encontré en las reuniones habituales y nuestras vidas se cruzaron varias
veces. Nunca me prestó atención. Fue un amor platónico de esos
que marcan la adolescencia.
Un día fui convocado junto a otros jóvenes latinoamericanos a una
reunión en el Comité Cubano de Solidaridad con Chile. Éramos una
decena de muchachos originarios de diversas partes de América: mexicanos,
chilenos, brasileños. El MIR de Chile nos proponía organizarnos
y trabajar en la solidaridad con su lucha. Para mí esas palabras eran
un canto dulce que esperaba hacía tiempo. Durante años había visto
pasar a los compañeros. Casi todos venían cargados de historias heroicas.
Algunos partían de nuevo, sigilosos, para reincorporarse a la
lucha, como Roque Dalton que había sido asesinado en el Salvador
pocos meses antes de esa reunión que yo tanto había esperado.
A esas alturas ya se había formado una verdadera comunidad de
refugiados latinoamericanos y nos encontrábamos en reuniones de diverso
tipo. Entre los chicos de mi generación estaban los sobrinos del
Che, lo que quedaba de la familia Santucho (el dirigente del ERP argentino),
los hijos del tupamaro Raúl Sendic y los de Roque Dalton, las
hijas de los Peredo (los hermanos que lideraron el Ejercito de Liberación
Nacional de Bolivia), entre muchos otros de familias menos conocidas
pero que cargaban también con apellidos de míticos combatientes revolucionarios.
Jugábamos y crecíamos y cada uno de nosotros sentía
claramente la presencia de un destino. Yo pensaba que no iba a quedar
combate que librar cuando fuera grande y que no iba a tener la oportunidad
de participar en aquella epopeya. Un día mi madre tuvo que consolarme:
apretado contra su regazo lloraba pensando que todo acabaría
antes de que yo fuera grande. Mi madre me tranquilizó explicándome
que había lucha para mucho rato y que no debía de preocuparme…
Ahora estábamos allí sentados en esa sala, convocados por los
compañeros de Miguel Enríquez y de Luciano Cruz, de Bautista Van
Showen y de Dagoberto Pérez, entre muchos otros militantes del MIR
que admirábamos tanto. No cabía de contento y no lo dudé mucho. Me
metí en ese grupo con toda la energía de que era capaz. Nos dirigían
muchachos que tenían quizás dos años más que nosotros: Hugo, Águeda,
Alejandro. Eran jóvenes, pero me parecieron sabios a pesar de que
seguramente ellos habían empezado su propio camino en ese mundo
poco tiempo antes. La primera tarea que tuve fue recopilar información
sobre Manuel Cabieses, el dirigente del MIR y director de la revista Punto
Final, que estaba preso en Chile y por cuya libertad se organizaba
110
una campaña internacional. Trabajé en ello con toda la seriedad de
que fui capaz y con el corazón henchido de orgullo.
Creo que el MIR tuvo el mérito de aprovechar nuestra energía y darle
un sentido. Toda esa muchachada había nacido en el caldo de cultivo
de la Revolución latinoamericana y estábamos algo frustrados por
no poder participar en ella. Nuestros padres, hermanos, tíos o amigos
habían sido presos o torturados o asesinados. Nos sentíamos parte de
esa ola que avanzaba a conquistar el mundo nuevo y a la vez éramos
víctimas. Cada uno tenía alguna razón personal, una fractura, una
bronca contenida. El MIR nos permitió juntarnos, estudiar, sentirnos
útiles y canalizar nuestra energía. Rápidamente formamos un grupo
unido y alegre. Combinábamos el romanticismo con la seriedad. Las
tareas que nos daban, ínfimas quizás, eran para nosotros una responsabilidad
enorme y un camino para ser más felices y más plenos. Esos
muchachos me parecieron sobre todo buenas personas.
Alejandro era uno de los jóvenes chilenos que nos dirigía y rápidamente
se convirtió en mi mejor amigo. Durante un par de años compartimos
con intensidad la vida, las historias políticas y las conquistas
amorosas. Hasta que un día desapareció como tantos otros que se preparaban
para irse «al frente», ese lugar misterioso que estaba siempre
presente. Eso era natural y pasaba con cierta frecuencia. Alguien desaparecía
y nadie preguntaba mucho. Uno suponía que estaría entrenándose
por un tiempo y que luego viajaría clandestinamente a ocupar
su lugar en la lucha.
Me fui involucrando cada vez más. Hacíamos todo tipo de actividades
de solidaridad. Organizábamos peñas para recaudar fondos. Armábamos
murales y actos culturales en escuelas y centros de trabajo. Estudiábamos
desde los clásicos del marxismo hasta las ediciones del periódico El
Rebelde que se publicaba clandestinamente en Chile y nos traía historias
sobre la Resistencia. Estar allí me permitió estudiar el marxismo con
mente más abierta. Leíamos a Lenin y a Marx y discutíamos apasionadamente.
Evitábamos los manuales soviéticos que nos parecían pesados
y dogmáticos. Muchas veces consultábamos a algún adulto y a veces
la respuesta venía acompañada de mucho más: experiencias vividas o
formas de pensar iconoclastas. Estábamos al tanto de lo que pasaba en
Argentina, Uruguay, Nicaragua, Puerto Rico. Éramos a la vez parte de
Cuba y de América Latina. Teníamos un pie en cada lado.
Había otros latinoamericanos que encontrábamos en las fiestas, peñas,
trabajos voluntarios o escuelas. Estaban los Guevara que eran
todo un clan de primos y hermanos. Entre ellos la familia Chávez-Guevara
cuyos hijos eran amigos míos. Uno de ellos me pasaba los materiales
de la Juventud Guevarista que el ERP de Argentina intentaba
organizar en esos años.
111
En 1978 se hizo en Cuba el Festival Mundial de la Juventud y los
Estudiantes. A la reunión vinieron decenas de miles de jóvenes del
mundo entero. El país los recibió con todo lo que tenía a su alcance.
Hubo fiestas masivas y cerveza a raudales. Miles se albergaron en los
edificios de la Escuela Lenin y de otras que estaban disponibles durante
las vacaciones de verano. Hubo música, debates y discusiones interminables.
Era una oportunidad única para conocer de primera mano la
experiencia de tantos hermanos en sus diversas luchas. Uno podía conversar
con un saharaui o con un palestino, con un vietnamita o con un
chileno, con un nicaragüense o con un norteamericano. Entre los miles
de visitantes vinieron varios viejos conocidos, incluyendo a Robert. Fue
una oportunidad más para encontrarnos con él y revivir nuestra vida
familiar de antaño al menos por unos días. Robert consiguió un auto
y nos fuimos con él a la playa de Varadero. En la radio del auto se escuchaba
la canción Hotel California interpretada por The Eagles. Me
quedó grabada esa música asociada a nuestras risas y al viento en la
cara mientras Robert conducía el auto rumbo a la playa.
El control ideológico era difícil entre tanto relajo y con miles de
seres de pensamiento muy diverso que inundaban el país de repente.
Recuerdo que había personas encargadas de ir recogiendo el «material
diversionista»: las ideas de autogestión del mariscal Tito que repartían
los yugoslavos o el libro verde de Gadafi que los libios distribuían por
todos lados.
Tuve entonces una experiencia amarga. Unas semanas antes del
festival me convocaron a las oficinas provinciales del Partido. Llegué a
la reunión sin saber de qué se trataba el asunto. Allí me hicieron pasar
a un pequeño cuarto y un par de burócratas me explicaron que no
podía seguir organizando esos comités de solidaridad por mi cuenta.
Les expliqué de qué se trataba. Intenté mostrarles que lo que hacía era
promover expresiones de conciencia revolucionaria en las escuelas. No
entendía dónde estaba el problema. Me explicaron que no aceptaban intentos
divisionistas ni trotskistas. No atiné a entender de qué hablaban,
yo no tenía ninguna intención de ir más allá que lo que estaba haciendo,
mucho menos crear divisiones de ningún tipo. Me dijeron que en Cuba
había un Partido único. Intenté convencerlos. No fueron agresivos pero
sí firmes y me pidieron un informe completo sobre lo que hacía. Volví a
casa. Pensaba aún que todo eso era una lamentable equivocación y así
lo expliqué en mi informe donde mostraba con orgullo el trabajo desplegado
en esos meses en todas esas escuelas en el campo que rodeaban
a Río Seco (donde estudiaba como parte del Destacamento Pedagógico).
Poco después me convocaron de nuevo para decirme que habían leído
el informe y que mantenían su posición: debía detener esas actividades.
Informé a mis compañeros del MIR. No sé si ellos habrán hecho alguna
112
gestión. A pesar de que no hubo otro llamado de atención hasta allí
llegaron mis actividades organizativas en las escuelas. A partir de entonces
mi militancia fue más interna dentro del MIR.
En ese tiempo un uruguayo, José Enrique, y otros amigos decidieron
armar un grupo de música folclórica y política: el Itacumbú. Eran
unos cinco muchachos con guitarras, charango y percusión que no
tenían dónde ensayar. Les ofrecí mi casa. Llegaban un par de veces
por semana y llenaban el apartamento con su música. Las tardes de
ensayo eran momentos deliciosos. Los acordes inundaban el aire junto
a los chistes y las risas.
A través de ellos conocí a Laura. José Enrique la invitó al ensayo y le
dio las coordenadas. Tocaron el timbre de casa y yo abrí la puerta. Allí
estaba Laura con una amiga. Las dejé pasar y al rato llegaron los del
grupo musical. La había visto antes pero esa fue la primera vez que me
fijé realmente en ella. Poco después hubo una fiesta en Alamar. Laura
me invitó a bailar. Yo no sabía y me daba vergüenza. Mis hermanas
eran eximias bailadoras y no dejaban pasar un sábado de noche sin
irse a alguna fiesta, pero yo era más tímido en esos temas. Prefería salir
con amigos o quedarme charlando en casa que ir a bailes. Laura era
estudiante universitaria y sabía que yo estaba por entrar a ingeniería:
«tienes que saber bailar para ir a la Universidad, si quieres yo te enseño
». No bailé con ella esa noche. Era patético bailando pero quizás mis
pasos no eran lo más importante en ese momento. Poco a poco Laura
me iba conquistando.
A mediados de 1978 hubo una peña organizada por los chilenos.
Eran frecuentes esas peñas. Algunos músicos animaban la fiesta y
grupos de compañeras vendían empanadas y refrescos. También era
en Alamar y allá fuimos todos. Al rato le ofrecí media empanada a
Laura que estaba a mi lado con sus ojos hermosos, su pelo negro y su
sonrisa. Una fuerza suave pero permanente me atraía a su lado. Empezamos
a vernos un par de veces por semana.
En ella encontraba una mezcla especial. No era solo que me gustaran
su sonrisa y sus ojos, o la curva de su cuello. Laura me atraía
físicamente pero además reunía otros atributos que no eran comunes.
Su actitud desprendía alegría. Compartía conmigo los mismos valores
y las mismas esperanzas, pero la vida le había enseñado a actuar con
discreción y naturalidad. Era capaz de ser feliz y de expresarlo como
cualquier joven sin por ello perderse en trivialidades. Desbordaba una
alegría y una generosidad sencillas. Todo en ella parecía el fluir natural
de las cosas. Al mismo tiempo era una mujer fuerte, que sabía lo que
quería y no era sumisa. Eso también me gustaba mucho. Pocos días
después la llamé «mi amor» y me paró en seco. Me explicó que eso no
era amor todavía, que el amor se construía. Nos fuimos enamorando
113
a medida que nos conocimos. Cada uno mantenía sus amigos y nos
gustaba que eso fuera así. Fuimos dándonos tiempo y administrando
el que compartíamos. No fue un amor a primera vista ni uno que supusiéramos
definitivo, simplemente lo fuimos cultivando y fue creciendo.
Laura es uruguaya, hija de exiliados como tantos otros. Vibraba con
la misma música y soñaba los mismos sueños, era bella y alegre como
una flor que se abría en primavera. Por mi parte yo sentía que tenía el
destino trazado: en algún momento me iría a luchar por la Revolución
en alguna parte del continente. Eso no se discutía ni parecía algo inaudito.
Muchos amigos se habían ido ya y otros se irían después. De modo
que intentábamos vivir intensamente nuestra vida juntos cada día, sin
pensar demasiado en el futuro.
El verano de 1978 fuimos a trabajar con la Brigada Internacional
Juvenil de la Amistad en Moa, un lugar en el oriente de la isla donde
miles de trabajadores construían una gran planta procesadora de níquel,
y allá fuimos felices. En septiembre empecé a estudiar ingeniería
en telecomunicaciones en la CUJAE. Allí también estudiaba arquitectura
«la flaca» —como empecé a llamar a Laura. Compartimos muchas
horas y muchas pequeñas cosas. La esperé en el parque Coulomb,
frente a Arquitectura, innumerables veces. Compartimos el almuerzo
que yo preparaba de mañana y llevaba en una bolsa: mezclaba arroz
y frijoles y a veces agregaba lechuga, un par de huevos me permitían
solidificar todo eso en un bloque sólido. Esos «ladrillos» nos salvaban la
vida al mediodía cuando no lográbamos colarnos en el comedor.
Laura empezó a quedarse en casa, en mi cuarto-refugio. Y fuimos
intensamente felices. Nunca me pidió sacar las fotos de Madeline (aquel
amor platónico de mi adolescencia). Esas fotos eran ahora mudos testigos
de nuestro amor. Ana con sus nueve años desbordaba creatividad y
ternura. Sarah llegaba los fines de semana y se aprontaba para sus infaltables
fiestas del sábado de noche. Ximena andaba con sus amigos.
Nuestra casa era más que nunca un centro de reuniones. Los poetas y
los fotógrafos caían a toda hora y eran parte del paisaje de la casa.
Mi madre escribía todo el tiempo y yo escuchaba el tecleo veloz e
interminable de su máquina de escribir. Sus dedos me parecían tan
rápidos que los creía capaces de atrapar el pensamiento mismo en
tiempo real y ponerlo en el papel. Nos integramos naturalmente en el
medio de esa danza colectiva. Imperceptiblemente Laura empezó a ser
parte de mi vida, de nuestra vida.
A su vez Laura me integró en su mundo. Su familia me acogió enseguida
como uno más. Su hermana Ana llegó a ser entrañable. Su
padre se convirtió rápidamente en otra de esas figuras extraordinarias
que me rodeaban por todos lados. Pablo estaba exiliado en Cuba luego
de haber sido por años un militante universitario en el Uruguay. Había
114
sido dirigente estudiantil y luego profesor y decano de la Facultad de
Medicina. Me impresionaba por su gran cultura, por su extraordinaria
capacidad como pensador y orador y sobre todo por ser una excelente
persona. Compartíamos el amor por la ciencia y por la política. Me
aconsejaba sobre los estudios y con los años se fue convirtiendo en uno
de mis más importantes mentores.
En el verano de 1979 fui de visita a los Estados Unidos. Allí me
golpeó la nostalgia por mi flaquita y me di cuenta de que estaba enamorado
como nunca antes. Pasaba horas en casa de Robert en Nueva
York escuchando una cinta con la música de Daniel Viglietti o de
Numa Moraes. Mi padre se dio cuenta y charlamos con esa cercanía
que siempre tuvimos. Antes de irme de regreso me dio un regalo: The
Joy of Sex. Era un libro ilustrado que Laura y yo leímos juntos y que
luego pasó de mano en mano entre muchos amigos.
De la mano de Laura fui conociendo a la comunidad de uruguayos
en Cuba. Gente excelente que me recibió como a uno de los suyos sin
pedir nada a cambio. La familia Elena fue paradigmática en ese sentido.
Judith y Ricardo Elena vivían en Alamar donde ocupaban uno
de esos apartamentos para refugiados latinoamericanos. Ricardo era
militante tupamaro, había estado preso en Chile y luego de un tiempo
había logrado salir al exilio junto a Judith y sus hijos: Vivian, Andrés
y Mariana. Constituían una familia muy unida que además de compartir
la ideología y los sentimientos políticos, conservaba el ambiente
familiar más tradicional que tanto necesitábamos. A su apartamento
íbamos los fines de semana, Judith preparaba unos ravioles caseros
o cualquiera de sus exquisitos platos y creaba un verdadero ambiente
familiar como por arte de magia.
En 1980 Pablo, su mujer y sus dos hijos chicos se fueron a vivir a
México y en Cuba quedaron Laura y su hermana Ana. Más o menos
al mismo tiempo se fueron mi madre y mi hermana Ana a Nicaragua.
Laura y yo quedamos entonces casi solos. Teníamos a nuestras hermanas
con nosotros pero era como si de repente nuestra generación
hubiera quedado sola. Entonces la familia Elena se convirtió en una
nueva familia para nosotros. Allí encontramos calor y confianza, amor
y compañía. En realidad tanto mis hermanas como yo necesitábamos
una familia más «normal». Necesitábamos un tiempo y un espacio que
escapara de las «grandes cosas», llámense revolución o poesía. Mis hermanas
también visitaban a veces a Judith y Ricardo. Ellas también
buscaron ese espacio que les faltaba en casa y lo encontraron cada
una a su manera y con familias distintas que se convirtieron en ese
«complemento» necesario. Judith y Ricardo jugaron para mí ese rol y se
convirtieron en una parte entrañable de mi vida.
115
Poco a poco fuimos construyendo nuestra historia, que venció todas
las apuestas de aquella primera noche en el apartamento vacío
de Gonzalo. Juntos descubrimos el amor y nos llevamos de la mano
mutuamente. Juntos empezamos a recorrer el resto de nuestras vidas.
Compartimos el privilegio de vivir en Cuba en esos años. Fue un raro
privilegio que me sigue sorprendiendo: ¡estar allí en ese lugar y en ese
preciso momento!, ¿cuántos lugares y momentos como ese hay en la
historia de la humanidad? Momentos donde un pueblo entero toma en
sus manos el destino y construye colectivamente sus sueños. No creo
que sean muchos. Nosotros tuvimos la suerte de estar exactamente
allí y de vivirlo. Y compartimos las mismas convicciones y las mismas
decisiones. Cuando le dije que me iría a luchar y que ella era libre de
hacer su vida, que no me esperara, me besó y no dijo nada. Cuando le
propuse seguirme me siguió. Siempre mantuvo esa extraña lucidez que
poseen las mujeres, esa capacidad de ver más allá de las apariencias.
Cuando escribo esto ya hace casi treinta años de ese día en que me
atreví a rozarle el brazo y besarle la nuca y rompí la barrera del sonido
y todas las barreras del mundo. Hoy tenemos tres hijos y una mochila
llena de historias en la espalda. Miro hacia atrás y veo todo lo bello que
hemos construido juntos y me siento privilegiado y feliz. ¿Quién hubiera
dicho que esas caricias serían el comienzo de todo esto?
116
Mi cuarto
Nuestro apartamento era muy amplio. El ascensor daba a un pequeño
hall con la puerta principal que abría a una sala amplia. Frente a la
sala se extendía una terraza cubierta con una estructura de aluminio
y vidrio que no funcionaba muy bien debido al salitre pero protegía de
vientos y de las frecuentes tormentas tropicales. Desde esa terraza se
podía observar el malecón y el mar azul e infinito, que junta y separa.
Veíamos enfrente la embajada de Vietnam del Norte, más atrás la Oficina
de Intereses de Estados Unidos (en el edificio de la antigua embajada
norteamericana) y a la derecha los restos del monumento al Maine.
Allí se elevaban dos columnas que alguna vez sostuvieron el águila
imperial. En la euforia del triunfo revolucionario la gente arrancó el
águila de bronce y sus alas fueron encontradas en pedazos en alguna
parte de La Habana. Ahora sólo quedaban unos hierros retorcidos en
lo más alto de las columnas. El monumento quedó así por años. Ya no
homenajeaba al Maine, ese barco norteamericano hundido en la Bahía
de La Habana y que justificó la entrada de los Estados Unidos en la
guerra de Independencia. Una intervención que escamoteó la independencia
de Cuba y fue el comienzo de la época imperial norteamericana.
¿Ese monumento representaba ahora algo distinto o simplemente era
una muestra más entre los tantos detalles de esa ciudad barroca que
iba siendo comida por el salitre poco a poco? Nuestra terraza estaba
siempre llena de salitre. Las manivelas que alguna vez supieron abrir
esas ventanas habían olvidado el movimiento hacía mucho tiempo.
Un juego de sofás viejos pero acogedores llenaba la sala. En seguida
estaba el comedor con una gran mesa de madera y luego la cocina,
amplia y funcional. La cocina se comunicaba por detrás con un patio
donde estaba el fregadero y unas cuerdas para colgar la ropa. Había allí
también un ascensor de servicio y un pequeño cuarto que debió ser ocupado
por la empleada en otros tiempos. Por muchos años Sarah vivió en
ese cuarto, que ocupaba durante sus visitas a casa los fines de semana.
Era un lugar un poco más privado que el resto del apartamento.
Un largo pasillo unía la parte frontal de la casa a la zona de los dormitorios.
El pasillo nacía en la sala y pasaba por un pequeño cuarto
previsto para estudio o sede del televisor pero que yo ocupé por varios
años. A medio camino entre la sala y los cuartos estaba «el baño gris»
117
con su ducha y sus dos puertas: una que daba al pasillo y otra al estudio
de Robert. Ese cuarto era muy amplio y tenía también dos puertas:
la que comunicaba con el baño y la que daba al pasillo ya en su tramo
terminal. Allí convergían el amplio cuarto de mi madre y el cuarto que
compartían Ximena y Ana, así como «el baño rosado» con su tina.
Cuando Robert se fue de casa yo me quedé con su estudio y cuando
salí definitivamente de la beca ése se convirtió en mi espacio. Los
libros llenaban toda la pared lateral. En un clóset guardaba mis más
preciados tesoros: un anillo construido con el fuselaje de un avión yanqui
derribado por los vietnamitas que mi madre me trajo de su viaje a
Vietnam; varios restos arqueológicos que me regaló Laurette; la pistola
de juguete que me regaló Roque; el feto humano en su frasco de formol
que me regaló aquella doctora con quien vi la autopsia en Pinar del Río;
un manuscrito de poemas que dejó conmigo un compañero boliviano
antes de irse a su patria a luchar. Las paredes se fueron cubriendo
de fotos de personas que admiraba: Miguel Enríquez, Fidel, el Che,
George Jackson, Albert Einstein y fotos de mujeres que había amado.
En ese cuarto tenía la intimidad para charlar con amigos o acostarme
con alguna novia. En esa cama y con las persianas completamente
abiertas que dejaban entrar la brisa, el sol y el sabor del mar, rodeados
de esos libros y de nuestra música, Laura y yo pasamos muchos días
y muchas noches felices. A veces nos quedábamos allí acostados escuchando
la lluvia tropical golpear contra las ventanas. Nos acompañaba
un juego de sábanas que mi madre había comprado en 1962 y que aún
tenemos. Esas sábanas cumplieron cuarenta y cinco años de fieles
servicios hace poco.
En mi cuarto había un Ditto: un aparato a manivela que permitía
reproducir textos en algunas decenas de ejemplares. Durante años diversos
amigos vinieron a utilizarlo: poetas que preparaban una selección
para compartir en el taller literario o militantes de grupos revolucionarios
con quienes éramos solidarios. Venían compañeros del Partido
Socialista de Puerto Rico, del MIR de Chile, del Frente Sandinista
de Liberación Nacional (FSLN) de Nicaragua. Desde el momento en que
empecé a vivir en ese cuarto obtuve un privilegio inesperado: la gente
que venía a trabajar en el Ditto pasaba horas conversando conmigo
mientras le daba vueltas a la manivela.
Me recostaba en la cama y aprovechaba ese tiempo para sostener
largas pláticas con ellos. Muchas veces me quedaba dormido acompañado
por el sonido regular del rodillo que giraba. En la segunda mitad
de los años setenta el Frente Sandinista empezaba a reconstruir sus
fuerzas para lanzar un nuevo ataque contra la dictadura somocista
en Nicaragua y varios compañeros sandinistas estaban en Cuba. A
algunos los conocíamos desde hacía años. Otros fueron llegando para
118
prepararse o arrancados de las mazmorras somocistas por operaciones
espectaculares, como la del 27 de diciembre de 1974, cuando un
comando secuestró a decenas de personalidades que participaban de
una fiesta aristocrática y logró la libertad de todos los presos políticos
que en aquel momento tenía el régimen. Muchos sandinistas se
hicieron amigos de mi madre y ella naturalmente les ofreció el uso del
Ditto. Algunos de los que venían a trabajar como militantes de base,
haciendo girar la manivela por horas, resultaron después importantes
dirigentes de la Revolución sandinista. Nos visitó muchas veces Carlos
Fonseca que era el fundador y líder del FSLN. Recuerdo las charlas con
Doris Tijerino, José Benito Escobar o Daniel Ortega. Pero las conversaciones
en torno a ese aparato mágico que más me marcaron fueron
con Jacinto Suárez. Llegué a sentir un verdadero afecto por él, admiraba
su estilo humilde y lo sentía sabio y cómplice. A veces me contaba
anécdotas de la guerrilla y otras me explicaba en detalle las razones y
encrucijadas de la lucha en su Nicaragua.
A través de esos compañeros fuimos acercándonos al FSLN. Escuchamos
los relatos de sus victorias y de sus reveses. Compartimos
sus angustias y sus esperanzas. A veces alguno no venía más y entendíamos
que había partido de vuelta a su país. Muchos amigos fueron
cayendo en el camino. Entre ellos el comandante José Benito Escobar
que hubiera sido uno de los principales dirigentes de esa revolución.
Años después, cuando ya los sandinistas habían triunfado y mi madre
vivía en Nicaragua, fui con ella a visitar el último lugar donde José
Benito vivió antes de morir. Era una casa muy humilde en la ciudad
de Estelí. La dueña de casa nos recibió y nos mostró su vivienda. Mi
madre hizo algunas fotos. Peregrinamos hasta el lugar donde nuestro
amigo fue asesinado y vimos la cruz que marcaba el lugar, llena de
muestras de afecto. Esa señora pagó muy caro su apoyo al FSLN: un día
encontró en la puerta de su casa la cabeza de su hijo. Ese era el tipo de
mensajes siniestros de la dictadura somocista.
Durante esos años fuimos testigos de la división del FSLN. Nuestros
amigos quedaron en alguna de las tendencias. Nosotros éramos
solidarios con todos y las cercanías las marcaba más el afecto que las
opciones ideológicas. Un día apareció Jaime Wheelock en casa. Hacía
muchos años que no lo veíamos. Sabíamos que se había ido a Nicaragua
y que era uno de los líderes de la «Tendencia Proletaria» en el FSLN.
Aquella era una visita muy importante. Era 1978 y la insurrección
sandinista, que iba contagiando ciudad tras ciudad de Nicaragua, estaba
siendo noticia todos los días. Jaime aprovechó esa corta visita a
Cuba para ir a nuestra casa por unas horas. Se sentó a conversar en
el comedor y para sentarse más cómodo puso su pistola sobre la mesa.
Me impresionó verlo armado en Cuba. La división dentro del FSLN era
tan fuerte que arriesgaba su vida aun en Cuba, que era retaguardia y
119
tierra sagrada de refugio. Luego supe que durante esa visita tuvo lugar
la famosa reunión entre Fidel y los líderes sandinistas donde se logró la
unidad de las tres tendencias en que se había dividido el FSLN. A partir
de entonces se formó la Dirección Nacional con tres comandantes por
tendencia. Entre los nueve comandantes estaban varios de los que habían
sido asiduos visitantes de mi cuarto, entre ellos el propio Jaime,
Humberto y Daniel Ortega.
Meses después, en julio de 1979, triunfó la Revolución sandinista
que abrió una enorme ilusión en los pueblos de América Latina y en
la izquierda de todo el mundo. Habían pasado veinte años desde el
triunfo de la Revolución cubana y seis desde el golpe de Estado en Chile
y el comienzo de la noche que cubrió a casi todo el continente. Nos
parecía que empezaba otra fase de ascenso en las luchas revolucionarias
de América Latina. Muy cerca de Nicaragua, en el Salvador y en
Guatemala, otros compañeros combatían en luchas que quizás serían
los próximos triunfos. En Chile el MIR preparaba en la zona de Neltume
una guerrilla rural que debería ser la retaguardia de la creciente
Resistencia a la dictadura de Pinochet. Desde mi cuarto observaba los
avances y los retrocesos como si estuviera en un observatorio privilegiado.
Al leer las noticias que traían los periódicos veía los rostros de
mis amigos. Las dudas que me surgían las consultaba con el militante
de turno que trabajaba en el Ditto. Vibraba con sus vivencias y a la vez
me iba construyendo un relato global donde cada una de esas historias
particulares ocupaba su lugar.
Nuestra casa seguía siendo un punto de encuentro, un cruce de
caminos para compañeros provenientes de muchos lugares. Cada año
venía la Brigada Venceremos con docenas de norteamericanos solidarios.
Jóvenes ávidos por entender lo que pasaba en Cuba. La sala se
llenaba de gente en los sillones y en el piso. Mi madre contaba su visión
de Cuba y respondía muchas preguntas, mis hermanas y yo participábamos
a veces. Llegaban militantes revolucionarios procedentes de
numerosos países, cada uno con su historia y su destino a cuestas.
Recuerdo a Carmen Castillo, la compañera de Miguel Enríquez, que
había sido herida en el combate en que murió Miguel y que al salir de
prisión pasó por Cuba. También nos visitaban muchos poetas y escritores:
Juan Gelman, Julio Cortázar, Ernesto Cardenal, Mario Benedetti,
Elizabeth Burgos, entre otros.
En ese tiempo se fue creando un grupo de jóvenes poetas cubanos
en torno a mi madre. Entre ellos estaban Alex Fleites, Víctor Rodríguez,
Bladimir Zamora, Arturo Arango, Norberto Codina, Antonio Castro. Generalmente
llegaban en la tarde y se armaban veladas que podían ser
memorables. Se discutía sobre política o arte, algunos leían su poesía,
Antonio sacaba su cuatro venezolano y cantaba algunas canciones. A
eso de las nueve de la noche mi madre se quedaba dormida y la charla
120
seguía su rumbo sin tomarla en cuenta; una hora después abría los
ojos, se despedía y se iba a su cuarto. Poco a poco nos retirábamos los
que estábamos cansados. Ellos podían seguir hasta muy tarde en la
noche. El último apagaba la luz y cerraba la puerta antes de irse. Ese
grupo de jóvenes poetas fue de lo más importante que nos pasó en Cuba.
Mi madre fue para ellos una especie de hermana mayor con la que podían
discutir sus obras y alguien que los ayudaba a crecer. Ellos traían
a casa, con sus chistes y sus poemas, el humor y la buena onda.
En esos tiempos mi madre empezó una relación con Antonio Castro,
un compañero colombiano que había vivido casi toda su vida en
Venezuela y ahora estaba en Cuba. Como militante del MIR venezolano
lo habían enviado con la misión de acompañar a Domingo León, un comandante
que estaba paralítico por las heridas recibidas en combate.
Domingo tenía una larga barba negra que escondía una bala alojada
bajo el mentón. En ocasiones especiales nos dejaba tocar el plomo bajo
su piel. Antonio era un hombre bajo de estatura, con unos intensos
bigotes negros y una complexión fuerte. Tocaba el cuatro, un pequeño
instrumento de cuerdas típico de Venezuela, cantaba, escribía poemas y
tenía la clase de habilidades manuales que una vida de trabajo enseña.
Vino a vivir a casa y se convirtió en una presencia permanente. Tapizó
los sofás desvencijados de la sala; arregló el escritorio donde mi madre
escribía a máquina; llenó con su música muchas tardes. Construyó en
la terraza un cantero que llenó de plantas con las que hablaba regularmente.
A veces nos cocinaba arepas venezolanas aprovechando la
harina que algún amigo le traía de su tierra. Ya éramos muy viejos para
asimilar un nuevo padre pero se convirtió en un amigo entrañable.
Un día Antonio empezó a traer cajas de madera que colectaba en
los supermercados del barrio. Meticulosamente iba desarmando las
cajas y recuperando las frágiles tablitas. Lo vimos construir un librero
a partir de esos desechos, un librero que cubría toda una pared de su
cuarto. Años después, cuando Antonio volvió a vivir a Venezuela, dejó
en mis manos algunos encargos importantes. Debía llevarle cada mes
un poco de dinero a su hijo y para eso me dejó un fondo que me permitiría
hacerlo por bastante tiempo. Y debía asegurarme de entregar a su
hijo aquel librero que él había construido a partir de cajas de verduras.
Era la herencia que le dejaba.
En algún momento de esos años mi madre empezó a tener problemas
incomprensibles: no le daban trabajo aunque le mantenían el
sueldo, mucha gente le dejaba de hablar, se corrió la voz de que ella
tenía algún problema. ¿Sería «agente de la CIA»? Por si acaso era mejor
alejarse de la apestada. Fueron años muy duros. Yo la veía llorar
en su cuarto, mascar su rabia, tratar de entender. Durante todo ese
tiempo los jóvenes poetas siguieron viniendo a casa. Se arriesgaron
a pesar de ese miedo paralizante que es tan nefasto en una sociedad
121
autoritaria. Esa actitud me hizo quererlos más aún. Los compañeros
del MIR chileno, del Partido Socialista de Puerto Rico y los sandinistas
también siguieron visitándonos. No se dejaron intimidar por los rumores.
Fueron un sostén y un apoyo muy importante para nosotros
en esas circunstancias tan duras. Pero ellos estaban respaldados por
sus organizaciones mientras que esos jóvenes poetas cubanos estaban
solos. Se jugaban sus carreras o quizás algo más y supieron ser fieles
a lo que les decía el corazón.
Nunca supimos realmente qué se ocultaba detrás de esas sospechas
que se abatieron sobre mi madre durante varios años. ¿Quizás
su manera de ser y de actuar? Ella se movía siempre de acuerdo a sus
convicciones y sin respetar ninguna convención. Decía en voz alta lo
que pensaba. Quizás su cercanía con grupos revolucionarios de una
cierta tendencia no agradaron a algún poderoso. Quizás los celos o la
envidia de algunos jugó su rol. Quizás tenía algo que ver con ser extranjera
(y más aún norteamericana). Quizás una combinación de todo
eso y de algo más.
Lo interesante es que hay un elemento que seguramente tuvo que
ver y que está relacionado con el Ditto, ese mismo aparato que tanto
sirvió a nuestros amigos para reproducir sus panfletos revolucionarios
o sus poemas. Durante un tiempo mi madre y Robert fueron muy amigos
de una pareja de canadienses que vivía en Cuba. Un buen día los
canadienses fueron acusados de ser agentes de la CIA. Todo fue muy
rápido. Los cubanos les comunicaron que tenían un par de días para
irse del país. En la precipitación de su partida ellos le regalaron a mis
padres ese Ditto que sería tan útil a tantos. Así es que quizás el Ditto
simbolizaba el contacto supuesto con el enemigo y a la vez era parte
esencial de nuestro vínculo cotidiano con tantos revolucionarios. Mi
madre nunca se doblegó. Unos años después los cubanos, discretamente,
le pidieron disculpas por ese período negro. Ya los sandinistas
habían triunfado y mi madre se fue a Nicaragua, a contribuir y vivir
esos primeros años de la Revolución nicaragüense.
Otra presencia importante en casa eran «los fotógrafos». Hacia fines
de los años setenta mi madre quiso aprender fotografía. El pequeño
cuarto que había sido alguna vez baño de servicio fue convertido en
cuarto oscuro y Ramón Martínez Grandal, un excelente fotógrafo cubano,
se dio a la tarea de enseñarle a mi madre los secretos de ese arte.
Hacían los químicos a la cubana, a partir de productos básicos que
compraban en la farmacia o utilizando algunos productos aportados
por amigos que nos visitaban desde el extranjero. Al poco tiempo la
casa era el centro de una pequeña comunidad de fotógrafos amigos:
Macías, Rigoberto, Grandal. Así como en los talleres literarios a los
que estábamos acostumbrados se compartían los poemas y cuentos de
los participantes, así se compartían las fotos en las reuniones de los
122
fotógrafos. El piso se cubría de las fotos de alguno y todos las mirábamos
caminando entre ellas. En ese grupo también se discutía de todo:
de fotografía, de política, de cultura. La presencia en casa del cuarto
oscuro de mi madre hizo que esos fotógrafos estuvieran más en casa
que los poetas. Ellos estaban no sólo de noche sino también de día y se
integraron plenamente a la vida familiar.
En 1979, cuando triunfó la Revolución sandinista, los amigos que
ahora estaban en el poder invitaron a mi madre a Nicaragua. Primero
fue una visita corta para escribir un libro. Al regreso ya tenía su
decisión tomada: se iba a vivir allá, quería participar en ese proceso
que nacía. Se llevó a Ana que era muy chica todavía. Sarah, Ximena
y yo decidimos quedarnos en Cuba y seguir allí nuestros estudios y
nuestras vidas. Sarah tenía diecisiete años y se sentía plena en su
vida cubana. Ya vislumbraba entrar a la Universidad. Ximena debía
terminar sus estudios preuniversitarios y tenía su novio y sus amigos.
Yo quería culminar mis estudios universitarios en curso y tenía mis
propios planes de futuro. A la vez mi vida se iba enredando con la de
Laura de manera cada vez más fuerte. Empezaba otra etapa casi sin
darnos cuenta. Seríamos ahora independientes. Pero en vez de que
fuéramos los jóvenes quienes se fueran de casa, era nuestra madre la
que se iba.
Desde chicos siempre tuvimos que repartirnos las tareas domésticas,
de modo que ese no era un problema. Laura vino a vivir a casa con
nosotros. Ese año fui el adulto que debía ocuparse de Ximena ante el
preuniversitario al que asistía. Ella tenía su grupo de amigos y era muy
independiente pero a veces alguien tenía que hacer algún trámite como
«adulto responsable». Un año después Ximena terminó sus estudios y
se fue a vivir con mi madre a Nicaragua. Sarah terminó sus doce años
de beca y entró a la Universidad. Por fin vino a vivir definitivamente
a casa. Nos organizamos. Ahora estábamos solos en ese apartamento
enorme.
Un día un joven nicaragüense, medio hermano de uno de los comandantes
sandinistas, vino a estudiar a Cuba y lo recibimos con gusto.
Pedro trajo a su novia Ivelisse que era puertorriqueña. La casa se
empezó a convertir en territorio juvenil y espacio colectivo. Luego Pedro
trajo a su amigo Claudio. Era un nicaragüense humilde y buena gente
que estaba estudiando en Cuba y se integró naturalmente al grupo.
El tema era compartir las tareas de la casa: limpiar, cocinar, lavar los
platos. Yo era exigente en eso. Compartir las tareas era algo que no se
discutía. Estaba en el orden de las cosas. Al cabo de un tiempo tuve
problemas con Pedro que a esas alturas se había separado de Ivelisse.
Quizás asomaba su origen más burgués, no lo sé. El tema es que no
hacía su parte y terminé pidiéndole con dolor que se fuera de casa.
123
Quedó viviendo con nosotros Claudio y luego recibimos a Ivelisse con
su nuevo compañero, Mayito, un cubano que estudiaba veterinaria.
Así se iban sucediendo los habitantes de ese apartamento.
En una de las visitas de Laurette y Arnaldo a Cuba charlamos largamente
sobre muchos temas. Laurette me explicaba que Marx había
desconocido totalmente las características particulares del desarrollo
de las sociedades precolombinas de América y que en general había
tenido un pensamiento muy eurocentrado. Escuchar una crítica tan
fuerte de Marx era casi inaudito para mí y sin embargo le encontraba
sentido a lo que decía. Venía además de una autoridad científica y de
alguien en quien confiaba totalmente.
Con Arnaldo hablamos largamente sobre América Latina y él notó
que me interesaba mucho la historia del continente. Al final de ese viaje
me ofreció un regalo muy especial: parte de su biblioteca personal.
Pocos meses después empezaron a llegar las cajas. Laura y yo íbamos
al correo y las recogíamos. Eran cajas y más cajas de libros. Casi todos
eran sobre América Latina pero también había algunos de historia
universal. El librero de mi cuarto, que cubría toda una pared del piso
al techo, se fue llenando con ese tesoro.
Cuando años después me fui de Cuba pensé que sería por poco
tiempo o al menos que podría regresar a menudo. Me llevé una maleta
con ropa y poca cosa más. Le regalé a algunos buenos amigos parte de
mis tesoros, entre ellos algunos restos arqueológicos que Laurette me
había dado. Dejé mi cuarto lleno de cosas y recuerdos. Allí quedaron
mis diarios, fotos, poemas y mi colección de libros.
Pasaron los años y no volví. La intensidad de mis actividades no me
daba respiro y tampoco tenía mucho dinero. Sarah se había quedado
sola en ese apartamento inmenso con Enrique que era su compañero
en aquel tiempo. Imagino el vacío y el silencio. Mi madre, Ximena y Ana
vivían entonces en Nicaragua y Laura y yo en Francia. Luego de algunos
años Sarah también se fue a México y quedó el apartamento solo.
Algunos amigos lo fueron ocupando y luego amigos de amigos.
Un día uno de mis compañeros en Francia visitó Cuba. Escribí una
nota a mano indicando quien era y explicando que había vivido allí hacía
algunos años. En la nota solicitaba si era posible que me enviaran
algunas de mis pertenencias. Mi amigo tocó el timbre, entregó la nota y
fue bien recibido. Pasó unas horas sentado en mi antiguo cuarto junto
al inquilino, revisando cajas y cajas de lo que ahora era un cuarto cerrado,
lleno de cosas viejas, donde se conservaban intactos tantos tesoros
personales. De regreso a París me llevó un par de cajas y en ellas
algún diario íntimo, muchas fotos, algunos poemas de infancia y unos
pocos libros de los que Arnaldo me había enviado. Todavía los tengo.
124
La Brigada
Por 1977 un par de muchachos tuvo la idea de organizar a un grupo
de jóvenes cubanos y latinoamericanos que, durante las vacaciones,
fueran a trabajar unos quince días en uno de los lugares donde se
estaba construyendo alguna obra emblemática de la nueva Cuba. El
dinero recaudado sería entregado a alguna causa revolucionaria. Así
surgió la Brigada Internacional Juvenil de la Amistad (BIJA). Me integré
enseguida a ella junto a varios de mis amigos latinoamericanos. Era
una idea que mezclaba el romanticismo revolucionario con la diversión
y la aventura en un cóctel perfecto. A la vez recreaba en el trópico
cubano el ambiente que había leído en novelas soviéticas como Así se
templó el acero, donde Nikolai Ostrovsky relata épicamente la construcción
del socialismo al principio de la era soviética.
El primer año fuimos a Moa, un lugar en el oriente de la isla donde
está una de las mayores reservas de níquel del mundo. Antes de la Revolución
los norteamericanos construyeron allí una planta que separaba
el níquel y el cobalto del hierro. El níquel y el cobalto eran exportados y
el hierro quedaba allí en grandes cantidades. Se iba depositando en una
enorme laguna de oxidación que se fue llenando hasta convertirse en
un paisaje lunar. Era impresionante ver esa laguna sólida que engañaba
los sentidos. Parecía líquida pero la gente caminaba tranquilamente
por su superficie que era de una dureza metálica y roja.
Se contaba una anécdota interesante sobre esa fábrica, no sé si
cierta, pero que nosotros creíamos y que en todo caso mostraba el
ambiente de los primeros años. Al triunfo de la Revolución todos los
jerarcas de la empresa eran norteamericanos y se fueron del país seguros
de que los cubanos no serían capaces de hacer andar esa compleja
fábrica. Sólo quedó un ingeniero cubano. Tal vez se quedó más por
afecto a esa maravilla tecnológica y por el miedo de que fuera destruida
que por amor a la Revolución. El Che, que era ministro de Industrias,
le encomendó a ese ingeniero hacer andar la fábrica. La tarea era muy
difícil. Él no tenía los conocimientos sobre el funcionamiento global de
la empresa y los antiguos dueños se habían llevado manuales y planos.
Entonces buscaron a todos los antiguos obreros que allí habían trabajado
y cada uno explicó lo que hacía en las diferentes circunstancias.
125
Fueron reconstruyendo el proceso poco a poco y finalmente hicieron
andar la fábrica y no paró más.
Habían pasado varios años desde esa historia. Ahora los cubanos
querían explotar mejor su riqueza mineral. Decidieron construir una
gran fábrica moderna que debería permitir la separación de los tres
minerales que salían mezclados de la tierra: el níquel, el hierro y el
cobalto. Si se ganaba la apuesta, Cuba podría incrementar de manera
importante las ganancias por ese concepto y balancear un poco su dependencia
del azúcar.
Pronto la BIJA se fue haciendo realidad. Se juntaron unos 80 muchachos
y muchachas. Una quinta parte éramos latinos y el resto cubanos.
Llegó el verano y partimos liderados por Tirado y Panchito, los dos militantes
de la UJC impulsores de esa iniciativa. Es cierto que la idea no
era totalmente original. En la Unión Soviética y en otros países socialistas
se había experimentado este tipo de iniciativa en el pasado, pero en
Cuba era algo nuevo. La UJC apoyó esa propuesta surgida de sus bases.
Ofreció el transporte y la comida y consiguió que pudiéramos alojarnos
en los dormitorios de un campamento de obreros de la construcción. La
idea no era tanto la rentabilidad económica como convertir la experiencia
en una forma de construcción de conciencia (generosa y comprometida)
entre los jóvenes. Partimos felices y desde que los buses pasaron
el túnel de La Habana empezó una aventura maravillosa.
Moa era entonces una especie de nueva frontera llena de pioneros.
La tierra era roja de tanto hierro y el paisaje aparecía desolado. Al lado
del camino se levantaban las barracas donde dormían los obreros de
la construcción que llegaban por miles desde todo el país. Vivían allí
varios meses sin visitar a sus familias. Se decía que había una mujer
por cada 10 hombres y que era peligroso dejar a las chicas andar solas
por el pueblo. Teníamos órdenes de acompañarlas siempre. Creo que
nuestras chicas realmente perturbaban a los obreros que estaban allí
en abstinencia hacía bastante tiempo. Las muchachas de la Brigada
eran jóvenes y bellas y andaban con esa alegría que las hace aún más
atractivas.
Trabajábamos todo el día: abriendo zanjas con martillo neumático
o con pico y pala o ayudando a los albañiles en cualquier tarea. Nos
tocaba desde limpiar un terreno hasta poner ladrillos o pintar. En las
tardes, luego de una jornada agotadora, aún teníamos energía para
encender una fogata y escuchar música, para discutir de política y
para amar.
Algunas historias de amor comenzaban en el ómnibus y duraban
todo el viaje. Les llamábamos relaciones «de túnel a túnel» en referencia
al túnel bajo la bahía de La Habana que pasábamos al salir y al
volver. Otras duraban más. En la Brigada había un grupo numeroso
126
de chilenos. Entre ellos mi amigo Alejandro, Javier Cabieses, Noelle
Pascal, Patricia Andrade, Paula Sanjinés y el Cani, entre otros. Había
uruguayos como Gonzalo Serantes, Rita y Gabriela Cultelli, José Enrique
Pommerenck, Abel Sicavo, Andrés y Vivian Elena. Estaba Rodrigo
que era boliviano y algún argentino como Juan Pablo Vivanco. Katia
era italiana. Varios de ellos habían formado el grupo Itacumbú que
ensayaba en mi casa y ahora nos ofrecía sus recitales.
Trabajábamos duro. Nos parecía estar aportando en uno de los frentes
en que la Revolución estaba ganando la pelea contra el subdesarrollo.
En esos años había una verdadera fiebre constructiva que significó
el desarrollo de grandes obras industriales y de infraestructura: fábricas
de cemento y centrales termoeléctricas. Se empezaba a construir
la central nuclear de Cienfuegos que luego el derrumbe de la URSS dejó
trunca. Se construían hospitales modernos como el Ameijeiras en La
Habana y escuelas y universidades en todas las provincias del país.
Nos pagaban un salario por nuestro trabajo pero en la BIJA habíamos
decidido que nuestro trabajo sería voluntario y que donaríamos el
dinero a alguna causa. Nos reuníamos y decidíamos democráticamente
el destino que daríamos a ese dinero. Ese año lo dimos a los vietnamitas,
el año siguiente donamos lo ganado a las Milicias de Tropas Territoriales
que se estaban organizando para resistir una eventual agresión
militar de Estados Unidos a Cuba, y el siguiente a los sandinistas.
La existencia de la brigada se fue conociendo y mucha gente quiso
sumarse a la aventura que se repetiría el año siguiente. No era fácil
seleccionar entre tantos candidatos. Se nos ocurrió que la gente se
ganara el derecho mostrando durante el año su «conciencia revolucionaria
». Para probarla debían trabajar voluntariamente los domingos en
la construcción del Palacio de los Pioneros, en el Parque Lenin. Así es
que había que trabajar gratis los fines de semana para ganarse el derecho
a ir durante las vacaciones a trabajar gratis. Nunca nos faltaron
aspirantes.
En junio de 1978 Laura y yo ya estábamos juntos. Cuando ella supo
que en unas pocas semanas iríamos a Moa quiso ir con nosotros. El
año ya estaba avanzado y ella, que no sabía de este asunto antes, no
había asistido a suficientes trabajos voluntarios los fines de semana.
Le dije que no podría ir. Quería ser coherente. Más aún tratándose de
mi novia. Por suerte Alejandro, que era más tolerante, me mandó al
diablo y le dijo a Laura que ella iría de todas formas. Así fue como ella
se incorporó a la BIJA.
Una vez alguien descubrió que había un barco de cemento atracado
en el pequeño puerto de Moa y que si nos enrolábamos como estibadores
podíamos ganar mucho dinero. Allá fuimos. La jornada fue agotadora.
Eran 12 horas seguidas metidos en las bodegas de ese enorme
127
barco cargando sacos de cemento que parecían pesar una tonelada.
Desde dentro de la bodega del barco poníamos las bolsas de cemento
en una plancha de madera que luego una grúa levantaba y ponía en el
muelle. Allí otros compañeros se encargaban de transportar los sacos
a los camiones.
El calor era agobiante. Algunos sacos se rompían y al poco rato
trabajábamos en medio de una nube de cemento. El polvo penetraba y
quemaba las heridas que se iban abriendo en nuestras espaldas maceradas
por riachuelos de sudor. El ritmo era muy fuerte y con el paso
de las horas el cansancio fue haciéndose abrumador, pero teníamos
una energía que parecía inagotable y nadie quería darse por vencido.
Cuando terminamos la jornada laboral y volvimos al campamento era
tarde en la noche. Estábamos exhaustos pero felices y nos dimos un
baño reparador bajo las duchas. El agua en Moa es dura y el jabón no
hacía espuma ni lograba sacar el cemento que estaba metido en las heridas
abiertas. Las caricias reparadoras de nuestras compañeras nos
supieron a gloria.
El año siguiente la BIJA fue a Las Tunas. Una ciudad de Oriente
donde se estaba construyendo una fábrica de vidrio también muy
grande. Se acercaba el carnaval que en Cuba significa tres días de
asueto y consumo de cerveza sin parar. Para muchos es la fiesta más
importante del año. Esa vez, justo antes de que llegáramos, un obrero
resbaló dentro de una de las enormes tolvas que se estaban levantando.
Cayó desde muchos metros de altura y atinó a decir sus últimas
palabras antes de morir: «coño, ¡me perdí el carnaval!».
Nos enteramos de que podíamos trabajar algunas horas vendiendo
cerveza en el carnaval y allá fuimos. Todo era bueno para recaudar el
dinero que donaríamos a alguna causa noble. A varios nos tocó trabajar
en un puesto de venta de cerveza. Teníamos un tanque con un grifo del
que salía la cerveza a granel y una colección de vasos de cartón. Empezó
la fiesta. Por los parlantes se oía la música a todo dar y de repente
estábamos rodeados de cientos de brazos que salían de una compacta
masa vociferante que pedía cerveza a gritos. Atendíamos lo más rápido
que podíamos. Al principio intentábamos contar bien el dinero y al rato,
ya desbordados, simplemente buscábamos responder a la demanda de
ese monstruo de cien cabezas. Alguna vez pusimos las monedas del
vuelto dentro del vaso de cerveza pero la gente ni cuenta se daba.
Un mulato grande y fuerte con cara de boxeador se acercó con un
balde de limpiar pisos: «¡llénamelo!». Eso hicimos. Al rato apareció de
Cubanismo de uso frecuente. Según la entonación puede ser simplemente una exclamación
sin trascendencia, una muestra de sorpresa, rabia, admiración, miedo o
alegría. En Cuba es casi una muletilla.
128
nuevo con el mismo pedido y le llenamos nuevamente el balde. Eso se
repitió toda la noche. Cada vez su voz era más turbia y sus pasos más
titubeantes. La gente tomaba de una manera inaudita. De madrugada
cuando terminamos nuestro turno nos fuimos caminando entre un reguero
de gente tirada por el piso. Dormían la borrachera un rato para
venir a pedir otra cerveza en cuanto abrían los ojos. Ese ambiente duraba
tres días. Esa experiencia me enseñó a respetar mucho cualquier
trabajo que implique atender clientes en un mostrador.
Para regresar a La Habana esa vez nos tomamos el «tren rápido». Esa
era una de las grandes obras de infraestructura que transformaba el
país: una carretera de 8 vías que debía atravesar la isla entera pero que
llegaba por el momento hasta Las Villas, un tendido de cable coaxial que
debía permitir el tráfico de datos y el famoso tren rápido que se decía que
hacía el trayecto Holguín-La Habana en sólo 8 horas. Así es que subimos
a ese tren con la intención de llegar en poco tiempo. Pero el viaje duró
en realidad 24 horas. El tren avanzaba largos trechos a paso de tortuga
o paraba por razones inexplicables. Lo más increíble que nos pasó fue
cuando sentimos que el tren paraba en seco en medio de un cañaveral.
Los pasajeros nos asomamos curiosos y nos encontramos en medio de
un océano verde. La caña de azúcar ondeaba al viento en todas direcciones
hasta perderse de vista. Atónitos observamos que la locomotora
desenganchaba y se iba. Allí quedamos unos cuantos vagones por un
par de horas en medio de la inmensidad verde. No hubo ninguna explicación.
Un rato después la locomotora volvió, enganchó los vagones y
seguimos viaje. La explicación más natural que nos dimos todos era que
el maquinista había ido a visitar a una novia que tenía por allí.
Cada año la Brigada preparaba la nueva expedición y cada año era
una experiencia extraordinaria. Allí nos hicimos amigos entrañables.
Esos veranos marcaron profundamente la vida de muchos de nosotros.
Eran una mezcla perfecta de altruismo y alegría. La UJC se dio cuenta
del enorme valor simbólico de esa experiencia. Luis Orlando Domínguez,
el Secretario General de la Juventud Comunista que era una
de las figuras políticas prominentes del país, nos homenajeó con un
banquete y nos felicitó por la idea. Poco tiempo después la UJC empezó
a promover que en todas las escuelas del país se impulsaran iniciativas
similares. Los Comités de Base locales de la Juventud Comunista
debían movilizar a los jóvenes para que fueran en el verano a hacer
trabajos voluntarios. Los diarios anunciaban victoriosos que «miles y
miles de jóvenes cubanos se movilizarán en el verano para colaborar
voluntariamente en la construcción…».
Algunos años más tarde, en la Universidad, mi mejor amigo era
Igor. Un muchacho alto y rubio de madre ucraniana y padre cubano.
Éramos inseparables y nuestra amistad alimentaba numerosos chistes
129
sobre «el yanqui y el ruso» que siempre andaban juntos. Él era muy
inteligente y nos complementábamos muy bien. Juntos estudiábamos
ingeniería y juntos íbamos descubriendo algunas incoherencias del
discurso político.
Nos interesaba mucho entender el tema de la discusión entre Stalin
y Trotsky. Los dos personajes habían sido prácticamente eliminados
del discurso oficial o eran descritos en términos muy simplistas
y claramente falsos. Recuerdo cuando descubrimos alborozados el
testamento político de Lenin. Saber que ese documento recién había
sido develado luego del XX congreso del PCUS en 1956 (más de treinta
años después de la muerte de Lenin) nos causaba asombro y nos hacía
cuestionar muchísimas de las cosas que habíamos aprendido del
discurso oficial.
Igor era un muchacho inquieto y revolucionario pero a quien le gustaba
pensar por sí mismo. No era dogmático y tampoco alguien que se
dejara llevar por consignas. Le molestaba profundamente la mediocridad
y el oportunismo. Era también un autosuficiente como decíamos
entonces. Aunque él decía: «autosuficientes son los que se creen los
mejores sin serlo. Yo soy «suficiente» porque no es que me lo crea, sino
que soy el mejor». Quizás eso le creaba algunos enemigos. No lo sé. En
todo caso la historia que quiero contar lo tiene a él como protagonista.
Un día pasaron en la clase una hoja para que aquellos que iban a
ir a trabajar en el verano se inscribieran. Si alguien no iba a ir debía
poner la razón en una columna al lado. Tanto Igor como yo pusimos
que ese año no iríamos y nos negamos a poner ninguna explicación
para ello. Argumentamos que exigir una justificación implicaba que
no se trataba de una actividad voluntaria y vaciaba de contenido toda
la idea. «De ningún modo compañeros. La actividad es voluntaria pero
hay que poner la justificación», nos respondieron ofuscados los dirigentes
de la Juventud Comunista. Prácticamente nadie había marcado
que iría. Tenían justificaciones de todo tipo: tías enfermas o abuelas
que debían visitar. Parece que era una ofensa que pusiéramos en duda
el procedimiento y la condición voluntaria.
Pasaron los días y se acercaba la Asamblea de la Conciencia Comunista.
Se trataba de una reunión anual donde el colectivo era soberano
para tomar medidas drásticas ante actitudes consideradas antisociales
o contrarrevolucionarias. Por ejemplo, alguien que había cometido
fraude podía ser expulsado de la Universidad por la asamblea y esa
decisión no podía ser revocada ni siquiera por las autoridades universitarias.
Recuerdo el caso de una muchacha que había hecho fraude y
a quien la asamblea había castigado con la expulsión por dos años. El
secretario del Partido en la Facultad estuvo allí suplicando clemencia
sin tener suerte.
130
Convivían esas cosas: por un lado una estructura centralista y vertical
con el Comandante en Jefe a la cabeza y la estructura del Partido
y la Juventud que eran capaces de escuchar a la gente y de dar orientaciones
que en general se cumplían; por otro lado el llamado a la toma
de decisiones a nivel de la base en asambleas soberanas. Ese poder de
la base podía ser sublime o terrible según quien estuviera al mando
local o según quien controlara la asamblea.
A medida que pasaban las semanas, la situación se iba poniendo
cada vez más tensa para nosotros. La secretaria del Comité de Base de
la UJC era una oportunista que olió la posibilidad de mostrar su intransigencia
y se ensañó con Igor. En pocos días ya todas las tías enfermas
de los militantes de la UJC se habían curado por arte de magia y la lista
de aquellos que irían a trabajar en el verano se había ampliado considerablemente.
Cada mañana nos preguntaba: «¿Ya lo pensaron? ¿Van
a decir por qué no van?»
Pedí una reunión y les expliqué que personalmente había sido miembro
del grupo que había originado esa idea (la BIJA) y que ellos estaban
convirtiendo una excelente iniciativa en una farsa. Intenté convencerlos
de que puestas así las cosas toda la idea del trabajo de los jóvenes
en el verano era contraproducente. No hubo caso. Me perdonaban a mí
que estaba en cierta forma «protegido» por mi militancia en una organización
hermana (además de que a esas alturas ya se sabía que tenía
una verdadera razón de peso: viajaría al extranjero ese año). Pero Igor
que era más frágil, resultaba presa fácil, carne fresca. Se acercaba la
reunión y la situación se hacía más angustiosa cada día. Yo no sabía
qué hacer. La noche anterior a la asamblea Igor habló conmigo. «¡Me
van a joder! ¡Estoy casi al final de la carrera y me van a joder estos hijos
de puta! ¿Qué hago?» No supe qué responder. Le dije que estaría con
él en lo que decidiera hacer pero lo cierto es que era él quien estaba
corriendo el riesgo y no yo.
En la asamblea había varios profesores. Todos estaban expectantes
ante lo que pasaría. La situación se comentaba en voz baja y había
corrido como reguero de pólvora por toda la Facultad. Empezó la asamblea
y muchos hablaron. Intervine intentando convencer de que Igor
tenía derecho a decidir libremente. Al final llegó el turno de uno de los
líderes de la UJC y empezó a hablar de una manera que quedaba claro
que acabaría con Igor. Entonces Igor pidió la palabra y exigió hablar.
Simplemente dijo: «voy a ir este verano al trabajo voluntario». Se me
derrumbó el mundo. Igor había salvado su carrera y esos hijos de puta
habían asesinado la idea misma de la BIJA y habían destruido a Igor,
que me miraba con la cara tensa y seria, pálido e impávido. Llegó el verano
y una epidemia de dengue provocó la suspensión de los trabajos
estudiantiles en el verano. Fue como si la divina providencia hubiera
131
actuado para que nadie tuviera que ir a trabajar. En particular ninguno
de los inquisidores fue ese verano a trabajar. Pero Igor sí fue a trabajar
ese verano. Él quería hacerse unos pesos y consiguió un puesto
en una fábrica de calzado plástico. Fue el único.
Veinticinco años después Igor me buscó por Google y me encontró.
Nos escribimos por correo electrónico. Él había estado en Angola. En
los años noventa se fue de Cuba desilusionado por unas cuantas cosas
parecidas a esta historia. Vive ahora en Miami con su mujer y su hija.
Sus correos están cargados de bronca. Siento en ellos un fondo de odio
a la Revolución cubana y a Fidel. Intenté mantener una correspondencia
con él pero me fue difícil pues entre tanto habíamos divergido
ideológicamente con la ayuda eficaz de la hijoputez humana.
132
La CUJAE
En 1978 empecé mis estudios de ingeniería en el Instituto Superior
Politécnico José Antonio Echeverría (ISPJAE). Ese instituto surgió cuando
separaron las ingenierías y la arquitectura de la vieja Universidad
de La Habana y se construyó en las afueras de La Habana la Ciudad
Universitaria José Antonio Echeverría (la CUJAE) para albergar esas
carreras.
La CUJAE era un campus moderno, formado por un conjunto de
edificios alargados que se comunicaban por largos pasillos cubiertos,
con bancos y macetas con plantas. En los numerosos jardines y plazas
interiores abundaban los árboles, entre ellos bellos mangos y jacarandás.
El campus se extendía sobre muchas hectáreas e incluía instalaciones
deportivas, dormitorios y laboratorios. Cada Facultad tenía uno
o más edificios. Yo estudiaba en la Facultad de Cibernética, Electrónica
y Telecomunicaciones cuyo edificio era uno de los más cercanos a
la entrada principal.
Laura estudiaba en la Facultad de Arquitectura. Nuestros amigos
Gonzalo y Vivian lo hacían en la Facultad de Ingeniería Civil y mi hermana
Sarah en la de Ingeniería Química. Las carreras relacionadas
con la generación y distribución de la energía eléctrica conformaban
una Facultad aparte. Frente a Arquitectura había un pequeña plaza
que llamábamos «Plaza Ampère». Era un juego de palabras que hacía
referencia al Amperio, unidad de medida de la corriente eléctrica que
se define como un coulomb por segundo. En un acto típico del humor
cubano se decía que por allí pasaba «un culón por segundo».
A unos 200 metros se elevaba majestuoso un ingenio azucarero que
marcaba la zona con todo el movimiento propio de una fábrica de ese
tipo. Cuando uno iba llegando a la CUJAE era recibido por decenas de
árboles de mango que bordeaban la carretera. En cierta época del año
esos árboles estaban cargados de las frutas maduras con sus amarillos
rojizos destellando al sol. La ubicación de la CUJAE, un tanto alejada del
centro de la ciudad, obligaba a tomar un ómnibus que a veces esperábamos
por mucho tiempo. Durante los años que viví en Cuba el transporte
siempre fue un problema. Era común que las muchachas hicieran
dedo y muchas conseguían aventones. Nosotros quedábamos esperan133
do mientras las veíamos alejarse en el auto que las había recogido. Era
necesario salir muy temprano de casa para no llegar tarde a clases.
Cuando entré al ISPJAE los cubanos sufrían aún de la falta de profesores
calificados. La construcción de un cuerpo académico es un
proceso que lleva mucho tiempo. Se decía que al principio de la Revolución
habían quedado pocos profesores universitarios y que durante
un tiempo los estudiantes más avanzados habían tenido que asegurar
los cursos de los más jóvenes. Cuando yo ingresé la situación era bien
diferente, pero muchos profesores eran aún muy jóvenes o se estaban
formando todavía. Los cubanos daban soluciones muy inteligentes a
sus problemas y pensaban a largo plazo, cosa que aún hoy es difícil de
encontrar en América Latina. Habían enviado al extranjero a muchos
profesores a formarse en las más diversas ramas. Para estudiar matemáticas
o física los enviaban a la URSS o a Hungría y para formarse en
temas más técnicos buscaban países occidentales. Casi todos regresaban
al concluir sus estudios: había esa energía tan especial que se crea
en los lugares donde se está construyendo un proyecto colectivo.
Los cinco que fueron a especializarse en microelectrónica a Canadá
volvieron con sus maestrías más o menos al mismo tiempo que
yo empezaba mis estudios universitarios. Llegaron llenos de energía
y crearon el Centro de Investigaciones en Microelectrónica donde experimentaban
con el diseño y construcción de los primeros circuitos
integrados. Escuché que construyeron una Unidad Aritmética y Lógica
(ALU) de 4 bits. Eso era algo muy avanzado para la época en el contexto
de nuestro continente.
Cuando estaba en los primeros años de la carrera me hice ayudante
de laboratorio de física y entré en un mundo fascinante. Los profesores
estaban experimentando con la holografía. El haz de luz recorría
la habitación rebotando en espejos y pasando por diversas lentes. En
el medio de ese laberinto aparecía como por arte de magia el holograma.
Era impresionante ver un cerebro aparecer flotando en el medio
de la nada. Me impactó especialmente el holograma de un tablero de
ajedrez. Me movía y podía ocultar la torre con la dama: tan real era la
tridimensionalidad.
También a nivel universitario se aplicaba el principio de la combinación
del estudio con el trabajo. Cada año trabajábamos un tiempo.
Al principio un mes y progresivamente más hasta llegar a un par de
meses en el último año de la carrera. Los primeros años hacíamos trabajos
muy básicos. Se consideraba que un ingeniero o un arquitecto
debían vivir la experiencia de hacer con sus propias manos el trabajo
de aquellos a quienes algún día quizás dirigirían. Así es como Laura,
que estudiaba arquitectura, trabajó como ayudante de albañil en sus
primeros años y a medida que avanzó en sus estudios fue dibujante o
134
ayudante de arquitecto. Yo trabajé los primeros años en la línea de producción
de una fábrica de radios. En el último año me tocó trabajar en
el Laboratorio Central de Telecomunicaciones que era el lugar donde el
Ministerio de Comunicaciones experimentaba las nuevas tecnologías
que estaba incorporando.
Los cursos no se caracterizaban por ser muy profundos pues los
profesores eran a veces muy jóvenes. Pero la formación globalmente
no era mala. Pude verificarlo cuando me presenté en París unos años
después para inscribirme en un posgrado en robótica. Yo apenas balbuceaba
algunas palabras de francés y estaba nervioso cuando fui a la
entrevista a que sometían a cada candidato. Éramos 120 de los cuales
iban a seleccionar unos 30. Entré al cuarto y me encontré con cuatro
profesores franceses. Uno de ellos empezó a mirar mis calificaciones y
el plan de estudios que, debidamente legalizados, llevé conmigo desde
Cuba. Sonrió y me dijo: «veo que usted obtuvo 5 sobre 5 en Materialismo
Dialéctico y 3 sobre 5 en Teoría de Circuitos». Intenté explicarle en
mi francés rudimentario que en Cuba estudiábamos marxismo como
una asignatura más. Que era una asignatura obligatoria. Luego de algunas
preguntas más del tipo «¿por qué quiere estudiar robótica?» me
aceptaron y me dijeron que podía empezar pero que no sabían si había
acuerdo de equivalencia entre Cuba y Francia por lo cual tenían dudas
sobre la inscripción formal. Me recomendaron seguir los estudios con
normalidad mientras esperaba la respuesta oficial. Si al final de año
había reválida me darían el título y, si no, algo habría aprendido de
todas formas. Acepté con gusto y eso hice. Por suerte hacia el final del
año lectivo llegó la respuesta positiva de la administración respecto a
la reválida y pude tener el diploma que luego me abrió el camino en el
que he estado ya más de veinte años. En la fiesta de fin de clases, entre
copas de vino, una de las profesoras que había estado en esa entrevista
inicial me confesó que conmigo habían hecho una apuesta. Querían
ver qué pasaba con ese «cubano».
Cuando me gradué en Cuba estaba entre los mejores expedientes
de mi promoción. Unos tres años después empecé a estudiar ese posgrado
en Francia y me encontré que era parte del grupo de los 3 ó 4
alumnos más atrasados de la clase junto a un tunecino, un argelino
y un vietnamita. Sin dudas tenía el problema del idioma, pero lo más
notorio era una formación mucho más pobre en matemáticas. Lo pude
comprobar casi a diario: los franceses habían aprendido en el liceo a
pensar de otra forma. La enseñanza de las matemáticas se basaba en
demostraciones y generalizaban mucho más los conceptos. Luego en
Uruguay, país de tradicional influencia francesa en la educación, verifiqué
que mis estudiantes uruguayos de ingeniería también me superaban
en ese aspecto.
135
En términos generales, en Cuba los fundamentos teóricos eran más
débiles que los que recibían los estudiantes franceses o uruguayos.
Pero eso estaba compensado por otros aspectos de nuestra educación.
Había un importante componente práctico, aun con medios escasos,
que los cubanos introducían en clase. Ello incluía un acercamiento al
diseño y a la experimentación y numerosos laboratorios. El principio
de la combinación del estudio y el trabajo, que era casi un dogma,
ayudaba mucho a crear habilidades y a hacer madurar al estudiante.
Había también el aspecto más holístico o integrador que introducían
las asignaturas sociales que toda carrera tenía en Cuba.
Pero había algo aún más general: la noción de que podíamos hacer
lo que nos propusiéramos, sin complejos. Eso era cierto a nivel de
sociedad pero también en tanto personas. Ese estado de ánimo lo permeaba
todo. Cuando los cubanos se lanzaban a construir sus propias
computadoras o enviaban a decenas de profesores a hacer sus doctorados
estaban enviando una señal muy fuerte hacia adentro también.
Había una voluntad nacional de avanzar y una estrategia para hacerlo
y nosotros sentíamos esa energía colectiva.
En los años setenta la Revolución ya estaba consolidada. Ahora el
tema era construir en serio la nueva Cuba, su economía, su sociedad,
y por tanto pensar más a largo plazo. Los cubanos definieron algunos
sectores estratégicos donde invertirían sistemáticamente por años buscando
posicionarse a un nivel de excelencia. Uno de esos sectores fue el
de la biotecnología y la medicina. Crearon varios centros de investigación
bien dotados, formaron recursos humanos, trabajaron seriamente
por años y años. Y hoy son efectivamente una potencia en medicina y en
biotecnologías. Exportan medicamentos, dan servicios médicos a buena
parte del mundo y han logrado un importante desarrollo en ese campo.
También la electrónica había sido definida como un sector estratégico.
Se había establecido una especie de división internacional del
trabajo entre los países socialistas, que abarcaban en esa época a casi
un tercio de la población mundial. Cuba exportaba azúcar a Europa
del Este. Pero no quería seguir siendo simplemente un exportador de
productos primarios y se empezaba a preparar para producir circuitos
integrados y algunos aparatos electrónicos para exportar a todo el
campo socialista. Mientras yo estudiaba en el ISPJAE junto a muchos
futuros ingenieros de ese sector, en la provincia de Pinar del Río se
construía una fábrica de circuitos integrados. Allí se pretendía producir
los circuitos integrados de la serie 74XX (que en la época eran muy
populares) para abastecer a buena parte del mundo socialista.
Los cubanos tuvieron menos suerte en la electrónica que en la medicina.
En los años ochenta el campo socialista se hundió en una crisis
terminal y luego el socialismo fue barrido de todos los países de Eu136
ropa, incluyendo a la URSS que desapareció como tal. Con ello dejó de
existir, entre muchas cosas, el mercado común socialista y proyectos
como el de la fábrica de circuitos integrados de Pinar del Río. Creo que
nunca funcionó realmente y muchos de mis compañeros de estudios
trabajaron luego en empresas cubanas que importaban piezas y armaban
computadoras en Cuba. Pero en aquellos años, mientras estudiábamos,
teníamos esa ilusión muy fuerte de que en nosotros estaba
formándose el conjunto de ingenieros que trabajarían en ese sector
estratégico. Y más allá de que no se logró el desarrollo que se había
planificado para el sector, los ingenieros formados en esa época desarrollaron
otras áreas como la de los equipamientos médicos.
En Cuba existe el Servicio Militar Obligatorio y todo ciudadano varón
debe hacerlo. Pero «ir al servicio», que duraba dos años, cortaba
los estudios de los jóvenes. De modo que aquellos que demostraban
ser buenos estudiantes podían ir a la Universidad en vez de hacer el
servicio militar. Durante los estudios universitarios hacían el entrenamiento
militar y terminaban su carrera universitaria como oficiales
de la reserva. Así es que mis compañeros cubanos tenían un día por
semana de clases con asignaturas específicamente relacionadas con
temas militares y un período de entrenamiento intensivo a fin de año
que duraba algunas semanas. Todos nos graduábamos con el título de
ingeniero en telecomunicaciones pero ellos culminaban además como
oficiales de comunicaciones del ejército.
Las mujeres y los extranjeros estábamos exentos de esa formación.
Eso nos dejaba tiempo libre pero también nos mostraba que a pesar de
vivir allí y sentirnos cubanos, no lo éramos. No ser cubanos nos daba
ciertos privilegios, el más notorio era la libertad de viajar al extranjero.
Por otro lado no podíamos recibir entrenamiento militar como cualquier
cubano (y la situación de tensión con Estados Unidos por momentos
nos hacía pensar que no tener ese entrenamiento era un problema), ni
enrolarnos en una misión internacionalista como tantos de nuestros
amigos cubanos. Tampoco podíamos militar en el Partido.
Había unos cuantos estudiantes extranjeros en el ISPJAE. La mayoría
eran jóvenes provenientes de «países hermanos» (aquellos donde había
triunfado recientemente una revolución o que se habían independizado)
o provenientes de países que estaban todavía luchando por su libertad y
que Cuba apoyaba con becas. En mi grupo había cuatro palestinos con
quienes conversábamos largas horas sobre su lucha. Eran militantes
del Fatah, el FPLP y el FDLP, distintos grupos que luchaban contra la
ocupación de Palestina. Había una muchacha de Sudáfrica. El ANC luchaba
aún por el fin del Apartheid y Mandela estaba en la cárcel desde
hacía muchos años. Había varios estudiantes angolanos, vietnamitas y
un muchacho de Laos que nos impactaba con su hermosa caligrafía.
137
Mi amigo Cherno venía de Guinea Bissau y su familia era polígama:
tenía un padre, cinco madres y un montón de hermanos. Me contaba
detalles sobre el funcionamiento del tipo de sociedad donde él había
vivido casi toda su vida y que para mí era totalmente extraña. Un día
me contó una situación que se dio en su familia: dos de las madres tenían
algún problema entre ellas y no se llevaban bien. Para resolver el
asunto su padre embarazó a ambas y al nacer intercambió a los bebes.
Según Cherno eso resolvió el problema.
Varios profesores me dejaron una profunda impresión. Albín Salas
había estudiado en Hungría y trabajaba en procesamiento de señales.
Se interesaba entonces por el teletexto que recién empezaba a implementarse
de manera comercial en algunos países. Él me dirigió el trabajo
final que fue el estudio de un módem. La transmisión de datos
empezaba a popularizarse y alcanzar velocidades de transmisión de
2400 baudios en una línea telefónica era algo que causaba orgullo. Las
cosas que hoy son comunes parecían inauditas entonces.
Marante era un mítico profesor que sabía mucho sobre antenas.
Tenía la oficina en el último piso de la Facultad. En su mesa de trabajo
había un cráneo que tenía escrito en la frente «fui lo que eres, soy lo
que serás». Marante no era muy riguroso en sus clases pero desbordaba
de sabiduría práctica que nos transmitía con generosidad y buen
humor. Llenaba el pizarrón con las ecuaciones de Maxwell y luego nos
decía: «Muchachos, esas ecuaciones son fantásticas para conquistar
una muchacha en la guagua. Ustedes abren la libreta en esa página y
están asegurados» y luego pasaba a explicarnos cómo bajar esas complicadas
ecuaciones a tierra y construir prácticamente las antenas.
Ese estilo era simpático pero a veces me molestaba. Una vez nos
había solicitado un trabajo que preparé con mucho cuidado. Lo llevé a
su oficina para discutirlo tal como él lo había exigido en clase. Cuando
llegué me dijo sin siquiera mirarlo «déjalo sobre la mesa, estás aprobado
» y me invitó a juntarme al resto de los muchachos que allí estaban,
jugando ping-pong y tomando cerveza. Así era Marante.
Años después el gobierno norteamericano instaló la Radio Martí y la
TV Martí como parte de su acción propagandística contra la Revolución.
Invirtieron mucho para lograr que esos medios llegaran cotidianamente
a todos los hogares cubanos. Instalaron las antenas transmisoras en
el límite de las aguas jurisdiccionales cubanas, en barcos o globos. Se
decía que Marante era uno de los expertos que elaboró las contramedidas
cubanas que han neutralizado por años a TV Martí convirtiendo
toda la empresa en un enorme gasto de dinero que no puede cumplir
su objetivo inmediato. Nosotros admirábamos la proeza técnica de esa
victoria en la guerra constante que nos enfrentaba con los yanquis.
Popi era un personaje singular. Un mulato atlético que había ido
138
a estudiar una maestría en metrología en Gran Bretaña a fines de
los años setenta. Mientras estaba allí descubrió los microprocesadores
que apenas empezaban a aparecer entonces. Popi se dio cuenta de su
potencial y se puso a estudiarlos a pesar de que no era ese su destino
original. Cuando volvió a Cuba venía convencido de que por allí pasaba
el futuro de la computación y propuso dictar un curso sobre microprocesadores
en el ISPJAE. Como parte del esfuerzo por desarrollar
la electrónica, los cubanos habían decidido en los años setenta construir
computadoras en Cuba y a pesar del bloqueo se las arreglaron
para llevar a Cuba una PDP11, la popular computadora de Digital. Esa
máquina fue «fusilada» como se decía entonces. La copiaron detalle a
detalle y empezó la producción en serie de lo que se llamó «la primera
computadora cubana». La llamaron CID-201-B, era una copia fiel de la
PDP11. Esa máquina estaba construida con la tecnología de la época,
previa a la aparición de los microprocesadores.
Cuando Popi regresó con su propuesta del uso de los microprocesadores
rompió esquemas y quizás amenazó la posición de algunos. Los
microprocesadores iban a revolucionar la tecnología que estaba en el
corazón de las CID-201-B y en cierta forma su aparición significaba el fin
de ese tipo de máquinas. Lo cierto es que no fue bien vista esa idea que
cambiaba completamente el rumbo trazado en la computación. Popi no
se achicó. ¿No lo dejaban dictar un curso curricular? pues dictaría un
curso extracurricular, aun sin créditos, para el que quisiera ir. Puso
unos carteles anunciando el curso que se dictaría en horarios imposibles:
muy temprano en la mañana o los fines de semana. Y los cursos
se empezaron a llenar de gente.
Yo asistí a uno de ellos. Se basaba en el microprocesador 8080 de
Intel. Recuerdo una frase de Popi que me llamó la atención. Decía que
en la implementación de un sistema, el hardware y el software conforman
una contradicción dialéctica. Usando esa metáfora de inspiración
marxista explicaba cómo en ciertas soluciones es más importante un
aspecto y en otras el otro. Por esos cursos fueron pasando cientos de
personas. Y los años le dieron la razón a Popi. Los microprocesadores
efectivamente reemplazaron a los componentes discretos en todo el
mundo y cambiaron la historia de la computación. Popi se convirtió en
la referencia nacional en el tema.
En sus clases de diseño lógico usaba todo el tiempo ejemplos sacados
del ambiente deportivo. Debíamos por ejemplo diseñar un tablero
que mostrara los resultados del básquetbol, del vóley, del boxeo. Cada
deporte tenía reglas diferentes y generaba un nuevo ejercicio, por lo
demás divertido. Para la prueba final nos dijo que iba a permitir el uso
de materiales durante la prueba, que pondría tres ejercicios y que le
daría la nota máxima a aquel que resolviera correctamente al menos
uno de los ejercicios.
139
Habíamos formado un excelente grupo de estudio con Igor Paklin y
algunos amigos que a veces se sumaban a nosotros. Entre ellos Carlos,
un amigo guatemalteco. Igor y yo teníamos excelentes notas, pero
Carlos tenía algunas dificultades. Nuestro método de estudio para los
exámenes incluía una revisión completa de la materia y luego hacíamos
varios exámenes. En general los inventábamos nosotros mismos.
Terminábamos en una sesión el día anterior al examen. Cada uno le
ponía al otro un examen y lo resolvíamos individualmente. Luego de
terminado el tiempo asignado a la solución discutíamos los resultados.
Esa noche nos relajábamos y muchas veces nos íbamos al cine.
Así llegó el día del examen de la asignatura de Popi con su modo
singular de calificación. Antes de empezar señaló a unos 4 ó 5 compañeros.
Entre ellos a Igor y a mí. De un modo bastante arbitrario nos
dijo que podíamos irnos, que teníamos la nota máxima. Nos levantamos
sorprendidos y nos fuimos felices. Al resto del grupo le puso el
examen. Resultó que uno de los ejercicios era un tablero para algún
deporte que no había sido nunca solicitado en clase pero que nosotros
habíamos incluido en nuestros «exámenes finales de estudio» el día
anterior. Como estaba permitido el uso de materiales Carlitos simplemente
transcribió el ejercicio que tenía en su libreta y se sacó la nota
máxima: había resuelto un ejercicio completo.
En general los profesores eran más convencionales que Popi. La
amplia mayoría eran docentes muy serios y que hacían su trabajo con
calidad. Había por supuesto también malos profesores. Recuerdo a
un profesor de Materialismo Dialéctico que dictaba teóricos ante un
auditorio. Leía directamente y con voz monocorde unas fichas donde
tenía escrita la clase. Pronto alguien descubrió que lo que estaba en las
fichas era la transcripción textual de un manual soviético. La gente se
compró el manual y aquellos que no se quedaban dormidos iban leyendo
a la vez que el profesor. Se fue formando un murmullo en voz baja.
Un día el profesor paró y el coro siguió un par de palabras. Cuando el
profesor continuó su lectura y repitió las mismas palabras estalló una
carcajada general y quedó totalmente en ridículo.
La carrera incluía Materialismo Histórico, Materialismo Dialéctico,
Economía Política y un par de cursos más sobre la historia del
movimiento revolucionario internacional. Algunos profesores de estos
ramos sociales hacían la clase más interesante e intentaban generar
debates sobre diversos temas. Una vez la profesora planteó que el capitalismo
«era incapaz de llevar adelante la revolución científico técnica
con éxito». La idea básica era que el capitalismo desarrollaría esa revolución
con criterios de lucro y por tanto ajenos al bien común y que
ello eventualmente llevaría al mundo a la guerra y al desastre. Levanté
la mano y pregunté «¿cómo se explica entonces el avance que tienen
140
Japón y los Estados Unidos en la electrónica si el capitalismo no puede
llevar adelante con éxito la revolución científico técnica?». Se generó
un gran debate. Mi pregunta, provocadora, buscaba justamente eso.
No faltó alguno que señalara que esa pregunta mostraba mi «diversionismo
ideológico». Pero la verdad es que en esos tiempos la militancia
en el MIR y mi interés personal me habían llevado a estudiar bastante
a los clásicos y era capaz de sostener una discusión de esas. Terminé
citado a la oficina de la profesora para discutir el tema con ella y con el
responsable de la cátedra, en buenos términos.
El bloqueo al que estaba sometida Cuba afectaba fuertemente la
disponibilidad de libros y revistas. Los profesores que iban a estudiar
al extranjero traían los mejores libros que encontraban. Una selección
de esos libros eran «fusilados», es decir copiados y reproducidos por las
«Ediciones Revolucionarias» sin pagar derechos de autor. Así estudié
por ejemplo con el clásico Microelectronics de Millman y Taub. Los libros
«fusilados» podían tener ediciones de decenas de miles de ejemplares.
No sé qué pensarían Millman y los otros autores pero suponía que estarían
orgullosos de saber que sus libros eran usados por tantos jóvenes.
Luego supe una anécdota que sucedió con ese profesor en Uruguay. La
Universidad de la República invitó a ese mismo Millman a visitarlos y el
gran profesor estuvo algunas semanas trabajando con ellos. Antes de
irse le preguntaron qué le había parecido el Uruguay y respondió entre
otras cosas que el país «le parecía demasiado socialista».
Buena parte de los libros eran soviéticos. La mayoría eran de la editorial
MIR (que quiere decir paz en ruso) y que se dedicaba a publicar en
idiomas extranjeros obras académicas de autores soviéticos. Muchos
eran excelentes libros, pero en general se diferenciaban de los norteamericanos
en que tenían un estilo mucho más árido y aburrido, con
un lenguaje plano y muchas veces una pésima traducción. Los libros
de la editorial MIR eran muy baratos y fueron muy usados no sólo en
Cuba. A lo largo de los años los he encontrado en librerías de París,
Montevideo y Buenos Aires y siguen siendo muy apreciados aún hoy.
Los soviéticos, como los norteamericanos o los franceses, eran celosos
de su contribución nacional a la historia de los descubrimientos
científicos. Parece que cada uno de esos «países centrales» ha ido construyendo
un discurso «patriótico» un tanto imperial en ese aspecto. El
tema se convirtió en una parte ridícula de las escaramuzas de la guerra
fría. Casi cada una de las leyes clásicas de la física y la electricidad
tenía un nombre occidental y un nombre ruso en honor a los «descubridores
» a quienes cada parte otorgaba la paternidad.
Los soviéticos sostenían que la radio había sido inventada por Popov
antes de que Marconi presentara su propio desarrollo. Argumentaban
que Popov demostró primero la transmisión de radio ante los za141
res, pero que ellos no le dieron gran importancia. Decían que Marconi
propuso su patente más tarde y logró comercializar el invento, lo que
permitió su verdadera generalización. Creo que los rusos tenían razón,
al menos es lo que dice Wikipedia, pero el tema en aquellos tiempos se
había convertido en un absurdo «problema de principios». Una vez un
profesor dijo en nuestra clase: «cuando Popov inventó la radio…» y una
voz respondió desde el fondo del salón: «sintonizó la BBC de Londres».
La carcajada fue general.
El régimen de estudios era de tiempo completo. A veces las clases
empezaban a las 7 u 8 de la mañana y podíamos tener actividades todo
el día. No estaba permitido estudiar y trabajar a la vez. La idea era que
uno debía concentrarse exclusivamente en el estudio. Aducir razones
económicas para trabajar no era aceptable como justificación. Si un estudiante
tenía dificultades económicas que le hacían difícil estudiar se
le daba una beca de 30 pesos por mes que era una cifra importante. La
mayoría de los cubanos ganaba menos de 200 pesos mensuales. Además,
esos estudiantes «becados» tenían derecho a un carné que les permitía
alimentarse en el comedor universitario y eventualmente les daban
una cama en alguno de los dormitorios del campus. De modo que
nadie dejaba de estudiar tiempo completo por razones económicas.
La mayoría de los habitantes de los dormitorios eran estudiantes
extranjeros. Recuerdo a Minh, uno de los mejores amigos de Laura,
que era vietnamita y cuya historia es bien representativa de esos tiempos.
Varios de sus hermanos combatieron en la guerra. Minh tuvo el
privilegio de poder dedicarse a estudiar. Era brillante y el gobierno
vietnamita permitía en cada familia que un hijo no fuera a la guerra.
Contaba con orgullo que recibió de manos del mismísimo Ho Chi Minh
una canasta de regalos por ser uno de los mejores estudiantes del
país. Cuando culminó sus estudios secundarios tuvo la oportunidad
de ir a formarse al extranjero. Quería estudiar matemáticas y escogió
en consecuencia Hungría, que era vista dentro del campo socialista
como el mejor lugar en esa área. Se esmeró para aprender el húngaro
que es uno de los idiomas más difíciles que existen en el mundo y se
preparó mentalmente para ir a vivir a Hungría. Pero llegado el momento
el Partido Comunista de Vietnam decidió que él no iría a ese país
por el riesgo de «contaminación ideológica» que implicaba. ¡De modo
arbitrario decidieron mandarlo a Cuba a estudiar arquitectura! Y allí
estaba, siempre de buen humor y con su brillantez a cuestas. Era una
excelente persona y un gran amigo de mi compañera a quien ayudaba
muchas veces a colarse en el comedor estudiantil que estaba reservado
para los becados.
142
El poder
Han pasado muchos años y el mundo ha cambiado tanto que lo que
para nosotros era natural o lógico parece ahora irreal. Unas cuantas
certezas de entonces hoy parecen absurdas, mucha gente cambió su
modo de pensar y el contexto general es tan distinto que uno se pregunta
a veces si aquello no fue más que un sueño. Trasmitir de alguna
forma esas vivencias a nuestros hijos me parece esencial. Escribir
estos recuerdos es un intento, contarlos cada día es otro. Y mientras
tanto, no dejo de pensar en lo que sucedió. ¿Será posible explicarlo?
Yo crecí en ese ambiente. Desde chico me interesó el mundo. Observaba
mucho y preguntaba más. Más tarde me dediqué a leer con
avidez todo lo que me caía en las manos y fui desarrollando la habilidad
de memorizar gran cantidad de hechos y datos. Poco a poco aprendí a
analizar esa información. La educación que recibí fue privilegiada en
ese sentido. Por un lado la comunicación cotidiana y profunda con mi
madre, mis padres y sus numerosos amigos. Por otro, a partir de los
nueve años la presencia constante de Fidel. Sus discursos eran verdaderas
clases magistrales en las que iba desarrollando las ideas paso a
paso y mostrando las causas de los problemas. Nunca bajaba el nivel
ni explicaba una idea con trucos simplistas. Puede ser que a veces estuviera
equivocado, pero contenía una lógica muy sólida y que permitía
poner las cosas en perspectiva. Esa lógica la íbamos internalizando.
Uno podía escuchar sus discursos y entender las medidas económicas
que se estaban tomando, discutir los errores que la Revolución había
cometido en tal o cual tema, imaginar el futuro. Había una distancia
enorme entre los discursos de Fidel, inteligentes y originales, y los de
la mayoría de los otros dirigentes. Había algunas excepciones como el
Che, o Armando Hart, a veces. El calificativo popular para esos otros
discursos sin sustancia original era lapidario: «¡qué teque, chico!». Con
eso querían decir que se trataba de un discurso dogmático y aburrido.
Más tarde, ya en la Universidad, aparecieron los cursos de teoría
marxista en la educación formal, basados en manuales soviéticos áridos.
Pero a esa altura algunas lecturas previas y mi propio interés me
permitían separar la paja del trigo. Desde los doce o trece años empecé
a leer a los clásicos revolucionarios. Los que el discurso oficial acepta143
ba, como Marx, Engels, Lenin, el Che o Giap. Y también otros menos
clásicos como «las cartas de la cárcel» de George Jackson o la autobiografía
de Malcolm X. La vinculación con los revolucionarios latinoamericanos
que nos frecuentaban me puso en contacto con otros autores
que estaban ausentes de la biblioteca oficial, como Mao o Trotsky. Yo
tenía el privilegio de estar en contacto con todos esos personajes que
pasaban por casa. Discutía mano a mano con los protagonistas que
estaban haciendo la historia de aquellos años: con los sandinistas sobre
Nicaragua, con los miristas sobre Chile, con Manuel Sadosky sobre
temas científicos, con Laurette Séjourné sobre historia o arqueología,
con Cortázar, Gelman, Benedetti y tantos otros escritores sobre temas
culturales.
Más tarde la vinculación con el MIR chileno me permitió acercarme
a una visión más compleja de la realidad. Lo hacía desde un «espacio
protegido» pues me sentía militante de un grupo respetado y reconocido
como parte de la lucha general. Así pude acercarme a visiones
mucho más sofisticadas que las que la «línea oficial» ofrecía.
Una parte esencial de mi formación fueron las largas conversaciones
que tenía con mi madre. Charlábamos de todo y largamente. Logramos
desarrollar entre nosotros un altísimo nivel de confianza y complicidad.
Aún hoy leo regularmente sus diarios y es como una continuación
de nuestras conversaciones de entonces. Siguen destilando su especial
capacidad para relacionar los temas más generales con la vida cotidiana,
es capaz de vincular una receta de cocina con las noticias de una
guerra que estalla en algún lugar del mundo. En aquellos años crecíamos
juntos intelectualmente. Ella iba desarrollando su pensamiento,
nutrido por su propia experiencia, el feminismo y otras corrientes que
se desarrollaban en los Estados Unidos. Yo por mi parte iba construyendo
mi propia visión de las cosas a medida que maduraba.
Poco a poco las ideas esquemáticas que tenía de chico se fueron
diluyendo en un pensamiento más complejo y el lenguaje se fue enriqueciendo.
Muchos años después releí el diario que escribí en la beca
cuando tenía doce años. Me dio vergüenza de mí mismo: más que un
diario era un racimo de consignas. La sensibilidad estaba allí pero
oculta bajo un montón de retórica.
Más tarde, cuando me junté con Laura, tuve la suerte de intimar
con su padre. Pablo es un hombre de pensamiento propio y profundo
que contribuyó a ampliar mi horizonte intelectual de manera muy importante.
Él me acercó de manera más clara al pensamiento universitario
latinoamericano, que fue cuna de tanto.
A lo largo de esos años pasaron algunas cosas que marcaron de
manera definitiva mi formación política y fueron moldeando mi visión
del mundo. La guerra de Vietnam se extendió a toda la península indo144
china hacia fines de los años sesenta, incluyendo a Laos y Camboya.
La organización de los Khmer Rojos lideró la resistencia anti yanqui
en Camboya y naturalmente formaba parte del campo que considerábamos
hermano. La ecuación era simple: los enemigos de nuestros
enemigos eran nuestros amigos. A mediados de los años setenta los
Estados Unidos fueron derrotados y expulsados de la península indochina.
Empezó la reconstrucción y a la vez el intento por edificar
una sociedad socialista en Vietnam, en Kampuchea (que era el nuevo
nombre de Camboya) y en Laos. Desde lejos las diferencias históricas
y las especificidades culturales nos parecían detalles importantes pero
secundarios. Nunca imaginamos que un «país hermano que estaba
construyendo el socialismo» se diferenciara tanto de lo que veíamos
en Cuba. De modo que cuando descubrimos la verdad sobre el nuevo
régimen de los Khmer Rojos quedamos anonadados.
Mis fuentes de información en esos tiempos eran el periódico
Granma que era la voz oficial de la Revolución cubana y la radio Voz
de las Américas que era la voz oficial de los Estados Unidos. Había
aprendido a leer y escuchar entre líneas. Las técnicas de ambos resultaban
bastante burdas. La Voz de las Américas nos bombardeaba
con un discurso desconectado de la realidad local, lo que le restaba
a la poca credibilidad que ya tenía por ser la voz del enemigo,
pero escuchándola uno podía pescar alguna noticia que no estaba
en la prensa local. Cuando una noticia aparecía en ambas fuentes le
daba más crédito. El Granma se dedicaba al «teque» en sus páginas
editoriales. A la vez reproducía casi textualmente los cables de las
agencias internacionales de noticias en su página internacional. La
forma en que controlaba la información era más bien por la técnica
del «todo o nada» y por la importancia relativa que daba a las noticias.
Las que iban de acuerdo al discurso oficial se magnificaban y las
otras se minimizaban o no existían. De modo que cualquier acción del
movimiento revolucionario en algún lugar del mundo era una noticia
importante y los problemas y dificultades del «movimiento» se minimizaban
o eran «propaganda enemiga». El resultado era una imagen
distorsionada en al menos tres sentidos. Teníamos la impresión de
que el mundo bullía en una erupción revolucionaria y que estábamos
casi a las puertas del triunfo en muchos lugares. La imagen de
los Estados Unidos estaba totalmente deformada: sólo conocíamos
las noticias de la violencia, la droga, el racismo y la represión y muy
poca información sobre sus logros y virtudes. Por último, se nos daba
una imagen bastante homogénea del campo socialista y de los movimientos
de liberación nacional. Siendo nuestros aliados estaba mal
visto criticarlos en demasía. Sabíamos que la URSS y China estaban
enfrentadas y que había diferencias entre cubanos y soviéticos. Pero
145
no teníamos acceso a la riqueza y la complejidad de las diferencias y
rara vez se discutía sobre ello.
Lo cierto es que todo eso sucedía en un período muy particular de
la historia del mundo. En los años setenta hubo grandes derrotas,
en particular con la extensión de las dictaduras en América Latina,
pero también victorias muy significativas del «movimiento»: Vietnam
derrotó definitivamente a los Estados Unidos en 1975, junto a Laos y
Camboya. En 1974 triunfó la Revolución de los Claveles en Portugal y
poco después triunfaron los movimientos independentistas en Guinea
Bissau, Cabo Verde, Mozambique y Angola. En 1979 el pueblo de Zimbabwe
derrotaba al régimen racista de Rhodesia y ello ya mostraba el
futuro fin del Apartheid en Sudáfrica. En 1979 triunfaba también la
Revolución en Nicaragua y se aceleraba el proceso en El Salvador. Era
relativamente sencillo sentir que la historia avanzaba en el sentido de
la independencia, la libertad y el socialismo. Análisis más profundos
hubieran permitido observar otras dinámicas, tanto las internas que
estaban ya minando al campo socialista, como las globales que iban
creando las condiciones para las décadas siguientes marcadas por la
globalización y el neoliberalismo. Pero la propaganda y la educación
política amplificaban algunos aspectos y minimizaban otros.
Todo eso contrastaba con la tradicional franqueza de Fidel sobre
tantas cosas. Recuerdo una concentración en que la gente gritaba sin
parar el tradicional «¡Cuba sí, yanquis no!». Entonces lo escuché explicar
que el enemigo era el gobierno norteamericano y no su pueblo.
Hizo hincapié en los muchos valores del pueblo norteamericano. Nos
dijo que «si el pueblo de Estados Unidos supiera realmente lo que su
gobierno nos hace, ese gobierno no duraría ni cinco minutos». A la vez
no había crítico más mordaz que Fidel sobre los problemas de la Revolución
cubana. Era capaz de analizar con lujo de detalles y destruir
completamente algo que hasta poco tiempo antes era política oficial.
Se fue convirtiendo en el crítico más serio de la propia Revolución y
eso está quizá en la base de su enorme longevidad política. Por suerte
recibíamos a la vez ambos mensajes.
Tuve mi primer choque real con la distorsión informativa a la que
éramos sometidos cuando los vietnamitas invadieron Kampuchea.
Hasta poco antes escuchábamos en la Voz de las Américas cosas horribles
sobre el régimen de los Khmer Rojos pero las desechábamos de inmediato
y calificábamos todo aquello de «propaganda imperialista». La
prensa oficial hablaba de los «hermanos kampucheanos». Teníamos la
convicción de que toda «nuestra gente» estaba movida por los mismos
valores humanistas que vibraban en lo que hacíamos. Por otro lado
los camboyanos acababan de vencer a los yanquis junto a vietnamitas
y laosianos y eran héroes de la lucha antiimperialista. De repente en
146
1979 nos despertamos con la noticia de que Vietnam había invadido
Kampuchea y de la noche a la mañana el diario Granma empezó a publicar
las atrocidades del régimen de Pol Pot. Resultaba que se trataba
de uno de los mayores criminales de la historia. ¡El responsable de la
muerte de más de un millón de personas! Las cosas que contaba el
diario eran simplemente increíbles: usar lentes era indicativo de ser
intelectual y llevaba casi seguramente a la muerte, se vaciaron las ciudades
en un par de días para forzar una absurda vuelta al campo, las
escuelas fueron convertidas en centros de tortura y asesinato masivo.
Yo simplemente no entendía cómo se podía pasar de la negación total
y absoluta a un conocimiento tan detallado del asunto. ¡Hasta pocos
días antes refutábamos esa misma información como propaganda enemiga
y ahora resulta que todo eso era tan cierto que justificaba la invasión
armada por parte de los vietnamitas!
Recuerdo el asunto de Kampuchea como mi despertar al tema de la
censura y de la manipulación de la información. Poco después le pregunté
a un compañero vietnamita por qué no habían dicho al mundo lo
que pasaba tan cerca de sus fronteras desde antes, ¿por qué habían callado
tanto tiempo? Me respondió con la voz tranquila de una sabiduría
milenaria que ellos sólo podían enfrentarse a un enemigo a la vez. Poco
después China empezó la guerra contra Vietnam en represalia por la
intervención de Vietnam contra los Khmer Rojos y entendí el sentido de
sus palabras. ¡Vietnam había guerreado casi sin interrupción contra
Japón, Francia, Estados Unidos y casi sin tiempo para recuperarse se
enfrentaba a Kampuchea y luego a China! Pero nosotros estábamos a
miles de kilómetros de distancia. No podía entender de ningún modo
nuestro silencio: el silencio de Cuba. Ese choque tuvo una gran virtud.
Fue el gran detonante de mis dudas y me abrió los ojos.
Hubo otras inconsistencias que empecé a observar y a guardar en
mis alforjas. Algunos amigos o conocidos volvían de sus estudios en la
URSS o en algún país socialista de Europa. Contaban historias de todo
tipo. Me causaba especial impresión los cuentos de racismo o de egoísmo
en países donde por varias generaciones se estaba construyendo
la «nueva sociedad» a la que aspirábamos. Parecía que las agendas no
eran las mismas en todas las «construcciones del socialismo» que estaban
en marcha. La importancia que se le daba en Cuba a la salud o al
humanismo parecía no ser algo común en todos los países socialistas.
Agregué otras fuentes de información buscando entender mejor.
Fue entonces cuando empecé a recibir la edición mexicana de Le Monde
Diplomatique. Me la enviaba mi suegro por correo. Allí tenía yo una
visión más analítica y compleja y también más crítica. Desde entonces
leo cada mes esa revista. Unos años después, cuando empecé a vivir en
Francia, imaginé que por fin tendría acceso a la información de manera
147
más libre. Leí con avidez diarios como Le Monde, Liberation y El País de
Madrid. Pero pronto descubrí mentiras y manipulaciones también en
esos medios supuestamente objetivos. Eran mucho más sutiles que en
Cuba pero era posible ver con claridad también sus mentiras. Conocía
América Latina y Cuba y podía detectar fácilmente las manipulaciones.
En esos medios la sutileza hacía mucho más difícil separar la paja del
trigo. Terminé por no comprar ningún diario e intentar seguir la información
por fuentes múltiples y usando la capacidad de análisis que
desarrollé durante los años cubanos.
Ya mencioné que en algún momento de nuestra vida en Cuba mi
madre cayó en desgracia. Fue un proceso paulatino y no explicitado
pero que en algún momento se convirtió en algo claro y brutal. Empezó
a tener cada vez menos trabajo y finalmente no tuvo ninguna tarea.
Seguían pagándole puntualmente su salario pero no tenía nada que
hacer oficialmente. Mi madre se replegó a trabajar en casa y trató de
entender qué pasaba. Preguntó y preguntó pero nadie fue capaz de
dar una explicación. Los amigos empezaron a desaparecer. Acercarse
a nosotros se había convertido en un riesgo. Mi madre era una especie
de apestada. Fuimos descubriendo con dolor a aquellos conocidos que
preferían desviar la mirada. Iban quedando sólo los buenos amigos, los
que venían a casa de todas formas. Por suerte no eran pocos. Todos
sabíamos que arriesgaban algo al seguir visitándonos aunque ese algo
fuera difuso. Mis recuerdos de esa época no son detallados. Tenía un
sentimiento muy fuerte de angustia. Me molestaba no entender qué
pasaba. Quería saber al menos cuál era la acusación o el problema. Y
estaba también la bronca, una rabia profunda que se iba desarrollando
en mí. Amaba enormemente a mi madre y me dolía mucho que la
lastimaran así. Además estaba absolutamente seguro de ella y de su
lealtad a la Revolución. Cualquier acusación no podía ser más que basada
en mentiras. Fantaseaba pensando que mi madre moría y que yo
aprovechaba el entierro para denunciar en un discurso feroz toda esa
injusticia. El público callaba avergonzado.
En ese tiempo me acerqué mucho a mi madre. La veía llorar a veces
en su cuarto y la abrazaba. Conversábamos. Intentaba acompañarla
y ser su sostén. Me era muy difícil entender qué pasaba. Aún hoy no
tengo más que hipótesis. Pero estaba siempre con ella. En un momento
le propuse que nos fuéramos de Cuba. Le dije que en otra parte del
mundo podríamos empezar una vida nueva «¡Que se vayan al carajo!
¡Ellos se lo pierden!». No soportaba verla sufrir de ese modo. Mi madre
me respondió que no se iría sin antes aclarar su situación. Me explicó
que eso sería interpretado como una huida y de alguna forma como el
reconocimiento de su culpabilidad y que ella no lo haría. Mi admiración
por ella creció aún más. Mi madre se mantuvo firme y finalmente
148
los cubanos reconocieron su error, pero el asunto duró varios años que
fueron muy difíciles y nos marcaron profundamente.
Durante los años de ostracismo de mi madre seguimos vinculados
a la Revolución a pesar de esa especie de exilio interior. La gente que
siguió viniendo, muy especialmente los poetas jóvenes que casi vivían
en casa, demostraba que las cosas eran más complejas. Ellos eran la
prueba de que había gente entera y coherente, que era posible seguir
siendo fiel a sí mismo aun en medio de esa locura.
Creo que el contacto con los compañeros latinoamericanos fue uno
de los elementos que nos salvó. Los sandinistas nicaragüenses, el MIR
chileno, el Partido Socialista de Puerto Rico. Esos grupos tenían un
pensamiento independiente y no compartían necesariamente todo lo
que Cuba decía. Eran fuente de diversidad en las ideas y en las actitudes.
Muchos de esos compañeros tuvieron, además, el valor y la fuerza
de mantenerse al lado nuestro. Cuando pienso en esto no puedo dejar
de recordar la actitud digna del FSLN cuando en 1989 tuvo lugar el proceso
contra el general Ochoa. Como parte del proceso, Cuba le retiró
todos los honores al general Ochoa y exigió lo mismo de los países hermanos.
Nicaragua rechazó retirarle los títulos honoríficos que ellos le
habían otorgado. Fue un gesto de dignidad en medio de ese oprobio.
Me cuesta trabajo hablar de «juicio» para calificar esa especie de
linchamiento mediático que terminó con el fusilamiento de Ochoa y
otros tres compañeros acusados de tráfico de drogas y traición a la
Revolución. Los cuatro eran militantes importantes de la Revolución y
le habían dedicado toda su vida. El coronel Tony de la Guardia estuvo
involucrado en innumerables acciones clandestinas de apoyo a movimientos
revolucionarios hermanos (en Chile, Venezuela y Nicaragua,
entre otros lugares) y el general Ochoa dirigió las misiones militares
cubanas en Etiopía y Nicaragua y ganó la guerra en Angola al frente
de decenas de miles de combatientes internacionalistas cubanos. Su
acción fue importante para lograr la independencia de Namibia y el
comienzo del fin del Apartheid en Sudáfrica. A mediados de 1989 ellos
dos y sus ayudantes fueron acusados de tráfico de drogas y sometidos
a un «juicio» que terminó en su fusilamiento. Pasarán muchos años
antes de que se sepa la verdad precisa sobre este tema pero no puedo
aceptar las explicaciones que hasta hoy nos han dado.
Lo cierto es que todos ellos eran parte del conjunto de compañeros
que tenían la difícil tarea de defender la Revolución en condiciones extremas.
Tony de la Guardia dirigía un grupo que se encargaba de conseguir
cosas que el bloqueo económico impedía importar. Para cumplir
su misión tenía una gran autonomía y acceso a todos los medios imaginables.
Su gente traficaba a través del estrecho de la Florida en pequeñas
lanchas, se movía en varios países a través de empresas pantalla y
149
tenía contactos con traficantes de diversa índole. Debían cumplir una
tarea importante y para ello utilizaban medios ilegales. Por esa vía durante
años consiguieron todo aquello que se les pidió: equipos médicos,
divisas extranjeras, tecnología diversa. En algún momento entraron en
contacto con la mafia del narcotráfico y por ello se les acusó de haber
puesto a la Revolución en peligro. Ochoa por su parte fue acusado de
traficar con marfil, piedras preciosas y maderas valiosas mientras dirigía
las tropas cubanas en Angola. Le habían dado la misión de ganar
una guerra y no tenía los medios para ello. Enfrentaba en Angola, a
enorme distancia de sus bases, al ejército sudafricano, que tenía armamento
más moderno. Necesitaba construir una pista de aterrizaje en la
selva. Lo hizo como pudo, eventualmente traficando para conseguir el
dinero necesario, y dirigió en el terreno las tropas hasta ganar esa guerra.
Fue recibido como un héroe por ello. Se le acusó también de entrar
en contacto con narcotraficantes junto con de la Guardia. Para mi quedó
siempre claro que ambos desarrollaron esas tareas al servicio de la
Revolución: de la Guardia para conseguir cosas que el bloqueo impedía
obtener, Ochoa para ganar la guerra en Angola.
La Revolución nos envió muchas veces el mensaje de que «el fin justifica
los medios». Allí estaba toda la gesta armada de los años cincuenta
y luego los innumerables compañeros que sacrificaron todo por la
Revolución (no sólo la vida sino también la familia, los amigos y tantas
cosas). Es cierto que siempre se nos enseñó también que había una
delgada línea que separaba «el bien del mal». Había todo un discurso
moral que consideraba inaceptable abusar de niños o secuestrar personas
inocentes. Se diferenciaba netamente al terrorismo, claramente
rechazado, del tipo de acciones armadas propias de una guerra de
liberación. Era posible sentir que los cubanos no compartían ciertas
modalidades de grupos guerrilleros a quienes apoyaban en términos
generales. Pero no siempre era fácil entender dónde estaba esa línea
divisoria y uno podía suponer que en el fragor del combate se perdieran
las referencias. Eso es lo que sentí que les había pasado a esos compañeros.
No actuaron por ambición personal ni con la intención de dañar
a la Revolución. En todo caso se equivocaron. Parte del juicio que se
trasmitió en TV me pareció quizás una de las únicas oportunidades en
las que se expresaba sinceridad. Fue cuando Ochoa, frente a decenas
de generales, les señaló que él quizás se había equivocado pero que lo
había hecho por la Revolución y que todos allí sabían cómo él vivía.
Hay otro aspecto muy turbador en todo el asunto. Era muy difícil
creer que las actividades de Ochoa o de la Guardia fueran ignoradas
por otros altos mandos de la Revolución, e incluso por Fidel y Raúl.
Pero una vez que cayeron en desgracia, parecía que nadie estuviera
al tanto. Allí estaban todos los generales cubanos reunidos en un Tri150
bunal de Honor y Ochoa frente a ellos. Unánimemente lo condenaron,
pero ¿cuántos de los allí reunidos habían actuado de forma similar o al
menos estaban al tanto de esos asuntos? ¡Si al menos la votación hubiera
sido dividida, si al menos uno de los miembros del Consejo de Estado
hubiera votado contra el fusilamiento! Pero no. Todos se callaron
y de alguna forma se sumaron a ese coro unánime que sonaba falso.
Se corría el rumor de que los Estados Unidos habían descubierto
esos negocios con la droga y utilizarían ese pretexto para lanzar quizás
una invasión militar. Castigar muy duramente a estas personas
lanzaba un mensaje al mundo que quería decir «este es un asunto de
algunos descarriados y por ello han sido castigados». Puede ser que se
tratara de una jugada maestra de Fidel para «salvar a la Revolución»
pero a mí me dejó un sabor muy amargo. La convicción profunda de
que en realidad esos compañeros fueron sacrificados de manera deliberada,
de que la sinceridad estaba ausente y de que era profundamente
injusto tratar de esa manera a compañeros que habían dedicado
toda su vida a esa misma Revolución.
Cuando triunfaron en Nicaragua los sandinistas pasaron de ser un
grupo guerrillero, como tantos que pululaban en América Latina, a estar
en el poder. Muchos de los sandinistas habían pasado horas y horas
en nuestra casa charlando, usando el Ditto en mi cuarto, soñando
con el triunfo y preparándolo. Esa gente ahora había triunfado. Nicaragua
se convirtió en el segundo «territorio libre de América». Entonces
Ernesto Cardenal invitó a mi madre a Nicaragua. Por ese tiempo los
cubanos hablaron con ella y «le pidieron disculpas por ese malentendido
». Nunca logré saber bien quién habló con ella, ni qué argumento dio
para explicar lo sucedido; mi madre fue siempre muy discreta en esto.
Pocos meses después se fue a vivir a Nicaragua junto a Ana. De alguna
forma lograba salir por la puerta grande de la horrible situación en que
estaba. Pero lo hacía embarcándose en un «frente» aún más caliente
y peligroso, ahora en la primera línea de la lucha. Esa experiencia me
quedó grabada a fuego y dejé de creer en la pureza de nuestra causa
o de sus actores como años antes había dejado de creer en la verdad
absoluta de nuestros mensajes. Las cosas eran mucho más complejas
y mucho más turbias.
La situación con mi madre pudo derivar en un odio visceral a la
Revolución pero en mi caso no fue así. Puse todo ese asunto a cuenta
de una realidad compleja. Busqué la forma de entender esa clase de
horrores como parte de los procesos humanos y seguí sintiéndome
revolucionario. Pero me propuse no ser jamás cómplice de ese tipo de
injusticias ni de ese tipo de actitudes.
Esa y otras experiencias me enseñaron que siendo las revoluciones
obra de los humanos necesariamente estaban contaminadas por todas
151
las porquerías que nos habitan: los celos, los arribismos, los oportunismos,
la mala fe. Mi experiencia en Cuba me había mostrado que en
los procesos revolucionarios aflora lo mejor del ser humano: la generosidad,
la solidaridad, un sentimiento de sueño compartido. Y que ello
convive con todos los males ya conocidos que siguen subsistiendo. En el
contexto revolucionario, donde las masas adquieren un poder enorme y
muchas veces incontrolable, las pasiones humanas pueden desbordarse
y lo hacen con frecuencia. Una asamblea tiene un poder soberano, a
veces mayor aún que el del Partido, y puede cometer injusticias atroces.
Un personaje también puede tener un enorme poder aprovechando la
ausencia de controles sociales eficaces. Estas cosas pasan en todas las
sociedades, pero en la vorágine de la Revolución cobran una fuerza muy
grande y la fragilidad humana las convierte a veces en peligros mortales
para sus participantes y para la esencia misma de la Revolución.
Cada medida revolucionaria implicaba necesariamente un cierto
número de afectados. Cuando se repartió la tierra hubo cientos de
miles de beneficiarios felices y también miles de propietarios expropiados.
Cuando se decidió que nadie podía tener más que una casa en la
ciudad y una en el campo, muchos se beneficiaron con una vivienda
expropiada pero otros mascaron la bronca de ver que se les arrebataba
algo que quizás había sido el fruto de una vida de trabajo. A eso hay
que sumar las campañas ideológicas que impulsó el imperio a través
de sus radios, la Iglesia a través de sus curas y la «radio bemba», esa
capacidad de trasmitir un mensaje de boca a oído, con su conocida eficacia.
Se corrieron mil rumores: que se enviaría a los niños a la Unión
Soviética, que los rusos desembarcaban con sus dientes afilados, sedientos
de sangre… Mucha gente partió al exilio. En pocos años los
cubanos se convirtieron en una de las comunidades más importantes
en la zona de la Florida, Estados Unidos.
Mientras tanto, la Revolución seguía su camino profundizando cada
vez más su carácter. La gente construía realmente una sociedad nueva
y aquellos que se iban eran vistos como pusilánimes o como enemigos.
Era una guerra. Durante los primeros ocho años de la Revolución,
hubo acciones militares en las sierras del Escambray y de Pinar del
Río. Hubo ataques terroristas desde lanchas rápidas que salían de la
Florida o con atentados monstruosos como el que voló un avión de
Cubana en pleno vuelo con 72 personas a bordo en 1976. El bloqueo
económico era una realidad que se sentía en los más mínimos detalles
de la vida cotidiana. En ese contexto fue desarrollándose la Revolución.
Estaba condicionada a la vez por sus aspiraciones libertarias y
por la realidad de esa guerra. Con el imperio más poderoso de la tierra
atacándola por todos los frentes. Quizás estas circunstancias no expliquen
todo pero en todo caso son condicionantes importantes.
152
A lo largo de toda la historia de la Revolución cubana el tema de la
emigración siempre ha estado en el centro de la escena. La insularidad
de Cuba ha sido a la vez marca de aislamiento y herramienta de defensa.
A medida que se fue radicalizando la situación y el enfrentamiento
con los Estados Unidos se hizo más fuerte, las medidas defensivas se
fueron haciendo más presentes. Entre ellas siempre jugó un rol central
la intención de controlar las fronteras y en general toda forma de comunicación
con el extranjero. La relación de los cubanos con su otra
mitad, la que estaba afuera, varió a medida que pasaban los años. Al
principio se estableció una especie de barrera psicológica. Los que se
fueron eran traidores y no se debía hablar con ellos. Toda comunicación
era algo mal visto. Hay que saber que cada familia estaba fracturada.
Siempre había un tío, un hermano, un hijo o una abuela que «se
había ido p’al norte». Pero esos eran «gusanos» según el nuevo léxico,
y muchos rechazaban incluso escribirles una carta. Pasaron muchos
años de separación. Mucho sufrimiento se acumuló. Sólo algunos tuvieron
el coraje o la fuerza de amor para mantener la comunicación con
esa otra parte de ellos mismos.
En los años setenta la ruptura era total. La guerra interna había
terminado como tal pero cada cierto tiempo alguna lancha rápida infiltraba
un comando que hacía algún atentado o era atrapado en alta
mar. El bloqueo económico era muy fuerte, escaseaba todo y nunca
faltaba alguna carta de un familiar de Miami mostrando el lujo y la
abundancia. La consigna era mantenerse firmes y dignos. «Construir
el mundo nuevo a pesar de ellos.» La idea era que deberíamos soportar
algunos años pero la historia avanzaba a nuestro favor y al final ganaríamos.
No había más que ver las victorias de Vietnam, Guinea Bissau,
Mozambique y Angola, la Revolución sandinista, la notoria mejoría cotidiana
de nuestras vidas en Cuba.
Los productos de primera necesidad estaban garantizados y poco a
poco iba avanzando la «frontera del lujo». Algún producto antes inexistente
aparecía al principio en pequeñas cantidades y era repartido a
aquellos compañeros que la asamblea del centro de trabajo seleccionaba
como los mejores o más necesitados. Poco después llegaban a las
tiendas productos suficientes y entonces ese artículo «se liberaba», es
decir que ya todos podían comprarlo. Recuerdo cuando aparecieron
los relojes de pulsera. Fui con mi padre a verlos en las vitrinas de una
tienda. Un año después serían ya algo banal pero entonces todavía parecían
un producto raro y codiciado. Lo mismo pasó con los televisores
y las radios portátiles y con productos casi imprescindibles en el calor
cubano como las heladeras y los ventiladores.
Nosotros teníamos un gran privilegio. Habíamos escogido vivir como
cubanos, teníamos la misma libreta de racionamiento, íbamos a las
153
mismas escuelas, pero no sufríamos todas las limitaciones de los cubanos.
Podíamos viajar para visitar a nuestras familias y apreciar la
realidad del mundo exterior con nuestros propios ojos. Podíamos comparar
las dos realidades por nosotros mismos.
Bajo la capa de dureza que se había construido, se ocultaba por
supuesto la naturaleza humana con sus pequeñeces y sus complejidades.
Una vez fui a Nueva York y un amigo me pidió un favor. Sus
padres se habían ido hacía años a Estados Unidos y él no respondía
sus cartas. Cuando supo que iba a Nueva York me entregó una nota
para su madre y me pidió que la buscara. Eso hice. Fuimos Robert
y yo a verla. Me parecía que hacía una obra grande ¿quizás llevaba
un mensaje de amor? La mujer vivía en un apartamento humilde en
Brooklyn. Me recibió muy emocionada junto a un pariente. Leyó para
sí la carta de su hijo. Era quizás la primera carta en muchos años.
Nosotros esperábamos en silencio sentados en su pequeña sala. En
esa carta mi amigo le pedía que le comprara un reloj Rolex de oro que
yo debía llevar a Cuba. La mujer y el hombre se miraron y casi sin
darse cuenta de nuestra presencia empezaron a imaginar qué hacer.
No pusieron en duda la necesidad de responder positivamente al pedido.
Deberían pedir dinero prestado a varios parientes pero lo harían
a como diera lugar. Unos días después me entregaron ese reloj que
llevé puesto cuando volví a Cuba. La señora me suplicó que le diera
a su hijo un mensaje extraño. Debía explicarle que si aprendía inglés
ella le enviaría un colchón de regalo. Los años de aislamiento mutuo
crearon percepciones absurdamente distorsionadas sobre el otro. La
pequeñez humana hizo lo suyo. Ese amigo no respondía las cartas de
su madre y ahora le pedía un Rolex de oro y esa señora obsesionada
con que su hijo aprendiera inglés le mostraba desde lejos un colchón
como señuelo. Cada vez que volvíamos a Cuba, los amigos y conocidos
esperaban que les trajéramos algún presente «del otro lado», podía ser
un bolígrafo o una tontería cualquiera. Siempre veníamos cargados de
muchos regalitos de ese tipo.
Una extraña combinación de circunstancias iba desarrollando en
muchos cubanos de la isla un cierto orgullo chovinista por su participación
en esa Revolución y a la vez una especie de obsesión con
algunos bienes materiales que no tenían al alcance de la mano. Un
pantalón vaquero o un reloj de marca, un par de tenis o un bolígrafo,
cualquier objeto de ese tipo adquiría un valor desmesurado. A la vez
el aislamiento del mundo exterior y la vida «protegida» por un Estado
paternalista iban generando una incapacidad profunda para entender
ciertas cosas. Un cubano medio suponía que «afuera» era prácticamente
gratis obtener muchos bienes materiales y estimaba natural que
quien saliera les trajera esas «bobadas» de regalo. Y si por alguna razón
154
un cubano salía del país y visitaba París, México o Panamá, tenía grandes
dificultades para moverse por su cuenta en el transporte público o
entender el concepto de tarjeta de crédito, que no existía en Cuba y que
a esas alturas era ya parte de la vida cotidiana en esos países.
Había razones objetivas que dificultaban los viajes de los cubanos
al extranjero, por ejemplo que la moneda cubana no fuera convertible
debido al bloqueo. Pero por encima de esa dificultad real el gobierno
cubano desarrolló la convicción de que el control del tráfico migratorio
era un elemento importante en la defensa de la Revolución misma y
creo que eso explica realmente las dificultades de los cubanos para salir
y entrar libremente a su país. El común de los mortales tenía grandes
dificultades para viajar. Se salvaban de esa situación los extranjeros
como nosotros o cualquier cubano (funcionario o no) que viajara por
razones oficiales. Para los demás había siempre alguna «razón» para
dificultar la obtención del permiso de salida: estar en edad de cumplir
el servicio militar, ser miembro de algún ministerio que potencialmente
diera acceso a secretos de Estado, etcétera. Eso fue generando una
situación muy difícil. Los cubanos no podían salir a su antojo y cada
uno de ellos tenía una parte de su familia «afuera» que intentaba comunicarse
con ellos, no siempre con suerte. Mi posición de privilegio que
me permitía saltearme esas circunstancias me daba la posibilidad de
mirar las cosas desde otra perspectiva. Siempre pensé que esas limitaciones
a los viajes eran un grave error no sólo por razones humanitarias
sino también ideológicas. En el contexto de enfrentamiento con
el imperialismo me parecía aceptable la limitación de ciertas libertades
pero ésta me parecía contraproducente. Con el paso del tiempo entendí
que las otras limitaciones también, incluyendo las limitaciones a la
libertad de prensa o de organización de partidos políticos.
Al cabo de algunos años la economía impuso la necesidad de desarrollar
el turismo. Una de las mayores reservas de turistas potenciales
eran los cubanos del extranjero que ardían por visitar a sus familias
y podrían llevar no solo las necesarias divisas sino también muchos
bienes que escaseaban. Así fue como los «gusanos» se convirtieron en
«mariposas». El sentido del humor de los cubanos siempre fue mordaz
y certero. Aquellos que se habían ido y que fueron vilipendiados en su
momento ahora se tomaban la revancha. Bajaban del avión vestidos
con sus ropas impecables. Brillaban con una blancura inmaculada.
Traían dos o tres relojes de pulsera en el brazo y cinco sombreros de
ala ancha uno sobre el otro sobre sus cabezas orgullosas. A cada familiar
o amigo le traían algún regalo y mostraban con su sola presencia
la diferencia material entre vivir en Cuba o en Miami. No importaba si
muchos de ellos trabajaban como brutos para economizar lo necesario
o se endeudaban por muchos meses o años. Lo importante era llegar a
Cuba de visita cargados de «cosas».
155
La situación económica de la isla progresaba notoriamente pero no
podía competir con la sociedad de consumo norteamericana. No sólo
por la enorme diferencia entre la potencia económica de los Estados
Unidos y de Cuba. También porque la economía socialista tenía efectivamente
prioridades distintas como la salud, la educación, la cultura
o el deporte y se preocupaba mucho menos por desarrollar la sociedad
de consumo. Además Cuba se había lanzado a fines de los años setenta
en varias operaciones internacionalistas (las expediciones armadas en
Etiopía y Angola, el apoyo a la revolución sandinista en Nicaragua y al
proceso revolucionario en Granada) que drenaban recursos materiales
y tenían un alto costo en vidas y sacrificios humanos.
Así llegamos a 1980 cuando el «Mariel» marcó a cientos de miles de
cubanos. Los Estados Unidos mantuvieron por años una política explícita
para aumentar la tensión dentro de Cuba. Esa política incluía el
embargo comercial, el apoyo a grupos terroristas, la propaganda radial
y televisiva y también la política migratoria. Si un cubano quería irse
a Estados Unidos a vivir legalmente debía hacer una serie de trámites
ante la Oficina de Intereses de los Estados Unidos. Un cubano que gestionaba
esos permisos quedaba «marcado» por parte de los cubanos. Se
perdía en él la «confianza política» y eso podía implicar la pérdida de su
trabajo y un cierto ostracismo social. A pesar de eso, esa persona iba a
la Oficina de Intereses que hacía las veces de embajada de los Estados
Unidos en Cuba y allí en general le negaban la visa. Sin embargo si esa
persona se iba en balsa, secuestraba un avión o huía por cualquier método
ilegal, era recibido con los brazos abiertos en los Estados Unidos y
en menos de un año tenía la ansiada residencia permanente, la «green
card». Era una estrategia finamente montada que generaba tensiones
dentro de Cuba y una pésima imagen fuera de ella.
Un día un grupo de cubanos entró por la fuerza en la embajada del
Perú y para ello mató al policía que hacía guardia en la puerta. Cuba
exigió la devolución de los intrusos y ante la negativa del gobierno peruano
Fidel tomó una decisión drástica. Apareció en TV explicando todo
este asunto y señalando que el gobierno cubano no estaba dispuesto a
poner en riesgo la vida de sus soldados para proteger las embajadas o
las costas de países que estaban claramente incitando a realizar este
tipo de cosas. Anunció que en consecuencia a partir del día siguiente
la embajada del Perú quedaría sin guardia y el que quisiera podía ir a
refugiarse allí. En pocas horas había varios miles de cubanos en los
jardines atiborrados de esa sede diplomática. A la vez Fidel señaló que
se trataba de una lucha ideológica y llamó a manifestarse frente a la
embajada. Cientos de miles marchamos en apoyo a la Revolución y
frente a la embajada desbordante de refugiados. Pasaron los días y la
situación se hacía cada vez más tensa. Fidel dio entonces otro paso.
Anunció que tampoco se ocuparían de frenar el ingreso ilegal a los
156
Estados Unidos. Cualquier persona podía ir a Cuba en barco y recoger
a quien quisiera. Con ese fin se autorizaba la llegada de barcos desde
Estados Unidos al puerto del Mariel. Aquello desató una especie de
histeria colectiva que yo nunca había visto. Más de 125.000 cubanos
salieron por el Mariel en pocas semanas. La gente que se iba era muy
variada: aquellos que esperaban hacía mucho tiempo la forma de irse
de Cuba y otros que no se lo habían propuesto nunca antes pero que
ante la posibilidad decidieron probar suerte. El gobierno cubano incluso
abrió las cárceles y dejó ir a muchos delincuentes. La consigna era
«¡que se vaya la escoria!».
Todo eso sucedía en medio de una fuerte campaña ideológica. La
idea era dejar irse al que quisiera y demostrar que el que se quedaba
lo hacía porque quería hacerlo, porque escogía voluntariamente la
Revolución con su dosis de sacrificio y de belleza. Al final el proceso
saldría fortalecido. Se irían aquellos que de todas formas no tenía caso
mantener a la fuerza en Cuba. Se podía suponer que disminuirían
las tensiones materiales como consecuencia inmediata. Los Estados
Unidos se asustaron ante la ola migratoria que parecía imparable y se
vieron obligados a negociar. Al final llegaron a un acuerdo por el cual
otorgarían 20.000 visas legales por año a cubanos que las solicitaran
en la Oficina de Intereses en La Habana a cambio de volver al control
migratorio por parte de Cuba.
Hay procesos de ese tipo que se salen de control. El líder lanza la
campaña, el Partido la empuja y luego el proceso sigue su propio curso
que no siempre es previsible y que muchas veces mezcla la ideología
con las mayores bajezas humanas. Se sucedían las marchas patrióticas
y revolucionarias y los gritos de «que se vaya la escoria». En esas
circunstancias se descubrieron muchos oportunistas. Había gente que
se ocultaba bajo un disfraz de revolucionario ortodoxo y duro y que
ahora aprovechaba esa circunstancia inesperada y anunciaba que se
iba del país. En cuanto se conocía la noticia la gente se agolpaba frente
a su casa y organizaba allí un «acto de repudio»: una manifestación de
furia. Podían permanecer allí por horas o por días gritándole su odio y
su desprecio, tirando huevos a las ventanas cerradas, escribiendo consignas
denigrantes en las paredes. La persona quedaba allí encerrada
y atemorizada, sin poder salir, sin comida y muchas veces sin luz y sin
agua. En un edificio vecino al nuestro se desarrollaba uno de esos actos
de repudio. Vimos por el balcón a algunas decenas de personas que
se agolpaban y gritaban y al cabo de algunos días pudimos ver a los
policías abriéndose paso entre la gente y protegiendo a los que se iban
mientras subían a los autos policiales para acompañarlos al puerto
del Mariel donde se tomarían alguna lancha rumbo a Estados Unidos.
En algunos casos los actos de repudio se explicaban por la bronca que
157
generaban esos oportunistas que hasta pocos días antes habían sido
quizás los más intransigentes. Otras veces era simplemente expresión
de una intolerancia que se iba extendiendo. A los pocos días el asunto
había tomando un cariz claramente peligroso. «Las masas» estaban
desatadas y sin control. El Partido hacía esfuerzos pero no era capaz de
orientar la situación. Se fue desdibujando el contenido ideológico a favor
de la oportunidad de saldar viejas cuentas que más de alguno tenía
con cualquiera de ellos. Se hablaba incluso de 4 ó 5 víctimas mortales,
linchados por la gente.
Se supo de militantes del Partido que fueron en ayuda de gente aterrada
y encerrada en sus casas. Se comentaba que Blas Roca, miembro
del Buró Político, había ido en ayuda de un vecino bajo la andanada
de insultos de los manifestantes. Me tocó ser testigo de un espectáculo
terrible en la CUJAE. Alguien descubrió a un profesor que recogía sus
cosas para irse. La voz se corrió de inmediato y en poco tiempo había
varios cientos de personas vociferando en torno a ese muchacho: un
joven de rasgos asiáticos. Yo me acerqué a ver aquello y sentí el horror.
El profesor estaba en el centro de un círculo de 8 ó 10 militantes del
Partido que a duras penas lo protegían recibiendo ellos mismos escupitajos
y golpes. A su alrededor se agolpaba una turba que rugía al son
de consignas y cantos aberrantes. Le exigieron que dejara los cuadernos
y libros de texto que llevaba: «¡no tienes derecho a mancillar con
tus manos sucias ese material!». Le exigieron que agitara sus brazos
como un pájaro. Eso era una forma metafórica de decirle «maricón» que
a la sazón era una ofensa denigrante. Lo vi agitar sus brazos cabizbajo,
totalmente destruido. Le querían pegar. El asunto podía convertirse en
un linchamiento de consecuencias trágicas. Un dirigente del Partido se
subió en los hombros de otro compañero y trató de calmar a la gente.
Con las manos alrededor de la boca haciendo un cono gritaba, intentando
que lo escuchara aquella masa vociferante. Luego de un rato
pudo por fin hacerse escuchar y con gran inteligencia logró un milagro
que creo que le salvó la vida a ese profesor. Dijo algo así: «¡Compañeros!
¡No le demos argumentos al enemigo! ¡Vamos a demostrar que no
somos como ellos! Vamos a hacer dos filas y este traidor va a caminar
entre ellas y se va a ir y todos podrán decirle lo que quieran pero nadie
le tocará un pelo ¿De acuerdo?». La gente aceptó la propuesta y
se formaron dos filas de varios cientos de personas. Vi caminar a ese
muchacho empequeñecido recibiendo insultos y escupitajos. Así se iba
despidiendo del que había sido su lugar de trabajo, escoltado por un
par de militantes que lo acompañaban y lo protegían. El hombre salvó
su vida física pero debe haber quedado marcado para siempre.
Yo estaba anonadado. Escribí algo intentando explicar que todo
aquello estaba mal y pedí que lo pusieran en el mural a fin de que todos
158
pudieran leerlo. El responsable de la Juventud Comunista que se ocupaba
del mural lo leyó y me dijo que si yo quería él lo ponía pero que me
aconsejaba no firmarlo. Así lo hice. Pusieron el escrito en el mural sin
mi firma. No tenía el coraje de exponerme a la furia de las masas.
¿Podremos superar algún día la contradicción entre los fines y
los medios? ¡Tantos han alertado sobre los peligros del poder! Rosa
Luxemburgo y Mijail Bakunin ya lo hicieron hace tiempo. Parece que
cambiar las estructuras exige ineludiblemente concentrar un enorme
poder y que éste lleva en sus entrañas el peligro mayor para alcanzar
los fines mismos que están en la base de todo el esfuerzo libertario. En
esta contradicción está quizás el reto mayor para aprender de este ciclo
que marcó el siglo XX.
159
El plan 78
El golpe de estado en Chile fue un trauma brutal. La dictadura asesinó
o hizo desaparecer a miles de chilenos y decenas de miles pasaron
por las cárceles. Un movimiento popular poderoso, que inspiró a tantos,
fue desarticulado y prácticamente destruido. Las esperanzas de
millones en el continente y en el mundo, que parecían una ola poderosa
e imparable, se reventaron contra un muro formado por las bayonetas
y la brutalidad de un ejército que traía a la memoria el fascismo.
Recuerdo el efecto que produjo en Cuba. Un silencio abrumador
nos invadía mientras mirábamos en la TV las imágenes increíbles de
los aviones bombardeando el Palacio de la Moneda. En la Plaza de la
Revolución de La Habana cientos de miles de cubanos escuchamos en
silencio a Fidel relatando el último combate del presidente Allende. Lo
describió como un héroe: peleando con la AK47 que le había regalado
el Che, en medio del Palacio de la Moneda en llamas y defendiendo al
gobierno constitucional ante la traición de los generales asesinos.
El último discurso de Allende, que se transmitió por radio poco antes
de morir, es de una fuerza y una dignidad que aún me eriza cuando
lo escucho. Termina con unas palabras que se repitieron como ecos en
los corazones de millones de personas en todo el mundo: «Trabajadores
de mi patria. Tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres
este momento gris y amargo en que la traición pretende imponerse.
Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de
nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre
para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el Pueblo! ¡Vivan
los Trabajadores! Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de
que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la
cobardía y la traición».
Chile fue la esperanza rota de toda una generación. Allí se estaba
experimentando una transformación social profunda que pretendía al
mismo tiempo mantener los mayores espacios de libertad y aun acrecentarlos.
La Unidad Popular (UP) había llegado al gobierno por medios
electorales y mantenido las libertades de prensa y de reunión así como
la pluralidad de partidos políticos y las elecciones libres. Hasta ese
momento una cosa así parecía imposible.
160
Cuba era la avanzada de la revolución en el continente pero estaba
consciente de las limitaciones inducidas por su propia historia. Veía
con esperanza el experimento chileno. ¿Sería posible hacer la revolución
manteniendo ese grado de libertad? ¿Sería posible cambiar en
serio la sociedad sin que las clases dominantes destruyeran la esperanza?
El pueblo cubano dudaba. Su historia le había enseñado otra
cosa. Dudaba, pero sinceramente esperaba que el experimento chileno
fuera exitoso y a ello apostó con todas sus fuerzas.
Fidel visitó Chile y recorrió el país por muchos días. Dio discursos,
escuchó, aprendió y cuando volvió nos contó emocionado lo que había
visto. Nos habló, por ejemplo, del fenómeno de la teología de la liberación
que luego sería tan importante en Nicaragua, El Salvador y otros
países de América Latina. Hasta ese momento la Revolución cubana
había mirado con profunda desconfianza cualquier cosa que tuviera
un cariz religioso. La Iglesia católica cubana se puso decididamente del
lado de la contrarrevolución en Cuba y la frase «la religión es el opio
de los pueblos» se había convertido casi en un dogma para nosotros. A
partir de la visita de Fidel a Chile empezamos a darnos cuenta de que
también había gente que llegaba a la revolución desde sus convicciones
cristianas y que merecían nuestro respeto. Nos contó emocionado que
por fin veía a otro pueblo de América tomando su destino en sus propias
manos. Que por fin teníamos otros compañeros en nuestro viaje.
Los cubanos aportaron todo lo que tenían y más. Donamos parte
de nuestra ración de azúcar. A Chile fueron desde azúcar hasta profesionales
y armas. Se dio todo el apoyo que se pudo dar. La guardia
personal de Allende estaba formada por militantes del MIR de Chile, del
Partido Socialista Chileno y por unos cuantos cubanos. Se decía que el
coronel Tony de la Guardia estuvo allí al lado de Allende el 11 de septiembre
defendiendo su vida junto a varios cubanos.
Por su lado los Estados Unidos consideraban que el proceso chileno
era un gran peligro. Ahora que se han publicado las conversaciones secretas
de Nixon y Kissinger, lo que era una convicción se ha convertido
en certeza. América Latina tenía millones de pobres y de hambrientos
en países con tradición republicana y donde la educación generalizada
permitía la propagación de la esperanza. Cuba había mostrado que se
podía intentar un proyecto independiente y que era posible incluso soñar
con tocar el cielo con las manos. En todos los países del continente
habían surgido movimientos revolucionarios que intentaban hacer la
revolución. Casi toda la intelectualidad latinoamericana era parte de ese
movimiento. Entre los mártires de ese tiempo abundan los poetas y escritores,
los curas, miles de jóvenes. Muchos intentos armados habían
fracasado. Quizás el mayor fracaso simbólico era la muerte del Che en
Bolivia pero el ánimo no decaía y cada mes parecía traer una nueva sor161
presa. Parecía que el continente entero estaba pronto para la revolución.
En ese contexto Chile mostraba un camino nuevo. ¿Sería posible?
Una de las movidas magistrales del imperio, no sé si consciente, fue
polarizar la situación hasta empujar a Cuba a los brazos de la URSS y
con ello alejarla un poco de la realidad local latinoamericana. La alianza
con la Unión Soviética le permitió a la Revolución cubana resistir al
imperio y sobrevivir. De allá vinieron armas, alimentos, técnicos, petróleo
y protección. A la vez esa alianza repercutió al interior del proceso
cubano fortaleciendo a los sectores que se inspiraban más fuertemente
en la experiencia comunista soviética en detrimento de los sectores más
renovadores y creativos. Aquellos que con su triunfo habían mostrado
precisamente que otro socialismo era posible. Con el tiempo, el proceso
cubano a la vez que se defendía se fue osificando. Logró sobrevivir
incluso con muchas de sus características originales pero se fue metiendo
en el contexto de la guerra fría y alejándose de la posibilidad de
reproducirse. Amplios sectores de la población latinoamericana veían
a la Revolución cubana con la admiración y el orgullo de sentir que
uno de los suyos había logrado empezar a caminar por sí mismo. Que
era capaz de enfrentarse a los poderosos yanquis. Que lograba reales
progresos en temas como educación y salud. Pero el camino que Cuba
podía ofrecer, con sus características originales y latinoamericanas, se
desdibujaba poco a poco. Se iba contaminando por elementos que ya
empezaban a mostrar sus límites en Europa del Este.
Los discursos críticos del Che eran como gritos desesperados que
señalaban esa situación. Él se dio cuenta de esa disyuntiva crucial y lideró
una corriente de pensamiento y acción que promovía otra forma de
construir el socialismo en Cuba y en el mundo. Fue así que propuso dar
prioridad a los estímulos simbólicos, a la generosidad y a la igualdad
más que a los estímulos materiales para hacer funcionar la economía.
Se daba cuenta de que utilizar mecanismos económicos capitalistas
para construir la economía iba minando las bases mismas de la Revolución.
El Che también era consciente de la necesidad de derrotar al
imperio a escala global para poder triunfar realmente a escala local. En
ese empeño se lo llevó la muerte en 1967 practicando la coherencia que
lo caracterizaba. Dentro de Cuba las tendencias que podríamos llamar
guevaristas fueron perdiendo fuerza y pocos años después Cuba se alineó
mucho más claramente con la URSS tanto en la escena internacional
como en temas de política económica. Los revolucionarios cubanos
estaban conscientes de los riesgos y no tomaban esas decisiones a la
ligera, pero iban siendo empujados por las circunstancias. Creo que
toda la historia de la Revolución cubana puede ser leída en esa clave:
los avances y retrocesos de esas tendencias internas bajo la dirección
táctica de Fidel que a lo largo del tiempo se mantuvo en el centro. Unas
162
veces apoyaba unas ideas y otras veces otras, según la correlación de
fuerzas interna e internacional. La enorme capacidad táctica de Fidel,
su liderazgo y el hecho de mantenerse con vida, fueron algunos de los
factores que permitieron el verdadero milagro de que la Revolución cubana
siguiera allí por tantos años a sólo 90 millas del imperio.
A pesar de esas discusiones y en cierta forma participando de ellas,
miles de jóvenes en todo el continente empezaron a soñar con los ojos
abiertos y se lanzaron de lleno al torbellino. En Cuba se iban viendo
los primeros resultados tangibles de la revolución: la alfabetización y el
florecimiento de la cultura, la mejora de la salud pública, un genuino
intento de desarrollo autocentrado. En cada país aparecieron grupos
revolucionarios inspirados por Cuba que intentaron hacer sus propias
revoluciones. A principios de los años sesenta la mayoría de esos
grupos eran guerrilleros y casi todos fueron derrotados militarmente.
Muchos de los mejores jóvenes, de los más creativos y generosos de
esas generaciones murieron en esos intentos y su gesta fue marcando
un camino que otros muchachos seguirían. La idea de la revolución
avanzaba e iba tomando formas diferentes en cada país según sus
tradiciones propias. El proceso de la Unidad Popular en Chile en 1971
representaba una nueva aproximación. Si funcionaba abriría nuevos
caminos a la revolución social que necesitaba América Latina. Por primera
vez se abría la posibilidad de lograr la transformación revolucionaria
a partir de un gobierno electo democráticamente y no a partir de
un poder arrebatado a punta de fusil. Todos teníamos puestos los ojos
en ese experimento. El imperio sintió el peligro y actuó con decisión. La
contrarrevolución chilena fue nacional pero tuvo un apoyo fundamental
del gobierno de los Estados Unidos. Pinochet fue un hijo del imperio
como lo fueron Somoza en Nicaragua, Trujillo en República Dominicana,
Videla en Argentina, el Goyo Álvarez en Uruguay y la larga lista de
dictadores que marcaron al continente en esos años.
Dentro de la izquierda chilena hubo divisiones y reproches. El Movimiento
de Izquierda Revolucionaria (MIR), que era la versión local de
esas tendencias que creían en la lucha armada como forma central
para la toma del poder, había dado un apoyo crítico al gobierno de la
Unidad Popular. No creía en la posibilidad de verdaderas transformaciones
profundas sin la reacción violenta de los poderosos. De todas
formas entendió la fuerza del proceso que comenzaba y suspendió sus
acciones armadas. Ofreció algunos de sus mejores militantes para asegurar
la protección personal del presidente Allende y se volcó a la organización
social. Se mantuvo fuera de la Unidad Popular pero apoyando
el proceso desde la izquierda. El MIR creció enormemente al calor del
ambiente pre revolucionario que se vivía en el Chile de Allende. Su
política era promover la radicalización del proceso y aprovechar las
163
circunstancias para organizarse con vistas al enfrentamiento que ineluctablemente
llegaría. Algunos criticaron esa postura. Le asignaron
incluso responsabilidad en la desestabilización del proceso con sus
consignas radicales y la movilización que impulsó entre los pobres del
campo y la ciudad. El MIR fue sin dudas el polo radical del proceso chileno,
pero creo que más allá de las diferencias fue una parte importante
del mismo. Se estableció entre el MIR y el Presidente Allende una relación
de respeto mutuo. Las consignas «¡Crear, crear poder popular!»
o «¡pueblo, conciencia, fusil, MIR, MIR!», resonaban en manifestaciones
multitudinarias que agitaban banderas rojinegras como las que antes
habían sido agitadas por el Movimiento 26 de Julio en Cuba y antes
aun por los anarcosindicalistas en la guerra civil de España.
Miguel Enríquez, que era el Secretario General del MIR, crecía como
figura política nacional, lleno de energía y brillantez. Miles se sumaron
al MIR. Las tomas de tierras en el campo hicieron avanzar la reforma
agraria. Las tomas de terrenos en las ciudades convirtieron poblaciones
miserables en centros de efervescencia política donde la gente
empezaba a construir su futuro sin esperar. Mi madre visitó Chile y
quedó impactada por el ambiente que respiró. Trajo fotos e historias.
Recuerdo una foto suya: aparece radiante, en la población «Nueva La
Habana» entre casuchas miserables donde se respiran los vientos de la
revolución social. Unos meses después llegó el golpe de Estado.
La derrota de la Unidad Popular en Chile fue también, un poco, una
derrota nuestra. La derrota de todos los revolucionarios del continente
incluyendo a los cubanos. Luego del golpe fue la desbandada. Muchos
se refugiaron en las embajadas. Cuba abrió sus puertas y miles de
chilenos empezaron a llegar. Llegaban junto a compañeros de otros
países de América Latina, muchos de los cuales se habían refugiado
previamente en Chile huyendo de los golpes de Estado en sus respectivos
países.
Un manto de silencio se posó sobre Chile. Donde hubo gritos y risas
ahora planeaba la muerte. Las noticias que llegaban eran terribles. De
muchos no se sabía nada. De otros apenas informaciones fragmentarias.
El Estadio nacional se convirtió en campo de prisioneros. Allí
asesinaron a Víctor Jara, el cantante insignia de ese proceso. Se decía
que antes de matarlo le habían destrozado los dedos de las manos.
Quién sabe si eso fue literalmente cierto pero simbólicamente no había
duda posible. Buena parte de la dirección de los partidos de la Unidad
Popular se exilió. Cientos de dirigentes partieron a México, Suecia, Alemania,
la Unión Soviética, Cuba y Venezuela, entre otros destinos.
Entonces el MIR creció aún más: en un gesto terrible declaró que
no se asilaba. Recordó que había predicho la reacción del enemigo y
señalado la necesidad de preparar la Resistencia Popular a la reacción
164
y que no había sido escuchado. Señaló que no había sido parte del
gobierno pero que sus militantes se quedarían a combatir junto al pueblo.
Los versos de Ricardo Ruz resonaban como gritos de coherencia
revolucionaria:
Aquí estoy… aquí me quedo…
con mi lucha y con mi pueblo,
con mis muertos y mis camaradas…
pues mi lucha es nuestra lucha
y no estoy solo,
ni tengo miedo…
Ricardo Ruz moriría combatiendo en 1979. La dirección del MIR no
se asiló. Empezando por Miguel Enríquez que se fue convirtiendo con
el paso de los meses en una figura mítica a la cabeza de la Resistencia
desde la clandestinidad. Esa decisión tuvo un enorme valor moral, pero
un costo que fue quizás uno de los ingredientes más importantes de la
derrota. Cada mes iban cayendo compañeros: Bautista Van Showen, el
Coño Molina, Sergio Pérez, Lumi Videla. Eran combates heroicos pero
imposibles. Tres o cuatro compañeros resistían en una casa a cientos
de soldados. Así iban cayendo los jóvenes más abnegados y más coherentes
de su generación.
Años después un compañero cubano me contó una historia singular.
En los meses previos al golpe, Cuba había enviado armas a Chile
para apoyar al gobierno popular ante una eventual insurrección de la
reacción. El gobierno de la UP no quería que se las dieran al MIR al que
consideraban incontrolable. Miguel entendió y no las reclamó. Muchas
de esas armas fueron entregadas a los comunistas, a los socialistas y
a otros partidos de la UP. El día del golpe dos miembros de la dirección
del MIR visitaron la embajada de Cuba. Ya se combatía en las calles
así es que fueron a pedir armas. Luego de una espera angustiante se
fueron con las manos vacías.
Más tarde vino el terror y el asilo de muchos. La mayoría de las
armas que los cubanos habían entregado quedaban escondidas bajo
tierra. Eran vendidas a algún coleccionista o regaladas mientras se
asilaban los que supuestamente iban a utilizarlas. Miguel se dedicó
entonces a recuperar esas armas. Una por una las iba consiguiendo
desde la clandestinidad. Anotaba los números de serie y cada cierto
tiempo enviaba a Fidel una carta con la lista de aquellas que ya estaban
en su poder.
Miguel murió combatiendo el 5 de Octubre del 74. Ese fue un golpe
demoledor para la Resistencia en Chile y para la esperanza de todos los
que en el mundo mirábamos con simpatía ese proceso. Con él murió
la figura que podía unificar y liderar la Resistencia chilena. Luego en
165
1976 varios de los máximos dirigentes del MIR, entre ellos Pascal Allende
y Nelson Gutiérrez, también salieron del país luego de escapar de un
combate en el que murió Dagoberto Pérez.
En Cuba, México, Venezuela, Holanda, Suecia, Francia y otros países
solidarios los militantes que salían de Chile se fueron reagrupando.
En Cuba un grupo de jóvenes chilenos y latinoamericanos habíamos
empezado a militar en la juventud del MIR en 1977. La gesta chilena
nos había marcado a todos. La actitud heroica de Miguel y de sus
compañeros nos parecía un ejemplo de coherencia revolucionaria. Los
escritos teóricos del MIR nos parecían sofisticados y nos atraían especialmente.
La retórica me recordaba la de los documentos bolcheviques
de la Revolución rusa pero reflejaba la realidad contemporánea. Me
parecía que el MIR era uno de los grupos latinoamericanos que había
llegado más lejos en la combinación de un análisis profundo y claro
con la acción decidida y valiente. Nuestra tarea era la solidaridad con
la lucha en «el frente», es decir en Chile. Apoyábamos a los compañeros
que recién llegaban, muchas veces en condiciones deplorables. Algunos
venían de la cárcel y otros escapando a la represión.
Después de que finalmente una parte de la máxima dirección del
MIR saliera de Chile en 1976 empezó un proceso de reagrupamiento.
En 1978 se reunió el Comité Central en la clandestinidad y en el exilio
y preparó el llamado «Plan 78» pensado como una especie de contraofensiva.
Ese plan incluía muchos aspectos: grupos guerrilleros que se
instalarían en algunas regiones rurales de Chile, grupos de guerrilla
urbana que empezarían a actuar en las ciudades, nuevas formas de
organización para enfrentar la represión que era a la vez brutal y muy
profesional. Para llevar a cabo ese plan se contaba con la voluntad de
cientos de militantes que estaban en el exilio y que serían llamados a
volver a Chile de forma clandestina. Era el llamado Plan Retorno.
Lo miro ahora retrospectivamente y me resulta difícil entender
cómo esos compañeros que muchas veces habían sufrido ya la cárcel
y la tortura eran capaces de embarcarse de nuevo en un viaje de esa
naturaleza. Sólo se puede explicar por esa energía tremenda que de
tan presente casi podía tocarse con las manos. El ejemplo de Miguel
y de tantos otros. La esperanza de que esta vez se pudiera cambiar la
historia. Que esta vez sería diferente. Se juntaban la coherencia, la
disciplina y una dosis de locura en un cóctel explosivo.
Los cubanos ofrecieron su más absoluto apoyo. Cientos de compañeros
llegaban a Cuba desde sus países de exilio legal. Se entrenaban
por meses y partían por sinuosos caminos hacia su puesto en Chile. Se
montó una estructura discreta que recibía a la gente, la seleccionaba,
la formaba y se encargaba luego de encaminarla al frente. Algún día se
deberá escribir la historia de ese aspecto de la Resistencia Chilena, con
166
sus errores y sus aciertos. Espero que los que lo hagan logren transmitir
la energía y la belleza de esa entrega generosa.
Yo era entonces muy joven y apenas me daba cuenta del significado
profundo de algunos gestos. Sin preguntar mucho percibíamos lo que
sucedía. Éramos partícipes de esa danza de sombras. Hacía años que
Cuba participaba en acciones de apoyo internacionalista. Allí se habían
entrenado los combatientes que fueron al Congo y a Bolivia con el
Che. Los que fueron a Venezuela, Nicaragua y el Salvador. Cuba apoyó
los movimientos revolucionarios en casi todos los países de América
Latina. Incluso había enviado contingentes importantes a combatir en
Etiopía y luego en Angola. Cuando eso sucedía eran miles los cubanos
movilizados y todos participábamos de un secreto conocido por millones.
Veíamos cómo de repente empezaban a faltar los hombres y nadie
preguntaba lo obvio. Hasta que un día Fidel anunciaba la presencia de
tropas cubanas en Angola combatiendo al lado del Movimiento Popular
para la Liberación de Angola (MPLA) de Agostinho Neto.
Las «misiones internacionalistas» eran parte del orden natural de
las cosas y participar en ellas se había convertido en un privilegio al
que muchos aspirábamos. Se decía que ser internacionalista era «alcanzar
el escalón más alto al que puede acceder un revolucionario». Así
es que al Plan Retorno del MIR, que vivíamos más de cerca, lo apoyábamos
con todas nuestras fuerzas y soñábamos con ir nosotros también.
Soñábamos con poder participar como nuestros padres y hacerlo
mejor, si era posible. Para muchos jóvenes de mi generación en Cuba
no había discusión sobre ese tema. Cada acción de nuestras vidas era
parte de una secreta preparación para el futuro viaje a nuestro puesto
de combate.
Un día los compañeros del MIR me convocaron a una entrevista y me
preguntaron si quería partir al frente. Hacía mucho que esperaba una
conversación de ese tipo y naturalmente dije que sí. Me preguntaron si
prefería la guerrilla urbana o la rural. Preferí la urbana que sabía más
peligrosa pero suponía menos exigente físicamente. Creía conocer mis
debilidades. Salí de esa entrevista emocionado. No cabía de contento en
mis dieciocho años. Imaginé cómo serían los detalles y soñé despierto por
muchos días. Mantuve aquello en secreto pero fui preparándome y seleccionando
lo poco que llevaría conmigo. Un día caminando frente al mar,
de un azul intenso, le dije a mi flaquita que partiría algún día quizás no
muy lejano. Le propuse que si eso ocurría cada uno siguiera su camino
en la vida. Le pedí que fuera feliz y que no me esperara. Nos besamos en
el pasto de la quinta avenida. Nos besamos con la pasión intensa de esas
circunstancias.
Pasó el tiempo. Otros amigos de mi edad estaban también a la espera.
Era el año 1978. Empecé a estudiar mi carrera universitaria. Por
167
fin una noche me llamaron por teléfono: «Pasamos por ti en una hora».
Recogí corriendo algunas cosas y las metí en un bolso que ya tenía
medio preparado. Me llevé un pedazo de tejido que me había dado mi
hermana Ana como recuerdo, y alguna ropa. Escribí una carta rápidamente
para Laura. Me despedía definitivamente y le deseaba que fuera
feliz. Le decía que la había amado mucho. Me despedí de mi madre, de
Sarah, de Ximena y de Ana. Las abracé muy fuerte pensando que pasaría
mucho tiempo antes de verlas nuevamente. No me pasaba por la
mente que podía morir pero de alguna forma eso estaba entre las posibilidades
reales. Estaba emocionado, nervioso, contento y tembloroso.
Laura llegó esa noche a casa cuando ya me había ido.
Un auto me recogió. Otros compañeros estaban allí también con
sus bolsos preparados. Dimos algunas vueltas. El auto paró un rato
cerca de un edificio de micro brigadas donde luego supe que vivía un
miembro de la dirección del MIR. El compañero que manejaba el auto
bajó y nos dijo que esperáramos. Pasó un buen rato. Después volvió y
nos comunicó que había una contraorden. No sería esa vez. Nos dejó
en la casa de los Cabieses con el bolso hecho y la adrenalina a mil. Ya
nos avisarían. Volví a casa.
Allí estaban Laura, mi madre, Sarah, Ximena y Ana. Habían llorado
abrazadas. Se habían preguntado cómo eso cambiaría ahora nuestras
vidas. Quizás estarían sorprendidas de que esas reuniones a las que iba
y que parecían juegos de muchachos se habían convertido de repente en
algo real y tal vez terrible. Las abracé. Dejé mi bolso medio preparado y
seguí mi vida. Cualquier día me llamarían de nuevo. Debía estar alerta.
Otros compañeros dejaron inmediatamente de estudiar ¿Para qué
hacerlo si en pocos días o quizás semanas los convocarían? Yo decidí
seguir estudiando hasta el último minuto. Me dije que no perdería mi
carrera universitaria por algo que podía cambiar de rumbo intempestivamente
como ya había sucedido una vez. Por suerte hice eso. Cada
semana llamaba a los compañeros y preguntaba y cada vez me decían
que estuviera atento pues pronto me llamarían. Que me quedara tranquilo.
Que había algunos asuntos que ajustar. Finalmente un día me
informaron que se había decidido otra cosa: Nosotros éramos muy jóvenes
y debíamos estudiar las carreras que estábamos haciendo. En el
futuro la revolución necesitaría técnicos. Nuestra tarea era terminar la
carrera y hacerla bien. ¿Quién tomó esa decisión? Nunca lo supe pero
cambió mi vida y la de mis compañeros.
Años después, caminando por La Habana, mi madre y yo recordamos
ese momento. Le pregunté si ella había intercedido para evitar mi
partida y lo negó enfáticamente. Me dijo que nunca lo hubiera hecho,
pero que si me hubiera ido y me hubieran matado nunca le habría
perdonado eso al MIR.
168
Veinticinco años después leí un libro sobre la guerrilla de Neltume.
Fue el intento más importante que hizo el MIR en esos años para implantar
la guerrilla rural en Chile. Los compañeros trabajaron durante
más de un año en condiciones muy duras preparando refugios subterráneos
y explorando la zona entre la nieve del sur de Chile. La represión
los descubrió y muchos murieron. Algunos cayeron combatiendo
con los pies congelados. La guerrilla fue aniquilada con su comandante
Paine a la cabeza. Mientras leía ese libro que describía el heroísmo y
el horror de esa experiencia imaginaba qué hubiera pasado si me hubiera
tocado a mí estar allí. Era una posibilidad como otra. Le presté el
libro a un amigo que había compartido conmigo la misma historia. Él
tampoco pudo dormir luego de leerlo. Pensaba como yo en su propia
historia. Recordamos juntos aquellos años y le pregunté si tenía alguna
idea de quién había tomado esa decisión de dejarnos estudiando en
Cuba. Me contó que sus padres habían hablado con el Coño Villabela,
un dirigente del MIR que era tan cercano a él como había sido para mí
Jaime Wheelock. Él recuerda una llamada telefónica de Villabela para
decirle que estudiara, que esa era su tarea. La llamada era la despedida
del Coño cuando su viaje a Chile como tantos otros en ese Plan 78.
Luego se fue y asumió la dirección militar del MIR en el interior. Murió
combatiendo en Santiago en 1983.
Leyendo ese libro sobre Neltume recordé una conversación que tuve
años después con «el Toro», uno de los pocos sobrevivientes de aquella
gesta. Estábamos en un comedor universitario en París. Él había escapado
del desastre. Perseguido por la represión que le pisaba los talones
logró salir a la Argentina. El Toro hacía honor a su nombre: era fuerte y
macizo y su sonrisa era amplia y generosa. Hablamos largo. Por alguna
razón me había tomado cariño. Él trataba de analizar qué había pasado
y compartía conmigo sus reflexiones. Yo lo escuchaba con la atención
con la que se escucha a los hermanos mayores. Cuando el MIR desapareció
a fines de los ochenta el Toro empezó a colaborar con los compañeros
del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) del Perú y cayó
preso en ese país. ¡Qué grado de altruismo implica el internacionalismo!.
Implica la entrega total a una causa que no puede ser egoísta. Es como
hacer realidad esa idea de que «nada de lo que es humano te es ajeno».
El Toro es uno de esos y allá está hace ya muchos años, en una cárcel
peruana a 4.000 metros de altura resistiendo la soledad y el olvido.
Muchos compañeros fueron parte del Plan Retorno que se extendió
por un par de años. Yo fui un testigo privilegiado de esa gesta. Estaba
en el MIR pero no me iba de inmediato. Cumplía tareas de apoyo y veía
de cerca el proceso. Había veces que partían ambos miembros de una
pareja y se planteaba qué hacer con los niños. Fue en ese contexto que
surgió el llamado «proyecto hogares». El MIR designó a algunos compa169
ñeros para que se quedaran allí haciéndose cargo de decenas de niños
cuyos padres volvían a Chile a combatir.
Los cubanos cedieron para ello un edificio completo en Alamar. Muy
cerca de allí había otro edificio lleno de compañeros del MIR que era
conocido como «el edificio de los chilenos». Allí vivían los veteranos
Pérez Vargas con la única hija que les quedaba viva. Sus otros 5 hijos
habían sido asesinados o desaparecidos por la dictadura. Allí estaban
las viudas de Ricardo Ruz y del Trosco Fuentes y las familias de tantos
otros compañeros. También vivía allí un hombre cojo y bueno llamado
el Toto que se ocupaba de los pequeños Santucho (la dictadura argentina
había matado a buena parte de esa familia). En ese edificio vivía la
familia Cabieses. Paca, la hija mayor, andaba con un argentino llamado
Juan Pablo. La pareja me parecía perfecta: los dos eran hermosos y
jóvenes y parecían siempre felices. No me llevaban muchos años pero a
mí me parecían muy adultos. La otra hija de los Cabieses, la Mini, me
parecía bella pero inalcanzable. Sentía que era de otra generación y sin
embargo me llevaba apenas un par de años.
El «edificio de los chilenos» tenía a las víctimas de la represión pasada.
¿El segundo edificio tenía a los niños de las futuras víctimas? En ese
momento eran aún los hijos de los combatientes que partían al frente.
Yo siempre tuve un cariño especial por los niños y muchas veces
fui a ocuparme un poco de esos pequeños. Los llevábamos a pasear.
A veces simplemente conversaba con ellos como un hermano grande.
Quizás recordaba mi propia situación algunos años antes en aquel
campamento de Santa María del Mar cuando no sabía si volvería a ver
a mis padres algún día. Los padres de esos niños partieron convencidos
de que cumplían con su deber de revolucionarios. Es difícil imaginar
el desgarro brutal que vivieron. Recordaba algo de lo que yo había
sentido cuando me tocó separarme de los míos para ir a Cuba, pero la
situación era muy diferente. En nuestro caso creo que no existía realmente
la posibilidad de la muerte de mis padres aunque durante los
meses en que estuvimos solos, esperando, imaginaba que esa era una
posibilidad real. En todo caso el objetivo era juntarnos cuanto antes
en Cuba. En el caso de ellos se trataba de dejar a los niños para ir a
luchar quién sabe por cuánto tiempo y con altas chances de morir en el
intento. Algunos no resistieron y renunciaron, pero muchos partieron
y volvieron a Chile y no pocos murieron combatiendo o atrapados en
las garras de una represión eficaz y sanguinaria. El efecto de aquellas
decisiones en esos niños, víctimas inocentes de esas circunstancias,
debe seguir hasta hoy. Me imagino que algunos de ellos, ya adultos,
tendrán algún día la fuerza de escribir sobre eso. En aquel momento
éramos todos parte de una misma danza. Algunos partían y otros quedaban.
Los niños sufrían más que nadie.
170
Treinta años después las cosas se ven de otro modo. Los muertos,
los desgarros, los sacrificios, todo se lee a través del prisma de la
historia. Si hubiéramos ganado, la sociedad reconocería en nuestros
muertos a sus héroes. Y uno piensa no sólo en nuestros muertos sino
también en los del enemigo. Algunos de ellos simples soldados rasos.
Si hubiéramos ganado los sacrificios habrían sido evidentemente útiles,
pero perdimos y la derrota se llevó también con ella la utilidad del
sacrificio, ¿o no? Es difícil contestar a esa pregunta. Por cada victoria
lograda en la larga historia de las luchas populares, ¿Cuántas derrotas
tenemos? Y sin esas derrotas ¿las victorias hubieran sido posibles? La
noción misma de derrota o de victoria es escurridiza. Es difícil pensar
en términos de procesos y no de fines aunque quizás sea la única manera
válida de hacerlo. Creo que lo que importa más es el proceso. Esta
es una historia que no ha terminado. Es una historia que sigue, que
sigue. Y para que pueda seguir el olvido es terrible. ¿Por qué será que
tan pocos sobrevivientes se lanzan a escribir?
Muchos años después de estos sucesos le comenté estas ideas a un
amigo entrañable que era miembro de la dirección del MIR en aquellos
años. Me contó de una imagen que llevaba grabada en su memoria. En
un balcón del edificio del «proyecto hogares» una niñita pequeña llorando,
sostenida por algún adulto, sus manitas agitándose en el aire húmedo
y salado de Alamar. Su madre está abajo subiendo al auto que la llevaría
definitivamente a su destino. Le hace adiós con la mano a su hija
pequeña. La hija grita «¡Mamita, Mamita, no te vayas! ¡Mamita, te van
a matar!» La madre llora y en un esfuerzo sobrehumano sube al auto y
desaparece. ¿Es posible imaginar ese sacrificio? Cientos de compañeros
hacían cosas similares. Cada uno daba todo de sí con una generosidad
total. La niñita sabía claramente lo que pasaría. ¿La madre no?
Mi decisión de no dejar los estudios hasta el último momento me
salvó de perder un semestre o quizás un año de la carrera. Otros amigos
no hicieron lo mismo. Dejaron de estudiar pensando que la partida
era inminente y alguno de ellos nunca terminó sus estudios. Varios
fueron convocados y empezaron a entrenarse. Poco después la insurrección
nicaragüense estalló y miles de latinoamericanos fueron allí a
combatir como habían ido en los años treinta las Brigadas Internacionales
desde el mundo entero a pelear contra el fascismo en España.
El MIR decidió enviar a Nicaragua a un grupo de esos combatientes
que se estaba entrenando en Cuba. Y allá fueron mis amigos y participaron
en esa guerra de todo un pueblo que terminó por derribar la
tiranía somocista. Yo entre tanto estudiaba con ahínco y los envidiaba
en cierta forma. Nuestras vidas iban tomando caminos diferentes. Me
esmeraba. Quería ser útil y a eso dedicaba mis mayores fuerzas. Cada
uno tenía su tarea. Así llamaba yo al destino en ese tiempo.
171
Una de las piezas importantes del proyecto revolucionario del MIR
era la llamada Radio Liberación. En esa empresa me tocó trabajar.
Junto a otros compañeros nos dedicamos a diseñar y construir los
pequeños módulos que serían utilizados para interferir las radios comerciales
y de ese modo trasmitir mensajes de esperanza y de rebeldía.
La idea era construir cientos de pequeños emisores de baja potencia,
enseñar a los compañeros a operarlos y distribuirlos por todo Chile.
Los transmisores funcionaban en la banda de VHF. Uno debía localizar
la antena de la radio comercial que en general estaba ubicada en algún
lugar alto y emitía con alta potencia. El operativo consistía en interferir
la emisión aprovechando que en cierta zona uno lograba llegar a las
casas circundantes con una potencia localmente mayor que la emitida
por la antena comercial. El efecto era que en los receptores aparecía
nítidamente nuestra proclama tapando totalmente la radio comercial.
Otro método un poco más arriesgado era interferir el enlace entre el
estudio y la antena emisora. De ese modo usábamos toda la potencia
de la emisora comercial para sacar al aire nuestro mensaje. Pero ese
método exigía un estudio operativo del terreno e implicaba un peligro
mayor. En todos los casos era necesaria una planificación minuciosa
de la operación, la interferencia debía ser muy corta y luego era preciso
huir del lugar a tiempo. El enemigo tenía métodos para localizar el lugar
de la emisión de modo que había un riesgo en todo el asunto.
Me dediqué con pasión a ese proyecto. Estudié temas de antenas,
de propagación de ondas, de amplificadores de radiofrecuencia. Ayudé
a diseñar y a construir equipos. Escribí manuales técnicos y operativos.
Una de las tareas que me tocó fue formar a los futuros combatientes
en el montaje y operación de esos transmisores. Les daba cursos
intensivos. Llegando a Chile y ya insertados en su zona de operaciones
los compañeros debían tener la capacidad para lanzar sus proclamas
al viento sin necesidad de un técnico especializado. Esas fueron de mis
primeras experiencias en enseñanza. Había que imaginar cómo trasmitir
esos conceptos a gente que no tenía ninguna formación técnica
aunque enormes ganas de aprender.
En julio de 1983 me gradué como ingeniero en telecomunicaciones.
Entonces el movimiento me pidió ir a vivir a Francia a trabajar en la
retaguardia. En ese país trabajaría en tareas de apoyo técnico y desde
allí debería ir a Chile en misiones puntuales. Entonces le pregunté a
la flaca si quería ir conmigo y decidió acompañarme. Hacía unos cinco
Banda de frecuencias electromagnéticas que van de 30 a 300 MHz. En una parte de
esta banda (88 a 108 Mhz) funcionan las radios comerciales que usan la frecuencia
modulada (FM). También en esta banda funcionaban muchos enlaces de radio para
comunicar los estudios de radio a las antenas transmisoras.
172
años desde aquella noche en que habíamos empezado a salir juntos y
unos tres que vivíamos en pareja. No habíamos pensado en casarnos.
No lo considerábamos algo importante o siquiera posible, pero cuando
hablamos seriamente de irnos juntos a vivir a Francia, Laura me propuso
casarnos. Me dijo que sería más sencillo para que sus abuelas
comprendieran nuestra mudanza de país.
Nos casamos un sábado de mañana en Alamar. Lo hicimos rodeados
de amigos y ante una jueza muy simpática que se permitió un chiste:
una vez finalizada la parte formal en la que ambos debimos prometernos
apoyo mutuo, compartir las tareas domésticas y ocuparnos por
igual de nuestros hijos, según el Código de Familia que algunos años
antes había discutido junto a todo el pueblo cubano, me entregó el
acta de matrimonio mientras me decía: «tome, acá tiene la propiedad».
Luego de eso nos fuimos a la playa junto a varios amigos y esa noche
cenamos en un restaurante con algunos familiares y amigos. Mi madre
había venido desde Nicaragua y el padre de Laura desde México. Yo
partí el lunes siguiente y un par de meses después la flaca se encontró
conmigo en París.
Así es como en esa danza de sombras que era el Plan Retorno a mí
me tocó ir a Francia. Asumí mi puesto con disciplina y emoción. En
París vivíamos en una casa de la organización. Pasaba todo el tiempo
trabajando y tenía un contacto casi nulo con la sociedad francesa. Vivía
con la mente puesta en América Latina. De alguna forma siempre
mantuve en mi cabeza la idea del «retorno». ¿Retorno a qué? Retorno a
América Latina. A ese continente que ya sentía como mío. A ese mundo
tan diverso pero a la vez con tanto en común. Una vez en Cuba una
compañera me había preguntado lo obvio: ¿cómo me entregaba a esa
lucha tan completamente sin haber siquiera pisado nunca el suelo de
Chile? La respuesta a esa pregunta no era sencilla. Lo cierto es que en
mi mente toda América Latina era una sola cosa. Un territorio continuo
que iba desde el Río Grande hasta la Patagonia. Era un concepto
que sentía pero que no podía ilustrar con imágenes recordadas, ni con
olores sentidos, ni con pequeñas o grandes historias personales vividas
en los rincones de sus ciudades o de sus campos. No las tenía. Llenaba
esos territorios con construcciones mentales. Y los amigos eran los que
me iba haciendo en esos trajines y no los que cada uno va haciendo a
lo largo de la infancia mientras juega en el barrio o en la escuela.
A partir de 1983 nos instalamos en Francia y durante varios años
me dediqué de lleno a la militancia en el MIR. Fui a Chile unas cuantas
veces para colaborar humildemente en la empresa colectiva de derrotar
a Pinochet y su dictadura. En cada pequeña tarea siempre tenía
presentes, como testigos de mi compromiso, a esos compañeros que vi
pasar por Cuba rumbo a Chile. Sentía que me estaban mirando esos
173
que habían dejado incluso a sus hijos para partir al frente. Una vez
interferimos la emisión de una radio que transmitía desde arriba del
cerro San Cristóbal en Santiago. Alrededor de la enorme antena había
familias que hacían picnics con sus niños. Nos acercamos todo lo que
pudimos y estuvimos allí unos minutos mientras duró el procedimiento.
Luego bajamos lo más rápido que pudimos el cerro en una citroneta
esperando que no cerraran la única salida del parque. Alguien deberá
escribir la historia de Radio Liberación. El heroísmo de los compañeros
que la hicieron realmente posible. Varios de ellos murieron en esa tarea.
Nosotros no éramos más que un apoyo.
Han pasado los años. El MIR fue derrotado aunque su accionar
constante que mantenía viva la llama de la rebeldía colaboró en la derrota
de la dictadura de Pinochet. Cientos de compañeros murieron en
esa gesta y quiero creer que su entrega generosa será reconocida. Espero
que los jóvenes intenten descifrar sus sueños, aprender de ellos,
seguirlos. La derrota fue amarga y aquel MIR dejó de existir. Había sido
un producto de su tiempo y con él murió.
Los que habíamos sido parte de aquella historia nos reciclamos
como pudimos para seguir viviendo. Casi todos mis amigos de entonces
han mantenido las mismas ideas y una coherencia en sus vidas
que me llena de orgullo. Pero era difícil aprender a andar solo cuando
ya no existía ni la organización ni el proyecto que había sido el centro
de nuestra existencia por tantos años. A todos nos costó trabajo re
encaminar nuestras vidas. Por suerte yo tenía a Laura a mi lado que
me mantenía conectado a la realidad cotidiana. Ella era un nexo con el
resto de la vida. Con su apoyo decidí estudiar de nuevo. Hice un doctorado
y mi vida tomó el camino universitario y con ello se abrió otro
capítulo en mi existencia.
Laura y yo vivimos muchos años en Francia. Allí crecimos, tuvimos
nuestros hijos, estudiamos. Pero siempre seguimos vinculados a
América Latina. Siempre estábamos pensando en «volver». Yo tenía esa
idea fija: el retorno, el retorno. Los amigos franceses me preguntaban
si estaba loco. ¿Retornar a qué? En todos esos años no compramos un
mueble. Pensábamos que no teníamos raíces allí. Hasta que once años
más tarde, finalmente nos fuimos a vivir a Uruguay. Entonces empezamos
a descubrir el arraigo. Ya Francia era parte de nuestra vida y de
nuestra historia. Y luego la nostalgia nos hizo quererla más. Y poco a
poco le dimos otro significado a la palabra volver.
Un día de 1994 por fin «volvimos». Pensamos en Cuba como posible
destino pero ya no había nadie de nuestras familias allí. Pensamos en
México donde entonces ya vivían Sarah y Ximena. Luego de pensarlo
decidimos irnos al Uruguay. Allí estaba toda la familia de Laura y allí
me ofreció la Universidad de la República un cargo de profesor. Empe174
cé a trabajar con ganas. Quería aportar a la construcción de un destino
diferente para nuestros pueblos desde América Latina. Para mí todo
tenía una gran continuidad, desde los años en Cuba hasta las opciones
actuales. Uruguay me lo permitió. Un hilo de Ariadne iba tejiendo mi
vida y cada cosa estaba en su lugar. En mi fuero interno sentía que
estaba continuando el camino de siempre.
175
Regreso en 2003
En 2003 visité Cuba de nuevo. Fue un reencuentro muy intenso
al que llegué con un poco de miedo. Luego de veinte años fuera temía
encontrar algo muy distinto de lo que mantenía en mis recuerdos. Muchas
cosas pasaron en esos años. Cuba luchaba por sobrevivir económicamente
y para ello iba cediendo terreno en cuanto a muchas de las
ideas iniciales que caracterizaron su Revolución. Se abría al capital
privado extranjero, admitía la propiedad privada en los pequeños negocios
nacionales, proliferaba el turismo con su secuela de prostitución y
exclusión social. De vez en cuando Fidel daba un discurso y explicaba
las razones. La gente entendía y las dificultades económicas convencían
a los recalcitrantes. Yo seguía las noticias desde lejos y las comentaba
con los compañeros. Durante años viví en París y a pesar de mantener
la austeridad de la vida militante, me sentía privilegiado al no estar
sufriendo las dificultades de la vida cotidiana en Cuba. Eso me inhibía
de criticar lo que los cubanos hacían para sobrevivir. Al mismo tiempo
la naturaleza de mis actividades durante los años ochenta me mantuvo
aislado de una parte del mundo real. Cuando el MIR fue derrotado me
reincorporé a la vida «normal» y entonces me sorprendí a mí mismo al
no saber usar una tarjeta de crédito a pesar de vivir en la Francia de
fines de los años ochenta. De modo que mi percepción de lo que pasaba
en Cuba estaba afectada por mi propia experiencia de esos tiempos.
Me parecía que Cuba estaba procesando, bajo la dirección de Fidel, su
transición al capitalismo. Un capitalismo de corte socialdemócrata, en
el que se intentaba salvar algunas de las conquistas más simbólicas de
la Revolución, pero un capitalismo al fin. Respetaba profundamente a
los cubanos y a sus líderes y había aprendido a intentar ver las cosas
con perspectiva histórica, de modo que esa convicción la asumía simplemente
como la consecuencia de la historia tal como se dio y no como
el resultado de errores o traiciones. Cuba estaba sola en una fase de
reflujo generalizado de la revolución en el mundo y esa era la forma en
que podía sobrevivir y salvar al menos algo de sus conquistas.
En 1989 el general Ochoa, Tony de la Guardia y dos de sus ayudantes
habían sido fusilados en un juicio que me pareció una verdadera
farsa. Ochoa y de la Guardia simbolizaban de alguna forma a los re176
volucionarios cubanos que durante treinta años habían combatido en
las misiones internacionalistas que caracterizaron la política exterior
cubana hasta entonces. Su muerte de alguna forma simbolizó para mí
el fin de la Revolución. La madre se comía a sus propios hijos y lo hacía
con un estilo macabro, un show mediático detrás del cual sin dudas
estaba Fidel.
La Unión Soviética dejó de existir y Cuba entró en el llamado Período
Especial en Tiempos de Paz, una economía de guerra ideada para
aguantar la nueva situación. Durante esos años se mantuvieron algunos
de los logros más característicos de la Revolución (el acceso generalizado
a la salud y la educación, por ejemplo) pero a costa de una
penuria que hizo añorar los años ochenta que pasaron a simbolizar la
abundancia. En los setenta cuando alguien hablaba de «antes» se refería
a «antes de la Revolución». En los noventa se refería a «antes del
período especial».
Yo seguí sintiéndome cubano, vibrando y sufriendo por Cuba, recordando.
Pero en mi interior se iba desarrollando un miedo a volver.
Por un lado tenía fuertes críticas y como «cubano» sentía que tenía el
derecho de hacerlas. Por otro lado había vivido todos esos años afuera,
no había sufrido las privaciones y los sacrificios de los que se quedaron
y sentía que ello me quitaba cierto derecho moral a la crítica.
Cuando a principios de los años noventa decidimos volver a vivir en
América Latina, Laura y yo discutimos si volver a Cuba. Nos atraía mucho,
allí habíamos vivido buena parte de nuestros mejores años. Pero
sentíamos que todo había cambiado mucho. Había cambiado Cuba y
también nosotros. Recuerdo que pensé: «si nos vamos a vivir ahora, en
pocos meses estoy preso». Finalmente decidimos ir a vivir al Uruguay
donde la familia de Laura había vuelto a reunirse luego del exilio. Mi
familia seguía dispersa por el mundo. Cuando llegué a Montevideo me
sorprendió su extraordinaria similitud con La Habana: la disposición
de sus barrios, la rambla costanera y un cierto aire general. Sigo sorprendiéndome
cada vez que subo a un ómnibus y veo los retratos del
Che o Fidel con que los choferes adornan a veces su interior; en otros
países de América se verían imágenes de artistas famosos o de Jesús.
Pasaron los años y mi trabajo en la Universidad me puso en contacto
con colegas cubanos. Me propusieron varias veces ir a Cuba, pero ese
miedo a chocar con la realidad me atenazaba. Por fin en 2003 acepté.
El vuelo desde México es corto pero desde que subí al avión me
pareció estar adentrándome en un túnel del tiempo. A mi lado estaba
sentada una joven cubana que volvía en ese vuelo. Empezamos a
charlar y me contó que en su centro de trabajo la habían seleccionado
como «trabajadora ejemplar» y junto a otras habían recibido como
premio una visita de 15 días a México. Me contó de sus hijos y me dijo
177
que vivía en Moa. Yo no podía creer, era como si alguien hubiera preparado
un cóctel de recuerdos para recibirme. Pronto apareció la isla en
mi ventanilla. A partir de allí todo fue una vorágine difícil de explicar.
Los sentimientos de temor ante lo «desconocido» se fueron diluyendo
en una mezcla de emoción y alegría. Fue como un choque emocional,
recuperando trozos de memoria en un ambiente que en muchos aspectos
me recordaba al de veinte años atrás. Un calor interior me empezó
a invadir ya desde el avión, cuando vi la isla y sentí esa sensación de
llegar a casa que hace tanto había perdido de vista.
Pasamos sobre Pinar del Río y pude reconocer el Valle de Viñales
con sus mogotes y su verdor. Un flash me trajo a la mente una breve
estadía en el hotel de Soroa donde compartimos unos días Laura y yo
con Ivelisse y Pedro. Reconocí ese campo cubano cubierto de cultivos
y represas pequeñas y de vez en cuando alguna «escuela en el campo»
con su estructura de siempre. Cerré los ojos y pensé en Puerto Rico,
donde había estado pocos meses antes. Una frase me zumbaba en los
oídos: «Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas». El azul turquesa
del mar que rodea a las dos islas es el mismo pero el interior del
territorio era muy diferente. Desde el aire veía en Puerto Rico un continuo
ondular cubierto de espesa vegetación y terrenos inexplotados.
Ellos importan todos sus alimentos de los Estados Unidos y tienen allí
empresas petroquímicas. En Cuba daba la impresión de que no había
un milímetro de tierra sin aprovechar.
El aeropuerto fue el primer impacto. No era el viejo aeropuerto que
me vio salir sino uno moderno, de vidrio y metal, con escaleras mecánicas
y la arquitectura de un shopping center. Me trataron muy bien,
ni siquiera me revisaron en la aduana. Al salir noté poca presencia policial
y un ambiente de calma. Un amigo me recogió y entonces empezó
un recorrido por la memoria. Tomamos una autopista moderna y en
buen estado que une el aeropuerto con la CUJAE. Pasamos por barrios
de microbrigadas que han permanecido allí, iguales todos estos años,
casi sin mantenimiento. Pasábamos por barrios pobres pero bastante
limpios. Se veía poca gente en la calle de un domingo de tarde. Me embargó
un sentimiento de melancolía. Empezaba a reconocer rincones
y ambientes. Se respiraba un sentimiento de humildad con dignidad,
como antaño. Las calles casi sin propaganda comercial pero de vez en
cuando algún cartel con consignas políticas. Me quedé mirando uno
enorme que gritaba «¡Esta es una revolución de ideas!».
Un día visité la CUJAE. Reconocí inmediatamente los edificios. Esa
arquitectura que me sigue sorprendiendo por su excelente concepción.
Con amplios espacios para charlar bajo árboles frondosos que dan
sombra y crean rincones acogedores. Los espacios verdes estaban muy
bien cuidados. Los jardines tenían el césped cortadito. Por todos lados
178
había gente limpiando y cuidando los jardines. En los pasillos se veía
gente sacando telarañas del techo y barriendo las hojas. En los banquitos
del «paso de los vientos» o de «la plaza Ampère» me encontré con
grupos de muchachos muy jóvenes que estudiaban o conversaban en
voz baja. Reconocí los murales de las paredes y los mismos jacarandás
de flores violetas cuyas altas ramas llegaban a la ventanilla de mi sala
de clases. Visité los salones. Me iba sumergiendo en un océano de memorias.
Pasé por lugares donde había esperado a la flaca y compartido
con ella nuestro almuerzo. Lugares donde discutí o donde amé. Lugares
donde estudié y aprendí.
Junto a la limpieza, el silencio y la vida joven, encontré también la
vetustez y la degradación de los edificios: ventanas rotas, balcones desvencijados.
Y rejas por todos lados. Rejas que no existían en nuestra
época. Una herencia del Período Especial de los años noventa cuando
la crisis hizo aumentar la criminalidad y el robo a niveles desconocidos
hasta entonces. Me dijeron los amigos que el robo había vuelto a
disminuir y la poca presencia policial en las calles parecía indicarlo.
Pero no sólo quedaron las rejas. También se quebró el tabú y el robo se
convirtió en una presencia difusa.
Busqué a algún profesor mío de esos años. Encontré a Carmen
Moliner que era la Decana en mi época. Profesora de telecomunicaciones
y redes, tenía su escritorio en un espacio muy humilde compartido
con 5 ó 6 personas más. Se acordaba de mí («¡qué trabajo me
dabas chico!, faltabas más que lo permitido a clases y siempre tenía
que autorizarte…»). Estuvimos hablando un rato. Luego busqué a Albín
Salas pero estaba dando clases. Busqué a Marante pero estaba en
Colombia por unos meses. Entraba a salones vacíos y medio oscuros,
con olor a viejo y a encierro. Sobre las mesas veía equipos bastante
antiguos y aparentemente con poco uso. No había ambiente de trabajo
académico. Más bien parecía que el trabajo se concentraba mucho en
dar clases y poco en investigar o en crear. Sentía una sensación de
vetustez y de tristeza.
Un profesor me reconoció. Era Oscar, el de radiorreceptores y televisión.
«Coño Randall, ¿eres tú?». Estuvimos hablando un rato con él y
con otros que estaban en esa habitación. Al poco rato estaba contándoles
el funcionamiento de una Universidad hija de la Reforma de Córdoba,
como es la Universidad de la República en Uruguay. Les explicaba
cómo funcionaba una Universidad con cogobierno y autonomía, efectivamente
dirigida por sus estudiantes, docentes y egresados. Me miraban
con los ojos grandes preguntándose cómo era posible que una cosa
así funcionara, soñando quizás. Sorprendidos por el sistema de créditos
y el currículo flexible o por el ingreso irrestricto de todo aquel que quiera
hacerlo. En Cuba el ingreso a la Universidad sigue estando limitado por
179
un cupo. Les conté de la fuerza educativa de la democracia universitaria
y les aseguré que a pesar de los tiempos que implica es posible para una
institución como la nuestra funcionar, crecer y desarrollarse. Sentí una
mezcla de gratitud y de pena, de emoción y de tristeza.
Pedí permiso para sentarme en una computadora y conectarme a
mi cuenta en Uruguay pero fue imposible. Sólo estaba permitido el email
y la navegación en Internet pero no conectarse directamente a una
computadora lejana. La manía de controlar todo limitaba la comunicación
por esa vía. ¡La falta de confianza en la gente es como una hidra
que va destruyendo tanto potencial!
¿Cómo no pensar en la importancia constructora de futuro del cogobierno
universitario? ¿Cómo no valorar la fuerza que le da a la democracia
y el potencial para el futuro del país? ¿Cómo no soñar con una Universidad
cogobernada en Cuba? Sueños, sueños… y sin embargo ese es
tal vez el único tipo de solución de continuidad para la Revolución. Era
interesante notar las contradicciones. ¡Sentir que a la Universidad uruguaya
le falta tanto de lo que en Cuba hace años que se hace y a la cubana
tanto de lo que en Uruguay es moneda corriente! Mi cabeza bullía
con todos estos pensamientos. Me senté frente al edificio de Arquitectura
como si volviera a esperar a mi flaquita a la salida de clases. Miré de
nuevo los rincones que recorrimos juntos, las plantas exuberantes que
nos arroparon, la cafetería donde alguna vez comimos.
Esa tarde caminé por la calle 23. Entré al edificio del Ministerio de
Educación Superior y pregunté por Popi. Le di mi nombre a la portera,
una negra de edad infinita. Me dijo que esperara. Un oficial del ejército
que también esperaba empezó a conversar conmigo. Me preguntó de
dónde venía. Quería conocer mis impresiones sobre Cuba. De repente
se abrió el ascensor y allí estaba Popi. Lo sentí igual que hace veinticinco
años cuando nos daba clases de microprocesadores a las 6 de la
mañana. «¡¡Coño, Randall!!» y abría los brazos para abrazarme. «¡Ven,
chico!». Me hizo dejar una identificación en portería. Me dio una tarjeta
de visitante y subimos a su oficina. Había ascendido mucho. Ahora era
asesor del Ministro de Educación Superior. Estuvimos charlando una
media hora. Me hizo muchas preguntas sobre nuestra Universidad y
sobre mi vida, intercambiamos direcciones. El ministro lo esperaba
para una reunión en el cuarto contiguo. Fue solo una media hora que
sentí como un duchazo de frescor y de energía.
Caminé por la calle 23 hasta el Habana Libre y Coppelia. Había grupos
de personas en las paradas de bus o en los parques. La estatua del
Quijote me sorprendió aunque seguía en el lugar de siempre. La memoria
me hizo una pirueta y no la esperaba. Me volvió a gustar mucho,
como en mi vida anterior. Me pregunté si la realidad está allí o la vamos
construyendo cada vez. Caminé por el barrio del Vedado. Las casas en
180
ese barrio se alternan: muchas están desvencijadas, penden de hilos
invisibles que las mantienen en pie por milagro y de repente aparece
alguna que está arreglada y recién pintada. Las calles están limpias,
los parques cuidados, el pasto cortado y hay gente que pinta los bancos
de las plazas. Me explican que han decidido reparar buena parte de
los edificios altos de La Habana, que en general se caen a pedazos. Los
años y años sin mantenimiento y el empujón final del Período Especial
han dejado la ciudad en ruinas. Las casas y edificios están despintados
y descascarados. El salitre se ha comido las rejas. Las instalaciones
eléctricas funcionan de manera inexplicable, o al menos es lo que uno
piensa mientras sube en un ascensor o se pregunta en una puerta si
un botón del intercomunicador está realmente transmitiendo el mensaje
o se lo está tragando para siempre…
En medio de esa imagen de degradación general, aparecen signos
de rehabilitación. Luego de varios años de crisis muy profunda (entre
1990 y 1994) y algunos de recuperación lenta, la economía crece. Y han
decidido empezar algunos programas como reparar y pintar todas las
escuelas y los hospitales. Mientras camino voy notando esas cosas y
sin cesar pienso en el resto de nuestro continente. ¿Cómo se reacciona
a una crisis de esa magnitud? Es allí donde uno ve una continuidad
con los años de mi juventud. Es claro que la educación y la salud están
siempre entre las prioridades. Sigue flotando esa sensación de que ante
cada circunstancia «alguien» toma una serie de decisiones generales en
base a ciertas prioridades claras. No se reparan por años las viviendas
y cuando hay dinero se atienden primero todas las escuelas y todos
los hospitales. ¿Quien toma la decisión? Será Fidel, o el Partido o será
quizás el Poder Popular y sus asambleas en los barrios… quién sabe. Ya
estaba desacostumbrado a esas frases que comienzan con «se ha decidido
que…». Esas frases con las que la gente me explica lo que pasa.
Me sorprende la presencia poderosa de la propiedad privada. Cuando
vivía en Cuba era raro ver un negocio de alguna empresa extranjera
y los empresarios privados cubanos estaban limitados a un sector
de los campesinos, los taxistas y un puñado de artesanos (cerrajeros,
carpinteros, etcétera). Ahora las principales calles de la ciudad están
inundadas por puestos de venta de todo tipo: sándwiches y tortas,
mariquitas, hamburguesas, refrescos, helados, pizzas. Hay casas de
cambio, venta de libros usados y de artesanías, peluquerías, tiendas
de comestibles, de ropa…
Veo a la gente tranquila, demasiado quizás. No se ven casi policías
pero la gente me parece un poco triste, quizás cansada o resignada o
simplemente meditabunda. La alegría de nuestra época, los ojos llenos
de futuro y de vida que recuerdo, el baile y la música en el cuerpo cotidiano,
eso falta o al menos yo no lo percibo. Pero sigue existiendo esa
181
capacidad del cubano para comunicarse, su apertura y generosidad.
Uno siente que los valores profundos de la Revolución siguen vivos en
la gente. Las paradas de bus están repletas, a veces hay largas filas.
Los autos paran en las esquinas o en los semáforos, muchas manos
piden aventón y la mitad de los autos recogen a uno, a dos, a tres personas,
«¿va por 25?, ¿me lleva por favor?» y la puerta se abre. En algunos
lugares inspectores de tránsito paran a los autos estatales para
que lleven gente que espera el ómnibus.
Entro a nuestro edificio, me asomo al parking. El ascensor sigue
funcionando no sé por qué milagro. La degradación también llegó acá,
como a todos los lugares y rincones de este mundo. Me bajo en el piso
cuatro. Plantas y puertas y rejas y candados y llaves múltiples. Timbre
y silencio, silencio, silencio. Subo al 10 y toco, me abre Ambrosio.
Digo mi nombre y aparece la sonrisa y el abrazo. Pasé con ellos varias
horas, hablando de tantas cosas, de nuestra América y de Cuba, de
la vida, del Período Especial, de sus hijos, de mi familia… Nos prometemos
vernos de nuevo. Un rato agradable y cálido. Ellos siguen con
la Revolución pero una frase me deja pensando: «finalmente estamos
destinados a ser determinados por los Estados Unidos, si somos colonia
porque somos colonia, y si somos independientes nuestra política
se determina en oposición a…». Hablamos de la eventualidad de una
guerra de agresión, de la reacción ante esos miedos…
Pasamos lista a los vecinos y constatamos que salvo en nuestro
apartamento, en todos los demás siguen viviendo las mismas personas.
Una extraña sensación de inmovilidad me invade.
Me encuentro con Roberto en su apartamento del segundo piso. Hablamos
de la familia, del mundo e ineluctablemente de Cuba. Allí está
de nuevo mi viejo tutor, haciendo un análisis de estos años. Comentando
cómo el fin de una época fue también la ruptura de la urna de
cristal y un respiro ideológico. Me dice que el 60% de la gente se revuelve
más o menos con las diferentes opciones que la economía da ahora:
la posibilidad de trabajar por cuenta propia en pequeños restaurantes
o en la venta callejera, los taxis, la pequeña agricultura, la renta de
cuartos. Otros trabajan en empresas mixtas que ahora pululan o en
el turismo donde una propina de repente equivale a un mes de salario
estándar. Pero hay un porcentaje importante que la pasa muy mal.
Me recomienda leer la revista Temas, un espacio donde discuten estos
asuntos los intelectuales cubanos. Allí se escribe sobre economía,
política, ideología. Ahora se puede hablar abiertamente de corrupción,
de marginalidad, de racismo. Buena parte de las cadenas que ataban
el pensamiento se han quebrado. La crisis ha traído en sus alforjas
un florecimiento de la reflexión. Hablamos de qué pasará después de
Fidel, es una conversación que reaparece siempre, y una extraña tranquilidad
me sorprende en la gente cuando hablamos de eso.
182
Pido para visitar nuestro viejo apartamento del noveno piso y allá
vamos. Ahora vive una señora que alquila cuartos a los turistas. Lo tiene
muy lindo y totalmente arreglado. Nos invita a pasar. Ya sabía de mi
existencia, en la cuadra se ha corrido la noticia y de alguna forma me
esperaba. Me ofrece el cafecito cubano, intenso y amistoso, que no falta
nunca aunque sea un misterio cómo. Estar acá es como un sueño.
Miro por las ventanas de la terraza y contemplo el malecón, la antigua
embajada de Vietnam donde alguna vez intenté aprender vietnamita.
Desde esta misma ventana contemplaba yo las largas cabelleras de
las muchachas vietnamitas que poblaban mis fantasías infantiles. Me
viene a la mente una foto abrazado con Robert en esta terraza. Infructuosamente
busco el cantero que Antonio construyó en una de sus
esquinas. No han cambiado las ventanas de madera entre la sala y la
terraza, es casi lo único que permanece. Han desaparecido los afiches
que poblaban esas paredes y los muebles que acogieron tantas veladas.
Han tirado una pared que abre más espacio entre el comedor y la
terraza. Todo está cuidado y pintado. La ciudad parece destruida por
fuera y acogedora por dentro.
Hablamos un rato. Hay gente molesta con los gestos internacionalistas
de Fidel que juzgan exagerados en las condiciones de penuria en
que viven. Pero la molestia se mezcla con una especie de orgullo. Me
hablan de la escuela donde 5.000 estudiantes de Latinoamérica estudian
medicina. Es un regalo que quiere hacer Cuba a sus hermanos.
Esos 5.000 estudiantes están becados, no sólo reciben la formación
de médicos sino que son alojados y alimentados gratuitamente. En los
hospitales los grupos de estudiantes son ahora tan numerosos que es
difícil atenderlos. Las policlínicas barriales o los hospitales atienden a
la población con menos médicos pues se han enviado varios miles a
Venezuela. Cuando mencionan el nombre de ese país aparece en todos
la esperanza de tener por fin un aliado firme en la región, otro proceso
que haga avanzar la utopía. ¿Se justifica el esfuerzo? Me dicen que
esta gente cuando se gradúe volverá a sus países y quizás se olvide de
Cuba, «tal vez van a dedicarse simplemente a ganar dinero».
La gente critica estas cosas con cierta vergüenza, como si estuviera
mal criticar un gesto altruista. ¡A lo largo de todos estos años tanta
energía se destinó a apoyar Angola, Etiopía, Argelia, Nicaragua, Salvador,
Chile y tantos otros! ¡Tanta energía y tantas vidas! Este pueblo
se ha educado en el internacionalismo, lo ha sentido y ha entregado lo
poco que tenía. Ahora buena parte del sueño se ha difuminado. Aquellos
a quienes ayudaron, muchas veces resultaron ser otra cosa o traicionaron
o fueron derrotados o simplemente desaparecieron sin gloria.
¿Vale la pena seguir entregando y entregando mientras acá las cosas
están siempre en el límite? Es una pregunta recurrente.
183
Visito a Maza. El viejo me recibe en su humilde apartamento. Tiene
casi ochenta y siete años y me dice con orgullo que sigue presidiendo
el CDR, desde hace cuarenta y uno. Una foto de Fidel adorna la pared
descascarada. Me muestra un TV que trona en su living. Los vecinos se
lo regalaron cuando cumplió cuarenta años al frente del Comité. Se le
ve igual pero sin su Helena, que murió hace años. Ahora parece infinitamente
solo. Su memoria no solo trae los nombres de todos los miembros
de nuestra familia sino también mil detalles. Me habla convencido de los
tiempos que corren y de su certeza en el futuro y recuerda con añoranza
aquellos que compartimos, más combativos, más colectivos… Aparecen
sus nietos, una pionerita chiquita y un muchacho de unos diecisiete
años… Repite a cada rato su alegría, el viejo me enternece…
Camino por El Vedado, voy explorando mi pasado. Veo a la gente
jugando al dominó en las esquinas, a las muchachas y muchachos
sentados en los muros, a las señoras hablando en las puertas de las
casas. Siguen viviendo con la puerta abierta, a pesar de las rejas que
el Período Especial puso en todas partes. Veo grupos de niños en uniforme.
Los árboles que me impresionaron de chico, esos cuyo tronco
está formado por centenares de ramas que bajan como raíces y forman
un intrincado laberinto, con copas frondosas y cargadas de pájaros,
siguen allí, en cualquier calle, haciendo sombra y acompañando al
caminante. Te enojas con los baches y desniveles, con las calles rotas
y con los charcos, pero los árboles te acarician y te calman. Son una
belleza. Su sombra da intimidad y solidez a las calles rotas. Entre árbol
y árbol las señoras del barrio siguen barriendo. No logro ubicarme en
ese espacio de nuevo. Algo muy grande ha cambiado en mí. No logro
imaginarme en este mundo y a la vez me veo, natural e integrado, en
viejas imágenes de aquellos años. ¡Las cosas parecen tan simples y tan
rotas y tan suaves y tan fuertes! Sigo caminando sin rumbo ¿Cuánto
le debo a este país y a esta gente? ¿Quién sería de haber seguido acá?
¿Qué caminos va formando la vida de cada uno y cuáles los de todos?
¿Cómo construir un proyecto de mundo mejor? Siento que esto que
veo es lo que somos nosotros aunque no lo sepamos, de alguna forma…
Mi recorrido se va convirtiendo en un continuo de emociones, de
contradicciones, de vida. En algún momento siento que no podría vivir
acá, que sería incapaz de soportar que alguien pretendiera controlar
mi vida, limitarme la información, decidir por mí… Un rato después me
doy cuenta de que soy uno más, me siento como antes, soportando con
naturalidad las cosas que al «yo de afuera» le parecen absurdas y disfrutando
intensamente de las que al «yo de afuera» le parecen utopías
imposibles y sin embargo en este país simplemente existen.
Una noche me reuno con un grupo de viejos amigos. La conversación
tenía que derivar a uno de los temas de esos días: la reforma
184
educativa, que estaba en boca de todo el mundo. El Período Especial
trajo muchas secuelas, no solo materiales e ideológicas. La penuria y
las dificultades redundaron en una generación de gente menos preparada,
los muchachos aprendían o no. Los maestros quizás no podían
ir a la escuela, no había ni transporte ni medios. La prioridad era la
supervivencia. Una cantidad de maestros y profesores se fue del país,
otros migraron al turismo o a otras ocupaciones que permitían vivir
mejor. Hace un tiempo, y ante la mejoría económica que significa quizás
el comienzo de una nueva etapa, Fidel propuso lanzar una reforma
educativa con la pretensión de atrapar el tiempo perdido y dar un gran
salto adelante. Este tema me parece un condensado de la Revolución
cubana, con sus ideas genuinamente humanistas y su enorme voluntarismo
que a veces tiene consecuencias inesperadas. Varias acciones
conforman esta reforma: rehabilitación edilicia de todas las escuelas.
Construcción de salones de clase para que ningún grupo de primaria
tenga más de 20 alumnos y ningún grupo de secundaria más de quince.
Un aparato de TV en cada aula y un canal educativo que transmite
todo el día. Profesores del más alto nivel preparando y dictando las
clases por televisión (por ejemplo mi amigo Roberto). Muchas ideas de
estas parecen muy buenas, solo que no tienen maestros y profesores
para atender esta situación. La solución son los llamados maestros
emergentes: muchachos que terminando la secundaria básica reciben
una formación de seis meses y van como maestros de un grupo de 20
niños en primaria. Estos maestros serán los que acompañarán al grupo
durante la primaria completa. Muchas clases teóricas serán vistas en
grupo en la TV, pero otras son responsabilidad del maestro. Mientras
enseñan a los niños deben aprender el complejo oficio del magisterio.
Un maestro experimentado los apadrina, cuando existe. Estos muchachos
de quince o dieciséis años son el producto del Período Especial y
muchas veces ellos mismos no saben casi nada.
Los amigos me cuentan innumerables anécdotas. La maestra de
la hija de un amigo, por ejemplo, le pide que separe las palabras en
«siladas» o le anota en la libreta «sigue haci» para felicitarla. Hay otros
aspectos de esta reforma: en secundaria un solo profesor para todas
las asignaturas. Esto sí me parece descabellado, ¿cómo puede alguien
enseñar a la vez matemáticas y literatura con un nivel decoroso? Han
decidido eliminar las becas en secundaria y hacerlas obligatorias en el
preuniversitario, de modo que todos los que vayan a la Universidad deben
pasar tres años en la escuela al campo, entre los quince y los diecisiete
años. Muchos no quieren, pero solo hay un preuniversitario en la
ciudad, y es para casos justificados por enfermedad. Por otro lado los
institutos de formación de técnicos medios están en la ciudad y no son
internados. Como consecuencia muchos prefieren seguir una carrera
185
de técnico medio que seguir el camino que los llevaría a la Universidad.
El resultado es impredecible y pienso que inesperado: los mejores expedientes
no siguen una carrera universitaria sino una carrera de técnico
medio (mecánico, tornero, electricista, albañil…). Los más tenaces
esperan luego seguir la carrera universitaria en horario nocturno.
Como corresponde a esta Revolución rica en arabescos no faltan los
adornos: las aulas con PC y TV están también en medio del campo, aunque
a veces hay un solo alumno (parece que hay 25 escuelas en estas
condiciones). Un amigo me habla con orgullo sobre los paneles solares
para garantizar la mítica pareja TV y PC en esos lugares.
En muchos lugares converso sobre este tema, algunos opinan que
es la única forma de salir de la situación y que ya en el pasado esa solución
funcionó, y yo recuerdo al Destacamento Pedagógico al que pertenecí
y a mis maestros de dieciséis años en las becas cuando nosotros
teníamos trece o catorce. Recuerdo los enamoramientos cruzados, las
clases, los esfuerzos por mantener la disciplina. Me digo a mí mismo
que al final no salí tan mal. Pero ¿cuántas veces puede funcionar un
impulso de este tipo? ¿Cuánto cuesta en términos humanos? ¿Cuánto
influye el momento y el ambiente?.
Otro día salgo con Martín, un sociólogo y amigo entrañable de tantos
años. Recordaba una conversación en París en 1993 y su calmada
certeza de que Cuba saldría adelante. El mundo que habíamos soñado
se caía a pedazos, lo imposible había sucedido y por arte de magia
aún quedaba en pie la Revolución cubana. El PBI había caído un 35%.
Todo el comercio del país se había desplomado. Las industrias no podían
producir por falta de materias primas o por el uso de tecnologías
discontinuadas (pensadas para una economía integrada con el resto
del mundo socialista). Nosotros desde París habíamos asistido al fin
de unos cuantos sueños: la Revolución sandinista hundiéndose en un
pantano impensable, el mundo socialista que parecía invencible… Las
imágenes manipuladas cuando la guerra del golfo o la caída de Ceausescu
en Rumania nos habían convencido de que era mejor apagar el
televisor definitivamente. La esperanza de que las derrotas de las dictaduras
en nuestro continente dieran lugar a un avance de la Revolución
se había diluido en procesos pactados de transición posdictadura o en
acuerdos de paz para salvar lo posible. Una especie de fuerza inercial,
de convicción profunda, casi mística, seguía moviéndome por el carril
de siempre y la aprehensión sobre Cuba estaba como atragantada en
el gaznate. Entonces apareció Martín en París, tranquilo, seguro. Nos
contaba historias increíbles de penuria: él montado en una bicicleta,
mendigando un medicamento de iglesia en iglesia ante una enfermedad
respiratoria, o su labor mixta de investigador social y criador de
conejos en el jardín de su casa para asegurarse la comida… y acto
186
seguido nos explicaba cómo iban a salir de esa situación, con método
y perseverancia, con voluntad. Aquella conversación me impactó mucho.
La confianza es quizás uno de los atributos que Fidel le dio a esta
gente. Eso es tal vez imprescindible para llegar a donde han llegado.
Quién sabe…
Allí estaba Martín ahora; sonriente como siempre, dándome un
abrazo. Montamos en su auto medio destartalado y partimos rumbo a
La Habana Vieja. Nuestra conversación retomó casi en el mismo punto
en donde la habíamos dejado en París, solo que ahora habían pasado
diez años y buena parte de lo que aquella vez nos había explicado
estaba ahora ante nuestros ojos: un país que sobrevivió a la crisis y
se estaba levantando, una Revolución que perdió mucho pero intentó
preservar algunas cosas esenciales, un cambio profundo en la reflexión,
liberada de ciertas ataduras y sólidamente anudada a otras.
Atravesamos el barrio de Centro Habana, uno de los más críticos
del país. Las casas están en pie por milagro, en las calles pululan los
muchachos y los niños, en las puertas abiertas de las casas hay mecedoras
con viejos, y señoras que hablan a los gritos en las esquinas.
Este barrio parece un condensado de pobreza material. La gente vive
en condiciones de hacinamiento tremendas, con un calor sofocante.
Las casas degradadas se caen de vez en cuando y aplastan a más de
uno. Fue acá donde en1993 explotó la cólera popular y la gente se lanzó
a la calle. Por un momento todo pudo bascular. Aparecieron algunos
grupos de choque con la intención de dar algún palo, pero Fidel tuvo
la sabiduría de frenar aquello y a las pocas horas apareció él mismo a
hablar con la gente que ya no podía más. Pocos días después se anunciaron
las famosas 14 medidas que significaron el inicio de un alivio:
permitir tener dólares, aceptar el trabajo por cuenta propia, abrir los
mercados campesinos, entre otras.
Toda la franja de unos 400 metros desde el mar hacia adentro concentra
buena parte de los beneficios del turismo y de la «nueva economía
». Miramar y Marianao parecen barrios de otro país: las casas están
arregladas, desde la calle se ven los jardines perfectos. Se escucha un
silencio acogedor mientras el auto se desplaza por 5.ª Avenida. Las sedes
de empresas mixtas o de embajadas han sustituido el bullicio que
llenaba aquellas casonas donde jugábamos cuando albergaban nuestras
becas. Luego siguen otros barrios que parecen ya de otro planeta.
Allí está el Polo Científico con sus edificios dedicados a laboratorios y
los barrios donde viven los trabajadores de esos centros. El Vedado
sigue siendo el de siempre, lleno de casonas que funcionan como sedes
de ministerios, institutos u organismos del Estado o del Partido.
Con esos árboles que dan sombra a toda la calle y sus raíces que han
destruido totalmente las aceras, con su vida nocturna, hoteles, tiendas
187
y gente en los cines o teatros. Luego Centro Habana, que ahora atravesamos,
es como un botón de muestra del pasado reciente, una especie
de «museo del Período Especial» y quizás imagen de lo que puede ser
algún barrio más alejado de la costa.
Al rato llegamos a La Habana Vieja. Dejamos el auto y empezamos
a caminar. La impresión que me produjo fue muy fuerte. Ya no se trata
de dos o tres cuadras remozadas para el turista. Ahora son manzanas
y manzanas, varios kilómetros totalmente reconstruidos. Las calles
han recuperado su empedrado original, las fachadas remozadas mantienen
el estilo de la colonia. Por todos lados hay plazas, restaurantes
o bares ambientados en la época, galerías de arte, museos, hoteles que
respiran el siglo XVI o XVII. Uno ve arte por todos lados: murales, esculturas,
calles que son museos vivientes. Eusebio Leal, el historiador
de la ciudad que ya en mi época daba charlas eruditas y transmitía su
amor por La Habana, ha dirigido una obra realmente digna de elogio.
Los fondos fueron otorgados originalmente por la UNESCO pero ahora
se ha creado una empresa que funciona en la zona y que tiene todo tipo
de servicios para el turista (principalmente tiendas y hoteles). El dinero
que esa empresa gana es invertido en continuar con el proyecto de
modo que en los bordes del barrio se ve cómo va avanzando la mancha
de la reconstrucción.
Los habitantes de La Habana Vieja hace años vivían en las mismas
condiciones terribles en las que ahora sobreviven los que acabo de ver
en Centro Habana. Ellos ahora habitan en medio de un museo gigantesco,
muchos trabajan en diversos aspectos del proyecto. Los ancianos
tienen sus casas para reunirse y los niños sus escuelas dentro de
los museos que son diseñados con salones pensados para ese fin. Esos
mismos niños ahora respiran el silencio del museo y aprenden cotidianamente
a vivir rodeados de arte. En las plazas mucha gente vende
artesanías o libros viejos o se gana la vida como guía, chofer o trabajando
en hoteles y boliches. Hay muchos artistas, pintores, escultores,
arquitectos, ingenieros, sociólogos que dedican sus días a participar de
esta gran obra. Y todo el proceso tiene un nivel de autonomía que impresiona.
Mientras recorremos el barrio charlo con Martín sobre esta
experiencia. Aparece como un posible modelo de desarrollo autosostenido,
autónomo, integrador, que quizás se empiece a reproducir en
varios lugares del país y otros barrios de la ciudad. Me dice que se va
a empezar próximamente un plan similar en torno al paseo del Prado y
la franja del malecón hasta el Vedado.
Llamé por teléfono a Adela que era una de las mejores amigas de
Laura. Ellas estudiaron juntas arquitectura. Su compañero, Juan, estudiaba
también ingeniería. Durante nuestros años en la CUJAE muchas
veces salimos juntos los cuatro. Ella era de una familia de tradi188
ción revolucionaria. Sus padres, tíos y abuelos participaron en la lucha
revolucionaria y luego fueron siempre militantes. Habíamos pasado
todos estos años sin noticias y quería volver a contactarme con ellos.
Adela me reconoció inmediatamente desde el otro lado del teléfono. Se
emocionó al oír mi voz y me preguntó por Laura. Cuando le pregunté
por su compañero cambió la voz y me dijo «Ay Goyo, ¡no sabes la que
hemos pasado! Juan está preso». Yo no podía creer. Le dije que iba a
verla de inmediato. Llegué a un apartamento muy lindo en el Vedado.
Allí estaba la misma mujer, flaquísima como antaño. Me recibió en la
sala con su hijo y la novia del hijo. El muchacho sabía de nosotros.
Ellos le habían contado. Existíamos para él a pesar de nuestros veinte
años de ausencia que eran toda su vida.
Adela me contó su historia. A lo largo de esos años estuvieron en
varios países trabajando y desde hacía un tiempo estaban de nuevo en
Cuba. Juan era militante del Partido y dirigente de una empresa. Había
aceptado coimas. En algún momento el Partido decidió hacer una
gran campaña contra la corrupción y como correspondía a la tradición
cubana castigó con especial dureza a los dirigentes. Juan había sido
condenado a seis años de cárcel de los cuales ya llevaba uno cumplido
en condiciones muy duras. Estaba junto a otros presos comunes en
dormitorios colectivos, trabajando en el campo y con comida escasa y
pésima. Adela casi lloraba cuando me contaba que Juan pesaba sólo
50 kilos y que no era justo que estuviera allí. Estaba entre asesinos
arriesgando la vida cada día. «Ahora está enfermo y lo tienen internado
en el Hospital Fajardo, acá cerca», me dijo.
Yo escuchaba en silencio con una extraña mezcla de sentimientos.
Tenía lástima por mi amigo y a la vez una rara satisfacción de que en
Cuba siguieran castigando la corrupción aunque viniera de un miembro
de las «clases dominantes» y con más rigor aún si se trataba de un
militante del Partido. Cuando le pregunté con la mayor delicadeza que
pude por qué Juan había aceptado coimas me respondió que yo no podía
entender cómo estaba aquello ahora. «¡Ay Goyo!, ¡esto ha cambiado
mucho!, hoy no es posible vivir sin hacer alguna ilegalidad».
Poco después Adela se excusó. Le había preparado comida a Juan
y se la iba a llevar al hospital. Debía ausentarse por un rato pero me
podía quedar en casa con el muchacho y su novia. Nos quedamos solos.
El hijo era un típico joven de hoy. De los que uno podría encontrar
en cualquier rincón del mundo. Era alto y de aspecto rebelde, de unos
veinte años, pelo largo y pantalón de mezclilla. Cuando le pregunté por
la situación en Cuba rápidamente mostró su desilusión con todo lo que
oliera a Revolución. Él quería libertad, tenía bronca de que su padre
estuviera en la cárcel y no encontraba prácticamente nada positivo en
la Revolución cubana. Le pregunté qué hacía en la vida. Me respon189
dió con naturalidad que estudiaba música en el Instituto Superior de
Arte. Le propuse que me hiciera escuchar sus creaciones y se le iluminó
el rostro. Llamó por teléfono a su mejor amigo y en pocos minutos
estábamos los cuatro en un cuarto al fondo del apartamento. Una
computadora con un programa de edición musical era el eje de una
especie de estudio. Había fotos de artistas y discos por todos lados.
Entonces me deleitaron con un concierto privado. Los dos muchachos
tocaban la guitarra e iban desgranando sus últimas creaciones. Era
música rock con una letra muy política, que gritaba sed de libertad y
un claro rechazo al régimen. Me sorprendieron diciéndome que había
boliches donde tocaban su música. Lugares donde las bandas jóvenes
y alternativas como ellos daban recitales. Comenté que en mi época
no lo hubieran permitido. Me hicieron escuchar las canciones de «su
nuevo CD» y les pregunté a qué se referían. Yo estaba seguro de que eso
no podrían editarlo en Cuba. «¿Por qué?», me preguntaron con cierta
sorpresa y me explicaron que era difícil de editar pero no por temas de
censura ideológica sino porque las editoriales estaban concentradas
en lo comercial y no se interesaban por la música con contenido. «Les
interesa sólo el dinero. Sólo editan música bailable o que se venda». Me
parecía escuchar los comentarios de un creador rebelde en cualquier
sociedad del mundo capitalista. Les pregunté cuáles eran sus músicos
favoritos y mencionaron a Joan Manuel Serrat. Sentí una profunda
identificación espiritual con esos muchachos. Sentía que si yo fuera
joven hoy quizás sería naturalmente uno de ellos. Precisamente por
sentirme revolucionario cubano…
El tiempo había pasado y Adela volvía a casa. La escuché acercarse
por el largo pasillo. Me comentó que Juan se había puesto muy contento
de saber de nosotros y me entregó una notita que escribió en su
cama de hospital. Enseguida me dio indicaciones para cuando saliera
de la casa. Ella había invitado al soldado que escoltaba a Juan en el
hospital. «No se va a escapar. Ven a tomarte un cafecito a casa», le
dijo. El soldado estaba ahora en la sala y ella prefería que no notara
mi acento extranjero. Me despedí de todos en el cuarto-estudio, salí y
saludé al soldado sin abrir la boca. Cuando entré al ascensor estaba
un poco mareado por esa dosis concentrada de realidad cubana. Salí a
la calle, bajo el sol radiante del Caribe, abrí la nota que Juan me había
mandado. Las palabras manuscritas eran suaves y pulcras. Me decía
que le había dado una gran alegría tener noticias nuestras y saber que
seguimos «siendo los mismos» y que esperaba encontrarnos algún día
en mejores circunstancias. El último párrafo de esa corta nota que
dejaba asomar una extraña mezcla de amargura y de optimismo decía:
«me encantaría explicarte muchas cosas del país que debes saber personalmente.
No te dejes engañar. Aquello que tú y yo quisimos pintar
190
de un lindo color en los setenta lo han hecho imposible, nos lo han
pintado de gris y no tiene remedio por un buen tiempo».
Una noche un taxi me lleva y atravesamos Centro Habana, el Vedado,
Marianao. Son las 2 de la mañana, grupos de personas pasean,
conversan, la noche es agitada y viva. Lo comento con el taxista y me
señala que es viernes de noche y se trata de la vida nocturna natural.
Voy pensando en esta gente, todos tienen de alguna forma marcada la
huella de esta historia. Algunos son hoy muy críticos de la Revolución,
o se han desencantado o incluso son claramente opositores. Y sin embargo
veo en ellos una extraña continuidad, son hijos de la Revolución,
moldeados por ella. De una forma natural en los cubanos de hoy la generosidad,
la solidaridad y el altruismo siguen siendo parte de su ser.
Me siento profundamente identificado con ellos. Veo en ellos reflejado
el yo de cuando era joven. Siento que la Revolución no está muerta y
que podría salvarse y renovarse si se pudiera confiar en esta generación.
Darle alas, dejarlos volar. ¡Hay tantas cosas en las cuales Cuba se
ha adelantado a nuestra América y al mundo! Lo siento a menudo. En
la atención prioritaria a la salud y la educación con sentido generoso.
En el trazarse objetivos como país y perseguirlos con perseverancia y
creatividad. En intentar pensarse. En formar las bases académicas,
científicas y técnicas para construir su futuro. En la combinación del
estudio y el trabajo y la actividad manual e intelectual. En tantas cosas.
¡Pero hay también otras tantas cosas en las cuales el resto del continente
puede aportarle a Cuba! La síntesis deberá llegar algún día.
Durante esa visita a Cuba un torbellino de sentimientos rompió las
fronteras de las vidas que he vivido. Ese viaje fue quizás un retorno al
origen, un reencuentro conmigo mismo, un viaje en el tiempo. Cuba
me atrapó y me dio vuelta como una cáscara de naranja. Llegué tembloroso,
casi con miedo por el reencuentro y salí caminando erguido,
fresco, feliz. No sé explicar aún qué pasó ni cómo. ¡Hay tantas cosas en
esa isla que no son como quisiera, tantas que me hacen dudar de todo
y tantas que me reconcilian con ella! Siento que detrás de todas las
preguntas hay una voz que me dice que allí estoy yo, que sigo siendo
eso. Cuando los oigo hablar me reconozco, me identifico, nos quiero.
Cuando me iba de regreso a Uruguay, mientras el avión sobrevolaba
la pequeña isla que increíblemente sigue allí, cuando miraba por la
ventanilla y trataba de identificar algún rincón de mis recuerdos, me
di cuenta de que Cuba me había conquistado de nuevo o simplemente
descubrí que nunca había salido de allí.

Se terminó de imprimir en el mes de mayo de 2010 en Gráfica Don Bosco,
Agraciada 3086, Montevideo, Uruguay. Depósito Legal Nº 352 828
Comisión del Papel. Edición amparada al Decreto 218/96

PODER BURGUÉS Y
PODER REVOLUCIONARIO
Mario Roberto Santucho
Ediciones EL COMBATIENTE, 23 de agosto de 1974

La clase obrera y el pueblo argentino han vivido los últimos años riquísimas experiencias políticas que entroncan en la historia de nuestra lucha de clases, y
aclaran cristalinamente cuestiones vitales para los intereses nacionales y sociales de las masas trabajadoras argentinas. Reflexionar sobre estas experiencias, observar el comportamiento de las clases enfrentadas, comprender en profundidad las particularidades de nuestra revolución y extraer las conclusiones para guiar la acción correctamente, es una apremiante responsabilidad de los obreros conscientes, de los sectores progresistas y revolucionarios en general, de nuestras más amplias masas trabajadoras.
En el presente folleto intentaremos un sintético análisis de ciertos procesos centrales de nuestra reciente historia política, con el ánimo de contribuir a su
comprensión, de aventar la espesa niebla del diversionismo ideológico esparcido por la burguesía y la pequeño-burguesía para ocultar esos aspectos fundamentales, para confundir al pueblo y desviar su lucha.
Después del período de estabilidad capitalista posibilitado por la situación económica internacional vigente durante la Segunda Guerra Mundial, período que finalizó aproximadamente en 1952, las clases dominantes argentinas, acosadas por la persistente y enérgica lucha popular, han utilizado reiteradamente, por turno, dos formas fundamentales de dominación burguesa: la república parlamentaria y el bonapartismo militar.
Es sabido que en la sociedad capitalista una minoría privilegiada de explotadores y burócratas ejerce su dominación de clase sobre la inmensa mayoría del
pueblo. Es sabido que en el gobierno se turnan ciertos políticos y ciertos militares, ligados todos de una u otra manera a las grandes empresas, a la oligarquía terrateniente y al imperialismo y ellos mismos grandes empresarios y oligarcas proimperialistas; Frigerio, Alsogaray, Krieger Vasena, Salimei, Lanusse, Gelbard, son algunos entre otros muchos ejemplos. ¿Cómo hacen los burgueses para mantener el control político, es decir, la dictadura de la burguesía? ¿Cómo se las ingenian para impedir que las clases trabajadoras, que son mayoritarias, lleguen al gobierno?
Se sirven de dos sistemas principales, el parlamentarismo y el bonapartismo militar. Ambos sistemas utilizan combinadamente el engaño y la fuerza para
mantener la hegemonía de la burguesía. Cuando uno de los sistemas se ha desgastado y las masas muestran de mil formas su activo descontento, los capitalistas, oligarcas e imperialistas recurren hábilmente al otro sistema.
El parlamentarismo es una forma enmascarada de dictadura burguesa. Se basa en la organización de partidos políticos y en el sufragio universal. Aparentemente todo el pueblo elige sus gobernantes. Pero en realidad no es así, porque como todos sabemos las candidaturas son determinadas por el poder del dinero.
Como decía Lenin: «Decidir una vez cada tantos años qué miembro de las clases dominantes han de reprimir y aplastar al pueblo a través del parlamento; tal es
la verdadera esencia del parlamentarismo burgués». Este carácter fraudulento, engañoso, de toda elección y de todo parlamento no quita que la clase obrera deba ingeniarse para dar pasos de avance revolucionario en determinados procesos electorales, no quita que la clase obrera deba ingeniarse para intentar utilizar el parlamento con fines revolucionarios.
Una política revolucionaria debe saber utilizar todo tipo de armas, incluso aquellas que han sido creadas y son usadas con ventaja por la burguesía como el
parlamentarismo, para avanzar en la propagandización de las ideas revolucionarias, para avanzar en la movilización de masas, para introducir la crisis, la división y la desorientación en las filas enemigas.
Pero un grave error sería creer que a través de elecciones es posible encontrar algún tipo de soluciones a los problemas de fondo de la clase obrera, del pueblo y
de nuestra patria. La burguesía proimperialista argentina desgraciadamente ha conseguido varias veces despertar esperanzas en nuestro pueblo sobre la
posibilidad de producir importantes cambios mediante un proceso electoral.
En los países capitalistas relativamente estables como EE.UU., Inglaterra, Alemania, etc., la burguesía mantiene su dominación por la vía parlamentaria. En cambio en países capitalistas de gran inestabilidad económico-social, como la Argentina actual, la burguesía debe recurrir constantemente a recambios.
El bonapartismo militar, la otra forma de dictadura burguesa, muy utilizada por los explotadores argentinos, consiste en asentar abiertamente el gobierno sobre
las fuerzas armadas, a quienes se presenta como salvadoras de la nación, encargadas de poner orden, de mediar entre las distintas clases que han llegado a un enfrentamiento agudo; encargadas de imponer la conciliación entre las clases enfrentadas sin beneficiar particularmente a ninguna de ellas, de imponer el «justo medio» en los intereses contrapuestos.
El bonapartismo militar que ha surgido en nuestro país de golpes militares relativamente incruentos ha sido presentado con habilidad como intervenciones de las FF.AA., destinadas a terminar con la corrupción y la injusticia, destinadas a solucionar los problemas del pueblo y a sanear la vida económico-social de la
nación.
El exitoso golpe militar del 4 de junio de 1943, coincidente con la coyuntura económica internacional extremadamente favorable, producto de la Guerra Mundial, abrió un período de prosperidad y estabilidad capitalista que permitió importantes concesiones a las masas y sirvió magníficamente a la burguesía para infundir falsas esperanzas en los militares, para difundir entre las masas la teoría contrarrevolucionaria de la fusión pueblo-ejército como fórmula para la revolución nacional antiimperialista y popular. La realidad es que el bonapartismo militar ha sido el sistema más beneficioso para la burguesía y el imperialismo y más perjudicial a los intereses populares y de la nación.
Naturalmente, que entre estos dos sistemas no hay una muralla infranqueable, que ambas formas de dictadura capitalista se entrecruzan y se combinan y que a
veces el paso de una a otra se ha dado en forma gradual.
La primera experiencia peronista nacida de un golpe de estado típicamente bonapartista, con la importante característica especial de apoyarse no sólo en las
FF.AA., sino también en amplias masas obreras en proceso de sindicalización, pasó gradualmente a formas parlamentarias en el curso de la primera presidencia de Perón.
A partir de 1952, la crisis económico-social comenzó a manifestarse en forma aguda llevando al agotamiento el intento justicialista. La burguesía exigió mayores sacrificios de las masas, exigió al gobierno que ampliara los márgenes de explotación capitalista eliminando las concesiones de la época de bonanzas, y aunque el gobierno intentó satisfacer esas demandas un fuerte sector militar se impacientó, consideró débil e ineficiente al gobierno peronista, y protagonizó el golpe de estado de 1955.
La dictadura «Libertadora» encontró en las masas enorme resistencia armada y no armada, concretada en grandes huelgas obreras y en un incipiente y masivo
accionar armado urbano. Resistencia muy difícil de vencer militarmente que llevó a la necesidad de dar paso nuevamente al parlamentarismo en 1957, previo
acuerdo de la dictadura con los políticos burgueses que habrían de sucederle, para exterminar en conjunto la resistencia popular. Así subió Frondizi agitando
mentirosamente un programa progresista que engañó a amplios sectores de masas, y que naturalmente no cumplió en lo más mínimo desde el gobierno.
Pero nuevamente la presión de las masas fue muy grande. Saliendo rápidamente de la confusión nuestro pueblo intensificó la lucha reivindicativa y política,
enfrentó activamente los planes capitalistas de superexplotación, continuó el accionar armado y urbano y agregó una intentona rural, que fue derrotada al no
llegar a constituir sólidas unidades, y desbarató el plan frondicista de estabilización política en las elecciones a gobernadores de marzo de 1962 imponiendo en Buenos Aires un gobernador obrero (Framini) que aunque no era revolucionario, resultaba inaceptable para la burguesía en esos momentos.
Nuevamente la burguesía se alarmó. Ante la crisis, consideró que el frondicismo era incapaz de contener a las masas, y se lanzó -con Guido- a un nuevo intento
bonapartista completamente inconsistente por la ausencia de líderes y de organización en las fuerzas armadas. Esta debilidad de los militares los obligó a ceder nuevamente terreno al parlamentarismo y se concretaron las elecciones presidenciales de 1964 que llevaron al poder al radicalismo de Illía.
La continuidad e intensificación de la movilización política y reivindicativa de nuestro pueblo, particularmente de la clase obrera, quitó todo margen de
maniobra a este gobierno populista, deseoso de hacer algunas concesiones a las masas y dispuesto a dar tímidos pasos progresistas, pero sin herir e irritar a las
clases dominantes, cuestión a todas luces irrealizable en las condiciones de profunda crisis económica en que se debatía el país. Ante exigencias de los militares Illía terminó lanzando la represión, sin conformarlos y sin lograr evitar un nuevo golpe bonapartista.
Esta vez los militares habían realizado previamente una profunda reorganización política de la FF.AA. que las consolidó como el principal partido político de la
burguesía. Bajo el liderazgo de Onganía apoyado unánimemente por la burguesía, incluido el peronismo y la burocracia sindical, las FF.AA. contrarrevolucionarias presentaron un ambicioso plan «revolucionario» destinado a restituir el orden, aplastar las luchas obreras, garantizar grandes ganancias a las empresas monopolistas y avanzar así a una trascendente modernización de la estructura capitalista que lograra estabilidad y desarrollo.
El golpe militar de Onganía tuvo una particularidad que es muy importante señalar. Fue esencialmente un golpe preventivo, dirigido a cortar en su raíz el
vigoroso surgimiento de nuevas fuerzas revolucionarias. Las luchas del proletariado argentino habían alcanzado un elevado nivel. Varios paros generales, miles de ocupaciones de fábricas, constantes manifestaciones callejeras y un nuevo intento guerrillero rural que, aunque fracasado rápidamente fue visto con gran simpatía por el pueblo. Temeroso ante el auge de la lucha de masas y los avances logrados en la conciencia y organización populares, el Partido Militar suprimió todas las libertades democráticas, dictó una bárbara ley anticomunista, lanzó violenta represión contra toda movilización obrera y popular ilegalizando sindicatos, encarcelando dirigentes y activistas, ordenando hacer fuego contra ciertas manifestaciones callejeras. Santiago Pampillón e Hilda Guerrero de Molina fueron los primeros mártires del pueblo caídos bajo las balas asesinas de la Dictadura. Aunque las masas reaccionaron inmediatamente y resistieron activamente las principales medidas antipopulares iniciales de la Dictadura, el enemigo logró victorias tácticas aplastando con métodos de guerra civil las principales huelgas de los primeros meses (estudiantes, azucareros, portuarios). Debido a ello, declinó la movilización de masas a lo largo de 1967 y 1968.
Pero este relativo paréntesis de la lucha popular fue llenado por profundos cambios en la mente y el corazón de nuestro pueblo. Ante la barbarie militar y el
estado de indefensión popular, comenzó a cundir entre los argentinos el convencimiento de que a la violencia de los explotadores y opresores había que oponer la justa violencia popular. Este trascendental avance ideológico fue fecundado por la epopeya del Comandante Guevara, vivida como propia por amplios sectores de nuestro pueblo.
Abrumado por la opresión y la explotación y en proceso de despertar político e ideológico, el pueblo argentino acumuló odio a la Dictadura, decisión de luchar
con nuevos métodos más contundentes. Todas estas energías contenidas estallaron a lo largo y a lo ancho del país, en una inmensa movilización de masas sin precedentes en nuestra patria, iniciada en Corrientes en mayo del ’69 como respuesta al asesinato del estudiante Cabral. Córdoba, Tucumán, Salta, Rosario, las principales ciudades del país, fueron conmovidas entre mayo y setiembre de 1969 por formidables movilizaciones antidictatoriales de las masas.
Fue el principio del fin del Onganiato. La Dictadura Militar quedó herida de muerte por las movilizaciones del ’69. En junio de 1970 Onganía fue destituído y
reemplazado por Levingston. La lucha popular se intensificó; surgió impetuosa la guerrilla urbana, y el virrey Levingston cayó del gobierno tan bruscamente como había ascendido.
A partir del Cordobazo, a partir de mayo de 1969, la lucha antidictatorial del pueblo argentino adquirió considerable fuerza y efectividad. La aparición de la
guerrilla urbana en la lucha de clases argentina, como fuerza organizada y efectiva, capaz de golpear con dureza al régimen y sus personeros, dio una nueva tónica a la lucha popular. Comenzó a abrir una estrecha senda hacia el poder obrero y popular, a mostrar la posibilidad de encontrar un camino para escapar al enmarañado cerco construido por la burguesía con engaños y violencias, en el que las clases dominantes han mantenido encerrado a nuestro pueblo durante
decenas de años. La llama de la guerra popular como estrategia para la toma del poder, como camino de la revolución nacional y social de los argentinos fue
encendida en este período, y aunque débilmente, comenzó a arder ya sin interrupciones. Por primera vez una posibilidad auténtica de avanzar hacia la solución de
los gravísimos problemas de nuestra patria y de nuestro pueblo, se presentó ante los ojos de los trabajadores argentinos. Ello llenó de entusiasmo y confianza a las
masas y el auge de la lucha popular adquirió una profundidad y firmeza nunca vistas, ante el pánico de la burguesía.
Fue entonces que el partido militar decidió retirarse en orden del escenario político. Al borde de la desesperación los militares colocaron a su mejor hombre en
la Presidencia. Lanusse estableció contactos inmediatamente con los políticos burgueses, en primer lugar con radicales y peronistas, y con su asesoramiento, a
través de Mor Roig, planificó una hábil estrategia defensiva para retirarse convocando en abril de 1971 al Gran Acuerdo Nacional de la burguesía.
Decía nuestro Partido en abril de 1971:
«El golpe militar que destituyó a Levingston señala los últimos pasos de la Dictadura Militar. La aventura emprendida en 1966 por los militares llega a su
término en medio de la más profunda crisis. En el transcurso de los casi cinco años que lleva, el gobierno militar ha sido incapaz de estabilizar la economía
burguesa y sus medidas promonopolistas le han valido no sólo el odio de los trabajadores y el pueblo, sino también constantes roces con otros sectores de la
burguesía. El estallido popular de Córdoba fue el golpe de gracia para la deteriorada imagen de la Dictadura.
La movilización obrera y popular del 15 de marzo tuvo como características especiales la inocultable simpatía demostrada por las masas hacia los movimientos
armados, la existencia de direcciones clasistas en importantes gremios, el desprestigio de la burocracia y su evidente incapacidad para canalizar la protesta
popular por caminos pacíficos. La creciente actividad de la vanguardia armada, que empalmó en ese proceso, donde las masas tomaron como suyos sus emblemas,
fue otra característica, tal vez la más importante del segundo cordobazo. La posibilidad de la concreción en un futuro inmediato de un vuelco masivo del
proletariado a la guerra revolucionaria, liderada por esa vanguardia forzaron a las FF.AA. a dar el golpe que liquidara la política de Levingston, simple continuación
de la de Onganía, para intentar una nueva salida. Este golpe de timón de la Dictadura Militar ahora materializada en la figura de Lanusse, es un retroceso de parte
de la misma. Jaqueada por las explosivas protestas masivas de la clase obrera y el pueblo y por el desarrollo de la guerra revolucionaria, la Dictadura se repliega y
comienza a hacer concesiones. Con ello se abre un nuevo panorama en el proceso de las luchas populares».
«Conscientes de la gravedad de la crisis del capitalismo argentino, temerosos ante la enérgica reacción popular y el surgimiento de organizaciones guerrilleras
íntimamente unidas a las masas, la camarilla militar gobernante recurrió al GAN, a una propuesta de acuerdo con los distintos partidos políticos burgueses y
pequeño-burgueses, para asentar en esta base social amplia, su política contrarrevolucionaria de represión brutal a los brotes guerrilleros y a la vanguardia
clasista, elementos principales de la guerra popular de larga duración iniciado en nuestra patria». «La camarilla de Lanusse comprende que para que esa maniobra
cuaje, necesita de la participación, del apoyo de todos los sectores con arraigo popular, principalmente el peronismo. De ahí los coqueteos con la Hora del Pueblo y
el ofrecimiento a Perón de permitir su retorno, devolver el cadáver de Evita y otras concesiones con las que pretenden llegar a un acuerdo, incorporar al peronismo
a su política contrarrevolucionaria». «El Gral. Perón manifiesta que no se prestará a las maniobras dictatoriales, pero al mismo tiempo, en los hechos, con el apoyo
abierto brindado al paladinismo y a Rucci, a la Hora del Pueblo y a la burocracia sindical traidora, entra en esa maniobra, favorece objetivamente los planes de la
dictadura, contribuyendo a confundir a amplios sectores populares que, hartos de los militares, están dispuestos a aceptar un nuevo gobierno parlamentario
burgués, el retorno a escena de los politiqueros que hace 5 años repudiara masivamente».
En definitiva el GAN, como se demostró posteriormente, fue una hábil maniobra de la burguesía para contener con el engaño el formidable avance revolucionario
de nuestro pueblo, engaño que consistió en un nuevo retorno al régimen parlamentario, esta vez bajo el signo peronista, mediante un proceso electoral
completamente controlado por las clases dominantes. El plan burgués fue una vez más tácticamente exitoso y logró despertar nuevas esperanzas en las masas
hacia una salida parlamentaria. Pero ello no le reportó ventaja alguna, como veremos más adelante, por la persistencia e intensificación de la lucha popular en sus
diversas manifestaciones.
Sin embargo, es necesario detenernos para analizar las causas de los repetidos éxitos de la burguesía en mantener su dominación de clase pasando del
parlamentarismo al bonapartismo militar y viceversa, maniobra repetida reiteradamente.
Desde 1952 el capitalismo argentino vive una profunda crisis económico-social, sometido a la formidable presión de un pueblo combativo que no se resigna a la
explotación y el sometimiento, que ha luchado denodadamente en los últimos 22 años. Sin embargo, la burguesía que no logra estabilizar el país en lo económicosocial,
ha tenido éxito hasta ahora en lo político, salvaguardando con hábiles maniobras el poder, resorte decisivo en la lucha de clases.
La razón fundamental por la que pese a la enérgica lucha de nuestro pueblo, las clases dominantes no han visto peligrar su dominación política ha sido la
ausencia hasta el presente de una opción revolucionaria de poder que ofreciera a las masas una salida política fuera de los marcos del sistema capitalista.
Hasta ahora la clase obrera y el pueblo argentino no han conseguido darse una fuerza política propia de carácter revolucionario. Por ello ha estado sometido
constantemente a la influencia de los partidos políticos burgueses y no ha logrado identificar las distintas engañifas preparadas por la burguesía, cayendo en
consecuencia en el error, dando su apoyo de buena fe a sus propios verdugos.
Naturalmente que la burguesía emplea todos sus poderosos medios materiales; la prensa, la radio y la TV; sus agentes en el campo popular; la intimidación y la
SIN OPCIÓN REVOLUCIONARIA DE PODER

persecución represivas, el soborno, etc., con el objeto de dividir las fuerzas populares, de impedir a toda costa cualquier avance en la construcción de
organizaciones revolucionarias. Naturalmente que la burguesía emplea todos sus recursos en difundir entre las masas toda clase de ideas erróneas, de esperanzas
en las soluciones y líderes burgueses tanto políticos como militares. Naturalmente que la burguesía emplea todas sus fuerzas en calumniar al socialismo, en mentir
descaradamente para crear temor y desconfianza hacia el poder obrero revolucionario.
Otro factor que contribuye poderosamente a mantener oculta la necesidad de arrebatar el poder estatal de manos de la burguesía, es el rol de las corrientes
reformistas y populistas como el Partido Comunista y Montoneros, por ejemplo, que desde el campo del pueblo y por tanto escuchados con interés por las masas,
difunden también falsas esperanzas apoyando sin rubores a uno u otro dirigente de la burguesía pretendidamente «progresista», perdiéndose en el laberinto de la
lucha interburguesa y desviando tras de sí a sectores de las masas, lejos del verdadero camino revolucionario, el camino de la lucha consecuente y constante por la
toma del poder.
Debido a estos factores, a la debilidad de las fuerzas revolucionarias, al hábil trabajo contrarrevolucionario de la burguesía, y a las erróneas ideas sostenidas y
practicadas por ciertas corrientes del campo popular, la burguesía ha podido maniobrar con tranquilidad en el campo político, durante los últimos 22 años de
crisis económico-social, pasar sin mayores dificultades del parlamentarismo al bonapartismo y de vuelta del bonapartismo al parlamentarismo, confundir con estos
movimientos al pueblo y mantener sólidamente el control de todos los resortes del Estado.
Comprender claramente esta cuestión, saber identificar las maniobras y trampas que la burguesía emplea para conservar el gobierno, grabarnos en nuestras
mentes y grabar en la mente del pueblo que no hay solución a los problemas de las masas sin despojar del poder a los capitalistas, sin destruir su ejército y su
aparato represivo, es la cuestión más vital en el estado actual del proceso revolucionario argentino.
La lucha de nuestro pueblo registra fundamentales avances en los últimos años. Consignas socialistas han sido inscriptas profusamente en distintos programas de
lucha de las masas; el sindicalismo clasista recuperó numerosos sindicatos de manos de la burocracia sindical y está a punto de centralizar su actividad
nacionalmente; las masas pobres del campo y la ciudad crean y desarrollan ligas campesinas y federaciones villeras; se han fundado y operan prácticamente en
todo el país efectivas unidades guerrilleras urbanas y rurales con lo que se dio un paso fundamental en el armamento del proletariado y el pueblo, surgió un
pujante movimiento socialista legal y semilegal de características revolucionarias; y finalmente la consolidación, desarrollo y maduración de nuestro Partido, el PRT,
señala el camino para la solución del principal problema de toda revolución: la dirección proletaria-revolucionaria de la lucha popular en su conjunto.
Todos estos elementos anuncian que los argentinos estamos hoy día en condiciones de superar el déficit fundamental que hemos señalado, de dotarnos de una
opción revolucionaria que nos permita arrancar a las masas de la influencia burguesa y encaminarnos con firmeza hacia la captura del poder, que nos permita
dirigir con certeza nuestra lucha hacia la toma del poder hasta voltear a los políticos y militares capitalistas, destruirles su aparato de dominación (ejército, policía,
parlamento, etc.), instaurar el poder obrero y popular socialista, y construir un nuevo sistema de gobierno, un nuevo estado, basado en la movilización y
participación de todo el pueblo para aplastar definitivamente hasta la última resistencia del capitalismo y edificar el justo régimen socialista.
Triunfantes en las elecciones generales del 11 de marzo, Héctor Cámpora y Vicente Solano Lima, candidatos del FREJULI a Presidente y Vice Presidente, dirigieron
sus primeros pasos políticos a contener las actividades revolucionarias y la lucha de masas en general sobre la base de vagas y rimbombantes promesas de
cambios «revolucionarios». Surgido de una campaña electoral pro socialista y pro guerrillera, el gobierno peronista de Cámpora se propuso iniciar su gestión con
algunas concesiones secundarias a la izquierda peronista y una apertura internacional hacia los países socialistas que le diera un barniz «revolucionario». Dentro
de esas concesiones estaban comprendidas algunas leyes reclamadas prioritariamente por las masas, en primer lugar la amnistía a los combatientes y la
derogación de la legislación represiva. Pero el propósito del gobierno peronista era otorgar una amnistía gradual, parcial y condicionada, que comenzara poniendo
en libertad a los combatientes peronistas y condicionara la de los guerrilleros marxistas a la aceptación de la tregua por parte del ERP. La dirección burguesa y
burocrática del peronismo, entusiasmada por los 6 millones de votos obtenidos confiaba irracionalmente en que nuestro pueblo sería engañado con facilidad y
suspendería su lucha, seguiría la orientación formulada «del trabajo a la casa y de la casa al trabajo». El mismo 25 de mayo las masas hicieron trizas todos esos
planes lanzándose a la calle y obligando con el «devotazo» a la inmediata liberación de todos los combatientes.
Desde ese momento ya se vio que el triunfo táctico obtenido por la burguesía en el proceso electoral, tras una laboriosa preparación no serviría para contener la
lucha de masas, aislar a la guerrilla y a la vanguardia clasista, para destruirlas, y abrir así posibilidades de recuperación capitalista, objetivos inmediatos centrales
de la burguesía argentina y el imperialismo yanqui.
A partir del 25 de mayo las masas ganaron la calle, obtuvieron nuevos triunfos contra la burocracia sindical, enfrentaron con energía a las patronales y se
movilizaron para exigir distintas soluciones al gobierno que habían elegido con sinceras esperanzas. Este auge de masas favorecido por la libertad conquistada,
abrió un ancho cauce para el desarrollo de las organizaciones progresistas y revolucionarias. Particularmente las organizaciones armadas peronistas FAR y
Montoneros evidenciaron un impetuoso crecimiento en el estudiantado y en el movimiento villero, perfilándose como la corriente interna del peronismo de mayor
influencia de masas, e iniciando actividades en el proletariado fabril.
La vacilación de las masas pequeño-burguesas y de su vanguardia en el período pre y post-electoral fue muy grande, impresionadas por la masiva propaganda
de la burguesía, se inclinaron en general a aceptar el «progresismo y antiimperialismo» del gobierno y a considerar que sus esfuerzos de pacificación y
«reconstrucción nacional» es decir de contención de la lucha de masas, serían coronados por el éxito.
En esta situación nuestro Partido adoptó frente al nuevo gobierno una firme línea principista, resistiendo con éxito las presiones burguesas y pequeño-burguesa.
Gracias a esa categórica y clara posición, nuestra organización quedó a los ojos de las masas como consecuentemente revolucionaria, fiel defensora de los intereses
proletarios y populares, libre de todo rasgo oportunista. Gracias a esa clara posición, que denunciaba sin ambages las intenciones contrarrevolucionarias del
TERCER GOBIERNO PERONISTA

peronismo gobernante y anticipaba con acierto los rumbos antipopulares que seguiría el nuevo gobierno, nuestro Partido conquistó la confianza de amplios
sectores de masas, aquellos a los que llegó nuestro pronunciamiento resumido en la declaración «RESPUESTA AL PRESIDENTE CÁMPORA» distribuida profusamente
en las principales concentraciones obreras y populares. Nadando contra la corriente, el PRT y ERP crecieron con consistencia y homogeneidad centrando sus
esfuerzos de construcción en el proletariado fabril.
En oposición al crecimiento de las fuerzas populares, el ala fascista del peronismo encabezada por López Rega comenzó a desarrollar intensa actividad con el
Ministerio de Bienestar Social como centro operativo. Organizando rápidamente bandas parapoliciales, los fascistas prepararon un furibundo ataque a las fuerzas
de izquierda que se concretó el 20 de junio en Ezeiza. El día del regreso de Perón las bandas fascistas, bajo la jefatura inmediata de Osinde, tendieron una
impresionante emboscada a las columnas de la izquierda peronista que concurrían desprevenidas al recibimiento de su líder. Decenas de muertos y heridos fue el
saldo de este criminal ataque, punto de partida de una ofensiva general del peronismo burocrático para desalojar a la izquierda de las posiciones conquistadas en
el gobierno, en lo inmediato, e intentar la destrucción total de las organizaciones armadas peronistas FAR y Montoneros y corrientes afines.
El paso siguiente fue el desplazamiento de Cámpora, Righi, Puig, Vázquez, de todos los funcionarios sensibles a la presión de las masas, mediante el autogolpe
contrarrevolucionario del 13 de julio. Si bien desde su asunción con Cámpora el gobierno peronista había mostrado una clara orientación burguesa y
proimperialista, materializada en el pacto social y otras medidas antipopulares, a partir del 13 de julio, con el interinato de Lastiri, tomó un franco cauce
derechista.
El comienzo de un formidable despliegue de las fuerzas progresistas y revolucionarias de nuestro pueblo, amparado en la legalidad y democracia conquistadas,
llenó de preocupación y temor al conjunto de la burguesía. La dirección burguesa y burocrática del peronismo, interpretando fielmente las inquietudes de su clase,
decidió intervenir rápidamente con el auxilio y apoyo activo de toda la clase capitalista. El autogolpe del 13 de julio estuvo dirigido en consecuencia, a frenar el
crecimiento de las fuerzas progresistas y revolucionarias, a impedir la acumulación de fuerzas en el campo popular.
Por eso podemos afirmar categóricamente que la brusca caída de Cámpora, quien no alcanzó a estar dos meses en el gobierno, marca la crisis del intento
peronista de contener la lucha popular con una política centrada en el engaño.
Desde el mismo 25 de mayo se vio que nuestro pueblo no acataría tregua alguna y que por el contrario se lanzaría con renovados bríos a defender sus intereses
con la movilización y el accionar armado. La conciencia de ese fracaso llevó al peronismo burgués a cambiar su táctica y plantearse enfrentar a las masas teniendo
como eje la represión armada. Lastiri tomó las riendas del gobierno decidido a «hacer tronar el escarmiento», con la esperanza de golpear duro y con eficacia.
Colocó con ese fin al General Iñiguez a la cabeza de la Policía Federal, ubicó en las policías provinciales a ciertos personajes como García Rey en Tucumán, y ordenó
golpear sin contemplaciones, policial y para-policialmente, contra todas las fuerzas progresistas y revolucionarias.
Esta política de fuerza mostró también su impracticabilidad rápidamente. La lucha popular no sólo no cesó sino que se intensificó y los intentos represivos
fueron frenados en seco. Tal es el caso de Tucumán donde el fascista García Rey que se atrevió a detener numerosos compañeros para atemorizar a las masas, en
octubre de 1973, fue enfrentado exitosamente por la movilización popular que logró la libertad de todos los detenidos y obligó a la separación de García Rey. Esta
reacción del pueblo tucumano llamó a la realidad al gobierno peronista y lo obligó a ser más respetuoso y cuidadoso.
De todas maneras la orientación represiva gubernamental se mantuvo desde entonces dando origen a distintas medidas, a la promulgación de una nueva
legislación represiva más brutal aún que la de la dictadura militar, al encarcelamiento de gran cantidad de combatientes y activistas de los cuales más de un
centenar sufren prisión en estos momentos en las cárceles de la burguesía; al apaleamiento y hasta el baleamiento de manifestaciones con el saldo de numerosos
muertos y heridos.
Pero esta nueva política, lejos de contenerla, exacerbó la lucha de nuestro pueblo. Las manifestaciones continuaron, las huelgas continuaron, las operaciones
guerrilleras continuaron. Todas las amenazas y medidas represivas que tomó el gobierno después de la nueva elección presidencial de los siete millones de votos,
no lograron atemorizar al pueblo ni detener su lucha. Inútiles fueron los discursos amenazantes, inútiles las designaciones de torturadores y asesinos como Villar y
Margaride, inútiles los gigantescos operativos policiales. Las fuerzas progresistas y revolucionarias se afirmaron, se consolidaron, aceleraron su desarrollo y dieron
efectivas y demoledoras respuestas en todas las formas de lucha.
No sólo en el terreno democrático el gobierno peronista tomó claramente una dirección antipopular. La política económica y social siguió desde el 25 de mayo
una coherente línea proimperialista y promonopolista. La ley de inversiones extranjeras favorece al capital imperialista; la política de exportación favorece al
capital imperialista; la política de carnes favorece a los grandes ganaderos, la proyectada ley del petróleo favorece a las compañías multinacionales. Pese a que la
economía de nuestra patria está dominada por el capital extranjero este gobierno supuestamente «antiimperialista» no tomó ninguna medida para corregir esta
situación.
La política internacional en cambio registra una notable apertura hacia el campo socialista y particularmente hacia la revolución cubana. Este hecho, positivo en
sí, en cuanto constituye un retroceso del imperialismo yanqui y del capitalismo latinoamericano frente a la firmeza de Roca del primer estado socialista de nuestro
continente, no es extraño ni opuesto a una política burguesa coherente, no se sale de los marcos de una política burguesa.
Durante más de 10 años, el imperialismo yanqui y sus socios menores, las burguesías latinoamericanas, aplicaron una feroz política de aislamiento a la
revolución cubana. Total bloqueo comercial, ruptura de relaciones diplomáticas, fueron las armas empleadas por la contrarrevolución para aislar a Cuba de los
demás pueblos latinoamericanos. Pero superando todas las dificultades el pueblo cubano, bajo la correcta dirección de su Partido y del Comandante Fidel Castro,
contando con la insustituible ayuda del campo socialista, avanzó exitosamente en la consolidación de su revolución, en la edificación del socialismo, demostrando
en los hechos que un pueblo unido y organizado, claro en sus objetivos revolucionarios, determinado a vencer las peores dificultades, es capaz de triunfar frente a
agresiones, bloqueos y aislamientos.
Ante la consolidación definitiva de la revolución cubana, el imperialismo yanqui y las burguesías latinoamericanas tienden a cambiar de línea, a suspender el
bloqueo y reanudar relaciones diplomáticas. En esa nueva línea general abre el camino la burguesía argentina. En cuanto a la actitud frente a la Unión Soviética,
China, y demás países socialistas no difiere sustancialmente de la que aplicaron los gobiernos anteriores, incluida la dictadura militar.
En síntesis, la política internacional del gobierno es una política burguesa realista, de coexistencia pacífica, similar a la que vienen aplicando desde hace años la
mayoría de los países capitalistas, que en cuanto favorece al desarrollo del comercio es también beneficiosa para los países socialistas. Es más, podemos afirmar sin
temor a equivocarnos que esa política coincide con la orientación general del imperialismo yanqui, que respecto a Cuba ya ha perdido las esperanzas de impedir la
consolidación del socialismo en la heroica isla y tiende a conformarse con intentar neutralizar su influencia revolucionaria en el continente.
No cabe ninguna duda entonces que la política del gobierno peronista corresponde claramente a una estrategia contrarrevolucionaria, antipopular y
antinacional tal como lo entiende nuestro pueblo que a partir de principio de este año, dirige ya con decisión su lucha contra la política gubernamental.
Este carácter reaccionario y represivo del gobierno peronista se ha acentuado a partir de la consolidación del ala fascista de López Rega. Sin diferenciarse en la
política económica, coexistían en el gobierno dos alas que después de la muerte de Perón intentaron desplazarse mutuamente. Por un lado el ala fascista
encabezada por López Rega que impulsa un proyecto político de basar la «reconstrucción nacional» en un estado policial.
López Rega, admirador confeso de Hitler, Mussolini y Franco, opina que la única forma de salvar al capitalismo argentino, es aplastando militarmente a las fuerzas
revolucionarias y estableciendo un sistema masivo de control policial y represión que impida cualquier resurgimiento de luchas populares y actividades
revolucionarias.
Por otro lado el ala Gelbard, prefería luchar contra las fuerzas revolucionarias con habilidad, intentando el aislamiento político de la guerrilla y el sindicalismo
clasista y las demás fuerzas consecuentemente clasistas y revolucionarias. La línea Gelbard tendía a ampliar la base social del gobierno incorporando más
activamente al radicalismo, al reformismo, particularmente al Partido Comunista e incluso a Montoneros, servirse de ellos para contener la lucha de masas y lograr
la ansiada estabilidad política que haga posible serios intentos de recuperación capitalista.
Ambos proyectos son irrealizables a corto y mediano plazo. La lucha de clases argentina se agudiza día a día y se encamina a grandes choques de clase, a una
situación revolucionaria. El proletariado y el pueblo han iniciado en 1969 un proceso de guerra revolucionaria en respuesta a la explotación y a la opresión
burguesa y ese proceso no se detendrá a corto ni mediano plazo. El plan fascistoide de López Rega, que finalmente se impuso y se está aplicando, es irrealizable
porque la fuerza del movimiento de masas no admite hoy día ninguna posibilidad de establecer con éxito un gobierno policial. El plan de Gelbard -quien capituló
ante López Rega y abandonó a sus aliados- era también irrealizable porque gracias a las recientes experiencias y al peso adquirido por la vanguardia
revolucionaria no hay posibilidades ahora que nuestro pueblo pueda ser engañado.
Al votar masivamente por el peronismo en las elecciones del 11 de marzo y del 23 de setiembre, el pueblo argentino votó por un programa progresista
estructurado en torno a la consigna «Liberación o Dependencia», caballito de batalla de la campaña electoral del FREJULI. Es así que nuestro pueblo esperaba que
el gobierno peronista emprendiera un camino de soluciones antiimperialistas y revolucionarias y esperaba una actitud firme ante los odiados militares, de quienes
se descontaba su oposición a cualquier medida progresista. Es así que desde el mismo 25 de mayo el pueblo argentino se moviliza enérgicamente contra los
militares, por la liberación de los combatientes, contra las empresas y la burocracia sindical.
Todas las esperanzas de los argentinos fueron defraudadas progresivamente en corto tiempo. Las primeras definiciones y medidas gubernamentales mostraron
que los imperialistas no serían tocados. Y a partir del 20 de junio fue evidente que el gobierno haría todo lo posible por destruir las fuerzas revolucionarias de
nuestro pueblo.
No podría ser de otra manera ya que se trata de un gobierno burgués, dispuesto a defender incondicionalmente los intereses del conjunto de la burguesía.
Un gobierno que no sólo debe evitar cualquier daño al gran capital, en primer lugar al gran capital extranjero, sino que tiene como misión proporcionar
condiciones para aumentar las ganancias capitalistas. Toda su verborragia «popular», todas sus promesas «antiimperialistas» fueron y son en realidad cínicas
mentiras para engañar a las masas.
Esta nueva experiencia nos enseña que no debemos esperar que los representantes de las clases explotadoras solucionen los problemas del pueblo. Naturalmente
que como políticos prometerán cualquier cosa y disfrazarán sus verdaderas intenciones, incluso de palabra pueden pronunciarse contra el capitalismo y por el
socialismo, pero serán siempre fieles a su clase, estarán controlados por ella y harán lo imposible para mantener y consolidar su predominio y sus ganancias. Aún
en el supuesto que un determinado dirigente burgués, pongamos por ejemplo un alto dirigente peronista o radical, o un militar de alta graduación se convenciera
sinceramente pasándose a la causa popular (lo que es muy pero muy difícil por no decir imposible), ese dirigente se vería imposibilitado de concretar ninguna
solución porque inmediatamente sería enfrentado y desplazado por su propio partido, por los militares, por su propia clase.
Las soluciones a los problemas del pueblo y de la patria, que son soluciones profundamente revolucionarias sólo pueden provenir de un nuevo poder obrero y
popular revolucionario, que gobierne sin ataduras, sin otro control que el de la masa del pueblo y sus organizaciones revolucionarias, que se apoye en la
movilización popular y realice sin dilaciones los profundos cambios que la Argentina necesita.
La lucha por el poder obrero y popular, por el socialismo y la liberación nacional, es inseparable de la lucha contra el populismo y el reformismo, graves
enfermedades políticas e ideológicas existentes en el seno del campo popular. El populismo es una concepción de origen burgués que desconoce en los hechos la
diversidad de clases sociales; unifica la clase obrera, el campesinado pobre y mediano, la pequeña burguesía y la burguesía nacional media y grande bajo la
PROMESAS VERSUS REALIDADES
REFORMISMO Y POPULISMO

denominación común de pueblo. Al no diferenciar con exactitud el rol y posibilidades de estas diversas clases, tiende constantemente a relacionarse, con prioridad, con la burguesía nacional y a alentar ilusorias esperanzas en sus líderes económicos, políticos y militares, incluso en aquellos como Gelbard, Carcagno o Anaya, íntimamente ligados a los imperialistas norteamericanos. La corriente popular más importantes gravemente infectada con la enfermedad populista, es Montoneros.
Su heroica trayectoria de lucha antidictatorial se ha visto empañada por la confianza en el peronismo burgués y burocrático, que ha causado grave daño al
desarrollo de las fuerzas progresistas y revolucionarias en nuestra patria.
Con el profundo y sincero aprecio que sentimos por esa organización cimentado por la sangre de nuestros héroes comunes que se entremezclara en Trelew,
pensamos que es obligación de todo revolucionario dar con franqueza la lucha ideológica, reflexionar en conjunto sobre la experiencia de su apoyo a Perón y al
peronismo burgués y combatir las latentes expectativas en Carcagno, Gelbard u otros líderes de las clases enemigas. A partir de su inevitable ruptura con el
peronismo burgués y burocrático que ha comenzado a concretarse definitivamente en las últimas semanas, Montoneros tiende y tenderá cada vez más a retomar lazos con las organizaciones progresistas y revolucionarias, entre ellas con nuestro Partido. Tiende y tenderá cada vez más a reintegrarse a su puesto de combate, a enfrentar con las armas en la mano, al gobierno y las fuerzas policiales y militares de la burguesía y el imperialismo. Pero ello no implica un cambio de fondo en la concepción populista. De ahí que al mismo tiempo que saludamos la nueva orientación Montonera, estamos convencidos de la necesidad imperiosa de combatir intensamente la enfermedad ideológica y política llamada populismo para exterminarla definitivamente del campo popular, principalmente de Montoneros, la más afectada por esa temible enfermedad burguesa.
Cuando a principios de 1973 la dirección de FAR caracterizó entusiasmada al Gral. Perón como líder revolucionario y calculó que el gobierno peronista,
denominado por ellos gobierno popular, llevaría adelante una política consecuentemente antiimperialista y pro-socialista, nuestra organización planteó a estos compañeros:
«Estamos en presencia de un claro plan del enemigo consistente en el acuerdo entre la Dictadura Militar y los políticos burgueses, con el objeto de salvar al
capitalismo, detener el proceso revolucionario en marcha. Para ello el conjunto de la burguesía pretende volver al régimen parlamentario y de esa manera ampliar considerablemente la base social de su dominación, reducida estrictamente a las FF.AA. durante el Onganiato, aislar a la vanguardia clasista y a la guerrilla, para intentar su aplastamiento militar. La ambición de la burguesía es detener y desviar a las fuerzas revolucionarias y progresistas en su avance, y llegar a una estabilización paralela del capitalismo argentino. Este plan es irrealizable a corto y mediano plazo porque la crisis económico-social, así como la potencia actual de las fuerzas revolucionarias progresistas, lo impedirán. Sin embargo, el plan enemigo pese a su elementalidad encierra ciertos peligros fundamentalmente el que motiva la presente carta, debido, pensamos a la juventud, debilidad política e inexperiencia de sectores de la vanguardia revolucionaria».
«…el éxito fundamental que ha comenzado a lograr y que debemos enfrentar con todas nuestras fuerzas, es poner una cuña en las organizaciones armadas,
comenzar a tener una influencia cierta en las organizaciones armadas peronistas y en sectores de la juventud peronista, dirigida a detener y desviar su accionar a
partir de la consumación de la farsa electoral».
«Analizando vuestra evolución como organización revolucionaria y basados en el conocimiento surgido de la actividad en común, pensamos que vuestra actitud
tiene un significado profundo y que encierra serios peligros para el desarrollo futuro de las fuerzas revolucionarias en nuestro país. Pensamos que la negativa a
firmar con nosotros es una concesión de Uds. a las presiones macartistas y derechistas del peronismo burgués, y que es una cara de la moneda que tiene como reverso vuestro apoyo incondicional y activo a los políticos burgueses del peronismo y del integracionismo a los Cámpora, Solano Lima, Silvestre Begnis, etc.»
«Esto es motivo de honda preocupación para nosotros, no sólo por las trabas que coloca en el desarrollo político militar homogéneo de las organizaciones
armadas, los avances hacia la unidad, sino porque muestra a Uds. en una vacilación inexplicable, ante la posibilidad de suspender las operaciones militares a partir de la instauración del nuevo gobierno parlamentario que planea darse la burguesía».
Lamentablemente, estas sanas y justas observaciones no fueron escuchadas y la política de FAR-Montoneros se tiñó de apoyo al gobierno contrarrevolucionario y antipopular y de una línea general divisionista en el seno del pueblo, tendiente al irrealizable propósito de aislar a nuestra organización.
Si recordamos hoy esto es porque el enemigo presentará en el futuro una nueva engañifa, posiblemente de tipo peruanista, con Carcagno a la cabeza, por
ejemplo, y levantando el programa del FREJULI o quizás otro mucho más radicalizado. Para eludir esa nueva trampa, para rechazar sin vacilación esa nueva patraña, ese nuevo canto del cisne, es imprescindible comprender el error cometido ante el GAN, rectificar esa línea proburguesa, erradicar la enfermedad del populismo.
El reformismo a su vez reniega en los hechos de la vía revolucionaria para la toma del poder, no tiene fe en la victoria de la revolución socialista, desconfía de la capacidad revolucionaria de las masas, y busca en consecuencia, avanzar en la obtención de ciertas mejoras por la llamada vía pacífica, consiguiendo
progresivamente que tal o cual sector burgués que denominan «progresista», acepte concesiones a las masas, el efectivo ejercicio de las libertades democráticas, algunas mejoras en el nivel de vida del pueblo, etc. Pero como enseña el marxismo-leninismo y la experiencia práctica, las libertades y las reivindicaciones hay que arrancárselas a la burguesía con enérgicas luchas.
El Partido Comunista, que es la organización popular más atacada por la enfermedad reformista, roído por ella, desde muchos años atrás, fue inconsecuente y timorato en el período de la lucha antidictatorial, y aunque no adoptó una actitud negativa en los primeros meses del gobierno peronista, abriéndose a un acercamiento con las fuerzas revolucionarias, a partir del 12 de junio, cayó en la capitulación total volcando todo su peso en apoyo del ala Gelbard del gobierno y dando la espalda simétricamente a las fuerzas revolucionarias y a la lucha popular en general. El pacifismo, el temor a la justa violencia revolucionaria, la desconfianza en la potencialidad y capacidad de la lucha de masas, la capitulación ante los líderes burgueses, el cretinismo parlamentario, son las formas de manifestación de la perniciosa enfermedad del reformismo que caracteriza en general la actividad del Partido Comunista, y la política de su dirección, que los lleva en determinados momentos a atacar a las fuerzas y actividades revolucionarias sumándose al coro contrarrevolucionario de la burguesía. En la ineludible lucha
ideológica contra el cáncer del reformismo, que afecta al Partido Comunista, no debemos olvidar en ningún momento que todos nuestros esfuerzos deben estar
orientados a acercar a estos compañeros a las filas revolucionarias, que se trata de una organización popular compuesta por excelentes compañeros, sinceros
luchadores socialistas, que pueden y deben ser librados de la enfermedad reformista.
La elevación del nivel de conciencia de la vanguardia proletaria y una constante prédica clarificadora entre las más amplias masas armarán al proletariado y al
pueblo política e ideológicamente para combatir y matar las enfermedades populistas y reformistas, erradicarlas definitivamente del campo popular, y curar a las organizaciones y compañeros afectados por ellas recuperándolas íntegramente para la causa obrera y popular, la causa de la liberación nacional y el socialismo, la causa de la guerra popular revolucionaria.
Las tendencias de la lucha de clases argentina que se venían marcando cada vez más nítidamente apuntando hacia el fin del proyecto populista, y el comienzo de
un período de grandes enfrentamientos de clase, han comenzado a cristalizar a partir del mes de julio de 1974. Perón, líder de masas, pese a su intransigente
defensa de los intereses capitalistas conservaba aún alguna influencia sobre sectores de nuestro pueblo. Poseía autoridad, experiencia y habilidad para mantener a flote el desvencijado barco del sistema capitalista en el tormentoso mar de la lucha obrera y popular; y había logrado restablecer trabajosa y precariamente el equilibrio con la maniobra táctica del 12 de junio. Por eso es que su muerte colocó a la burguesía ante la necesidad de adoptar de inmediato definiciones políticas
-que explotadores y opresores deseaban postergar aún por unos meses- con la consiguiente agudización de la crisis interburguesa.
Este fenómeno, un notable impulso del auge de las masas, y un fortalecimiento acelerado de las fuerzas revolucionarias, políticas y militares, se combinan para
configurar el inicio de una etapa de grandes choques de clases, antesala de la apertura de una situación revolucionaria en nuestra Patria. En otras palabras,
entramos en un período de grandes luchas a partir del cual comienza a plantearse en la Argentina la posibilidad del triunfo de la revolución nacional y social, la posibilidad de disputar victoriosamente el poder a la burguesía y al imperialismo.
Pero apertura de una situación revolucionaria, o lo que es lo mismo la existencia de condiciones que hacen posible el derrocamiento del capitalismo y el
surgimiento del nuevo poder obrero y popular socialista, que liberará definitivamente a nuestra patria del yugo imperialista y traerá la felicidad a nuestro pueblo trabajador, no quiere decir que ello pueda concretarse de inmediato. Necesariamente se deberá atravesar un período de duras y profundas movilizaciones
revolucionarias, de constantes combates armados y no armados, de incesantes avances de las fuerzas revolucionarias, de movilización y efectivo empleo de la mayor parte de los inmensos recursos y potencialidades de nuestro pueblo trabajador. Ese período -que debe contarse en años- será mayor o menor en dependencia de la
decisión, firmeza, espíritu de sacrificio y habilidad táctica de la clase obrera y el pueblo, del grado de resistencia de las fuerzas contrarrevolucionarias, y
fundamentalmente del temple, la fuerza y capacidad del Partido proletario dirigente de la lucha revolucionaria.
Prepararnos para resolver correctamente los difíciles problemas que han de plantearse en la situación revolucionaria que se aproxima, consiste en analizar
objetivamente las características de nuestro país, la experiencia de nuestro pueblo, la dinámica de la lucha de masas, y en esforzarnos por conocer al máximo la
experiencia internacional, es decir la forma en que otros pueblos encararon y resolvieron cuestiones similares a las que se nos presentarán.
Configurada una situación revolucionaria, de acuerdo a las enseñanzas marxistas-leninistas, comienza a plantearse en forma concreta, inmediata, el problema del
poder, la posibilidad de que el proletariado y el pueblo derroquen a la burguesía proimperialista y establezcan un nuevo poder revolucionario obrero y popular. El momento en que la toma del poder puede ya materializarse es denominada por el marxismo-leninismo crisis revolucionaria, que es la culminación de la situació revolucionaria, el momento del estallido final, momento que debe ser cuidadosamente analizado por el Partido Proletario para lanzar la insurrección armada con las máximas posibilidades de triunfo. Pero entre el inicio de una situación revolucionaria y su culminación en crisis revolucionaria, media un período que puede ser más corto o más largo en dependencia de las características concretas del país. En la URSS la situación revolucionaria se inició en febrero de 1917 y la crisis revolucionaria se presentó en octubre del mismo año.
En España la situación revolucionaria se inició en mayo de 1931 y se prolongó durante 8 años en forma de guerra civil abierta hasta la derrota de las fuerzas
revolucionarias. En Vietnam se abrió en noviembre de 1940 y culminó con la toma del poder en agosto de 1945. Los ritmos y plazos del desarrollo de la situación revolucionaria están determinados por distintos factores concretos que hacen al grado de descomposición de la burguesía y al poderío de las fuerzas del pueblo, ocupando un lugar destacado el papel del partido revolucionario.
En el curso de la situación revolucionaria nace y se desarrolla el poder dual, es decir que la disputa por el poder se manifiesta primero en el surgimiento de
órganos y formas de poder revolucionario a nivel local y nacional, que coexisten en oposición con el poder burgués. Una forma típica de órganos de poder dual
fueron los soviets o consejos obreros y populares que se organizaron durante la Revolución Rusa, consistentes en Asambleas permanentes de delegados obreros,
soldados y otros sectores populares, que asumían responsabilidades gubernamentales, en general opuestos a las intenciones del gobierno burgués. De esta forma las fuerzas revolucionarias se van organizando y preparando para la insurrección armada, para la batalla final por el poder para establecer después del derrocamiento de la burguesía un nuevo poder obrero y popular.
Las experiencias de distintas revoluciones, principalmente en China y Vietnam, han ampliado el concepto de poder dual y de insurrección demostrando que una
forma de desarrollo del doble poder puede darse con insurrecciones parciales, es decir con levantamientos armados locales que establezcan el poder revolucionario en una región o provincia, las denominadas zonas liberadas. De acuerdo a estas experiencias, el proceso de desarrollo del doble poder en una situación revolucionaria, inseparable del desarrollo de las fuerzas armadas populares, puede surgir como zonas de guerrilla o zonas en disputa para pasar después a bases de apoyo o zonas completamente liberadas y extenderse nacionalmente hasta el momento de la insurrección general.
El desarrollo del poder dual está en todos los casos íntimamente unido al desarrollo de las fuerzas militares del proletariado y el pueblo, porque no puede
subsistir sin fuerza material que lo respalde, sin un ejército revolucionario capaz de rechazar el ataque de las fuerzas armadas contrarrevolucionarias.
Naturalmente que estas fundamentales orientaciones del marxismo-leninismo que iluminan con poderosa luz nuestro camino, no debe ser tomado como un
SITUACIÓN REVOLUCIONARIA Y DOBLE PODER

esquema simplista. Es simplemente un poderoso arsenal teórico resultado de decenas de años de experiencias, que debemos tener como punto de referencia para la formulación de nuestra línea, sin olvidar que cada revolución tiene sus particularidades y que el marxismo-leninismo cobra vida y utilidad cuando es aplicado creadoramente a la situación concreta de un proceso revolucionario determinado.
El poder dual puede desarrollarse en el presente en nuestra patria tanto en la ciudad como en el campo, siempre sobre la base de una fuerza militar capaz de
respaldar la movilización revolucionaria, y merced al despliegue multilateral de todas las potencialidades de nuestro pueblo, lo que significa necesariamente la
dirección del Partido marxista-leninista proletario.
Estamos frente a un enemigo relativamente fuerte, que cae en la impotencia ante la generalización de la movilización; un enemigo hábil, bien armado y
entrenado; un enemigo relativamente disperso que adquiere fuerza cuando puede concentrarse; un enemigo brutal y sanguinario; un enemigo cuya fuerza principal, las FF.AA. contrarrevolucionarias, tiene el talón de Aquiles del servicio militar obligatorio, que hace posible un rápido y demoledor trabajo político en la masa de soldados; un enemigo políticamente débil, con serias disensiones internas y enmascarado aún en la «legalidad» parlamentaria.
Contamos con un poderoso y combativo movimiento de masas vertebrado por el proletariado industrial, extendido en todo el país, con experiencia de lucha;
contamos con una amplísima vanguardia proletaria inclinada hacia la revolución, ávida de ideas socialistas y deseosa de contar con una sólida organización revolucionaria; contamos con un estudiantado combativo y un campesinado pobre dispuesto a luchar; contamos con fuerzas guerrilleras urbanas y rurales, aún
pequeñas pero bien organizadas y relativamente fogueadas; contamos con numerosas y extensas organizaciones de masas que engloban a la mayor parte de los trabajadores del país; contamos finalmente con un aguerrido partido revolucionario que crece y se consolida diariamente, aunque aún está limitado por distintos déficits, fundamentalmente su debilidad numérica y su limitada vinculación con las masas proletarias y trabajadoras en general.
A partir del cordobazo y basándose en experiencias anteriores menores, nuestro pueblo tiende a insurreccionarse localmente, tiende a movilizarse aquí y allá,
tomar sectores de ciudades y poblaciones, erigir barricadas y adueñarse momentáneamente de la situación rebasando las policías locales y provinciales.
Por eso podemos afirmar que en Argentina, en un período inicial, el doble poder ha de desarrollarse en forma desigual en distintos puntos del país, es decir que
han de surgir localmente formas y órganos de poder obrero y popular, permanentes y transitorios, coexistiendo con el poder capitalista, enfrentándolo
constantemente bajo el formidable impulso de la movilización de masas.
El problema práctico que nuestro pueblo debe resolver a partir de la nueva situación, es lograr paso a paso la acumulación de fuerzas necesarias para la lucha final por el poder estatal que debemos arrancar de manos de la burguesía. Esa fundamental cuestión se resolverá en la situación revolucionaria que comenzamos a vivir, con el desarrollo del poder dual, tanto en su forma general de oponerse a ciertos planes del gobierno burgués e imponer las soluciones obreras y populares a determinadas situaciones en base a enérgicas movilizaciones de masas, llegando de esa manera a la constitución transitoria de órganos de poder a nivel general, como en su forma de poder local, manifestación principal del poder dual, en todo el próximo período, punto de partida sólido para una gigantesca acumulación de
fuerzas revolucionarias.
La lucha popular es desigual. Se desarrolla parcialmente, en un lugar de una manera, en otro de otra, en un lugar en un momento en otro en otro momento.
Necesitamos que todas esas luchas que se dan en distinto tiempo y lugar y con una fuerza y alcances diferentes, den siempre por resultado un aumento de la
fuerza de todo el pueblo, que se vayan acumulando, hasta el momento que sea oportuno lanzar el ataque final, en todo el país y con todas las fuerzas disponibles,para llevar al triunfo la insurrección armada obrera y popular.
Pongamos un ejemplo. En una fábrica grande se inicia una lucha reivindicativa o antiburocrática, que enseguida choca no sólo con la empresa y la burocracia
sindical, sino también con la policía, con el Ministerio de Trabajo, en una palabra con el gobierno burgués y sus fuerzas represivas. El sindicato o comisión interna que dirige la lucha, moviliza a todos los trabajadores, gana un primer conflicto y amplía su fuerza. Si esa lucha se mantiene ahí, inevitablemente tenderá a debilitarse porque como es aislada, el enemigo puede combatirla pacientemente. Después de un tiempo, en el curso del cual se dan nuevas movilizaciones, la «santa
alianza» enemiga (empresa, burocracia, fuerzas represivas y gobierno), lanza su contraofensiva, y muchas veces, la vanguardia obrera, influida por el espontaneismo, el populismo, el reformismo, o simplemente por falta de orientación política, es derrotada por no animarse a luchar, a veces, o por dar una batalla desesperada. En cambio actuando correctamente, en el caso que damos como ejemplo hipotético, el sindicato o Comisión Interna clasista, al hacer conciencia de la situación revolucionaria que vivimos, comprenderá que el eje de sus esfuerzos debe dirigirse a acumular fuerzas. De esa manera, ante el primer triunfo, se preocupará
inmediatamente para tomar los demás problemas de la población, acercarse a las organizaciones villeras y barriales, a otros sindicatos y comisiones internas, y
fundamentalmente participará y alentará a los activistas a participar en la construcción de las fuerzas revolucionarias, las células del PRT, las unidades del ERP, el Frente Antiimperialista.
Ello ha de llevar enseguida al surgimiento de formas de poder local, a encarar la solución soberana de los distintos problemas de las masas locales. Avanzar hacia
el desarrollo del poder local primero enmascarado y después abierto como veremos enseguida es el paso que media entre la lucha parcial de masas y la
insurrección general, paso que es necesario dar desde ahora en todos los lugares en que sea posible.
Constituir órganos abiertos de poder local no puede ser un hecho aislado ni espontáneo. El enemigo en cuanto tenga conocimiento de que en un barrio, en una localidad o una ciudad el pueblo se ha organizado por sí solo y comienza a resolver a su manera los problemas de la producción, de la salud, de la educación, de la seguridad pública, de la justicia, etc., lanzará con furor todas las fuerzas armadas de que pueda disponer con la salvaje intención de ahogar en sangre ese intento de soberanía. Por ello el surgimiento del poder local debe ser resultado de un proceso general, nacional, donde aquí y allá, en el norte y en el sur, en el este y en el oeste, comiencen a constituirse organismos de poder popular comiencen las masas a tomar la responsabilidad de gobernar su zona. Esa multiplicidad y extensión del poder local dificultará grandemente las posibilidades represivas y hará viable que unidades guerrilleras locales de pequeña y mediana envergadura defiendan
FORMAS DEL PODER LOCAL
exitosamente el nuevo poder.
La movilización de las masas apunta en nuestro país en esa dirección. La actividad consciente de los revolucionarios hará posible que el proceso de surgimiento y desarrollo del poder local, punto de partida para disputar nacionalmente el poder a la burguesía proimperialista, evolucione armónicamente, exitosamente.
A partir de la lucha reivindicativa está hoy planteado en Argentina, en algunas provincias, en algunas ciudades, en algunas zonas fabriles y villeras, la formación
de órganos embrionarios de poder popular. Pero, en general en lo inmediato no es conveniente dar un paso que atraerá rápidamente la represión
contrarrevolucionaria. En esos casos puede avanzarse enmascarando hábilmente tras distintas fachadas el ejercicio del poder popular. En una villa, por ejemplo,
bajo el enmascaramiento de la Asociación Vecinal, pueden organizarse distintas comisiones que encaren el problema de la salud, de la educación, de la seguridad, de la justicia, de la vivienda, etc., con una orientación revolucionaria, mediante la constante movilización de toda la villa, teniendo como objetivo central la construcción de sólidas fuerzas revolucionarias políticas y militares. En un pueblo de Ingenio Azucarero igual papel podría jugar el Sindicato. Pero esto sólo como pasos iniciales de los que habrá que pasar en el momento oportuno a la organización de una Asamblea o Consejo local que se constituya oficialmente como poder soberano de la población de la zona.
En el campo, donde la presencia directa del estado capitalista es relativamente débil, el desarrollo del poder local será más rápido y más efectivo, en cuanto
estará en condiciones de brindar desde el comienzo sustanciales mejoras a las masas. Pero su enmascaramiento será más difícil y recibirá inicialmente los más
feroces ataques del enemigo. Establecer órganos de poder local en el campo sólo será posible con el respaldo de unidades guerrilleras medianas capaces de
rechazar exitosamente los ataques del Ejército Contrarrevolucionario.
No hay posibilidades de avanzar sólidamente en el desarrollo del poder local sin constantes avances en la unidad y movilización más amplia de las masas
populares. Este es un problema crucial que será resuelto mediante una sabia combinación de avances en la movilización política de masas por abajo con una
correcta política de acuerdos entre las distintas organizaciones obreras y populares6.
La movilización patriótica y democrática de las más amplias masas del pueblo argentino tiene ya una importancia fundamental. Aprovechando todos los
resquicios legales, la lucha democrática, patriótica, antiimperialista, constituye un segundo frente desde el que se hostigará al régimen capitalista-imperialista
desplegando con energía la violencia política de todo el pueblo, impulsando la intervención de las más amplias masas en la lucha revolucionaria, garantizando la íntima vinculación de las fuerzas políticas y militares clandestinas con el conjunto del pueblo trabajador, fuente inagotable de recursos morales y materiales para las necesidades de la guerra popular. La unidad y movilización patriótica de todo el pueblo requiere la construcción de una herramienta política orgánica que la centralice, organice, impulse y oriente. Es el Ejército Político de las masas, el Frente Antiimperialista que es necesario organizar en el curso mismo de la movilización, como propulsor y resultado de la intensa actividad política, legal, semilegal y clandestina de las más amplias masas populares.
Este Frente Antiimperialista, a partir de experiencias como la del FAS, debe enraizar orgánicamente en las masas con su política patriótica y revolucionaria,
contener en su seno la mas amplia gama de organizaciones representativas, partidos y corrientes políticas socialistas, peronistas, radicales, cristianos, etc.,
sindicatos y agrupaciones sindicales antiburocráticas, centros y federaciones estudiantiles, uniones, ligas y federaciones campesinas, asociaciones y federaciones
villeras y barriales, federaciones de aborígenes, organizaciones juveniles y femeninas, comisiones de solidaridad con los presos, etc. etc.
No es ésta una tarea sin dificultades. Requiere partir de un amplio espíritu unitario, solidario y de servicio incondicional a la causa del pueblo. Pero la
heterogeneidad social del Frente Antiimperialista producirá sin duda dificultades y luchas interiores que necesitan un tratamiento paciente y constructivo. Unidad frente al enemigo y lucha ideológica y política en el interior de la alianza, es una característica esencial del Frente Antiimperialista porque desde el momento que agrupa o tiende a agrupar al conjunto del pueblo, a la clase obrera, la pequeña burguesía urbana, el campesinado pobre y los pobres de la ciudad, y en ciertos
períodos hasta sectores de la burguesía nacional media, contra el enemigo común, no puede evitarse una aguda lucha de clases en su seno. Pero esta lucha de clases tiene un carácter ideológico y político pacífico, que puede y debe resolverse sin la ruptura de la unidad; es una contradicción no antagónica en el seno del pueblo que puede y debe solucionarse mediante la crítica, la autocrítica y la educación revolucionaria. Sin embargo tiene una importancia capital, porque sólo la hegemonía del proletariado en la conducción del Frente Antiimperialista puede garantizar la persistencia de una correcta línea de movilización de masas y desarrollo del poder local en el marco de la victoriosa política de guerra revolucionaria.
Ese mismo Frente Antiimperialista que debemos construir a partir de la experiencia del FAS y otras organizaciones similares, es quien deberá motorizar la organización del poder local, tomando en sus manos, a partir del consenso popular, la organización de las masas de la zona y la construcción de los consejos o asambleas soberanas con delegados de los distintos sectores de la población. Para ello se requiere pericia, preparación, intercambio de experiencias y un trabajo revolucionario bien organizado que prevea las distintas cuestiones relacionadas, que forme los cuadros necesarios, etc. etc. El Frente Antiimperialista debe reunir y organizar los inmensos recursos de las más amplias masas y colocarlos al servicio de la lucha revolucionaria por el poder, del desarrollo del poder local, hacia la
preparación de la victoriosa insurrección general del pueblo argentino.
La unidad y movilización patriótica de nuestro pueblo se agigantará paralela al desarrollo de la lucha reivindicativa de las masas y de la creciente envergadura
de las actividades revolucionarias clandestinas políticas y militares. El conjunto de estas luchas, que interrelacionadas constituyen la aplicación de una línea de
guerra revolucionaria, permitirán poner de pie a centenares de miles de argentinos que apoyados por millones constituirán una poderosa fuerza revolucionaria
capaz de derrotar a los capitalistas, a sus fuerzas armadas contrarrevolucionarias y despojarlos definitivamente del poder. Capaz de establecer un Gobierno
Revolucionario Obrero y Popular, de destruir en sus cimientos el sistema de explotación y opresión burgués-imperialista, e iniciar la construcción de la Nueva
Patria Socialista, abriendo así un largo período de libertad y felicidad para nuestro querido pueblo.
UNIDAD Y MOVILIZACIÓN POPULAR: EL FRENTE ANTIIMPERIALISTA

Después de más de tres años de combate urbano, nuestro pueblo ha iniciado la construcción de unidades guerrilleras urbanas y rurales estructuradas en una
perspectiva de fuerzas regulares. A partir de esa experiencia y de los recursos acumulados, los argentinos estamos hoy en condiciones de avanzar con rapidez en la
construcción de un poderoso ejército guerrillero.
En un primer período inmediato que posiblemente lleve varios años, debemos abocarnos a la organización de unidades locales pequeñas y medianas, a nivel de
compañía, batallón y regimiento, íntimamente unidas al desarrollo del poder local, capaces de enfrentar triunfalmente, con el apoyo de la población, cualquier
ataque de las fuerzas represivas. De esas unidades locales han de surgir en el futuro, las brigadas y divisiones del Ejército Revolucionario del Pueblo regular que
respaldará la victoriosa insurrección general del pueblo argentino.
Como parte del ejercicio soberano del poder por el pueblo en determinadas zonas, se crearán milicias de autodefensa obreras y populares que al encargarse
progresivamente por sí solas de garantizar efectivamente la defensa de su zona ante los embates represivos, harán posible que las compañías, batallones y
regimientos guerrilleros se liberen de sus obligaciones locales y avancen en su transformación en brigadas y divisiones regulares, brazo de acero del pueblo
revolucionario. La formación de las milicias de autodefensa, fuente asimismo de combatientes y cuadros militares para las fuerzas regulares, es un problema serio,
delicado, que exige una política prudente, reflexiva, consistente. Los espontaneistas, con su irresponsabilidad y ligereza característica gustan plantear sin ton ni son
ante cada movilización obrera y popular por pequeña y aislada que sea, la formación inmediata de milicias de autodefensa. Naturalmente que para ellos es sólo
una palabra con la que pretenden colocarse a la izquierda de nuestro Partido en el terreno de la lucha armada y no existen riesgos de que lleguen a concretarlo.
Pero sectores proletarios y populares de vanguardia, plenos de combatividad, pueden caer bajo la influencia de esta hermosa consigna y llegar a la formación
apresurada de tales milicias exponiéndose y exponiendo prematuramente a sectores de las masas a los feroces golpes de la represión con resultados
contraproducentes. Las milicias de autodefensa son parte esencial en el armamento obrero y popular, constituyen sólidos pilares en la edificación de las fuerzas
armadas revolucionarias, pero por su amplio carácter de masas sólo pueden surgir de una profunda y total movilización del pueblo en zonas de guerrilla o zonas
liberadas.
En la construcción de las fuertes unidades guerrilleras del presente, esfuerzo que se nutrirá del generoso aporte de la clase obrera y el pueblo, tienen
responsabilidad fundamental las actuales organizaciones y grupos armados, principalmente nuestro ERP que cuenta con mayor experiencia de combate. Unificar los
esfuerzos de edificación guerrillera luchando contra la dispersión, el sectarismo y el individualismo es una tarea que tenemos por delante y que correctamente
solucionada facilitará la formación de las unidades necesarias, al centralizar todos los recursos disponibles. Porque construir una fuerza militar como la que
necesitamos, más aún en las condiciones de dominación capitalista y frente a un enemigo relativamente poderoso, es una tarea realizable pero difícil y compleja. Es
una tarea perfectamente realizable como nos ha demostrado la experiencia al llegar ya a la constitución de compañías que con su logística (servicios) incluyen más
de un centenar de combatientes y tienen mayor capacidad de combate que las unidades similares del ejército opresor, y como nos demuestra la gloriosa
experiencia vietnamita en que en un país de 15 millones de habitantes frente a un ejército de ocupación de más de un millón de hombres, lograron liberar más del
90 porciento del país, defender esas zonas liberadas con milicias de autodefensa y construir poderosas divisiones que aniquilaron -sin contar con aviación- a las
mejores tropas norteamericanas obligando a retirarse derrotado al ejército contrarrevolucionario más poderoso de la tierra. Pero si bien es posible, requiere
grandes sacrificios, enormes recursos y mucha destreza, requiere el aporte decidido de la clase obrera y el pueblo, la unificación de los esfuerzos revolucionarios,
una correcta política de masas y una sabia línea militar de masas. En una palabra requiere la activa participación de amplios sectores de la clase obrera y el
pueblo, el aporte de distintas corrientes populares y la firme dirección de un partido marxista-leninista de combate.
«Si la guerra de liberación del pueblo vietnamita ha sido coronada por una gran victoria, ha sido gracias a los factores que acabamos de enumerar, pero ante
todo porque fue organizada y dirigida por el Partido de la clase obrera: El Partido Comunista Indochino hoy convertido en Partido de los Trabajadores de Vietnam.
Fue éste el que, a la luz del marxismo-leninismo, procedió a un análisis certero de la sociedad vietnamita y de la correlación de fuerzas entre el enemigo y
nosotros, para definir las tareas fundamentales de la revolución nacional democrática popular y decidir el comienzo de la lucha armada y la línea general de la
guerra de liberación: la resistencia prolongada, la libertad por el propio esfuerzo. Resolvió certeramente los diversos problemas planteados por la organización y la
dirección de un Ejército Popular, de un poder popular, de un Frente Nacional Unido. Inspiró al pueblo y al ejército un espíritu revolucionario consecuente e inculcó
a toda la nación la voluntad de superar todas las dificultades, soportar todas las privaciones y llevar hasta el fin la larga y dura resistencia».
Los argentinos contamos también con el núcleo fundamental de un Partido similar, del partido proletario de combate que llevará al triunfo nuestra revolución
antiimperialista y socialista. Es el PRT, forjado en nueve años de dura lucha clandestina, antidictatorial, antiimperialista y anticapitalista, que cuenta hoy día con
sólida estructura nacional, varios miles de miembros activos, varios centenares de cuadros sólidos, tradición y experiencia de combate, correcta línea política
estratégica y táctica, marcadas características y moral proletaria y una profunda determinación de vencer afrontando todos los sacrificios necesarios. Pero nuestro
Partido encuentra aún grandes dificultades para cumplimentar eficazmente su misión revolucionaria. Ello se debe principalmente a insuficiencias en la penetración
orgánica en el proletariado fabril, débil composición social que alcanza a sólo a un 30 porciento de obreros fabriles, insuficiente habilidad profesional en la
ejecución de las tareas revolucionarias y limitado número de miembros organizados. En el curso de las presentes y futuras luchas del proletariado y el pueblo,
nuestro Partido sabrá conquistar la total confianza de la vanguardia obrera y popular, despertar y canalizar la decisión revolucionaria de los mejores hijos de
nuestro pueblo para superar sus limitaciones actuales y responder cabalmente a sus responsabilidades, ejecutar con honor su papel de motor, centralizador y
dirigente del conjunto de la lucha revolucionaria.
La construcción del PRT, tarea capital de todos los revolucionarios argentinos, principalmente de los obreros de las grandes fábricas, pasa por el desarrollo de las
LA CONSTRUCCIÓN DEL EJÉRCITO DEL PUEBLO
EL PARTIDO REVOLUCIONARIO DE LOS TRABAJADORES

zonas y de los frentes fabriles. Formar células en las grandes fábricas, influir o dirigir la lucha reivindicativa del proletariado, llegar constantemente con hábil
propaganda de Partido al conjunto de los obreros fabriles, incorporar y organizar en el Partido decenas de obreros en cada fábrica grande, es el punto de partida
actual para el sano e impetuoso desarrollo necesario, para que el PRT esté en condiciones de jugar su rol dirigente y organizador. De las grandes fábricas saldrán el
grueso de los principales cuadros y dirigentes de nuestro Partido, como han salido parcialmente hasta hoy.
Como se ve todo este esfuerzo no depende sólo de la constancia y voluntad de nuestros militantes; tienen también enorme responsabilidad los elementos de
vanguardia del proletariado, cuya conciencia, fidelidad a la causa y firme determinación serán decisivos en la construcción del Partido que necesitamos. Porque el
PRT padece de una gran escasez de cuadros, la disposición de los elementos de vanguardia a organizarse por su propia cuenta es vital para conseguir rápidos
avances en la multiplicación de nuestras fuerzas revolucionarias. Cada obrero de vanguardia, cada revolucionario de origen no proletario, cada nuevo compañero
que se ligue a nuestra organización, tiene la responsabilidad de aportar lo máximo de si en su rápida integración y en la construcción de las células de su frente
fabril o de su zona.
Con el cálido respaldo de nuestro pueblo y la decidida intervención de la vanguardia obrera y popular, el PRT aumentará sustancialmente sus fuerzas en el
próximo período, y se pondrá en condiciones de dar solución en la práctica a los complejos problemas de nuestra revolución.
En este breve folleto hemos visto como se sostiene la burguesía en el poder utilizando tanto el engaño como la represión, sirviéndose hoy del parlamentarismo,
mañana del bonapartismo militar. Hemos visto como en la actualidad, fracasado el intento parlamentario peronista, la burguesía se apresta a intentar un nuevo
engaño con un golpe o autogolpe militar de tinte peruanista. Hemos llegado a la conclusión de que debemos lograr a toda costa que nuestro pueblo no vuelva a
caer en el engaño y en lugar de abrigar esperanzas en los militares sepa desde el principio que la lucha revolucionaria debe continuar e intensificarse.
Hemos visto más adelante, que estamos ante la apertura de una situación revolucionaria en la cual la lucha por el poder comienza a ser posible. Hemos visto
finalmente que el camino para avanzar hacia la conquista del poder por medio de la insurrección armada general del pueblo argentino, pasa por el desarrollo del
poder dual, por el poder local en las zonas de guerrillas y zonas liberadas, por la unidad y movilización de todo el pueblo, por la construcción de un Frente
Antiimperialista de masas, un poderoso ejército guerrillero y un sólido Partido Marxista-Leninista de combate, el Partido Revolucionario de los Trabajadores.
Estas sencillas y fundamentales conclusiones que iluminan nuestra actividad futura; estas inmensas posibilidades y responsabilidades de la actual generación de
revolucionarios argentinos, es una semilla que germinó regada por la generosa sangre de más de un centenar de héroes y mártires caídos en el combate, en la
tortura o en el frío asesinato policial y militar. Ellos son la expresión máxima de combatividad y entrega revolucionarios de nuestro pueblo, del heroísmo del
pueblo argentino, que ha logrado abrir ya un ancho y seguro camino para el triunfo de la revolución socialista y antiimperialista: el victorioso camino de la guerra
popular revolucionaria.
Nos esperan arduas tareas y grandes sacrificios. Hemos de lanzarnos a afrontarlas plenos de determinación revolucionaria, de fe en la capacidad y decisión de
nuestro pueblo, de confianza en el seguro triunfo de nuestra revolución. De hoy en más, menos que nunca, no habrá sacrificios vanos, esfuerzos desperdiciados,
esperanzas frustradas. Sabemos por qué y cómo combatir, contamos con las herramientas básicas que necesitamos, sólo nos resta afilarlas y mejorarlas
incesantemente, ser cada día más hábiles en su empleo, conseguir que nuevos y numerosos contingentes de militantes en todos los puntos del país, utilicen con
vigor esas mismas herramientas revolucionarias.
Al igual que en la guerra de la primera independencia los revolucionarios argentinos no estamos solos. La responsabilidad de expulsar al imperialismo yanqui de
América Latina y derribar el injusto sistema capitalista es compartida por todos los pueblos latinoamericanos y cuenta con el apoyo y la simpatía de todos los
pueblos del mundo. Más no solamente por enfrentar al mismo enemigo estamos hermanados. Nuestro Partido ha llegado ya a la convergencia teórica y práctica, a
la unidad, con el MLN Tupamaros de Uruguay, el MIR de Chile, el ELN de Bolivia, en la Junta de Coordinación Revolucionaria.
En la mayor parte de los países capitalistas latinoamericanos sometidos a la dominación del imperialismo yanqui, los pueblos mantienen una lucha enconada y
han acumulado valiosas experiencias revolucionarias. Es cierto que se han sufrido dolorosas derrotas en la mayoría de nuestros países. Pero esas mismas derrotas
han sido fuente de profundas reflexiones, de fundamentales aprendizajes, y en el seno de las masas y de sus vanguardias maduran dinámicos elementos que
anuncian la generalización de un poderoso auge de luchas revolucionarias en varios de nuestros países, favorecido por la profunda crisis de la economía capitalista
latinoamericana.
Tal es el marco en que se librará la lucha revolucionaria en nuestra patria, enriquecida y apoyada por el desarrollo paralelo de similares experiencias de nuestros
hermanos latinoamericanos.
Como San Martín y Bolívar y como el Che, como revolucionarios latinoamericanos, los mejores hijos de nuestro pueblo sabrán hacer honor a nuestras hermosas
tradiciones revolucionarias, transitando gloriosamente sin vacilaciones por el triunfal camino de la segunda y definitiva independencia de los pueblos
latinoamericanos.

HAITI: ARTE Y POBREZA
Vicente Zito Lema – Henry Boisrolin – Mario Hernández

El pasado 17 de setiembre se realizó en la Biblioteca “Eduardo Martedí” del barrio de Balvanera en la Ciudad de Buenos Aires una de sus habituales charlas. Inicialmente pensada con el filósofo Vicente Zito Lema, se sumó Henry Boisrolin del Comité Democrático Haitiano. La presentación estuvo a cargo del periodista Mario Hernández quien se ocupó de la edición y desgrabación del material que exponemos a nuestros lectores. Haití no representa ninguna amenaza para la paz en la región. Lo que tiene es una posición geopolítica importante para el Imperio Henry Boisrolin (CDH): Es un orgullo estar con Uds. y compartir una mesa con Mario y Vicente. Cuando Mario me ofreció su lugar en la presentación pensaba que anoche estuve en la Taberna Vasca y me sentí muy bien, acompañado y menos triste por lo que estaba sucediendo en Haití que no es solamente la violación de un joven. Compartí con gente que no solo se interesaba por curiosidad intelectual sino que iba más allá, tenían una posición internacionalista y sentía que a medida que iba avanzando la conversación, era una comunicación de corazón a corazón y de mente a mente. Eso es importante frente a tanto dolor que para mí es imposible poder expresarlo, explicarles de la manera más clara lo que está sucediendo en Haití. Cualquier ficción, cualquier proyección que ustedes puedan tener, la realidad haitiana la supera. No estoy exagerando. La recolonización de Haití -porque ese es el proyecto- trae un dolor inmenso. Y no solo desde el punto de vista económico sino también en función de la dignidad humana en todos sus aspectos. Cuando se habla de la violación del joven haitiano advierto siempre que no hay que dejar que un árbol nos tape el bosque. Tampoco se trata de un asunto de cinco manzanas podridas según dijo el gran revolucionario, ministro de Defensa uruguayo, Huidobro, ex Tupamaro que ahora no se sabe qué es. Diciendo que son cinco manzanas podridas que no tienen que empañar el buen desempeño de los demás que ayudan a Haití. ¿Por qué digo esto?
En primer lugar esos 5 hombres no son los primeros acusados de haber cometido violaciones y abusos sexuales. En 2007 una investigación internacional de Naciones Unidas determinó que 111 soldados de Sri Lanka habían violado niñas haitianas de 12 años. Lo único que se hizo fue repatriarlos.
En 2005 bajo el pretexto de buscar bandidos en Cité Soleil, la barriada popular más grande de Puerto Príncipe, de más de 500.000 habitantes, a las 2 a. m., tanques y helicópteros artillados de las tropas de ocupación atacaron a los pobladores asesinando bebés. Hay una foto que dio vuelta el mundo donde se ve el impacto de un proyectil en la cabeza de un bebé de 3 meses. Lo mismo sucedió con una joven estudiante que volvía a su casa y no escuchó que tenía que detenerse. Le dieron 2 balazos en el ojo izquierdo.
También soldados jordanos violaron niñas al lado del Aeropuerto Internacional. No se trata de 5 manzanas. En el mismo lugar donde ocurrió la violación del joven, a 170 km. de la capital, un lugar donde no se sabe porqué han puesto una base ya que lo más grave que solía ocurrir allí era el robo de cabritos, sin embargo, pusieron soldados con armas, helicópteros, tanques. Esos soldados transformaron el lugar en un antro de prostitución a cambio de un plato de comida para la gente pobre. Comprando y haciendo fumar marihuana a los niños. Entonces no es un problema de 5 manzanas.
Nosotros sabemos muy bien cuales son las causas de la crisis haitiana. Es la exacerbación de la dependencia del país. La dominación feroz que se ejerce sobre el pueblo trabajador y campesino haitiano. El empobrecimiento proviene de allí, de ese sistema y hay una resistencia popular para terminarlo.
Nosotros no podemos resolverlo comiendo balas o tanques. El tema del hambre no se resuelve así. Tampoco imponiendo una serie de condiciones sino dejando que el pueblo haitiano resuelva por sí mismo el problema.
Haití no representa ninguna amenaza para la paz en la región. Esa es una mentira. Lo que Haití tiene es una posición geopolítica importante para el Imperio. Si se fijan en el mapa van a ver que Haití es el país más próximo a Cuba, nos separan 77 km., el Canal del Viento. Comparte la misma isla con la República Dominicana. Estamos a escasos minutos de vuelo de Jamaica y Puerto Rico. Hay una parte del Mar Caribe que nos vincula a Venezuela. Al perder el control en Haití la zona se desestabiliza. Otro elemento: Haití es el productor de mano de obra más superbarata que hay en todo el mundo; prácticamente esclava. Las famosas maquiladoras como Levi’s están en la frontera con República Dominicana empleando haitianos por U$S 1.60 por día cuando en EE. UU. paga U$S 20 por el mismo tipo de trabajo. Haití tiene oro, petróleo. Hay un problema concreto desde la década de los 80 cuando el pueblo haitiano demostró en las calles que quiere cambiar de sistema. Supo terminar con la dictadura de la familia Duvalier, supo impulsar por primera vez elecciones libres y democráticas donde triunfó Aristide que después traicionó. Pero hay un movimiento que quiere llegar a más, por eso la Minustah (Misión de la ONU para la reconstrucción de Haití) no es otra cosa que el brazo armado del proyecto para romper la espina dorsal del movimiento popular, de todo tipo de resistencia popular para mantener el status quo. No es solo la Minustah sino también otros instrumentos que han creado de manera criminal.
Después del terremoto, que según cifras oficiales costó más de 300.000 muertos, más de 3 millones de damnificados y 1.500.000 viviendo bajo carpas. Imagínense 4 palos y una lona donde cuando llueve una persona no puede acostarse. Estuve en las carpas y puedo decirles lo que es. Sin embargo, han creado una Comisión Interina para la Reconstrucción de Haití (CIRH), un organismo haitiano co-presidido por el ex presidente estadounidense Bill Clinton, que es el verdadero Presidente del país. Como el mandato de la CIRH está terminando y no hizo nada, perdiendo prestigio, el actual Presidente haitiano, Michel Martelly -ex tonton macoute, paramilitar, fascista, un tipo vulgar, sin formación, elegido en elecciones donde participó el 15% de la población, organizadas por la “comunidad internacional” que impuso los resultados-, ha formado un Consejo Económico de Inversiones para el Desarrollo Económico, uno de esos nombres difíciles y ¿quién es el presidente?, nuevamente Bill Clinton y ha propuesto como Primer Ministro a un doctor haitiano, funcionario de la ONU y ex miembro del gabinete de Clinton en la CIRH.
Siempre decimos que nadie va a luchar por lo que no entiende, ni morir por lo que no ama. Entonces, en primer lugar hay que tratar de entender. Esto no lo van a leer ni en La Nación ni en Clarín que solo hablan de Haití cuando hay una tragedia, una invasión, un huracán, un terremoto, un golpe de estado o como ahora esta violación. Hacen creer que Haití es inviable para seguir mandando tropas.
Dentro de la Minustah el 44% de los efectivos provienen de países latinoamericanos. Hay 10 países que tienen tropas, incluyendo Brasil que tiene la comandancia militar. En algunos casos son decisiones gubernamentales inexplicables como los casos de Bolivia y Ecuador; también Argentina tiene tropas. Nosotros creemos que es importante que las organizaciones populares, los pueblos latinoamericanos nos comprendan y nos ayuden exigiendo el retorno de las tropas. No es el problema de una violación o de un error casual, cualquier tropa de ocupación siempre avasalla los derechos de los demás.
Y termino diciendo: el racismo tiene mucho que ver porque el pueblo haitiano fue calificado por la jerga colonialista como negro, cuando dividieron a los seres humanos en razas sin ningún asidero científico, nos separaron clasificándonos de inferiores. Entonces tienen todo el derecho y la impunidad garantizada de que ahí no va a pasar absolutamente nada, que la justicia haitiana no puede actuar por más que quisiera, porque la ONU que dirige la Minustah tiene una cláusula donde dicen que los militares que van a mantener la paz gozan de inmunidad.
Nuestros gritos son para pedir que nos acompañen. Sabemos que el mayor esfuerzo lo tenemos que hacer los haitianos. Lo están demostrando los estudiantes en los últimos días que han decretado movilizaciones permanentes hasta que salga el último soldado. Ahora la ONU plantea el retiro gradual pero acaba de renovar el mandato de la Minustah por un año más por la recomendación de su Secretario General, Ban Ki-moon. Los estudiantes y muchos sectores populares han dado un plazo de 90 días sino paralizarán el país. Son capaces de hundir la isla, de masacrarnos, pero no hay alternativa. ¡Que nos hundan o venceremos! Muchísimas gracias. Mario Hernández: Después de escuchar a Henry Boisrolin vamos a presentar a Vicente Zito Lema.
Nació en la CABA en 1939. Aquí sigue viviendo tras haber pasado 7 años en el exilio en Europa, la mayor parte en Amsterdam (Holanda). Entre sus actividades en el exilio está el haber conformado la Comisión Argentina por los Derechos Humanos (CADHU) junto con Julio Cortázar y David Viñas, entre otros. Estando exiliado escribe Mater, obra de teatro sobre la gestación de Madres de Plaza de Mayo y su lucha. []Regresa a la Argentina en 1983.
Poeta, dramaturgo, periodista, investigador de temas artísticos y sociales, docente.
Estudió Derecho y Ciencias Sociales, recibiéndose de abogado en la UBA. Profesor de Psicología Social, se formó junto a Enrique Pichon Rivière.
Como periodista fue director de importantes revistas culturales, entre otras, Cero, Talismán, Liberación, Crisis, Cara a cara con la cultura, Fin de Siglo, Locas y La Maga. Publicó sus trabajos en Clarín, El Cronista Comercial, La Opinión, La Voz, Sur y Página/12.
Organizó talleres de arte en centros populares, hospicios, cárceles y otras “instituciones de la pobreza”.
Desde la década del sesenta se destacó en la defensa de los Derechos Humanos. A fines del año 2000 creó la Univ. Popular de Madres de Plaza de Mayo, siendo su primer director académico.
Actualmente participa del proceso de fundación de la Universidad de los Trabajadores en la fábrica recuperada IMPA, siendo su coordinador general.
Es autor de 12 obras de teatro con su original método: la Antropología Teatral Poética. Lleva publicado 20 libros. Entre ellos, Luz en la selva, que corregí para Editorial Topía.
Dijo de él Julio Cortázar: “La lectura de sus obras es un duro latigazo más en la carne que todos tenemos desollada. Latigazo de belleza a la vez y por eso todavía más doloroso”.
Me olvidaba. Es un ferviente hincha del club Racing Club de Avellaneda.
El tema de hoy es “Arte y Pobreza” y les voy a leer algo muy breve para introducirlo aprovechándome que el otro día me enteré que Vicente se olvidaba de las cosas que escribía: Primera relación: La pobreza y la muerte Atrapado por la pobreza, despojado de su conciencia real, vaciados los contenidos de su existencia, sin posibilidad de tomar distancia de su permanencia en el dolor para observarse, el pobre no puede alcanzar la verdad de su real padecer, y hasta llega a sentir, desde una resignación que lo involucra sin tránsito con la producción alienada de la vida, que su pobreza particular le pertenece, que es la herencia recibida y la que debe transmitir, incluso como acto de fe, en tanto que bajo la mirada del ayer existe la pobreza y su mirada del mañana no deja de ser el recuerdo del hoy que revive en su condición de pobre.
Entonces la pobreza se convierte –he aquí la cruel paradoja-, en el último, fugaz y agónico camino de salvación de su extremo dolor. La angustia nace en el pobre porque la conciencia de la pobreza lo enfrenta con la muerte. Más aún, le han enseñado que la pobreza es un crimen del pobre.
Inducido día y noche al suicidio como sacrificio redentorio, será preciso –desde la lógica que garantiza la pobreza– que con su pasividad extrema el pobre pague sus culpas y recupere la inocencia.
Lo que se calla es que nadie puede ser inocente en la pobreza, que su materia es la ignorancia y su producción masiva, crónica e indiferenciada.
La pobreza contiene al pobre en su vastedad como la mar a sus olas, sin darle calidad de sujeto, jamás será un rostro y un nombre, no tendrá historicidad ni conciencia crítica, y obligado a sufrir el divorcio absoluto de su cuerpo y su alma –destruidos en soledad– no podrá devenir en espíritu de humanidad. No hay responsabilidad por la pobreza del pobre. Tampoco se acepta la culpa, en tanto el pobre está puesto por fuera del mundo humano, ni siquiera es lo otro, pertenece a una categoría abstracta y sin sentido, que se reproduce a sí misma: la pobreza.
Así la pobreza no requiere sustancia primigenia de vida, es un predicado de la muerte; será vista como la consecuencia accidental –no previsible, tampoco deseada– de la riqueza. O, si se prefiere, un derivado patológico (se piensa en un delito aberrante, en una pústula, en un delirio) de un proceso de legalidad, de salud y normalidad que organiza el universo de los hombres “bien pensantes”, quienes, imbuidos de fe santa, libran contra el “mal” de los pobres la batalla por el paraíso perdido.
La pobreza nace con cada pobre, que deberá andar con sus pies sobre el mismo fuego original.
La muerte de un pobre no es el fin de la pobreza, que desde su ajenidad sigue regando las sombras como si fueran rosas.
La vida de los pobres se inicia con la muerte de la pobreza. En ese instante, abre sus aguas el río de la pureza, para que el sueño de la vida sea la propia vida, y la pobreza, ajena al poder de la muerte, sea apenas memoria del espíritu humano, cuando fue humillado, en nombre de la ley, sin que “clamara el cielo”, sin que se detuvieran las honras a la razón con que el poder instituye y vigila este mundo…
Vicente Zito Lema2005 Vicente Zito Lema: Acepto mi confusión temporo-espacial, pero también aclaro que desde hace 10 años estoy trabajando muy fuerte con mi última obra que es “Filosofía de la pobreza” y llevo escritas alrededor de 1000 páginas. Nunca tuve muy buena memoria y tampoco puedo recordar todo lo que escribo. Me suena, tiene mi ideología, mi pensamiento, mis contradicciones, mi estilo, nadie impunemente escribe 21 libros. Escribo mucho. Tengo para publicar más páginas que las publicadas hasta ahora. Amo escribir, lo necesito, ser leído o no es otro tema, que se juzgue mi obra, que a algunos les guste y a otros no es otro tema. A mí me gusta escribir, no es un sacrificio ni un martirio, es un trabajo hermoso y a veces sufro porque mucha gente tiene que trabajar de lo que no le gusta. Yo tengo un privilegio y creo que lo honro; desde los 20 años vivo de lo que escribo y pienso. En este país, en este continente, es un privilegio. Es cierto que trabajo mucho. Hoy empecé a las 9 de la mañana hasta las 2 de la tarde con un curso intensivo de arte-terapia. Tengo alumnos que hacen arte en las cárceles, en los manicomios, en los asilos. Hace muchos años que trabajo en eso y formo gente. Hoy vino gente de todo el país. Una vez al mes. A las 14:00 comimos unas empanadas de verdura, me tomé un colectivo y me fui a “La Puerta”, un hospital de día y centro cultural. Ahí di clases hasta hace exactamente 10 minutos en que mi amiga Mariana me trajo a la Biblioteca. Soy como un cafishio del dolor ajeno Mi vida no es fácil y mañana sea como sea es el último día para escribir un prólogo que quiero hacer muy bien porque es para un libro que recoge los poemas, los cuentos, los relatos de las presas del Penal de Alta Seguridad de Neuquén, donde están internadas. Todas mujeres a las que se las acusa, probado o no, no es mi tema, de delitos graves, casi todos de sangre por haber matado a otras personas. Son mujeres que hartas de la violencia masculina han respondido duramente. De toda la zona patagónica las llevan ahí. Yo armé un equipo de arte-terapia que va a la cárcel desde hace 2 años. Hacen canciones, teatro, escriben poemas. Viajo una vez al mes o cada 2 meses y hago la supervisión del equipo y también me meto en la cárcel y trabajo. Se hizo una selección de todo el material escrito por estas compañeras presas y se logró que la Secretaría de Familia de la provincia financie el libro. Mañana me queda el último día para escribir el prólogo. Uds. me dirán: ¡Vicente, si escribiste 20 libros, son 10 líneas, 10 páginas, es fácil! ¡No! En esto soy como Rodolfo Walsh. A Rodolfo le costaba escribir, a mí me gusta pero también me cuesta, porque además es mucha responsabilidad. Tengo claro la importancia que tiene para esas compañeras presas que salga este libro con sus poemas, sus cuentos. Es decir: ¡estamos vivas! Algunas tienen pedido de reclusión perpetua. Hay una que lleva 17 años presa. Escribir, para ellas es un acto de vida y muerte, no es cualquier cosa. No sé cuántas páginas escribiré, pero lo voy a hacer con lo mejor de mí porque quiero honrar ese libro y habrá que hacerlo y bien. No es algo que me canse ni me cause agotamiento, me pone bien, no soy un niño, nací en 1939, tengo 71 años. Trabajo muy duro pero escribir me hace bien, no cualquier cosa. No estoy hablando de escribir mejor o peor. Yo pongo ahí todo lo que tengo. Si no lo hago mejor es porque no puedo, no por falta de voluntad. Me formé para escribir. Cuando me recibí de abogado tenía 20 años, luego hice la especialización sobre filosofía, soy profesor de psicología social, es decir, he trabajado duro para formarme y sigo trabajando. Voy a una cárcel y aprendo mucho. Voy mucho a un hospital psiquiátrico y aprendo del alma humana. Voy con chicos drogadictos y también aprendo. Como el escritor escribe sobre el alma humana tengo un aprendizaje continuo. A veces digo que soy como un explotador, como un cafishio (proxeneta) del dolor ajeno, por eso uno tiene también un alto compromiso ético. No se puede escribir cualquier cosa cuando uno aborda esas temáticas. Llevo 20 libros escritos y en general mi tema es el sufrimiento ajeno. Yo no lloro por mí. Trato de entender por qué hay gente que sufre. La locura es sufrimiento, la droga, la pobreza es sufrimiento en América Latina. En Haití, la pobreza se da como si fuera la Reina de la noche Estando un compañero de Haití hasta siento vergüenza de mí. Sé lo que es Haití aunque nunca he estado allí. Conozco su historia, su lucha, lo que fue, lo que no le dejaron seguir siendo, en lo que intentan convertirlo, conozco que estadísticamente es uno de los espacios donde la pobreza se da lisa y llanamente como si fuera la reina de la noche. Sin espejismos, sin simbolismos, sin disfraces. También sé que tiene una historia de resistencia y una historia de agresión, que han sufrido la esclavitud y han gozado de la libertad por la que pelearon, que es una cultura compleja, con varias lenguas, con influencias multiculturales, que a pesar de todo con una manera y un deseo de seguir viviendo que llama la atención. Porque, ¡vaya que Haití ha sufrido! De niño era muy creyente, ya no sé si creo en Dios, pero hay momentos en que uno se pregunta: ¿cómo puede ser? Como me pasaba cuando era niño y pensaba si existe Dios cómo lo permite. ¿Cómo un país que ha sufrido tanto en su historia tuvo tantas desgracias naturales en los últimos años y a mucha gente le importó un carajo? Cuando sucede algo parecido en un país europeo o en otro país, incluso latinoamericano, el mundo se llena de lamentos; pero murieron cientos de miles de personas en Haití y parece un tema más. El racismo también estuvo ahí y todas las formas de desprecio por lo diferente y por lo ajeno, especialmente por lo que no se conoce. Para humillar lo humano, primero hay que negarle su humanidad Yo tuve un maestro, Enrique Pichon Rivière, y recuerdo que en una clase sobre los prejuicios le planteamos qué había detrás de los prejuicios raciales, ideológicos, de sexualidad, y Pichon nos dio una respuesta muy extraña. Me impactó tanto que en el libro Luz en la selva, la novela familiar de Enrique Pichon Rivière, la vuelvo a referir tomando un pedacito de la clase porque el problema de los prejuicios está muy fuerte en mí, me hace pensar.
Pichon dijo algo muy extraño: ‘Detrás de los prejuicios está la envidia’.
Pichon era un sabio, fue uno de los fundadores del psicoanálisis, fundó la Psicología Social, la psiquiatría dinámica, no es un pensador menor. Yo que tengo una cierta formación sé los que juegan en las Ligas mayores. Pichon juega en la Liga de Marx, de Freud, a ese nivel, y me enseña: detrás de los prejuicios siempre está la envidia. La pregunta del millón sería entonces: ¿cuál es la envidia de Occidente hacia Haití? Porque si hay tanto prejuicio y es cierta la definición de Pichon ¿qué le envidian EE. UU. y tantos otros países que miran a Haití en forma terrible? Porque solo una mirada terrible puede ocasionar la respuesta que sufre cotidianamente Haití.
Para humillar lo humano primero hay que negarle su humanidad.
Cuando los marinos argentinos tiraban a las monjas francesas desde los aviones, como a tantos otros militantes populares, ¿cómo podían hacerlo, si iban a misa, después subían al avión y finalmente los tiraban al mar? Esas declaraciones existen. ¿¡Cómo hacían!? Primero le rezo a Dios y después tiro a una monja en el medio del río. La respuesta es simple y atroz: esas monjas ya no eran humanas, eran parte de la subversión, la subversión era una “cosa”, como la pobreza es una cosa, como cuando uno dice los negros. Son una cosa, ya no son seres humanos.
No es él o yo, es una cosa. La pobreza existe porque no existen los pobres, es decir, los sujetos concretos. Los presos pasan a ser una cosa genérica, no ya Juan o Pedro o María que están en la cárcel. Son los presos, no tienen nombre, rostro o identidad. ¿Por qué se creen que en una cárcel, manicomio o asilo lo primero que se hace es quitarles el nombre real? Juan Pérez deja de serlo. ‘Che, negro de mierda’, ‘puto de mierda’, gordo vení acá’, ‘che, boludo’, cualquier cosa, pero nunca Juan Pérez. Hay que quitarle la identidad al ser, lo que tiene de humano, lo que tiene de mí y más todavía, lo que mí tiene de tú o de él.
Ese es el primer tema, sino no se lo puede violar, golpear, hambrear, tirar de un avión al río a una monja y luego ir a misa. No había pecado ni responsabilidad. Ya no era una monja sino una cosa.
Yo pasé mi exilio en Holanda y soy muy respetuoso de los sitios que me han dado de comer. Como se dice popularmente: “No se caga en la mesa del que te dio comida”. Yo no lo hago pero reflexiono porque es mi profesión. Me pregunté: cómo puede ser que Holanda, el primer país en la historia de la humanidad que permite escribir sin censura previa, porque ustedes saben que para poder publicar un libro existía lo que se denominaba la autorización eclesiástica. El obispo de la ciudad donde residías, no el Estado, tenía que ponerte el sello obispal en el escrito para poder publicarlo.
El primer país en la historia de la humanidad que genera el derecho de asilo es Holanda. Yo me asilé con una Ley de 1600 que permite pedir asilo a los perseguidos. Dice: “todo aquel perseguido por razones religiosas, políticas, de pensamiento, de cultura, que llegue al reino de los Países Bajos y pueda contribuir a su desarrollo económico o cultural será acogido”. Yo al desarrollo económico no podía contribuir mucho, especialmente en un país rico como Holanda al que llegué sin un peso, pero pude decir que había escrito libros, fui docente en la UBA, pude probarlo y me dieron asilo. Entonces, ¿cómo es ese país que generó por primera vez en la historia de la humanidad el asilo, la libertad de prensa, entre otras cosas, el primer país que tuvo casas para los pobres, para los viejos, que cuando no podían pagar su espacio, el gobierno les daba un lugar, 500 años antes que otros países, sin embargo, no hace más de 15 años Holanda pidió perdón público por ser el país que más tráfico de esclavos cometió en la historia de la humanidad?
Bueno, cualquiera pide perdón así, pero ¿cómo puede congeniarse que un país de semejante desarrollo humanístico -insisto, aún hoy es uno de los más especiales que ha dado la civilización-, a la vez haya sido el de más tráfico de esclavos en el mundo?
Me lo planteé como reflexión cuando era profesor en la Universidad holandesa. Obvio, no querían que pensara en eso, me habían contratado para hablar sobre cultura latinoamericana, no les gustó mucho que planteara y quisiera reflexionar sobre estos temas, pero bien o mal estaba contratado por la Universidad y son respetuosos de los docentes. Tal vez más que acá. Me puse a investigar, no mucho y me di cuenta por los escritos de la época. Para los holandeses no hubo contradicción porque la libertad de escribir y publicar, dar asilo, darte apoyo cuando envejecías o empobrecías, era para los seres humanos y para Holanda, para sus filósofos, teólogos y políticos, el negro del Africa no era un ser humano, no había contradicción porque eran cosas. El pobre es una cosa, no es un ser humano Miren cómo se organiza el mundo. El sentido de cosa, que también, en mi criterio, se le da hoy al pobre. El pobre es una cosa, no es un ser humano, se le quita su identidad y se lo ve como alguien que está siempre en culpa.
Hay un libro muy interesante de Nietzsche, ese filósofo tan especial nacido en Alemania, al que he leído con mucho cuidado, que en los orígenes de su trabajo intelectual es más filólogo que filósofo, es decir, busca la esencia de cada palabra, tiene un libro muy interesante que se llama Genealogía de la moral. Uno de sus primeros libros, el otro es El origen de la tragedia. Son 2 libros muy interesantes de su primera etapa más ligada a la filología. En Genealogía de la moral se plantea el tema del bien y del mal, no a nivel metafísico ni religioso ni legal, sino de dónde nacen esas palabras. Sostiene que cada palabra -y vaya si uno como escritor tiene que aceptarlo- es mucho más de lo que en apariencia dice, entre otras cosas tiene una historia, y uno recibe las palabras con una historia muy pesada, a veces con una historia de mierda, como decía Cortázar, con lo que uno tiene una actividad originaria o primera, como decía Julio: ‘antes de escribir tenemos que limpiar las palabras porque se han ensuciado mucho.’
La paradoja de los escritores -y me incluyo- es que uno trabaja una materia que es la de todos los días. Un escritor agarra una piedra y en principio no se come, no se duerme, salvo un fakir (el chiste no causó gracia, no importa porque no soy muy bueno en eso). La piedra no es parte de nuestra vida cotidiana, salvo cuando era niño y tartamudo y mi abuelo que amaba a los clásicos, especialmente a los griegos y romanos, había leído que para vencer la tartamudez Sócrates recomendaba mascar piedras. Como sufría y mi abuelo se daba cuenta -además las niñas se me reían y no podía conquistar una-, me ponía piedras en la boca, no cualquier piedra, sino piedras chiquitas, limpias, como las de la playa, canto rodado. No vayan a creer que mi abuelo era un animal y me daba pedazos de piedra de la calle. Iba a un sitio donde vendían cosas para la construcción y compraba un puñado. Yo le rogaba: ‘abuelo, por favor, no digas para qué es’. Mi abuelo lo hacía con amor, con cariño, las lavaba bien y me decía: ‘ahora ponete las piedras en la boca y hablá’. Yo le contestaba: ‘me da vergüenza’ y el me decía: ‘no te olvides que Sócrates lo hacía’. Yo tenía 6 años y no sabía quién era y mi abuelo me lo enseñó para que yo todo orgulloso de ser como Sócrates mascara piedras. No sé si me quitó la tartamudez pero me hizo sentir afín a Sócrates. Cuando leo a Platón, especialmente en su Apología de Sócrates me siento bien. El también conoció el exilio, por lo menos como perspectiva porque a último momento eligió el cianuro. Los griegos te permitían elegir entre el suicidio y el exilio. Yo creía que eran unos locos. Recién en mi exilio, especialmente en el quinto año, cuando uno ya no soporta más la vida, piensa que hasta el suicidio puede ser interesante. Ahí empecé a darme cuenta que Sócrates no era un boludo, que había tenido que pensar y mucho. Pero dejemos a las piedras y a Sócrates y volvamos a Nietzsche investigando las palabras y fundamentalmente dos: bien y mal.
¿Qué descubre con bien? Tanto bien y bueno originariamente remiten a blanco, rubio, rico, es decir, el bien es todo eso, es la etimología del concepto que responde a bien.
¿Qué responde a mal? Negro, malo, pobre, feo y le agrega -es lo que más me llamó la atención-, deudor y culpable. Miren el conjunto, cómo a veces la filosofía y la filología que es una de sus ramas, sirven para entender el mundo, el lenguaje es ideológico, está ligado al poder. La pregunta sería: ¿por qué todo eso? ¿Cuál es la deuda del pobre?
El pobre está siempre en deuda con el rico. Es malo porque no toma la providencia para pagarle al rico lo que le debe desde el nacimiento, es decir, si nacés pobre, nacés con deuda y encima sos malo. Entonces el mundo está organizado, aun desde el lenguaje, para responder al poder, al prejuicio. De ahí viene por qué un país que puede dar la libertad de prensa, de pensamiento, que en Holanda es absoluta, puede ser al mismo tiempo el país que mayor tráfico de esclavos hizo en la historia humana.
Esos esclavos, básicamente negros, no eran seres humanos y ¿quién ha pagado tal vez más que nadie esa carga en América? Haití.
Es una carga de la humanidad y Henry, a quien conozco hace años, y siempre con ese fervor por su país que me emociona y por la humanidad, lo cuenta bien. No son 5 manzanas podridas, es una civilización podrida. Ese es el tema de fondo.
Cuando hablamos de Derechos Humanos tenemos que tenerlo claro. Los Derechos Humanos solo existirán -y nos animamos a la esperanza- cuando el conjunto de la humanidad, todo ser, los goce. Y estamos lejos, porque en la práctica todavía hay seres humanos que son menguados desde el poder en su dignidad humana. Esa es la realidad, por eso el atropello a Haití. Allí se junta todo. Es un país realmente pobre, o mejor dicho, en el sentido de Nietzsche, es un país al que hicieron pobre, lo empobrecieron, porque Haití nace bien, no nació empobrecido, se lo hizo pobre. No nació como espacio de dolor, se lo hizo sufriente y esa es una deuda civilizatoria y siento, como un hombre que cree en la transformación del mundo, que no va a ser eterna, pero también es cierto que hay una realidad concreta difícil de doblegar y Henry la marcó con una claridad implacable: es la geopolítica.
Para bien o para mal, el lugar que ocupa Haití en el mundo es terriblemente importante, es un portaviones gigante, ese es el tema de fondo. Por eso los poderosos a veces pueden ser buenos con un país que no tenga esa importancia geopolítica estratégica. Pero por suerte o desgracia, Haití tiene una importancia fundamental en el mundo de hoy. Su buena situación geopolítica se convierte en su peligro, como para nosotros lo es ser dueños del Acuífero guaraní, que es una riqueza para la humanidad y para nosotros, pero a la vez es un peligro monstruoso porque que como decía Adam Smith, las cosas valen en virtud de su escasez y como eso sucede con el agua, nuestra riqueza cada vez es mayor pero también nos pone en una situación terrible de peligro.
Ese es el tema, porque la humanidad y el pensamiento nos enseñan que la riqueza y la pobreza son parte de una misma cosa. Cuando alguien habla de la riqueza sola y no lo hace de la pobreza, no le creo. Y cuando desde ciertos partidos políticos, desde ciertas iglesias, me hablan de ayudar a los pobres, de amarlos, de tomar partido por ellos, pero nunca dicen qué hacer con los ricos, no les creo. No se puede hablar de la pobreza sin hablar también de la riqueza. No son 2 cosas que no tienen nada que ver. Una cosa es la escasez y otra la pobreza. Una cosa los pobres y otra la pobreza, como una cosa es la locura y otra los locos, o la muerte y los muertos. No se puede confundir todo, especialmente cuando alguien desde un lugar de reflexión cumple una cierta función. El compromiso, eso que nos decía Cortázar, no uno abstracto, sino el compromiso concreto y cotidiano que tenemos los que estamos en este camino de la escritura, del pensamiento, con la vida de todos los días.
Ahí viene el tema ético. Uno goza de un privilegio en un mundo muy difícil, con muchísima gente que padece el hambre, la pobreza, la discriminación, la explotación, uno tiene que tener un uso responsable de sus privilegios. Creo que es ineludible. No me hagan el cuento de la libertad del escritor de escribir cualquier cosa porque no lo creo. Hay un tema que es la conciencia, el espíritu humano. No es que tengas que hacer realismo o socialismo como la única forma, pero no podés quedar al margen de ese gran paradigma de nuestra época que es la pobreza. El mundo está marcado por eso y todo lo que uno haga, de alguna manera, también está marcado por esa realidad monstruosa que estamos viviendo.
Aunque te pongas afuera estás adentro. Como decía Bertolt Brecht: “Por más que cierres todas las ventanas el viento de la realidad penetra por un pequeño orificio”. Nada es absoluto ni total.
Desde ese lugar no puedo negar que cuando empecé a escribir, era muy joven, a los 17 o 18 años, mi primer libro a los veintipico de años, se llama Pueblo en la costa. Hay una primera etapa muy marcada por el surrealismo, por las lecturas de Artaud, Lautréamont, Breton, por la obra pictórica de Batlle Planas, de Berni, de Aizenberg, por el teatro de Valle Inclán, es decir, toda una época de la imaginación, de querer descubrir lo nuevo en el lenguaje, de la exaltación de la libertad, todo eso sucede en mí hasta que me encuentro de golpe metido con las primeras dictaduras. Yo no usaba el título de abogado, ya que había estudiado Derecho por una cuestión filosófica, siempre me interesó la Filosofía del Derecho. Trabajaba de periodista y veo que de pronto hay persecuciones gigantes en este país y hay pocos abogados que defiendan a los presos políticos. Ahí, junto con Rodolfo Ortega Peña, que fue el primer asesinado por la Triple A, con Mario Hernández, Roberto Sinigaglia, un grupo de 20 abogados, formamos la Asociación Gremial de Abogados. De los 20 murieron 17. Solo 3 quedamos vivos, miren qué cosa, yo soy uno de ellos.
A partir de esas marcas vendría el exilio, me expulsarán de la Universidad, cerrarán la revista Crisis que hicimos con Galeano, Juan Gelman y Haroldo Conti, vendrá el exilio y mi obra quedará marcada por todo eso, por el terrorismo de Estado, por el exilio.
Luego volveré al país y trataré de reconstruir mi vida investigando en la locura, en la pobreza y cada vez fui más marcado por eso. No es que escriba solo de la pobreza, pero tengo conciencia que la pobreza es hoy la gran divisoria de aguas. Esa pobreza, riqueza de la monstruosidad, que se ve en las conductas, en lo que vestimos, lo que comemos, en lo que odiamos. Ni siquiera la locura quedó inocente, ni el amor, todo está marcado por esta monstruosa forma de distribuir el mundo, de privar a una gigantesca cantidad de seres humanos de los bienes materiales y espirituales.
Ahí están mis obras de teatro, poemas, novelas donde el mundo de esa gigantesca injusticia me mueve de una manera u otra a escribir.
Algunos de esos textos han salido en el último número de la revista Topía. El que quiero leer no sé si está ahí. Se trata del poema “Angel del espanto”. El primer tomo de Filosofía de la pobreza que está próximo a editarse se llamará “Angel del espanto”. Es la primera parte que reúne pobreza e infancia y dentro de los textos yo escribo siempre algunos poemas que también necesito como forma. Después pueden quedar o no en el libro pero esta vez sí escribí un poema con el mismo título del libro y es el que quiero leerles: Oh, alma de niño / cuerpo de la pobreza /Sombra mía / que te arrojas como elÁngel del Espanto desde la bóveda que tiemblaSonora igual que el fuegoHasta el pálido principio de los días…
Oh, alma de niñoÁngel del Espanto / sombra míaQue en el silencio nos señalas y vigilasCada instante de la fugaz eternidadEn vísperas de la agonía…
Oh, alma de niño…Ángel del Espanto / sombra míaDesde antes de nacer / ya peligro y fugitivoTe han convertido en pesadilla…Tu soledad es áspera y marchita…
Oh, alma de niño…Ángel del Espanto / sombra míaCaes del cielo igual que puro / eterno…La lluvia sobre la tierra hace de vos / lluvia suciaIsla sin ternura / grieta maldita
Oh, alma de niño…Ángel del Espanto / sombra míaEres oscuridad sin graciaFrente a la luz divina…Luz que no te alumbra / divinidad que noTe divina…Ni te arropa en su confín sagradoEntre las nubes quietas / mal dormidas…

Oh, alma de niñoÁngel de Espanto /sombra mía¿Nada del humano / quedó de ti en mí?¿Más que impiadoso / todo es ajeno…?Dinos: ¿qué nos espera, si siendo padecidoPadeces, cuando ya ni los dioses pueden padecer…?
Oh, alma de niñoÁngel del Espanto / sombra míaQue te alzas pobre de las pobrezasEn las noches y en los días¿O no es de espantoEl hueco de tus ojosEl tajo de tu bocaEl vacío de tu lenguaLa espuma de tu fiebreEse agrio sudor de tu cuerpoQue en los umbrales del infiernoTodavía nos mira y sonríe…?
Oh, alma de niño…Ángel del Espanto / sombra míaCuerpo de niño / maravillaCiega de la pobrezaEn la cruenta espera sin esperasNi aliviosTan y tan / al finY de una vezEl amor de tu manoSe transformó en cuchillo…Tu cuchillo que te hirióTu sangre que al sangrar al otroTe heló…
Oh, Ángel del Espanto¿La muerte que besó tus labiostambién te arrancó del paraíso…? Como en los buenos encuentros lo que empezó termina como empezó, así que voy a preguntarle a Henry ¿Por qué hay envidia a Haití? Hay que transformar a Haití en una metáfora del horror Henry Boisrolin: No sé si la respuesta la tengo yo o la tenemos los haitianos, pero hemos reflexionado bastante sobre esto. Las inconstancias históricas nos obligan a pensar sobre lo que nos está pasando y nos imponen.
En primer término nosotros hemos llegado a plantear 2 cosas: las categorías que solemos utilizar para analizar lo que nos pasa son exclusivamente creadas por la ciencia occidental, marcadamente eurocéntricas. Creemos que hay fenómenos que estas categorías no alcanzan para poder analizar, separar y volver a juntar. En el caso específico de Haití pensamos que hay un desafío no solo político, de destruir esa situación de opresión, que evidentemente tenemos que hacerlo, sino también un desafío de tipo epistemológico. Crear nuestras propias categorías para analizar fenómenos que no son problemas de los europeos. Son cosas específicas.
Por otra parte, hay una palabra, un concepto, que a veces se eleva a nivel de categoría, que se llama: la libertad.
Occidente se ha apropiado de ese concepto de la misma manera que ahora hablan de democracia. Pero hay un hecho singular y es que la Revolución Francesa de 1789, donde plantearon libertad, igualdad y fraternidad, era para algunos hombres, porque al mismo tiempo mantenían el sistema esclavista. La prueba está que Napoleón manda una flota porque en Haití la libertad de los esclavos fue proclamada en 1793, antes de la proclamación de nuestra independencia, cuando en Cuba y Brasil recién fue a fines del siglo XIX y en EE. UU. después de la Guerra de Secesión (1865). EE. UU. se liberó antes, en 1776, pero mantuvo la esclavitud. El único lugar donde realmente ese concepto de libertad del género humano, el primer y único lugar sonde se poseía realmente, de manera amplia, fue Haití.
Esa puede ser una de las razones. ¿Cómo podía ser que los negros -considerados inferiores, animales, a quienes habían quitado toda esencia humana, porque era peor que un objeto, porque a veces un objeto es amado, a veces perdemos un objeto y nos sentimos mal, incluso amamos a los animales; el negro estaba por debajo de esto-, cómo puede ser que la historia y la humanidad tengan que reconocer que los negros fuimos los primeros en plantear algo considerado fundamental para la esencia humana: la libertad?
Entonces hay que destruirlo, transformar a Haití en una metáfora del horror. Hay que demostrar a los demás que sí, lucharon por su independencia, pero mirá donde están. Yo tenía un profesor francés que decía: ‘los martiniqueses se tienen que sentir bien porque han sido esclavos de Francia pero no sufren como ustedes’. Era como decir, ‘no hay que imitar a Haití, miren donde está’.
¿Cómo puede ser que sean los primeros en proclamar la libertad?
En vez de reconocer y tener una actitud realmente humana, quieren destruirnos. La libertad fue tal en Haití, que el líder de la revolución que consagró la Independencia, Desaliness, dijo -y no sabía leer ni escribir- y está en la primera Constitución haitiana: “Cualquier ser humano que quiera vivir en Haití, cualquiera sea su color, será conocido bajo la denominación de negro”. Había un contingente polaco que luchó al lado de los esclavos que evidentemente no tenía la piel de ese color, y Desaliness les dio la nacionalidad haitiana y fueron considerados negros.
Otra cosa que hizo Desaliness. Haití es una palabra indígena que significa “tierra montañosa”, los primeros habitantes fueron las etnias arawak, caribes y taínos que fueron exterminadas por los europeos en 50 años, razón por la cual comenzaron a traer esos objetos, esos animales de Africa, para explotarlos. Cuando llegó Colón cambió el nombre de Haití y lo denominó La Española, hasta el día de hoy aparece ese nombre en algún mapa porque según él se parecía a una España pequeña. No conozco España y no sé si se parece o no. En 1697, por un tratado entre España y Francia, el Tratado de Ryswick, aquélla cede a Francia la tercera parte de la isla, lo que hoy se conoce como Haití. La otra parte es República Dominicana, por eso ellos hablan español y nosotros francés. Los franceses le cambian de nombre y lo llaman Saint Domingue y Desaliness, cuando iba a proclamar la Independencia el 1º de enero de 1804, para desterrar hasta el último vestigio colonial dijo: ‘vamos a volver al nombre original que le habían dado los verdaderos dueños, los primeros habitantes’. Por eso volvió a nombrarse Haití y no se llamó Republique de Saint Domingue, como habían puesto inicialmente en la Declaración de Independencia.
No puede haber libertad sin bienestar. Desaliness planteó por primera vez la reforma agraria. No solo la distribución igualitaria, razón por la cual lo van a asesinar, sino que el Estado tenía que aportar y ayudar a los beneficiarios de la tierra. Marx no escribió nada con respecto a esto.
Entonces, no solo hay que invisibilizar, destruir a Haití, sino el concepto. Por eso sin conocer a Pichon Rivière creo que da en el clavo de acuerdo a lo que decía Vicente. ¡No puede ser! Yo te envidio por haber sido el primero en plantear todo esto. Entonces, tengo que castigarte. Es por eso que hay una unidad dialéctica entre pobreza y riqueza. No son separables. Tenemos que apuntar a la verdadera libertad. La que empezaron los esclavos a construir, no por ser seres diferentes sino por las propias condiciones históricas que los llevaron a pensarlo. Nos tendrán que hundir la isla o venceremos Ahora nos están empujando a otro 1804. Hay 2 posibilidades. Es como sentir en nuestro ADN que la resistencia está pegada. Nos tendrán que hundir la isla o venceremos. Vicente Zito Lema: La respuesta que hemos escuchado me pone feliz con mi maestro Pichon Rivière. También hay que escuchar lo positivo, sino el sufrimiento por el sufrimiento sigue siendo negativo. La lucha necesita del orgullo, diríamos del bien cambio, porque en la tristeza por la tristeza, tomados y dominados por las pasiones tristes, tampoco los pueblos cambian el mundo, y ese orgullo de identidad de Henry me pone bien haberlo escuchado. Alguna vez leí algo pero en boca de Henry es claro. Una cosa es leer un libro y otra escucharlo directamente de un haitiano.
Públicamente quiero agradecer a Mario, sé de la cantidad de esfuerzos solidarios que hace, desde la radio, desde esta Biblioteca, desde todos los lugares por donde pasa. Es un amigo fraternal, un hombre serio, comprometido con el mundo. Muchas gracias por haberme invitado. Mario Hernández: Al contrario, gracias a vos y también a Henry. Queda el compromiso para organizar en un futuro próximo una jornada especial por Haití, con videos y materiales que Henry va a traer para compartir. Muchas gracias.

El peronismo

Silvio Frondizi

¿El peronismo es fascismo? ¿O tal vez constituye un movimiento revolucionario, nacional-
popular, de orientación socialista? ¿Cómo entender al peronismo más allá del individuo Juan
Domingo Perón? En este artículo el sociólogo marxista Silvio Frondizi (asesinado por la Alianza
Anticomunista Argentina-AAA) intenta descifrar la incógnita.

[Nota introductoria]

El sociólogo marxista argentino Silvio Frondizi (1907-1974) saludó calurosamente desde sus
inicios la revolución cubana. Incluso viajó a Cuba y a su regreso escribió La revolución cubana.
Su significación histórica (diciembre de 1960). Su libro se abre planteando que “La revolución
cubana ha destruido definitivamente el esquema reformista y, más concretamente, el
esquema reaccionario del determinismo, casi fatalismo geopolítico *…+”. El mismo texto se
cierra sosteniendo la misma idea: “La revolución cubana tiene como significación histórica
fundamental, la de haber roto definitivamente «con el esquema reformista, y en particular con
el estúpido determinismo, casi fatalismo geopolítico»”.

Junto a su texto sobre Cuba, Silvio Frondizi escribió muchos otros libros, entre los que se
destacan La integración mundial del capitalismo (1947); El Estado moderno (1954) y La
realidad argentina (dos tomos, 1955-56).

Además de sus ensayos y sus clases, Silvio fue también abogado de los combatientes
revolucionarios que enfrentaron a la dictadura militar argentina de 1966-1973. En esos años se
vincula al Partido Revolucionario de los Trabajadores y a su frente político de masas, el Frente
Antiimperialista por el Socialismo (FAS).

Todo eso le vale el odio sanguinario de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A),
organización terrorista paramilitar de extrema derecha que lo secuestra y lo asesina por la
espalda en 1974 acusándolo de “comunista y bolchevique, fundador del ERP e infiltrador de
ideas comunistas en nuestra juventud”.

Según el testimonio del viejo dirigente político peronista y ex ministro de economía del general
Perón, Antonio Cafiero: «Perón e Isabel sabían que la Triple A eliminaba gente» (declaraciones
al diario CLARÍN, Buenos Aires, 22 de abril de 2007).

Los fragmentos siguientes de Silvio Frondizi fueron tomados de la respuesta a una encuesta
sobre la izquierda argentina realizada hacia 1958-59: «Contesta el doctor Silvio Frondizi», en
Las izquierdas en el proceso político argentino, editorial Palestra, Buenos Aires, 1959, pp. 28-
33, 40-46.

[fin de nota introductoria de Néstor Kohan]
PERONISMO

Para nosotros, el peronismo ha sido la tentativa más importante y la única de realización de la
revolución democrático-burguesa en la Argentina, cuyo fracaso se debe a la incapacidad de la
burguesía nacional para cumplir con dicha tarea.

A través de su desarrollo, el peronismo ha llegado a representar a la burguesía argentina en
general, sin que pueda decirse que ha representado de manera exclusiva a uno de sus sectores
—industriales o terratenientes. Dicha representación ha sido directa, pero ejercida a través de
una acción burocrática que lo independizó parcial y momentáneamente de dicha burguesía.
Ello le permitió canalizar en un sentido favorablea la supervivencia del sistema, la presión de
las masas, mediante algunas concesiones determinadas por la propia imposición popular, la
excepcional situación comercial y financiera del país, y las necesidades demagógicas del
régimen. Precisamente, la floreciente situación económica que vivía el país al término de la
segunda gran guerra, constituyó la base objetiva para la actuación del peronismo. Este contó,
en su punto de partida, con cuantiosas reservas acumuladas de oro y divisas, y esperó
confiadamente que la situación que las había creado mejorara constantemente, por la
necesidad de los países afectados por la guerra y por un nuevo conflicto bélico que se creía
inminente.

Una circunstancia excepcional y transitoria más, contribuyó a nutrir ilusiones sobre las
posibilidades de progreso de la experiencia peronista. Nos referimos a la emergencia de una
especie de interregno en el cual el imperialismo inglés vio disminuir su control de la Argentina,
sin que se hubiera producido todavía el dominio definitivo y concreto del imperialismo
norteamericano sobre el mundo y sobre nuestro país. Ello posibilitó cierto bonapartismo
internacional —correlativo al que se practicó en el orden nacional—, y engendró en casi todas
las corrientes políticas del país grandes ilusiones sobre las posibilidades de independencia
económica y de revolución nacional.

La amplia base material de maniobras permitió al gobierno peronista, en primer lugar, planear
y empezar a realizar una serie de tareas de desarrollo económico y de recuperación nacional,
con todas las limitaciones inherentes a un intento de planificación en el ámbito capitalista. La
estructura tradicional de la economía argentina no sufrió cambios esenciales; las raíces de su
dependencia y de su deformación no fueron destruidas. Al agro no llegó la revolución, ni
siquiera una tibia reforma. Fueron respetados los intereses imperialistas, a los cuales incluso se
llamó a colaborar, a través de las empresas mixtas. Tampoco se hicieron costear las obras de
desarrollo económico al gran capital nacional e imperialista. El Primer Plan Quinquenal, en la
medida, que se realizó, fue financiado, ante todo, con los beneficios del comercio exterior. Por
otra parte, a consecuencia de una serie de factores, aquella fuente primordial de recursos
pronto se tornó insuficiente, y debió ser complementada con las manipulaciones
presupuestarias y el inflacionismo abierto. A través de la inflación, los costos de la planificación
económica peronista no tardaron en recaer también sobre la pequeña burguesía y el
proletariado de las ciudades.

Pero durante su primer periodo de expansión y euforia, el peronismo tuvo también
realizaciones en los distintos aspectos de la economía. En materia de transportes, se
nacionalizaron los ferrocarriles y se incorporó nuevo material; la marina mercante argentina
fue aumentada en sus efectivos y en el tonelaje total transportado. Hacia la misma época se
fue dando gran impulso a la aviación, se completó la nacionalización de puertos, etcétera.

Otra realización recuperadora del peronismo en su periodo de auge ha sido la repatriación de
la deuda pública externa. Se pretendió solucionar el problema de la energía en general y del
petróleo en particular, pero sin atacar las cuestiones de fondo. Se tomaron una serie de
medidas favorables a la industria y se apoyaron los rudimentos de una industria pesada
estatizada, heredados del gobierno precedente, aumentando la participación estatal en la
industria. La intervención directa del Estado en la industria tuvo una doble finalidad: tomar a
su cargo tareas económicas necesarias que la endeble burguesía nacional no era capaz de
realizar por sí sola y proporcionar a la burocracia bonapartista un nuevo resorte de poder y
una importante fuente adicional de beneficios. La generosidad del crédito estatal fue otra de
las formas de favorecer al capitalismo nativo-extranjero. El mantenimiento de un grado
apreciable de paz social ha sido una de las contribuciones más importantes del Estado
peronista a la prosperidad de la burguesía agroindustrial argentina durante el primer periodo
de expansión. La propia prosperidad general fue factor fundamental en la atenuación
transitoria de las luchas clasistas argentinas. A ello se agregó la acción del Estado, que por un
lado promovía una política de altos salarios, a la vez que subsidiaba a las grandes empresas
para evitar que éstas elevaran exageradamente sus precios, y por otra parte encerraba a los
trabajadores en un flexible pero sólido y eficiente mecanismo de estatización sindical.

Este balance realizado —que es nuestra posición desde hace varios años— nos ha evitado caer
en los dos tipos de errores cometidos respecto al peronismo: la idealización de sus
posibilidades progresistas, magnificando sus conquistas y disimulando sus fracasos, y, por el
otro lado, la crítica negativa v reaccionaria de la «oposición democrática», que, v.gr., tachó al
peronismo de fascismo.

El resultado de tal balance es la entrega del capitalismo nacional al imperialismo, a través de su
personero gubernamental, el peronismo. En efecto: transcurridos los primeros años de
prosperidad, entró a jugar con toda fuerza el factor crítico fundamental de los países
semicoloniales: el imperialismo. Este logró por diversos medios (dumping, relación de los
términos de intercambio, etcétera) ir estrangulando paulatinamente a la burguesía nacional y
su gobierno. Los diversos tratados celebrados con el imperialismo —verdaderamente lesivos
para el país— culminaron el proceso de entrega. En fin, el balance de la experiencia nacional-
burguesa del peronismo ha sido la crisis: estancamiento y retroceso de la industria, la caída de
la ocupación industrial y de los salarios reales, el crónico déficit energético, la crisis de la
economía agraria y del comercio exterior, la inflación, etcétera.

Yendo ahora a su aspecto político, el rasgo fundamental del peronismo estuvo dado por su
aspiración de desarrollar y canalizar simultáneamente la creciente presión del proletariado en
beneficio del grupo dirigente primero y de las clases explotadoras luego. De aquí que nosotros
hayamos calificado al peronismo como bonapartismo, esto es, una forma intermedia,
especialísima de ordenamiento político, aplicable a un momento en que la tensión social no
hace necesario aún el empleo de la violencia, que mediante el control del aparato estatal
tiende a conciliar las clases antagónicas a través de un gobierno de aparente equidistancia,
pero siempre en beneficio de una de ellas, en nuestro caso la burguesía.
El capitalismo, frente a la irrupción de las masas populares en la vida política, y sin necesidad
inmediata de barrer con la parodia democrática que la sustenta, trata de canalizar esas fuerzas
populares. Para ello necesita favorecer, por lo menos al comienzo, a la clase obrera con
medidas sociales, tales como aumento de salario, disminución de la jornada de trabajo,
etcétera. Pero como estas medidas son tomadas, por definición, en un periodo de tensión
económica, el gran capital no está en condiciones materiales y psicológicas de soportar el peso
de su propia política. Lógico es, entonces, que lo haga incidir sobre la clase media, la que
rápidamente pierde poder, pauperizándose. Con ello se agrega un nuevo factor al proceso de
polarización de las fuerzas sociales.

La política de ayuda obrera referida se realiza, en realidad, en muy pequeña escala, si es que
alguna vez se realiza, dándosele apariencia gigantesca por medio de supuestas medidas de
todo orden.

Las consecuencias de este demagogismo son fácilmente previsibles: dislocan aún más el
sistema capitalista, anarquizándolo y por lo tanto, acelerando su proceso crítico. Además, la
política demagógica relaja la capacidad de trabajo de los obreros, lo que explica que cuando el
capitalismo necesita readaptarlos para el trabajo intenso, tenga que emplear métodos
compulsivos. Ésta es una nueva causa que explica el totalitarismo y una nueva demostración
de que, en el actual periodo, el Estado Liberal carece tanto de posibilidad como de valor
operativo.

El proceso demagógico presenta algunos resultados beneficiosos, particularmente en el orden
social y político. Al apoyarse en el pueblo, desarrolla la conciencia de clase política del obrero.
Creemos que el aspecto positivo fundamental del peronismo está dado por la incorporación de
la masa a la vida política activa; en esta forma la liberó psicológicamente. En este sentido
Perón cumplió el papel que Yrigoyen en relación a la clase media. Hizo partícipe al obrero,
aunque a distancia, en la vida pública, haciéndole escuchar a través de la palabra oficial el
planteamiento de los problemas políticos de fondo, tanto nacionales como internacionales.

Estos aspectos representados por el peronismo fueron los que lo volvieron peligroso a los ojos
del gran capital De aquí que nosotros hayamos dicho en el primer tomo de La realidad
argentina, escrito en 1953, que Estados Unidos «necesita un gobierno de personalidades más
formales» que las peronistas, permitiéndonos predecir «que llegado este momento (de
profundas convulsiones sociales) el general Perón, instrumento del sistema capitalista en una
etapa de su evolución, será desplazado».

La pérdida de la base material de maniobra del país y del peronismo restó a éste la posibilidad
de continuar con su política, y fue la que condujo, en última instancia, a su caída.

La acusación de fascismo lanzada contra el régimen peronista carece de tanto fundamento
como la posición que consideró a éste un movimiento de liberación nacional. Para demostrar
que el mismo fue bonapartista y no fascista, será suficiente con indicar que se apoyó en las
clases extremas, gran capital y proletariado, mientras la pequeña burguesía y en general la
clase media, sufrió el impacto económico-social de la acción gubernamental.
Por el contrario, en el fascismo, la fuerza social de choque del gran capital, está constituida por
la pequeña burguesía. Esta circunstancia explica que las persecuciones contra el proletariado
bajo el régimen fascista, encierren tanta gravedad, ya que la acción represiva está a cargo de
toda una clase. Es necesario distinguir entre dictadura clasista y dictadura policial.

La torpe y reaccionaria acusación de fascismo, partió de la Unión Democrática, de triste
recuerdo. Las fuerzas más oscuras de la política argentina, coaligadas en la Unión Democrática,
en la que no faltó el apéndice izquierdista, no quisieron o no supieron comprender en su hora
toda la importancia del nuevo fenómeno representado por el peronismo, y de su desprestigio
e incapacidad cosechó éste para conquistar el poder. Así, nosotros pudimos predecir el triunfo
del coronel Perón, en nuestro trabajo «La crisis política argentina».

El gran odio que le profesó la «oposición democrática» se debió a que su régimen destapó la
olla podrida de la sociedad burguesa, mostrándola tal cual es. La juridicidad burguesa y la
sacrosanta Constitución Nacional perdieron su virginidad poniendo al descubierto su carácter
de servidoras de una situación. Se destruyó la unidad del ejército y se colaboró en la
descomposición de los partidos políticos, etcétera. En efecto, no fueron los rasgos negativos
del peronismo los que verdaderamente separaban a la «oposición democrática», como se ha
visto después: el aventurerismo y la corrupción política, administrativa, etcétera, la
«pornocracia»; la estatización y burocratización del movimiento obrero; la legislación
represiva, hoy en vigor con más fuerza que nunca, etcétera. Asimismo, con la caída de Perón
no se trató de corregir esos defectos, sino terminar con los excesos, de su demagogismo,
demasiado peligroso ya en un periodo de contracción económica. El golpe de Estado de !955
cumple ese objetivo del gran capital nativo-extranjero […]

Creemos que en Latinoamérica están dadas las condiciones para una revolución socialista,
pero nos faltan todavía algunas condiciones subjetivas. Claro está que el análisis de esta
situación significa resolver el grave problema —tal vez el más grave que enfrenta la revolución
socialista en el mundo— sobre las relaciones entre masa, partido y dirección.

El M. I. Revolucionaria (Praxis) ha enfrentado y buscado solucionar estos problemas, mediante
la formación de cuadros medios obreros, manuales e intelectuales, que puedan llegar a ser
grandes conductores sociales. En esta forma, si algún día llega —como llegará— el ascenso
revolucionario en el país, no se irá al fracaso, tal como sucedió en Bolivia por ejemplo, en el
que las condiciones objetivas están maduras y poco o nada se hizo por la ausencia de una
dirección numerosa y consciente.

El primer requisito de una dirección consciente reside en la firme creencia en la jerarquía de la
masa obrera y en la necesidad de acatar los dictados de la magnífica capacidad creadora de las
masas populares.

Debemos ahora dedicar la atención a los elementos de las otras clases que pueden integrarse
con el proletariado en la lucha por la liberación del hombre. Ante todo, corresponde el estudio
de la pequeña burguesía pauperizada.

Esta sufre directamente las consecuencias de la concentración económica monopolista. La
situación de esta subclase debe ser tenida especialmente en cuenta, por cuanto su posición
intermedia la hace apta para cualquier desplazamiento social. Es necesario hacerle
comprender que su porvenir está ligado a los intereses del proletariado, que puede liberarla
de la opresión económica y social que sufre.

Junto a los elementos sociales examinados, debemos tener en cuenta también a sectores o
individuos de la intelectualidad, que han esclarecido el problema social y se pasan al campo
revolucionario.

La toma del poder por el proletariado con la colaboración de los demás elementos sociales
tratados, produce un salto cualitativo. Aunque esta opinión es suficientemente clara, no
siempre es bien comprendida, por la deformación social, intelectual y moral realizada a través
de toda suerte de propaganda que empieza en la escuela primaria y acompaña al individuo
durante toda su vida. De aquí que, cuando se piensa sobre las posibilidades y consecuencias de
un cambio social, se lo hace dentro de los viejos moldes mentales y de acuerdo a las
acostumbradas posibilidades. Y no es así: la toma del poder por el proletariado produce un
salto cualitativo que abre inmensas posibilidades, no dadas en la formación anterior.

La clase obrera puede realizar dicha transformación gracias a su mayor independencia frente a
la deformación producida por la sociedad capitalista. Por otra parte, el proletariado, al no
compartir ciertas ventajas de la sociedad burguesa, tiene la suerte de no compartir muchas de
sus deformaciones; tal es el caso de los convencionalismos sociales, que por ejemplo, aplastan
la vida de la pequeña burguesía.

Debemos indicar un elemento más: la tremenda y creciente alienación sufrida por los
trabajadores bajo el capitalismo, crea en ellos una legítima y a menudo inconsciente
resistencia a todo posible esfuerzo productivo o creador, aun cuando ello implique mejoras
inmediatas.

La transición a la nueva sociedad socialista encierra un problema importante, porque es
evidente que en el país no se han cumplido todos los aspectos de la revolución democrático-
burguesa. Establecida esta conclusión, y la de que la burguesía ha caducado como fuerza capaz
de realizarla y que es el proletariado como fuerza rectora el que debe encargarse esta misión,
el problema se resuelve pensando que ya no se trata de realizar la revolución democrático-
burguesa como etapa cerrada en sí misma, como fin, sino de realizar tareas democrático-
burguesas en la marcha de la revolución socialista.

Entre esas tareas inmediatas figura: la lucha contra el imperialismo, que sólo puede ser
realizada por un partido marxista revolucionario que se fundamente en las masas. Además,
será necesario resolver los graves problemas que impiden el desarrollo industrial y agrario del
país. En el primer aspecto, deberán colocarse las grandes fuentes de producción en manos de
la colectividad, dando en esta forma poderoso impulso a la acumulación económica. En el otro
aspecto, el agrario, las fuerzas socialistas deberán realizar, no ya un paso o un salto adelante,
sino la revolución agraria integral, cuya primera manifestación es la nacionalización de los
latifundios. Esta nacionalización deberá realizarse, no para distribuirlos en forma de pequeña
propiedad, sino para ser colectivizados, medida que permitirá, entre muchas otras cosas, el
empleo masivo de la maquinaria agrícola.
Por supuesto, para la realización de tales tareas se requiere un cambio cualitativo en el
aparato estatal. Éste no podrá estar en manos de un sector privilegiado de la sociedad, sino en
manos de la colectividad social como tal; en otras palabras, implica el cambio del Estado por la
Comunidad.

Solamente una organización socialista podrá resolver el problema de la libertad de conciencia,
separando efectivamente la Iglesia del Estado, impidiendo que los intereses confesionales se
entrometan, como lo pretenden, en los problemas político-sociales, en una tentativa de
imposible regresión a la Edad Media.

En fin, la organización socialista de la sociedad es la única que puede asegurar al hombre su
libertad, que no ha podido ser dada por los partidos tradicionales, ni al país ni a sus propias
organizaciones. Para ello la nueva fuerza tendrá que asegurar al hombre la libertad política y
espiritual.

Pero la revolución socialista tiene un sentido más, que es su internacionalización. Esto es
importante porque distintas tendencias de izquierda propugnan aparentemente lo mismo,
pero en realidad con un contenido y resultado totalmente distintos.

En efecto, los representantes de las corrientes pequeñoburguesas, ya sea en el campo burgués
o en el marxista, sostienen también la tesis de la integración latinoamericana. El problema se
circunscribe a saber si tal tarea puede ser realizada por las burguesías nacionales o por el
contrario es tarea que cabe exclusivamente a las fuerzas que actúan en la revolución socialista.
Sostenemos la última alternativa, dado que: desde el punto de vista general, las burguesías
nacionales son, por definición, nacionales, y han nacido, vivirán y morirán como tales. Y esto es
tanto más válido en nuestra época, en que las burguesías, para poder sobrevivir, deben luchar
a dentelladas entre ellas. A esta acción disociadora debe agregarse la función disolvente del
imperialismo, creando o avivando antagonismos. Además de lo dicho, podría agregarse el
aspecto histórico, es decir, la no realización de ninguna unidad internacional en manos de la
burguesía, dado su carácter fundamentalmente competitivo.

La única posibilidad de realizar la unidad latinoamericana está dada por la toma del poder por
las fuerzas socialistas. Solamente una clase libre de los intereses nacionales e internacionales
que envuelven a la burguesía, puede realizar tal tarea. Tanta importancia asignamos a la
internacionalización de la revolución para la supervivencia de un intento de socialismo en
cualquier país latinoamericano, que creemos que debe ser una de las tareas centrales de toda
revolución. Buena parte de sus energías y recursos debe ser destinada a esta finalidad. Los
recursos que las burguesías nacionales y sus Estados sustraen a la comunidad y despilfarran sin
sentido, deben ser destinados por la primera revolución socialista para la extensión y el triunfo
revolucionario en los demás países latinoamericanos.

No es posible indicar dónde o en qué país se iniciará la lucha, pero es evidente que esta lucha
ha de comenzar pronto. En cualquier forma nuestro país tiene una tarea importante y decisiva
que cumplir: la consolidación de la revolución socialista latinoamericana se producirá, en
efecto, con la revolución argentina. Esto será así, por el poderoso desarrollo relativo y él
consiguiente peso específico que hemos adquirido en todos los órdenes de la actividad
económica, ideológica, etcétera. En este orden de ideas, piénsese solamente en lo que
significarán las vastas praderas argentinas, junto con las zonas montañosas ricas en
yacimientos minerales de Brasil, Chile, Bolivia, Perú, etcétera, y se tendrá una idea de las
enormes posibilidades que tiene esta parte del mundo para realizar una integración de
carácter económico. Y decimos integración, porque, al quedar suprimida la competencia,
tiende a ir dejando de funcionar la ley del desarrollo combinado.

Dicha integración económica centuplicará las fuerzas originales de los países que la realizarán.
Por otra parte, todo nuevo país que se va sumando a! proceso revolucionario asesta un golpe
mortal al imperialismo desde varios puntos de vista. Lo obliga a dividir los recursos financieros
y militares disponibles para la represión internacional. Le reduce el mercado para la
producción e inversión, agudizando sus contradicciones sociales y políticas internas al restarle
las bases materiales para el equilibrio relativo que varios imperialismos han gozado, en distinto
grado durante décadas.

Tal es, a grandes rasgos, la perspectiva estratégica determinante de la enorme tarea que se ha
impuesto el MIR (Praxis), a la que ha dado principio de ejecución mediante un trabajo práctico
y teórico incansable. Creemos que es hora ya de que la izquierda, abandonando viejas
rivalidades y falsas posiciones, se decida a formar por fin, un gran frente para librar la batalla
definitiva contra la opresión capitalista.

Si las viejas direcciones, que durante décadas han marchado separadas del proletariado
argentino, insisten en optar, no entre los movimientos de izquierda, sino entre las distintas
fracciones de la burguesía, llámense éstas Unión Democrática, peronismo o frondizismo, serán
entonces sus propias bases las que les den la espalda, cansadas de seguir dando vuelta a una
noria que no conduce a ninguna parte. El dilema de la hora es bien claro: o socialismo
revolucionario o dictadura burguesa. Que cada uno elija su lugar en la lucha.

Deja un comentario